viernes, 29 de abril de 2011
Falcao perfora al Villarreal
Andrés Pérez | Falcao, de tez cetrina y melena lacia, de enclenque apariencia y no prominente estatura, de mirada ladina y aspecto poco amigable, recordó en cuatro destellos a todos aquellos delanteros que durante décadas se han dedicado al noble oficio de marcar goles sin remedo alguno. Goles al primer toque, inspirados por la intuición innata de quienes disfrutan de tal privilegio, sin excentricidades técnicas ni frivolidades escénicas. Goles, simplemente goles. Desde Müller hasta Inzaghi pasando por Rossi, Falcao fulminó al Villarreal en cuatro acciones al primer toque. Delanteros como Falcao no anotan, puntualizan el juego colectivo de su equipo. Y los cuatro goles del colombiano anoche son el resultado inherente del equipo superlativo y superdotado que es este Oporto de Villas-Boas, un insultantemente joven entrenador portugués.
Como no es un derroche de cualidades técnicas ni físicas, Falcao delega las funciones creativas e intimidatorias en Hulk, un portento brasileño que anclado en cualquier banda fabrica carriles de alta velocidad en dirección a la portería rival. Por detrás Moutinho y Guarín, de trato de cuero exquisito, divagan con el balón la mejor forma de hacerlo llegar a Falcao. Es el Oporto, fue el Oporto anoche, un conjunto firme en su propósito y brillante en su ejecución. Lejos de sí mismo, absorbido aún por los fantasmas de una semifinal trágica, el Villarreal se ahogó ante el derroche físico del Oporto, que pergeña cada balón como si fuera el último y que no descose el ritmo del partido ni siquiera cuando la goleada es un hecho. No fue nunca el Villarreal lo que se espera de él y ahí se encuentran las claves de una goleada que le cierras las puertas de la final de la Europa League, tiznada de un color naturalmente portugués.
Todo ello a pesar de que, consciente o inconscientemente, el Oporto invitó de un modo casi obsceno al Villarreal a buscar con persistencia la espalda de sus plomizos centrales, Rolando y Otamendi. La línea defensiva del conjunto portugués se atrincheró lejos de su portero y, así las cosas, al Villarreal no le quedó más remedio que hacer florecer la velocidad puntiaguda de Nilmar, excelente en el desmarque y fatídico en la resolución. Cada vez que Borja o Cazorla hacían ademán de levantar la cabeza la defensa del Oporto comenzaba a correr hacia atrás. Llegó un gol, el de Cani, pero lo que restó después fue el desierto. El Villarreal anuló la única posibilidad que el Oporto le permitió de un modo magnánimo, creemos, porque lo que vino después no fue más que el ejemplo de un conjunto poderoso hasta la tiranía, goleando sin piedad ni remordimiento a un equipo a merced de su potencia. Y de Falcao, sutilmente demoledor.
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jueves, 28 de abril de 2011
Mourinho no sabe de las grandes noches del Bernabéu
Juandi Mora | Como decía en la previa, el Real Madrid jugaba uno de los partidos que lleva jugando desde su creación. De los que los rivales temen solamente pisar el césped del Bernabéu. Las noches gloriosas. Y eso es lo que esperaban los madridistas.
Pero no salieron las cosas. Fueron rebasados por la derecha por el fútbol que realizó su rival. El sistema, criticado o no, era el que Mourinho había planteado. El mismo que en la Copa, idéntico nada más. Sin embargo, la intensidad no fue la misma, el partido era de 180 minutos y no daban una copa al más efectivo cuando pitara el árbitro el final en el Bernabéu. La presión no fue la misma en los delanteros, Cristiano se cansó cabreado de ser el único que cercaba a los defensas, Ozil, desubicado, no se encontraba y el «fideo» Di María corría como pollo sin cabeza. La táctica se fue al garete. Sin el posicionamiento en el campo el Real Madrid no es nada más que un puñado de individualidades. Un equipo que juega mecánicamente a atacar, como un equipo de niños en el patio del colegio. Perdidos, con ambición, con el jugador chupón luchando cada balón, pero perdidos. Luego vino el resto.
Cuando el partido, aun con el dominio culé, parecía que se podía convertir en un encuentro decidido por una jugada suelta, como el de Copa, a Pepe se le cruzó el cable. Como siempre, para que nos vamos a engañar. Duro plantillazo sobre el jugador rival, peligroso, injustificable en directo. Sancionable con una pena algo menor cuando se ve en repetidas ocasiones. Mourinho por su parte dejó de ser decisivo en ese mismo momento. Se autoexpulsó. Pataleta de ego. Minutos después sentado en la grada, autocompadeciéndose, dejó de ser el entrenador del Real Madrid en ese partido.
Dos cambios tenía el Real Madrid en la recámara. Algo con lo que dinamitar un partido perdido. Una locura para que algo lo cambiara, un revulsivo. Un central menos, un centrocampista más. Dos centrales menos, un delantero más. Lo que hace un entrenador que quiere ganar una eliminatoria. Me dan igual las milongas que cuente en la rueda de prensa si el equipo vence. Si el equipo lucha por su título por antonomasia. Tiró el partido, Messi lo recogió y lo alojó dentro de la portería de Casillas. El Real Madrid dice adiós a la eliminatoria, a la Décima, a su misticismo en el Bernabéu. A su competición.
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La dureza y el racanismo se pagan caros
Pablo Orleans | Mantenía la compostura en las horas previas al choque. Probablemente, uno de los partidos más importantes de la historia entre Barça y Madrid consumían poco a poco las uñas mientras compraba unas cervezas de la tierra y algo de cenar para gastar el nerviosismo de una noche interesante y, sobre todo, cardíaca. El televisor mostraba, minuto a minuto, los momentos previos a uno de los mayores espectáculos que hoy en día se pueden ver en un terreno de juego futbolístico. Las gradas, blancas, inquietaban hasta a el más optimista de los culés. El balón se ponía en juego.
Los primeros minutos, como de costumbre. Tanteo mutuo y respeto entre dos grandes con planteamientos diferentes. Los culés, fieles a lo suyo, tocaban con tranquilidad ante la más que pasiva presión madridista, eternamente distante a la realizada en la final de Copa y que tanto éxito le dio. Los de Mourinho esperaban en su campo, en la mitad de control blanco, un fallo de la media azulgrana para lanzar el contragolpe mortal que le diese el partido. Un planteamiento rácano que demostró la nulidad de opciones que sabe manejar a la perfección el portugués. Sin constante presión ni frescura, el Madrid corrió más de lo que habría deseado y sus recuperaciones mantenían poca posesión y escasa efectividad.
Pero si de algo presumió el conjunto blanco sobre el terreno de juego fue de dureza. Algunas acciones merengues, al límite del reglamento, dejaban constancia del retraso en la llegada a muchos cruces. Entradas duras que tienen sus consecuencias. Entradas excesivas que tuvieron castigo. Pepe se marchó al vestuario con merecimiento poco después de que el Barça quedase huérfano de portero suplente en el descanso. Marcelo salió impune y el partido siguió su curso sin problemas.
Pero en rueda de prensa, tras la victoria culé en territorio comanche, los máximos representantes merengues de cara a la galería —Ronaldo y Mourinho— manifestaron el nefasto perder que tienen y acusaron gravemente al Barça de manipular la competición. Otra muestra más de impotencia y ocultismo. Impotencia ante un rival superior para ocultar una derrota dolorosa ante el máximo rival. Bien se vale que la afición del Madrid —en general— merece la pena. Bien se vale que éste, el que entrena, no es madridista ni nunca lo será. Simplemente es un mercenario desestabilizador y plañidero que no sabe perder.
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Messi brilla en un partido opaco
Andrés Pérez | Al igual que el mejor Maradona del Nápoles, con quien es odiosamente comparado, Lionel Messi consume todos los recursos ofensivos de su equipo. Ya sea con libertad ejerciendo de falso delantero centro o partiendo de posiciones más escoradas hacia la banda, el juego del Barcelona en las inmediaciones del área rival nace en Messi, transita por Messi y finaliza en Messi. Messi lo es todo. Para su deleite, cuenta con diez jugadores que han asimilado de un modo natural destinar balones a un talento vertical capaz de crear en la medular, repartir pases finales a los huecos y finalizar como un delantero de área nato. Es precisamente el talento de Messi lo que anoche afloró en el Bernabéu para prácticamente dejar cerrada la eliminatoria y lo que al mismo tiempo es una virtud y un lastre para su equipo: lo es en tanto que cuanto más crece Messi más irrelevantes son todos los demás a su alrededor. Maradona murió absorbiendo cada equipo en el que era contratado. Messi va camino de ello.
Pero antes de que ese punto de no retorno llegue el Barcelona encuentra una mina de diamantes constante en Messi. Anoche, tras una primera tarde dominada por el tedio y una segunda primero alborotada por cierto ímpetu juvenil y copero del Madrid y más tarde cercenada por la expulsión de Pepe, algo que no debe sorprender a nadie, Messi se irguió como el jugador total del ataque del Barcelona. En un primer momento emuló en un destello todos los goles que en su carrera marcaría Gerd Müller anticipándose a su marcador y empujando un balón lateral. Con posterioridad, cuando sus compañeros escondían y mostraban el balón a los defensores del Real Madrid sin la más mínima intención de avanzar metros hacia Casillas, Messi cosería un balón imposible a sus pies para en un abrir y cerrar de ojos sortear a cinco rivales y superar en el mano a mano al portero madridista. Era el minuto 87. Messi había otorgado brillo a un partido mate.
El planteamiento de Mourinho esta vez falló. Falló en la teoría y falló en la ejecución. El Madrid se agazapó demasiado atrás y descuidó sus responsabilidades ofensivas. No está de más olvidar que jugaba en casa y aún espera un partido de vuelta que se presume irrelevante a no ser que el primer equipo, el filial y el primer juvenil del Barcelona se lesione al completo en lo que resta de semana. No se le puede, o no se le debe, achacar al Madrid que su planteamiento partiera de un fundamento defensivo con objeto de evitar la fuente creadora del Barça. Lo que sí es reprochable es que no lo hiciera bien. Una cosa es jugar desde una visión defensiva, con objeto de proteger las propias debilidades e interrumpir las virtudes ajenas —algo que la Juventus o Italia lleva haciendo toda la vida sin que a nadie le suponga mayor problema— y otra es jugar desde una visión defensiva haciéndolo mal. El problema del Madrid no fue su idea del fútbol, sino que la aplicó sin gracia y rematadamente mal.
Así que en una primera parte de control estéril por parte del Barcelona —a excepción de un buen par de disparos de Xavi, anoche muy liberado sin Pepe a su vera— no sucedió nada. Nada más allá de la confirmación de que es el fin de la selección española, de esta selección española, tal y como la conocíamos: Arbeloa tuvo sus más y sus menos con Pedro, Xavi y Piqué; Piqué tuvo sus más y sus menos con Ramos; Xabi Alonso tuvo sus más y sus menos con Busquets; Villa tuvo sus más y sus menos con Xabi Alonso y ya los había tenido con Arbeloa, y así sucesivamente. Más allá de los líos, todo deparó en una grotesca bronca final en la que un descontrolado Pinto terminó expulsado. El Madrid no había desgastado demasiado su físico presionando arriba, al contrario que en Copa, y el Barcelona tampoco forzaba demasiado la maquinaria.
En realidad, aunque nunca sabremos si es fruto del azar o de una idea maquiavélicamente ejecutada, el plan de Mourinho era aprender de los errores en Mestalla y revertirlos: si el Madrid terminó sin aire la segunda parte de la final de Copa porque en la primera se había fustigado presionando muy arriba, esta vez, en Champions, será exactamente al revés, debió pensar el portugués. Y los diez primeros minutos del Madrid fueron mucho mejores a los anteriores cuarenta y cinco, presionando más arriba, poniendo en apuros a Mascherano en su deficiente salida de balón y mostrando más ambición más allá de proteger el resultado. Tampoco era algo nuevo: hizo lo mismo el año pasado con el Inter en el partido de ida de San Siro. Todo parecía indicar que el partido comenzaría a ser entretenido.
En ese momento, con poca fortuna Pepe hizo una entrada dura sobre Alves. Algunas imágenes mostraban cómo antes de impactar en la tibia del lateral brasileño, la planta del pie de Pepe tocaba claramente balón. Se puede interpretar como un planta salvaje o como el fruto involuntario de la incercia de la acción. Sea como fuere el árbitro, que no había visto la acción, consultó con su asistente y le expulsó. Se acabó el Madrid. Se borró del campo, se autoexpulsó Mourinho, apareció Messi, regaló un gol y una joya para la posteridad, el Barça se dedicó a recrearse en su gloria y el Madrid asistió imponente a la confirmación de que aquel seguía siendo mejor equipo a pesar de la final de Valencia. Ya ven, un clásico en el que sólo un talento superlativo como el del argentino dio fe del supuesto talento que a priori atesoraba. Recuerden que algunos justifican un desigual reparto de los beneficios generados por los derechos televisivos porque Madrid y Barcelona ofrecen un espectáculo sin igual plagado de brillantez que acapara la atención de todo el planeta. Y recuerden partidos tediosos y sin arte alguno como el de anoche para rebatir ese argumento. Y, luego, más tarde, díganse que ustedes vieron jugar a Messi.
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miércoles, 27 de abril de 2011
Madrid y Barça en semifinales: breves reflexiones
Tras el empate en Liga y la victoria del Real Madrid en la final de la Copa del Rey, posiblemente llega el torneo más psicológico en el que se tendrán que enfrentar Real Madrid y Barcelona: la Champions League. Hoy se disputa el primer partido en el Bernabéu y la semana que viene el segundo en el Camp Nou. Si el Madrid elimina al Barcelona habrá alcanzado su primera final nueve años después y, de ser al revés, el Barça podrá presumir de haber jugado tres finales en seis años. Ante los dos emocionantes partidos que se presentan, los redactores de Más que Fútbol nos hemos animado a realizar una breve previa. Ahí van:
Andrés Pérez | Pese a la evidente mejoría del Real Madrid en el plano psicológico tras la victoria en Copa, creo firmemente que el Barcelona es el principal favorito. Lo es en tanto que el entramado defensivo del Madrid, de plantear Mourinho el mismo partido que en Mestalla, no es capaz de aguantar dos partidos con el marcador a cero y depender de sus genios arriba; y lo es porque el Barcelona tiene a su favor el factor campo. Las posibilidades del Madrid pasarán por plantear un partido agresivo y de presión muy adelantada como el Inter el año pasado y aferrarse a una defensa imperiosa como la de la final de Copa en la vuelta. El Barça jugará y debe jugar a lo que ha sabido jugar durante los tres últimos años. Es su fórmula y quiere morir con ella. Tampoco se me ocurre una mejor. En todo caso, se prevén dos partidos excelsos.
Pablo Orleans | El curso de la vida une destinos y cruza héroes. Abril de 2011 será recordado por el mes de los clásicos, por el mes de las batallas en mayúsculas, tanto dentro como fuera del campo. De momento, ambos han ganado. Los unos, los de Guardiola, se aseguraron la Liga en el feudo del otro. Los de Mou, los otros, volvieron a Cibeles de nuevo en la primera final del año. Los títulos nacionales están repartidos, pero en el duelo europeo la lucha es a doble partido. Y allí las cosas cambian. Mientras que el Real Madrid crece gracias a su propia mentalidad de equipo pequeño, el Barça mantiene la misma filosofía carente de vigencia ante planteamientos rácanos y reforzados de contundencia. Pero si recobra la eficacia y algo de verticalidad, los de Guardiola, este Barça de ensueño minado por algunas bajas inoportunas, se llevarán la eliminatoria que, a doble partido, le es más factible.
Víctor Úcar | Mientras la Liga se tiñe cada jornada de color blaugrana, la Copa del Rey —maltrecha— ya descansa en el Bernabéu. Empate técnico podríamos decir. Sin duda, el duelo de Champions inclinará la balanza hacia uno u otro lado. Y el primer round podría ser determinante. En cualquier caso valdrá para demostrar si el juego directo puede con el fútbol de toque. Nos permitirá comprobar si la estrategia, representada por Mourinho, es capaz de derrotar a la praxis, simbolizada por Guardiola. Nos revelará si la potencia —Cristiano Ronaldo— vuelve a ser más determinante que la magia —Leo Messi—. Pero en definitiva, servirá para mostrarnos si el Real Madrid posee una capacidad real de acabar con la supremacía del FC Barcelona. Aunque el veredicto no lo sabremos hasta dentro de una semana, esta noche, y con permiso del Manchester United, la hegemonía europea acoge su cita inicial en el Bernabéu. Que el fútbol dicte su primera sentencia.
Juandi Mora | La Champions es otra cosa, incluso otro deporte. Nada de lo que sucedió antes o sucederá después sirve. Es el premio gordo, el que todo el mundo quiere y tan solo uno se lleva. En los recuentos, a los que son muy dados los aficionados cuando hablan de fútbol, la Copa de Europa vale doble o triple. Real Madrid y Barcelona buscarán a partir de hoy la final que les permita ser el mejor club de Europa. La Champions es terreno del Real Madrid y del Bernabeu, las noches mágicas se cuentan en decenas. Mourinho planteará un partido tenso con más intensidad que fútbol. Los de Guardiola intentarán que la presión no pueda a su fútbol. Los dos partidos anteriores son historia lejana. Hoy se luchará por ser grande, más todavía. Siéntense y disfrute porque es difícil ver un espectáculo semejante en el fútbol mundial.
Miki Salazar | Cuarto clásico en lo que llevamos de temporada que sin embargo no tiene nada que ver con los ya disputados, la Copa es de Mourinho y la Liga de Guardiola. Queda pues la Champions en juego, competición diferente a las demás y que por la que cualquiera de los dos equipos renunciaría a los títulos ya ganados, o por ganar, si le aseguraran su consecución. Pero si por algo está marcado este choque es por la tensión creada, primero por los enfrentamientos anteriores y después por ambos entrenadores en la sala de prensa, algo nunca visto hasta el momento. Sobre todo la actitud del entrenador catalán que se ha dignado en responder duramente al portugués corroborando que la Copa de Europa es otra historia. Sobre el campo, Mourinho debería seguir con el planteamiento utilizado en los dos últimos choques con el que ha conseguido reducir considerablemente la distancia futbolística entre ambos conjuntos. El Barcelona por su parte tiene que seguir fiel al estilo con en el que ha logrado alcanzar la gloria. Partidazo en el Bernabéu en el que ninguno de los dos equipos saldrá a sentenciar sino a tantear al rival e intentar golpear primero en la eliminatoria.
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El Manchester United se da un homenaje
Andrés Pérez | Se acaban los elogios para el Manchester United de Alex Ferguson. Anoche, mostrando una contundencia y una determianción al alcance tan sólo de los mejores equipos de siempre, el United borró de un plumazo las escasas posibilidades que ya de antemano con las que el Schalke 04 contaba de cara a disputar la final de Wembley. Con dos goles inapelables, consecutivos, paradigmáticos de la forma simplista y reduccionista de entender el fútbol de este equipo, el United puso el broche de oro a un partido dominado de principio a fin que no finalizó en goleada escandalosa gracias a la prodigiosa actuación de Neuer. A expensas del milagro que pueda obrar el conjunto alemán en Old Trafford, el Manchester United aspira a jugar su tercera final en cuatro años dando fe de su intimidatoria competitividad y de la capacidad de reinventarse que hace gala cuando año tras año ha ido perdiendo unidades de importancia mayúscula. No cabe sino aplaudir a este equipo.
Lejos del exceso ornamental y del pragmatismo físico y táctico del que llevan haciendo gala Barcelona y Real Madrid durante toda la temporada, el United ejecuta un fútbol de acciones economizadas y matices ajustados. No se prodiga demasiado en la creación, aprovecha la ventaja física y táctica que constantemente crean sus carrileros en las bandas, es inteligente en la gestión de sus recursos y demoledor en la ejecución de sus opciones ofensivas. Sin demasiados alardes, reduciendo al mínimo el riesgo y exprimiendo al máximo la rentabilidad de cada pase o desmarque, el United puso al Schalke frente a un pelotón de fusilamiento y tan sólo la providencia o Neuer evitaron un resultado histórico. Cuando la primera parte hubo terminado la cuestión era cuánto tardaría el Manchester en certificar de una vez que su superioridad era apabullante respecto al cuadro alemán.
Fue en la segunda parte, primero Giggs a pase de Rooney y más tarde Rooney a pase de Chicharito Hernández, jugador de rendimiento inesperado a pesar de sus excelentes perspectivas a varios años vista. Los dos coletazos definitivos del United pusieron de manifiesto no ya la incapacidad defensiva de un Schalke desnortado y retratado ante toda su afición sino la ejecución fría y precisa del rodillo creado por Ferguson y dignificado por Giggs o Scholes, anoche, el primero, imprescindible una vez más dentro de un equipo que ha sabido incorporar sabia nueva y mantener el ritmo competitivo a pesar de ello. Prueba de ello es que en esta su más que predecible tercera final no estarán ni Tévez ni Cristiano Ronaldo, dos baluartes básicos del último título conquistado por el United.
De poco le sirvió al Schalke 04 la ilusión despertada por la estrella de Raúl, las cuatro triangulaciones bien ejecutadas antes del aluvión de oportunidades creado por el United o las manos de Neuer. Cuando su rival lo dispuso, murió ahogado. Carrick jugó a su antojo durante todo el partido, Evra y Fabio encontraron carriles vacíos en sus respectivas bandas, Rooney confirmó que se encuentra excesivamente a gusto por detrás del delantero, Valencia ejecutó un constante ejercicio de alarde de sus virtudes físicas y técnicas, Chicharito volvió locos a los pesados Metzelder y Matip y Giggs se elevó por encima de todos los demás para marcar la diferencia con al diligencia y pasmosa naturalidad con la que lo lleva haciendo toda la vida. No fue más el Schalke porque no se lo permitió el United, arrebatador el día de ayer.
La victoria es la consecuencia lógica del dominio clarividente del cuadro inglés. Recuperada su pareja natural de centrales, el equipo toma la forma que mejor desea Ferguson incorporando a Chicharito arriba, que merece mención aparte. A pesar de su juventud y de sus expectativas futuras y no actuales, se mueve con la inteligencia de un delantero con años de bagaje tras de sí, oculta sus ciertas limitaciones técnicas sin prodigarse en la conducción, soltando el balón rápido, y tiene un don natural, el mismo del que hicieron gala jugadores como Solsjkaer o Gerd Múller, para encontrar antes que nadie el hueco al que acudirá la pelota desde un centro lateral. Es una máquina de crear peligro por su agilidad y de puntualizar goles, dado que ni siquiera los fabrica. Es una maravilla. Como este United, triunfador otra vez. Llegará, a buen seguro, ensombrecido por uno de los dos grandes dinosaurios españoles, pero errará quien ose minusvalorar su ya legendaria capacidad competitiva.
Imagen | El País | RTVE.es
martes, 26 de abril de 2011
Clubes en manos ajenas
Andrés Pérez | El fútbol español vive momentos de turbulencia generalizada. Hace no demasiados días comentábamos aquí que el Zaragoza estaba cerca de caer en manos de un fondo de inversión soberano de Dubái, Emiratos Árabes Unidos, siguiendo la estela del Málaga, ya adquirido por jeques árabes, o el Racing de Santander, en manos de un extravagante indio que compró el equipo creyendo que Santander tenía algo que ver con el Banco Santander, patrocinador de la Fórmula 1 y, a la sazón, deporte que tanto admiraba. Finalmente la operación del club zaragocista no se fraguó —no se ha sabido gran cosa de aquello, más allá de los rumores de compra de Luis Oliver y Mario Conde— y quien sí ha sido adquirido por un grupo inversor de Dubái ha sido el Getafe.
Ayer Ángel Torres, presidente del Getafe, en compañía de Pedro Castro —alcalde de la localidad madrileña que en sus intervenciones aprovechó para hacer campaña electoral, dado que las elecciones están a la vuelta de la esquina y no hay oportunidad que no se deba aprovechar—, dio una rueda de prensa explicando los motivos de la venta. Torres alegó, como no cabía esperar de otro modo, razones puramente económicas:
No queríamos llevar al club a un callejón sin salida. Teníamos un presupuesto de unos 40 ó 45 millones, generábamos 26 ó 27 de beneficio y el resto lo teníamos que compensar vendiendo jugadores. Necesitábamos dinero para sostener el proyecto. Vamos a ver cómo sale (...) la idea es subir el presupuesto a unos 60 ó 65 millones de euros, que es la frontera para poder competir por estar en Europa todos los años. La diferencia deportiva la marca el no tener que vender a tus mejores jugadores y poder comprar dos o tres que den el salto de calidad a la plantilla. Soy un ganador.
Cuando Ángel Torres se refiere a que es un «ganador» se enorgullece, ufano, de que mantendrá su puesto de presidente de la entidad durante los tres próximos años. Al parecer era una cláusula indisoluble de la venta del Getafe y, en teoría, pretende transmitir cierta tranquilidad a los aficionados ante posibles futuros desmanes de los jeques árabes, de quienes se presuponen escasos conocimientos futbolísticos a cambio de una excelente perspectiva empresarial.
La operación busca proyectar económicamente al Getafe. Actualmente, en palabras de Torres, la entidad madrileña está saneada y no cuenta con una deuda exorbitante como otros equipos de Primera en serios aprietos financieros. El Getafe durante las últimas temporadas ha gozado de un presupuesto en torno a los 50 millones de euros y, como el club comenzaba a entrar en el farragoso pantano de las deudas, se ha tomado la decisión de venderlo al fondo de inversión Royal Emirates de Dubái, cuya inyección de liquidez —90 millones de euros durante los próximos tres años según el presidente— permitirá elevar el presupuesto en unos 15 ó 20 millones de euros anuales para luchar por plazas europeas.
La operación que dejará al Getafe en propiedad dubaití pone de manifiesto que el futuro de los clubes españoles está en manos ajenas. Tan sólo la alta inversión de capital extranjero en las múltiples entidades al borde de la quiebra permitirán la supervivencia de facto de un montón de clubes de Primera y, en esencia, de la competición tal y como la conocemos actualmente, además de otras reformas de mayor necesidad. En la Premier hay varios ejemplos que dan fe de ello y pocos son los clubes que a día de hoy se mantienen en manos de propietarios tradicionales y no de multimillonarios buscando o bien invertir dinero, o bien blanquearlo o bien pura y simple diversión. Las ventajas económicas son evidentes. ¿Riesgos?
Algunos. La mayoría de recelos despertados a raíz de la operación del Getafe surgen en torno a la posibilidad de que el club, actualmente llamado Getafe Club de Fútbol, pasara a llamarse Getafe Dubai Team. Ángel Torres no descartó la posibilidad en la rueda de prensa de ayer aunque tampoco la confirmó. Al parecer, según el reglamento de la Liga y de la UEFA, el patrocinio añadido al nombre de los equipos —algo común en balonmano o baloncesto— está prohibido, aunque tirando de memoria se me ocurre el caso de Red Bull Salzburgo, que no sólo vio modificado su nombre anterior —SV Casino Salzburg— sino también su equipación.
El caso del Getafe es particular. Se trata de un club muy joven que apenas cuenta con una masa social amplia y plenamente identificada con los colores del club. No obstante, su posible ejemplo —el cambio de nombre— podría sentar un peligroso precedente en clubes de mayor arraigo social y en mayores problemas. En lo tocante a que un club varíe su nombre por criterios económicos aún no he desarrollado una opinión clara: por un lado es un ultraje evidente a la tradición del club y, por otro, supone un aumento de capacidad económica a cambio de un simple cambio formal puesto que, en el fondo y para todo aficionado, su club seguiría llamándose de igual modo.
Por ejemplo, los aficionados del Sala 10 Zaragoza vieron como su equipo también fue llamado Foticos o DKV Zaragoza, así como la mayoría de equipos de la ACB —entre ellos el Barça Regal, el DKV Joventut o el CAI Zaragoza—. No hay constancia de que en ningún caso los seguidores de estos equipos se hayan desligado de los mismos. Es más: cuesta creer que los hinchas del CAI Zaragoza, una de las aficiones más abnegadas de la ACB, dejen de seguir a su equipo en caso de que pase a llamarse Ibercaja Zaragoza. En el fondo subyace una identidad, que es la del equipo de baloncesto de Zaragoza. Y es algo imborrable a pesar del patrocinador.
No obstante los recelos son lógicos puesto que el fútbol es un deporte eminentemente más religioso y espiritual que el resto y en él los sentimientos de la grada son casi tan importantes como las decisiones empresariales o de pura viabilidad económica. Un seguidor del Athletic de Bilbao difícilmente aceptaría ver un patrocinador junto al nombre de su amado equipo si apenas es capaz de digerir que la publicidad ensucie el pecho de su camiseta. Como decía más arriba, el caso del Getafe es particular por su escaso arraigo social, pero podría sentar un peligroso e inquietante antecedente. En cualquier caso, la lectura del caso Getafe es clara: aunque sea triste recordarlo, el dinero sigue manejando los hilos de este deporte y, con él, su propia identidad.
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El enrarecido ambiente de La Romareda
Andrés Pérez | En un punto indeterminado del fondo norte, ya cuando el pitido que señalaba el final del partido entre Real Zaragoza y Almería reverberaba felizmente en el estadio, se escuchó uno de esos comentarios profundos, concisos y breves, inevitablemente ligados a reputados analistas futbolísticos por su complejidad en el fondo y sencillez en la forma, capaces de despertar la admiración de cualquier auditorio mínimamente docto en la materia. Las brillantes palabras fueron las siguientes: «estaban cagados». Innegable análisis. Condensaba toda una corriente de pensamiento desde el Colectivo 1932 hasta el Ligallo Fondo Norte y, en términos genéricos, la filosofía existencialista del aficionado medio del Real Zaragoza. En aquel momento, las dos palabras resumían cómo el Zaragoza se había hundido, paradójicamente, tras anotar un gol y cómo a pesar de quince minutos finales de puro nervio se había llevado los tres puntos.
No era un día común en La Romareda. Cinco minutos después de que el balón comenzara a rodar aún había interminables colas en los portones de acceso al estadio. Las taquillas, veinte minutos después de que el árbitro diera inicio al partido, lucían espléndidamente con varias hileras de personas esperando obtener una entrada. Ya en el interior, el estadio lucía lleno en su práctica totalidad a excepción del espacio destinado a la afición del equipo visitante, a la que, para sorpresa del respetable, no le pareció oportuno viajar 900 kilómetros para apoyar al colista de la Primera División. No sólo la elevada afluencia de aficionados enrarecía el ambiente: es que éstos se sentían optimistas, alababan el tesón de los jugadores e incluso comprendían por momentos fallos humanos. Algo hasta aquel entonces impensable en un lugar como La Romareda.
Por ejemplo, uno de los dos hieráticos señores de alta edad con los que comparto asiento en Grada Norte había recuperado las funciones vitales y las pulsaciones en el corazón. Tras dos años de impertérrita mirada hacia el césped comenzaba a emitir chillidos de ansiedad, comentarios sobre lo espigado que es Jiri Jarosik o alguna que otra crítica velada a los desmanes defensivos de Carlos Diogo. El ambiente exclusivo de anoche no se dejaba apreciar únicamente en los aficionados, que cumplieron religiosamente el ciclo descendente de cada partido en La Romareda pasando de la euforia positiva de los primeros minutos al cabreo generalizado con el Universo y los elementos de los segundos finales de la primera parte, sino también en los jugadores, obnubilados ante la perspectiva de ser ellos quienes se encontraran en mejor situación que su rival.
Esta situación tan poco común provocó cierto desatino mental en el combinado de Aguirre, que jugó con menor autoridad que en partidos anteriores y que volvió a marrar oportunidades tan evidentes como la de Sinama Pongolle, a escasos metros de la portería, o como la de Braulio, obstinado en controlar un balón que merecía disparo al primer toque —a pesar de su fuera de juego—. Lanzó cuatro veces a los palos el Zaragoza y, en la cuarta, como si un leve soplo del destino lo hubiera determinado, el balón salió repelido hacia la espalda de Diego Alves, en lamentable estampa para un portero, para introducirse en su portería. El guión se cumplía con nota. Pero el gol supuso un sedante para el equipo.
De ahí al final, afición y jugadores se confabularon para paralizarse mutuamente y observar los latigazos finales de un equipo en estado de muerte intuida. El Almería, en sus últimas palabras como virtual equipo de Primera División —cuando restan 15 puntos por jugarse está a 10 de la salvación—, estuvo a breves milímetros de hacer estallar la desesperación acumulada por la tensión en improperio generalizado hacia todo lo que existe, forma habitual de La Romareda de pagar su frustración. Le sucedió al Zaragoza lo que le sucedía en la primera vuelta: cada gol desbarataba cualquier planteamiento. Solo que esta vez fue el propio. Al final el equipo ganó y la gente se fue feliz con un equipo que se está partiendo la cara por mantenerse en Primera. Hay cosas que, en todo caso, no cambian en La Romareda. Al fin y al cabo el jugador más ovacionado de la noche volvió a ser N'Daw, un simpático negro de metro noventa que falló una oportunidad evidente hasta lo obsceno en el último minuto y al que la grada, en novedoso acto, fue capaz de perdonar.
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lunes, 25 de abril de 2011
Torres o el peso de la psicología
Andrés Pérez | A Fernando Torres le debía consumir internamente la posibilidad, algo remota pero nunca imposible, de emular un fracaso semejante al de Andriy Shevchenko en Stamford Bridge. Shevchenko, uno de los más terribles goleadores de la pasada década, llegó con 30 años al Chelsea tras varias temporadas de fulgurante rendimiento y amplitud de títulos en el Milan invitado por Roman Abramovich, magnate ruso poseedor del club londinense que, de tanto en cuanto, se enamora de algún delantero, lo compra, y espera impasible que el interminable árbol de los millones ofrezca exitosos frutos en forma de goles y títulos. Por aquel entonces el delantero ucraniano aún mantenía una estela de prestigio e intimidación difícilmente comparable en cualquier otro ariete contemporáneo. Para cuando Shevchenko, dos años después, abandonó Londres para buscar un nuevo sitio en Milán, su aura se había apagado. Shevchenko se enfrentaba al ocaso de su carrera.
Las causas del escaso rendimiento del ucraniano en Londres son aún difusas. De la noche a la mañana el delantero había perdido la potencia, la chispa, la intuición y, en términos generales, el talento del que hacía gala años atrás. La edad es uno de los factores que hoy, en retrospectiva, permite entender el colapso de Shevchenko, aunque de un modo relativo dado que superada la treintena no son pocos los delanteros capaces de reinventarse y continuar cumpliendo su oficio con dignididad —Van Nistelrooy, Larsson, Raúl, Eto'o va camino de ello, etcétera—. Así pues una combinación fatal entre su propio desgaste físico y el aumento de al exigencia corporal inherente a la competición británica podrían ser dos factores que sumados dieran respuesta al deceso futbolístico de Shevchenko. No obstante y a pesar de que es evidente que la hora de Shevchenko había llegado, una tercera teoría aflora con entusiasmo para explicar, a su vez, el mal que aqueja a Torres en Stamford Bridge.
Hablamos de un peso místico y difícilmente reversible marcado por la fuerte inversión realizada por el jugador y por las enormes expectativas levantadas en torno a su futuro rendimiento. Si vale tanto dinero, tiene que ser un excelente goleador por una cuestión puramente matemática, piensan ebrios de entusiasmo la mayoría de aficionados cuando leen que su equipo ha gastado una cantidad casi indecente de dinero por un futbolista. Shevchenko, como Torres hoy, se enfrentó a un callejón sin salida en el que el éxito era la única respuesta posible a las preguntas planteadas por el peso del dinero que costó. Cualquier otra opción que no le encontrara a él como el referente ineludible de su equipo hubiera significado desperdiciar los billetes. Cualquier otra posibilidad que no le situara como el delantero demoledor que siempre fue supondría de inmediato el divorcio sentimental entre grada y futbolista. Hablamos, en suma, de una losa psicológica en la que pequeñas veleidades determinan el éxito o el fracaso.
Fernando Torres, delantero que hizo feliz a una nación anotando un memorable gol ante Alemania, se enfrenta ahora al mismo dilema que asoló a Shevcehnko durante dos temporadas. La sombra de la sospecha de un fracaso épico y de proporciones hercúleas ha atormentado al ariete madrileño durante catorce partidos, los mismos que ha estado luciendo los colores del Chelsea sin anotar un gol, precisamente aquello para lo que se le contrató. Entre tanto, su equipo ha sido eliminado de la Copa de Europa, su ex-equipo ha vencido a su nuevo equipo y, en términos genéricos, su sequía goleadora ha sido motivo de burlas y mofas a la altura del coste de su traspaso, el más alto de la historia de la Premier League.
Torres anotó la pasada jornada de la Premier su primer gol vistiendo la camiseta del conjunto londinense para felicidad propia e, imaginamos, de Roman Abramovich, señalado desde varios sectores afines al club inglés como el principal —e incluso único— valedor del español. Torres saltó al campo ante el West Ham desde el banquillo, aprovechó un espacio en el centro de la defensa del rival vecino del Chelsea y tras varios despropósitos balompédicos fruto del penoso estado del césped de Stamford Bridge lanzó el balón a la derecha de Green para certificar la victoria de su equipo. Su celebración se acompañó de una gran piña en torno a él de sus compañeros. Por momentos, Torres había recuperado la sonrisa.
Poco dado a excesos emocionales en público, Torres se enfrenta ahora al dilema de recuperar la senda perdida o hacer de su gol un mero espejismo. Su edad y su trayectoria reciente y rendimiento en el campeonato doméstico inglés le abre un abanico de rendimiento muy superior al de Shevchenko en su día. Siempre discutido por sus habilidades escasamente técnicas en contraposición con el resto de compañeros de Selección, Torres ha sido lastrado por las lesiones y por el enigmático y doloroso peso de la presión mediática a raíz de unos cuantos billetes. Seguramente consciente de ello, el gol del pasado fin de semana ha debido liberar a Torres —así se le leyó en los labios cuando al finalizar el partido se abrazó con Frank Lampard—. Ahora su lucha es pura psicología: solo espantará los demonios rindiendo al nivel que se le presupone y sólo alcanzará dicho nivel espantando a sus demonios en un círculo fatal del que Shevchenko nunca supo escapar. Sucumbir o imponerse, he ahí la llave de su triunfo.
Vídeo | El Gol de Pelé
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viernes, 22 de abril de 2011
Historia del Fútbol: Los dedos de Duckadam
Andrés Pérez | Contaba Bernd Schuster cómo el taxista que le llevaba la noche del 7 de mayo de 1986 desde el Estadio Sánchez Pijuán hasta el hotel en el que estaba alojado su equipo, el Barcelona, no daba crédito a lo que veían sus ojos por el retrovisor. «¿Pero usted no estaba jugando el partido?», le preguntó el conductor, mientras bajaba el volumen de la narración de la final de la Copa de Europa entre el propio Barcelona y el Steatua de Bucarest, en Sevilla. Schuster había abandonado el estadio profundamente cabreado con su entrenador, Terry Venables, pocos minutos antes. Venables había decidido en el minuto 85 que el esplendoroso mediocentro alemán de los ochenta debía abandonar el terreno de juego. En aquel momento el partido se mantenía empatado a cero y el entrenador inglés consideró oportuno retirar del campo al lanzador de los penaltis y, con toda probablidad, mejor jugador de su equipo a falta de cinco minutos para el tiempo de prolongación. Schuster, que nunca entendió de delicadezas ni correcciones políticas, realizó un gesto airado a su entrenador y sin inmutarse abandonó el Sánchez Pijuán.
Así que allí estaba Schuster, dirigiéndose en taxi hacia un hotel céntrico de la ciudad hispalense donde vería el final del partido. El rubio centrocampista llegó a tiempo para la tanda de penaltis, en las que el Barcelona se enfrentaría a sus demonios buscando la ansiada primera Copa de Europa que durante tantos años se había resistido. Era la segunda vez que el club culé alcanzaba la final del torneo, habiendo perdido la primera en 1961, ante el Benfica, precisamente el mismo año en que el Real Madrid dejó de ganar Copas de Europa y se plantó en las cinco consecutivas. Aquel Benfica estaba comandado por Eusebio y también ganaría el torneo al año siguiente. Más aún: alcanzaría la final tres veces más, perdiendo todas ellas, durante la década de los sesenta. En suma, el Benfica era un rival ante el cual el peso de la historia dignificaría la derrota.
No parecía que la situación ante el Steatua de Bucarest, aquella noche primaveral de Sevilla, fuera comparable. A pesar de que el conjunto rumano alcanzaría las semifinales un par de veces más e incluso llegaría a perder estrepitosamente una final en 1988 ante el gran Milan, nadie en 1986 apostaba porque aquel conjunto plagado de jugadores semi-desconocidos pudiera postularse como una leyenda en Europa. La presión era doble para el Barcelona: no era lo mismo perder una Copa de Europa ante un equipo para los anales de la Historia que ante un grupo de rumanos criados bajo la gris capa del comunismo soviético, más allá del telón de acero.
Más tarde el Barcelona se alzaría con su primera Copa de Europa en 1992 ante la Sampdoria pero de aquello ya habrá tiempo de hablar. En aquel momento la situación era delicadísima para el conjunto catalán, que había visto como el tiempo transcurría hasta finalizar y deparar en la siempre tortuosa y legendaria tanda de penaltis. No cuesta imaginar a Schuster impávido ante los acontecimientos, maldiciendo a los dioses, al mundo y a Venables por haberle retirado del campo cuando aquella final estaba destinada para él y nadie más, borracho de egolatría al borde de la cama, pegado al televisor. En él, en el televisor, el alemán podría observar suspicazmente a un tal Duckadam, Helmuth Duckadam, portero de Semlac, Rumanía, arquero del Steatua de Bucarest, espigado y con bigote, de verde, defendiendo la portería del conjunto rumano. Al portero que Schuster creía que debía fusilar en una tanda de penaltis, en una final, que él consideraría, a buen seguro, robada por el ínclito Venables.
Lejos de la cabeza de Schuster, el técnico inglés del Barcelona había decidido que serían Alexanco, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos Alonso los cuatro primeros lanzadores. No era la primera vez que el Barça se enfrentaba a los penaltis en aquella Copa de Europa. Ya en semifinales ante el Göteborg sueco tuvo que dejar al azar, puesto que una tanda de penaltis no es otra cosa que un juego de azar, la posibilidad de jugar una nueva final tantos años después. Por aquel entonces, en los ochenta, la Copa de Europa era un torneo completamente distinto al que conocemos en la actualidad. Antes de que el dinero creara diferencias insalvables en el continente, los outsiders tenían la posibilidad de acaparar rondas eliminatorias para pasmo de la Historia y los aires de grandeza de los tradicionales clubes campeones. No en vano, en aquella edición, el siguiente listado de sorprendentes equipos alcanzó los octavos de final: Austria Viena, Austria; Anderlecht, Bélgica; AC Omonia, Chipre; Hónved FC, Hungría; Zenit Leningrado, Unión Soviética; Kuusysi, Finlandia; Servette FC, Suiza; Aberdeen FC, Escocia; Fenerbahcçe, Turquía; y Hellas Verona, Italia. Eran otros tiempos.
En fin, Helmuth Duckadam, decíamos, portero del Steatua de Bucarest, melena rizada y bigote arisco, proveniente de la Rumanía de Ceauşescu. Lo que Schuster pudo ver desde su televisor y lo que sucedió aquella noche en el Estadio Sánchez Pijuán es uno de esos momentos anómalos que hacen del fútbol un deporte fuera de toda regla, uno de esos hechos que tan sólo deben ser posibles gracias a la alineación de los planetas o a algún truco de magia negra. No en vano, lanzó Alexanco y paró Duckadam. Lanzó Pedraza y paró Duckadam. Lanzó Pichi Alonso y paró Duckadam. Lanzó Marcos Alonso, paró Duckadam y, como Balint, centrocapista del Steaua, había batido anteriormente a Urruticoechea, portero del Barcelona, el Steaua se proclamó contra todo pronóstico campeón de Europa. Duckadam había parado todos y cada uno de los penaltis que le habían lanzado. Ver para creer.
El Barcelona se había quedado una vez más a las puertas y aquí ya cuesta imaginar a Schuster. Tan pronto pudo celebrarlo emborrachándose hasta el amanecer en las calles de Sevilla como pudo aumentar su cabreo emborrachándose hasta el amanecer en las calles de Sevilla. Lo más probable es que se fuera a dormir, convencido de una vez por todas que de algún modo Duckadam le había salvado de un ridículo histórico. Sea como fuere, Schuster ficharía más tarde por el Real Madrid, en señal de despecho. El Madrid de Ramón Mendoza. Mendoza juega un papel crucial en lo que a Duckadam le sucedería más tarde, una vez había hecho a su equipo campeón de Europa de un modo inverosímil e irrepetible en la historia. Mendoza fue con toda seguridad una de las personas que más celebró la derrota del Barcelona, como era de esperar. Y a partir de aquí rumor, leyenda y realidad se mezclan para dar luz a un relato oscuro, sangriento, doloroso y nunca corroborado por sus protagonistas.
Cuenta la historia que tras parar todos los penaltis al Barcelona, Helmuth Duckadam recibió como presente un Mercedes. El remitente provenía de Madrid y estaba a nombre de Ramón Mendoza, que le agradecía de tan vistoso modo su gesta. Duckadam recibió el regalo y el Gobierno rumano, el de Nicolae Ceauşescu, uno de los más sanguinarios títeres soviéticos en la Europa del Este durante la Guerra Fría que moriría fusilado por su propio pueblo en 1989, le llamó la atención. Para el frío y controlador gobierno comunista no era permisible que alguien, por más héroe nacional que fuera, ostentara semejante lujo capitalista en aquel paraíso socialista. Así que exigió a Duckadam que devolviera el automóvil ante la previsión de represalias por parte del aparato de Estado rumano. Duckadam se negó.
La versión oficial es que Duckadam tuvo que dejar el fútbol poco después por una trombosis. Regresaría tres años más tarde para jugar en el Vagonul Arad, un modestísimo conjunto rumano. La versión extraoficial cuenta que la policía de régimen de Ceauşescu, cumpliendo órdenes de las altas esferas de la cúpula de gobierno, buscó a Duckadam, lo apresó y delicadamente le rompió, uno a uno, los dedos con los que había parado todos los penaltis que aquella noche primaveral de Sevilla le habían lanzado. Los diez, hasta dejarle inutilizadas las manos. Hoy en día Duckadam tiene artrosis y nunca ha confirmado o desmentido esta historia. Tampoco Ramón Mendoza.
Más tarde llegaron los noventa, el Barça se proclamaría campeón de Europa de una vez por todas, el Milan forjaría un nombre de leyenda, Marsella, Estrella Roja y Borussia Dortmund serían los últimos outsiders en rellenar la ilustre lista de históricos campeones de la competición, el fútbol se mercantilizaría, los equipos suizos, finlandeses o belgas desaparecerían del mapa, el romanticismo se perdería, la Copa de Europa pasaría a llamarse Champions League y nadie se acordaría de Duckadam. Hasta 2010, cuando el legendario portero, obligado a vender los guantes de aquella final al pasar por importantes penurias económicas, alcanzaría la presidencia del Steaua de Bucarest, aún con su impertérrito bigote. Y con sus diez dedos. Los mismos que le valieron una brillante cara y una supuesta y oscura cruz en su vida.
Lectura recomendada | Anexo: Copa de Campeones de Europa 1985-86, Helmuth Duckadam, Liga de Campeones de la UEFA, Nicolae Ceauşescu, Bernd Schuster (Wikipedia) | El fútbol y la guerra fría. Helmut Duckadam: ¿víctima de Ceaucescu? (Notas de Fútbol) | Duckadam vuelve al lugar del crimen (As) | Duckadam y la tiranía de Ceaucescu (Fútbol and Soccer) | Llega el 'soci' 115.088 (El Mundo) | Duckadam appointed Steaua president (FIFA)
Imagen | Cahiers du football | Fútbol de Primera | UEFA | Historia del fútbol en imágenes
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jueves, 21 de abril de 2011
El Viejo Negocio: Barcelona, Madrid y sus mitos políticos
Por su parte Rafael Sánchez-Guerra y sobretodo Antonio Ortega son dos de los presidentes más desconocidos de la historia del Real Madrid. El primero fue un político izquierdista durante la II República que pese a ello (¿O quizás a causa de ello?) fue elegido por abrumadora mayoría presidente del entonces Madrid CF. Tras la guerra sufrió la represión en las cárceles franquistas y acabó huyendo a Francia donde formó parte del Gobierno Republicano en el exilio. Antonio Ortega era un coronel del Ejército Popular Republicano, militante comunista y madridista reconocido. Fue el Presidente del Madrid CF durante gran parte de la Guerra Civil y al finalizar esta fue detenido y “desaparecido” como tantos otros. Estas historias no son conocidas, y no lo son por dos razones. Por un lado porque rompen la historia ideal, porque el Real Madrid son “los malos de la película”, los reaccionarios y beneficiados por el poder, esa sombra pondría en cuestión esa dicotomía que a tantos alimenta. Y por otro lado porque al propio Real Madrid, al menos a sus dirigentes, no les interesa, están contentos en el papel que les toca jugar en esta historia y no tienen ninguna intención de reivindicar esas figuras. Ortega ni siquiera tiene un hueco en la web oficial del Real Madrid junto al resto de presidentes.
Lo arriba citado es un breve relato desmitificador en Los Ideales del Gol, un excelente blog que mezcla sociedad, política y fútbol cómo sólo en la vida real se entremezclan ambos términos entre sí. En el artículo se desglosan ejemplos de episodios que ponen en entredicho la tradicional imagen sociopolítica tanto de Real Madrid como de Barcelona con una conclusión final sencillamente insuperable.
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El Madrid se reinventa diecisiete años después
Andrés Pérez | En un partido descomunal, legendario, disputadísimo, agrio, sucio, enquistado y brillante, el Madrid se reinventó a sí mismo para conquistar la Copa del Rey diecisiete años después de que lo hiciera por última vez. Lo hizo ahogando al Barça, planteando un partido extenuante en la parcela física, doblando cada ayuda en defensa, concentrado en cada acción y disputando cada balón como si el devenir de la final dependiera de él. No le caben reproches al esquema táctico de Mourinho, de nuevo sagaz, ni a la ejecución práctica de los futbolistas del Madrid, que, y he aquí la noticia, lograron anular durante más de medio partido la capacidad ofensiva del Barcelona. Lo que en un principio no era más que una utopía, el Madrid lo hizo realidad. Hizo de su partido un súmum de decisiones acertadas a costa del Barça, a ratos brillante, impotente en el plano físico y perdido en lo superfluo.
Vaya por delante que la consecución del título por parte del Madrid no obedece a demérito ajeno sino a la exaltación de las virtudes propias. Lejos de cualquier maniqueísmo, la contraposición de estilos deparó un choque excesivamente vibrante, chispeante por momentos, pasado de revoluciones en ocasiones, precioso en su tónica general por la intensidad con la que se jugó por ambos bandos. Tanto Barcelona como Madrid jugaron un partido excelso determinado en una de las muchas acciones que podían haber sido el punto de inflexión y que no fueron: un cabezazo superlativo de Cristiano Ronaldo, suspendido en el aire como los mejores cabeceadores de siempre, tras una combinación en la banda izquierda entre Di María y Marcelo cuando el Madrid conseguía equilibrar la balanza tras cuarenta y cinco minutos a contracorriente víctima de su propia condición humana, impotente en lo físico y aferrado a la genialidad del impasible y eterno Iker Casillas, determinante un día más, una final más, un torneo más. Su palmarés es ya de leyenda.
Decíamos ayer que todo el problema del Madrid el sábado pasado no fue tanto el planteamiento defensivo como el ofensivo, puesto que al juntar tanto las líneas el Madrid perdía el hilo en ataque y llegaba esporádicamente, sin orden ni continuidad, fruto más bien del inevitable cese de espacios del Barcelona antes que de la capacidad ofensiva de sus delanteros. Mourinho solucionó tal problema adelantando las líneas varios metros. El planteamiento del Madrid fue el mismo que ejecutó en el Bernabéu días atrás solo que más cerca del área de Pinto. Las recuperaciones ahora serían un peligro inminente para el Barcelona y el inicio de las jugadas del conjunto de Guardiola distaría demasiado de la zona de peligro de sus mejores jugadores. Dicho y hecho, con un Pepe omnipresente ejerciendo de delantero, centrocampista llegador y destructor a un mismo tiempo, el Barcelona no se encontró.
Se perdió en la maraña táctica que creó Mourinho, Xabi Alonso y Khedira estelares en las ayudas a sus centrales, así como Ozil y Di María, carrileros y extremos a partes iguales, interiores en defensa cuando Messi o Iniesta acudían a sus bandas, emparejándose con Alves o Adriano cuando éstos subían. El Barça no iniciaba las jugadas con fluidez, sus delanteros no exigían el balón al espacio, Messi pecaba de intrascendente lejos del área de Casillas e Iniesta y Xavi sólo encontraban enemigos cuando levantaban la cabeza. Fue el peor primer tiempo del Barcelona de Guardiola, que a excepción de un lejano disparo y varios saques de esquina fue incapaz de crear peligro a Casillas. No así el Madrid, que rascó abajo y buscó con efusividad a Ronaldo, anoche de ariete, por medio de Ozil. Llegaba más el Madrid, en una ocasión Ronaldo disparando seco para que Pinto repeliera y en otra Pepe elevándose por encima de Alves rematando al palo cuando todo parecía indicar que el balón terminaría en la red.
Se había reinventado el Madrid y había descubierto debilidades en el Barcelona, intimidado en el plano físico y desnortado en la creación de su fútbol, demasiado lejos, demasiado previsible, demasiado lento, demasiados rivales. Mourinho hizo de su defensa una trinchera y Villa murió en ella, perdido en sus propias disputas incluso cuando, ya en la segunda parte, el Barça confirmó que la capacidad de resistencia del Madrid, incluida la de un grandioso Pepe, era humana. Por tendencia natural, el equipo del técnico portugués se había inmolado persiguiendo centrocampistas, presionando, corriendo hacia atrás y lanzando a sus delanteros. Cuando los pulmones fallaron, apareció Iniesta y dotó de sentido al hasta aquel momento ineficaz ataque del Barça.
Iniesta comenzó a levitar sobre el césped de Mestalla y acercó a su equipo al área de Casillas. Para entonces el Barça había eliminado cualquier rastro de la capacidad ofensiva del Madrid. Para entonces Ramos y Carvalho eran los mejores soldados con los que se podía compartir trinchera, imperiales ambos. Junto a ellos Casillas, genio hasta la tumba. Siempre guiado por Iniesta, clarividente y suave como en sus mejores ocasiones, el Barça se encontró hasta en tres ocasiones con Casillas. Primero Messi, más tarde Pedro y finalmente el propio Iniesta, en un paradón inverosímil del arquero madrileño. Corría el minuto 70 y parecía cuestión de tiempo que el Madrid, sólido atrás pero un trapo en manos de Iniesta y de un revitalizado Messi, sucumbiera ante el aluvión de paredes, velocidad en los metros finales y capacidad creativa del Barça. Sin embargo la luz se apagó. También para el Barça. Y lo que restó después fue supervivencia.
Porque el Madrid se reinventó de nuevo y extrajo fuerzas no se sabe muy bien de donde para asustar en dos ocasiones a Pinto, la última Di María, maratoniano anoche, mandando el balón a la escuadra. La respuesta de Pinto fue el último acto antes del tiempo de prolongación. Para entonces la batalla a los puntos estaba igualada, el partido era una delicia y el Barça había intentado recuperar el hilo perdido en los últimos minutos de la segunda parte. Lo consiguió a duras penas y nunca en la misma medida apabullante del segundo periodo. Fue el Madrid quien finalmente, en una triangulación esplendorosa entre Marcelo y Di María, encontró el vuelo de Ronaldo para sentenciar la Copa, ya que de ahí al final sería el propio Madrid quien dispusiera de las mejores ocasiones.
Había resucitado el conjunto de Mourinho. Había ganado la Copa merecidamente y había espantado los fantasmas. Más aún: había demostrado que el Barça, uno de los mejores equipos de siempre, es falible. Y ese era el punto de partida necesario para disputarle la hegemonía.
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miércoles, 20 de abril de 2011
La Copa, entre tanto ruido
Andrés Pérez | Se dirime el primer título de la temporada entre Real Madrid y Barcelona y la final llega entre debates identitarios sobre el ser y poder ser del Real Madrid, el auténtico manojo de emociones de este mes fulgurante que enfrentará a ambos equipos cuatro veces. Es algo ya comentado en multitud de ocasiones: el fútbol entiende de variantes y como uno de los mejores entrenadores del planeta que es Mourinho sabe aprovecharlas al máximo. De ahí que ante el Barcelona emplee fórmulas semejantes a las que llevaron a Chelsea y a Inter a casi eliminar y eliminar al mejor equipo del presente sin discusión. Todo esto no tiene nada que ver con la identidad perdida del Real Madrid sino que, más bien, tiene que ver con una doctrina de pensamiento consistente en que el único juego válido para la consecución de títulos debería ser el que practican equipos como el Barcelona o la Selección Española, y que cualquier otra alternativa es una traición.
A todo eso, a su propio entorno mediático y, por descontado, al propio Barcelona, se vuelve a enfrentar el Madrid esta noche. El favorito es el Barcelona por trayectoria reciente, capacidad ofensiva y defensiva, calidad de los jugadores y psicología ganadora. Bien es cierto que es una final y como tal es imprevisible —la Copa se da mucho a ello—, pero en principio y repasando lo que sucedió el sábado —el Barcelona jugó a medio gas cuando tuvo el partido al alcance de la sentencia en la segunda parte— el conjunto de Guardiola saltará al campo dominador y mucho más agresivo e incisivo que en el partido de Liga. Ante él el Madrid, previsiblemente defensivo una vez más, con Pepe atando en corto a Messi y regalando el balón ante la imposibilidad de disputarlo. El sistema defensivo de Mourinho en el Bernabéu fue bastante solvente así que con toda probabilidad repetirá esquema delegando la creación de peligro en los jugadores de arriba. El problema del Madrid es que su planteamiento defensivo acapara parte de ofensivo, utilizando a todos los jugadores de ataque a excepción de Ronaldo en labores de persecución y robo, minando así su físico y su posterior frescura de cara a Pinto, que finalmente será titular como lo lleva siendo toda la Copa.
Todo lo que se salga de este guión será una sorpresa principalmente en lo tocante al planteamiento del Madrid. El Barça piensa ejercer las armas que lleva aplicando tres años. Del Madrid depende demostrar que es una idea mortal y no siempre ganadora. Una nueva victoria del Barça sería un golpe en cierto modo duro para el Madrid de cara a la Copa de Europa y viceversa. La Copa, una vez más, no es intrascendente sino determinante. Y es un placer, a pesar de la incompetencia de la Federación, empeñada en dejar morir este torneo. 21.30, es la hora. No se lo pierdan, cuesta creer que defraude.
Imagen | As
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Digan no a las ruedas de prensa
Andrés Pérez | Desde hace un par de años, coincidiendo con el deterioro progresivo de la calidad de la prensa deportiva, las ruedas de prensa se han convertido en una fuente de noticias inagotables auspiciadas por los propios periodistas. La llegada de Mourinho al banquillo del Madrid supuso para el periodismo deportivo del presente su particular Dorado. Desde entonces cualquier pregunta ha tenido un trasfondo polémico buscando alguna airada contestación de Mourinho, algo mediante lo cual crear una chispa que prenda fuego a los habitualmente ineptos columnistas de los periódicos. Mourinho jamás esquiva una por lo que la temporada ha sido un festín de noticias-rumores y confrontaciones inexistentes. Cuando dicen que el portugués sabe mantener a su plantilla al margen de las polémicas se equivocan por completo: es la prensa quien le hace el trabajo sucio. Si preguntara por fútbol no tendría más remedio que responder sobre fútbol.
Pese a las diferencias que pretenden establecer unos y otros sobre los métodos de actuación de sus respectivas cavernas, en el fondo ambas son dos gotas de agua coloreadas de forma diferente. El contagio no tardó en llegar al Camp Nou. Allí Guardiola también se ha visto repetidamente incordiado por las notoriamente estúpidas preguntas de los periodistas. La final de Copa no iba a ser una excepción. Entre las muchas preguntas que tanto Guardiola como Mourinho respondieron ayer en sus respectivas ruedas de prensa pocas tuvieron como tema preferencial el fútbol. De especial recuerdo son algunas destinadas a Guaridola como «Cuando uno se enfrenta a un equipo que tiene a Pepe, ¿se puede evitar lo que hace este jugador, rozando la violencia en el campo?» o «El discurso victimista de Madrid, que parece haber calado ¿os la bufa, como se dice vulgarmente?», ésta última formulada por un periodista de TV3.
Las ruedas de prensa se han convertido en un espectáculo circense. Han perdido el poco significado que pudieran tener —explicaciones post-partido, publicación de convocatorias, parte de lesionados, evolución del estado anímico de la plantilla, planes tácticos— y por ello mismo deben ser ignoradas. No aportan nada más allá de crispación ficticia y polémicas que tan sólo sirven para rellenar columnas y páginas vacías de contenido. Deben morir. O al menos alguien debe dejarlas morir. Si ya de por sí es soporífero escuchar la mayor parte de tópicos y frases hechas utilizadas por los futbolistas en ellas —la mayoría visiblemente incómodos—, la llegada del periodismo deportivo más sensacionalista las ha terminado por convertir en un engengro. Un monstruo que ensombrece lo que únicamente debería importar: los partidos de fútbol. Digan no a las ruedas de prensa. Por su bien y por el bien de este deporte.
Imagen | El País | Elaboración propia
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martes, 19 de abril de 2011
No se puede fallar tanto
Andrés Pérez | Se puede decir, oficialmente, que el Real Zaragoza no es un equipo que merezca descender a Segunda División. Su partido de anoche ante el Villarreal así lo atesora. Si bien esta afirmación es discutible, parece claro que el Zaragoza es uno de esos equipos que-no-puede-bajar. Se trata de una expresión conocida en la mayor parte de foros futbolísticos y se suele emitir con expresión grave y dicción perfecta, entonando cada sílaba con la seguridad que otorgan los hechos, dando por sentado que cualquier otra opción es una anomalía del destino. No obstante el ser humano, y más aún el ser humano medianamente puesto en materia futbolística, es falible, y en numerosas ocasiones lo que viene después de afirmar que tal-equipo-no-puede-bajar es un descalabro de proporciones espectaculares.
La situación del Zaragoza es una incógnita. Su juego ha mejorado. Circula con fluidez y cierta rapidez en el centro del campo y cuenta ahora con Uche como referencia ofensiva, sin rapidez pero capaz de jugar de espaldas como ningún otro delantero de la plantilla. Fija a los centrales y permite que la línea de medias puntas aletee con relativo grado de libertad frente a la defensa rival. Además Aguirre ha dotado de consistencia defensiva al equipo y, en términos genéricos, ha encontrado el hilo conductor necesario en un club que camina a la deriva y en un grupo de jugadores que se hundía presa del pánico mediático generalizado en la ciudad. No es poco mérito el que cabe atribuir al mexicano y a sus jugadores. Pero en la lucha por la permanencia, una ley de la calle cruel y que se disputa a cara de perro, no es suficiente.
Para salvarse es necesario marcar goles. Pese al empeño y a las buenas intenciones demostradas en Villarreal —hola, adláteres del no hay carácter fuera de casa y con rasmia se soluciona todo— el Zaragoza fue incapaz de superar a Diego López. Uche contó con dos ocasiones inmejorables. Marró las dos. Ponzio y Gabi se adueñaron del centro del campo para desesperación de Rossi y Nilmar, quienes no se encontraban tan abastecidos como quisieran por Cani, Borja o Cazorla, excesivamente ahogados por el sistema defensivo del Zaragoza, que delegaba en uno de sus tres centrales cada carril ofensivo del conjunto amarillo para que Diogo y Obradovic colaboraran en el centro del campo construyendo diques que frenaran la habitual vorágine combinativa del Villarreal. El truco funcionó todo el partido. A pesar del gol.
Tan sólo un punto de dispersión mediada la segunda parte privó al Zaragoza del premio que se auguraba en El Madrigal. Cani y Cazorla se encontraron, y Rossi apareció por el área. Tiró un amago que se tragó Da Silva, se resbaló, se levantó, volvió a tirar un amago y llegó Ponzio arrastrando desde el piso para contactar con el pie de apoyo del italiano. Penalti. Rossi no perdonaría. El Zaragoza se hundía un día más fuera de casa para su propia desesperación. Uche repasaba sus dos ocasiones mentalmente mientras Herrera asistía aquí y allá con la ayuda cómplice de Gabi, Ponzio, Diogo, Lafita o Paredes buscando un empate que deshiciera el despropósito en que se había convertido un partido impecable. Ya al final del partido, en el tiempo de prolongación, Uche se encontró con un balón en el área de Diego López. Un primer control causó pánico en la defensa de Garrido. El segundo se le fue largo. Fue un epílogo perfecto y amargo a su noche y la del Zaragoza.
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lunes, 18 de abril de 2011
Los petrodólares no dan títulos, pero facilitan su consecución
Víctor Úcar | Está más que demostrado que en el fútbol el dinero no lo es todo. Es cierto que ayuda a confeccionar un equipo más competitivo y permite contar con jugadores de más calidad. Sin embargo, y afortunadamente para el fútbol, todavía está prohibido comprar títulos —o al menos jamás ha sido demostrado que algún club haya cometido esta irregularidad en el pasado más inmediato—, y por ello sigue siendo un deporte con algo de emoción. Los dirigentes del Manchester City aterrizaron en Inglaterra en 2008 con la idea de hacer del City una potencia futbolística en la Premier League y también en Europa. Sin embargo, el conjunto celeste continúa sin añadir un solo trofeo a sus vitrinas, repletas de polvo desde los años 70.
Pero tres años después de la llegada de los petrodólares, el vecino «pobre» de Manchester —el United ha sido históricamente el equipo más potente de esta región inglesa, tanto en parámetros económicos como sobre todo deportivos—, tiene por fin la posibilidad de cambiar la tendencia. Es cierto que los red devils tienen la Premier prácticamente en el bolsillo y son favoritos para disputar la final de la Champions contra una de las dos superpotencias de la Liga BBVA —el Real Madrid o el Barcelona—, pero los citizens han logrado algo que hacía mucho tiempo que no conseguían: arrebatarle a su máximo rival la posibilidad de levantar un trofeo; superar el papel de víctima que han desempeñado habitualmente a lo largo de su historia; competir de tú a tú con el vecino «rico»... En definitiva, ser protagonistas por un día en la ciudad de Manchester.
Eso es lo que ocurrió ayer en el majestuoso templo británico de Wembley en las semifinales de la FA Cup, la competición futbolística más antigua del mundo. Los red devils, siempre favoritos en el derby de Manchester, acusaron las ausencias de sus dos estrellas: el delantero de la selección inglesa Wayne Rooney —sancionado por soltar improperios en un partido ante una cámara de televisión— y el veterano y talentoso Ryan Giggs —lesionado tras su magnífica actuación en la vuelta de los cuartos de final de la Champions contra el Chelsea—. Sin duda, dos bajas notables, puesto que se trata de los dos jugadores que mejor entienden este deporte en el conjunto que dirige Sir Alex Ferguson. Por su parte, el City arribaba en Londres con la ausencia de su referente ofensivo, el «apache» Carlos Tévez, posición que Mancini decidió cubrir con el italiano Mario Balotelli, dejando de nuevo a su fichaje estrella del mercado invernal —Dzeko — en el banquillo.
El partido auguraba un clásico choque inglés: las gradas abarrotadas, alternativas para ambas escuadras y mucho músculo e intensidad en el centro del campo. Sin duda, el equipo que fuese capaz de adueñarse de esa parcela del terreno de juego, partiría con una gran ventaja. Y ese es el motivo por el que los citizens consiguieron noquear a sus vecinos. En el primer período ambos conjuntos dispusieron de opciones interesantes, pero nadie se adueñó plenamente del esférico. Es cierto que el City atacaba con más intención que su rival, pero los red devils se agarraban a las siempre peligrosas internadas de Nani por banda y al peligro de su estilete con mayor envergadura, Dimitar Berbatov, en las jugadas aéreas. Sin embargo, en la segunda mitad todo cambió. El marfileño Touré Yaya decidió tomar las riendas de su equipo y, junto a su escudero el holandés De Jong, comenzó a ejercer una dictadura en el centro del campo que ahogó al Manchester United en su propia área. Los de Ferguson se habían quedado sin oxígeno. Y en uno de los intentos por desatascar el juego, Carrick erró un pase al borde del área del United que Touré adivinó a la perfección. El ex jugador del Barça se introdujo en el área y batió a Van der Sar por bajo con un disparo certero. La historia estaba cambiando.
Tras el gol de Touré Yaya, el partido se tornó agresivo, más intenso y muy físico. Mientras los citizens habían salido en el descanso con las ideas muy claras y con el único objetivo de ir a por el partido, el conjunto dirigido por Sir Alex Ferguson, a pesar de estar físicamente en el estadio de Wembley, su actitud mostraba todo lo contrario. Parecía que el ManU no había saltado al césped del histórico campo inglés tras la reanudación, y que seguía en el vestuario. De Jong y Touré Yaya se hicieron dueños absolutos del centro del campo anulando a Scholes y Carrick, que ni siquiera con faltas conseguían arrebatarle la posesión a los musculosos futbolistas que dirige Mancini. Tampoco podemos olvidarnos de la labor de David Silva. Ayer, una vez más, el canario demostró ser el jugador con más calidad sobre el terreno de juego. Gestos sutiles, movimientos inteligentes y pases con una precisión desmesurada permitieron que su equipo le jugase de tú a tú a un Manchester United muy poco consistente y algo desconcentrado. Además, las bandas del conjunto citizen, lideradas por Barry y un omnipresente Kolarov, funcionaron como cuchillas afiladas, para desgracia de los red devils.
Y por si fuera poco, el veterano futbolista del ManU, Paul Scholes, ante la impotencia de ver cómo su equipo era incapaz de hacerle daño a su vecino de Manchester, decidió borrarse del partido a falta de 20 minutos para la conclusión con una entrada criminal y sin ningún sentido —que bien podría haber sido firmada por su mentor y compañero en el centro del campo en sus primeros años de profesional, el irlandés Roy Keane—. Triste final en esta competición para un jugador que ha marcado historia en el club —lleva 17 temporadas y ha afirmado que es probable que se retire el próximo verano— y que es un auténtico referente para la hinchada del United y también para todo el fútbol inglés. Pero paradójicamente, la expulsión del pelirrojo animó a los red devils y amilanó a los citizens. Solo la imprecisión de los de Ferguson pemitió al Manchester City crear algo de peligro en el área de Van der Sar durante los últimos minutos. Nani y el revulsivo Chicharito aportaron electricidad a su equipo y mantuvieron la esperanza hasta el final, aunque ambos sabían que el partido se había perdido en la reanudación debido a una grave falta de actitud de su equipo.
Una locomotora llamada Touré Yaya, bien secundada por sus compañeros, hicieron ayer del City un equipo compacto y difícil de franquear. Una victoria merecida que le permite al Manchester City jugar la final de la FA Cup contra el Stoke City —clasificado tras vencer por 5-0 al Bolton en la otra semifinal— y seguir creciendo como club. Una oportunidad de oro para que los jeques árabes empiecen a estar más tranquilos con sus multimillonarias inversiones —aunque no siempre efectivas—. Una ocasión de ver al vecino «pobre» de Manchester superar por una vez a su máximo rival. Pero la duda está en ver si los citizens serán capaces de aumentar su reducido palmarés o les podrá la presión ante un rival claramente inferior. Lo único que está claro es que, mientras sigan teniendo tanto capital para poder invertir en grandes jugadores, podrán aspirar a títulos con muchas más facilidades que el resto. Y eso, aunque no asegure su consecución, ya es una gran ventaja.
Imagen | Europa Press | Medio Tiempo | El País
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Víctor Úcar
domingo, 17 de abril de 2011
El maniqueísmo que aflora
Andrés Pérez | Ya de medianoche, en una conocida tertulia deportiva radiofónica, un grupo de periodistas pontificaban sobre el partido que enfrentó a Real Madrid y Barcelona con resultado de empate a uno. La mayoritaria opinión de los contertulios era que el Madrid se había traicionando a sí mismo planteando un partido defensivo y renunciando al balón, para gracia de un Barcelona combinativo y más estilizado. Entre los presentes alguno, de marcada tendencia barcelonista, llegó a afirmar visiblemente escandalizado que el césped alto y seco del Bernabéu contribuyó a empeorar el juego del Barcelona. En general, todos los comentarios se dirigían hacia una conclusión implícita: el Madrid se ha comportado de un modo indigno.
En algunas redes sociales, catalizadoras del sentir general de un perfil determinado de población, las palabras viraban en torno a los mismos argumentos y conclusiones. Algunos periodistas de justificada fama afirmaron que el Madrid traicionó su pasado y sus grandes nombres de leyenda. Muchos usuarios anónimos optaron por calificar al Real Madrid de equipo pequeño, comparando su planteamiento en el campo con el del Inter del año pasado en semifinales de la Copa de Europa. Incluso Xavi se animó en la zona mixta, después del partido, y dejó entrever en sus palabras cierto desprecio por el modo en que Mourinho ordenó a sus jugadores. Otro tertuliano contaba perplejo cómo algunos aficionados del Madrid, a la salida del estadio, recordaban ufanos cómo su equipo había conseguido más saques de esquina y ocasiones que el rival a pesar del empate y la posesión. Para dicho tertuliano que a sus aficionados les gustara su equipo no significaba otra cosa que un embrujo, la caída en la tentación propuesta por el diablo ante la imposibilidad de jugar como los ángeles del Barcelona.
El maniqueísmo afloraba y aflora una vez más. La realidad es mucho más simple que todo lo anteriormente teorizado. En realidad, el Madrid no se traicionó a si mismo, a su leyenda o a su historia, ni sus aficionados quedaron secuestrados mentalmente por Mourinho. En realidad, el Madrid jugó del único modo que puede plantar cara al mejor Barcelona de la historia. Esto es: replegándose atrás, regalando un balón entendiendo la inutilidad de disputárselo Xavi, Iniesta y Busquets, y buscando la velocidad de Di María, Ronaldo y Benzema cuando recuperara el balón. El Madrid planteó un partido de fútbol inteligente. Nada o poco tiene que ver con la falta de grandeza esto último, sino más bien con la astucia en la lectura táctica de Mourinho.
No está de más recordar, cuando se acusa al Inter de Milán de comportarse como un equipo inferior, que se habla del vigente campeón de Europa, algo que el Barcelona no es. Comienza a ser aburrido recordar, una vez más, que el fútbol es un deporte rico en matices y que entiende de diversas filosofías para alcanzar una misma meta: el triunfo. No hay ninguna mejor que otra, si acaso más bellas, siempre y cuando quede exenta la violencia. Un planteamiento ofensivo no es más legítimo que uno defensivo per sé. Hasta que no se entienda esto último el absurdo y estéril debate que surge cada vez que Mourinho se enfrenta al Barça no desaparecerá. A fin de cuentas Moruinho no hace sino aplicar el único planteamiento que ha permitido a un equipo frenar al Barça. Quienes le acusan de racanería o de cobardía le exigen al mismo tiempo que se suicide en un cara a cara mortal ante el mejor equipo del mundo.
Da la sensación que el modo de imponerse al Barça debe ser con las mismas armas que el Barça. Cualquier otra forma de buscar la victoria se entenderá como digna de club diminuto y, en caso de consumarse el éxito ante el conjunto superlativo de Guardiola, indigna e ilegítima. O lo que es lo mismo, el Inter ganó la Champions League, sí, pero-lo-hizo-de-aquel-modo, como si su trofeo tuviera menos peso que el conseguido por el Barcelona el año anterior por el hecho de haberlo obtenido de un modo antagónico. Es absurdo. Pretender llevar al fútbol a este extremo es pervertir su esencia y eliminar su belleza. Lo gracioso de este deporte no es perfeccionar un único modo de alcanzar el éxito sino trazar nuevos senderos que lleven a él y contraponerlos. Algún día se terminará exigiendo a la Juventus que juegue como los juveniles del Ajax para no pervertir el fútbol ante rivales de mayor anarquía táctica y alegría ofensiva, algo que en Italia podría causar severos problemas cardíacos a un amplio sector de la población.
La realidad, decíamos. Está muy alejada de las diatribas anteriormente relatadas. El Madrid jugó un buen partido y contó con ocasiones amplias para ganarlo. De hecho dispuso de ocasiones mucho más claras y numerosas que el Barça, incluso una vez Albiol ya había regalado un penalti absurdo a Villa y se había autoexpulsado. La lectura del partido es positiva en cierto modo para el conjunto de Mourinho: ahogó más que nunca la creación del Barça y frenó su caudal ofensivo lejos de la portería de Casillas, cercenando los disparos y las triangulaciones al borde del área. En cierto modo puesto que el Barça dio la sensación de ejecutar sus acciones sin exigirse el máximo. El empate fue un resultado justo y debió esploear la mentalidad madridista ya que puso de manifiesto algunas debilidades del Barcelona en el plano físico, especialmente en su línea defensiva. Nadie debe darse al engaño. Pese a determinados puntos de luminosidad, el Barça sigue siendo un equipo superior porque es mejor equipo. Y sigue siendo el máximo favorito en las dos competiciones restantes.
Recuerden que el ruido esconde las noticias relevantes, y la de ayer y de la que nadie habla es que la Liga está virtualmente sentenciada.
Lectura recomendada | Estilos opuestos, réditos similares (Enrique Ballester en Diarios de Fútbol)
Imagen | El País
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