Andrés Pérez | Reconozco que como espectador neutral los partidos del Atlético de Madrid son un auténtico placer para los ojos. Entiendo que habiendo pagado la entrada o siendo un feligrés más de la reserva se antoje un tanto complicado disfrutar con una de las oficialmente peores defensas del mundo, pero, qué le voy a hacer. No es mi caso. Y los partidos del equipo de Abel Resino dan para unos cuantos esperpentos dignos del propio Valle-Inclán. De hecho, en caso de haber vivido para contarlo, no dudo de que hoy estaría frente a un teclado dispuesto a parodiar la actuación de anoche por parte de la zaga colchonera. Un cúmulo de perfectos despropósitos que, de no ser dramáticos para un equipo de la talla del madrileño, serían considerablemente graciosos. Insisto que, al estar alejado de cualquier sentimiento positivo o negativo hacia dicho club, mi visión se acerca a la que, por no llorar, echa a reír. En un espectáculo tan grotesco la delantera, añado, la magnífica delantera, queda ensombrecida. De nada valen los dos goles del Atlético. El Oporto se lleva otros tantos a su feudo y tiene media eliminatoria ganada. A tenor, siempre, de que no hacerle un gol a este equipo es un pecado. Grave.
Y sin embargo, el partido comenzó a barlovento para el Atlético de Madrid, antaño equipo de Aguirre, antaño un despropósito en defensa sí, pero antaño un equipo ordenado e incluso en ocasiones, solvente. El Atlético, decíamos, encarriló el partido en el minuto dos gracias al gol de Maxi, tras magnífico pase de Agüero, que decidió borrarse del partido hasta su sustitución. Con ventaja en el marcador el equipo del Manzanares dio toda una lección de porqué cualquier gran equipo se basa siempre en la defensa, al igual que cualquier gran mansión depende de los pilares básicos. En este caso la metáfora habla de centrales, y por extensión, de laterales; algo que, desconozco el porqué, el Atlético no ostenta. Carece de centrales y laterales de calidad y eso que fichajes de renombre no faltan. Ahí están Ufjalusi, Heitinga, Pernía, Seitaridis e incluso Pablo. Tipos solventes en sus clubes de origen. El vestuario rojiblanco para los defensas debe ser absolutamente traumático puesto que solo así explicamos la enorme borrachera mental que atesoran todos y cada uno de ellos. En la práctica sin excepción.
Al tiempo que Seitaridis y Antonio López eran la mofa de cualquier espectador, el Oporto mantenía el nivel de sus enemigos. Esto es, fallaba tanto como la defensa rojiblanca. Cada cinco minutos una ocasión clarísima para los delanteros portugueses que, de no ser por Leo Franco, anoche hubieran cuajado una noche gloriosa, histórica, de aquellas que sentencian eliminatorias. Por el contrario decidieron unirse al esperpento madrileño y perdonaron todo aquello que diferencia los equipos ganadores de los perdedores. El Oporto se fue a casa con un empate que pudo ser una victoria por goleada. Para colmo de sus males, cuando logró empatar aprovechando una de las mayores pifias defensivas de la historia de la humanidad futbolística, el Atlético, Forlán mediante, consiguió adelantarse de nuevo, ante la perplejidad de un público que aplaudía sin saber muy bien ni cómo, ni porqué, ni donde, ni cuando, ni especialmente qué. ¿Qué? Eso mismo se preguntaba el equipo mismo. ¿Cómo? No era posible. En absoluto. El Atlético, por méritos propios añado, merecía ir perdiendo entre cuatro y siete cero. Al contrario, vencía.
El sueño duró poco porque el Oporto, en la enésima jugada ofensiva medianamente bien ejecutada y en la enésima empanada mental de Antonio López y Seitaridis, empató por medio de Lisandro López. El empate no se movería y la película de terror para unos y humor para otros continuará en Oporto, donde, si Abel Resino no lo remedia, el Atlético perecerá fruto de su lamentable defensa, indigna de cualquier equipo de Copa de Europa. Me apena escribir esto puesto que los cuatro de arriba del Atlético son jugadores formidables que juntos y en forma conforman una de las mejores delantera de Europa. Pero el mal endémico de su defensa oculta, borra del mapa su buen hacer e incluso ellos mismos se ven afectados ante tal despropósito defensivo. Si bien el partido del Atlético, cambiando radicalmente de tema, era espectacular por lo lamentable, el del Barça no pasó de la categoría de soberano aburrimiento y eso que el tempranero gol de Juninho en una nueva falta y en un nuevo error de Valdés hacían prometer a un espectador neutral un aluvión ofensivo del Barcelona.
En absoluto. Fue el Lyon quien incluso mereció marcar un segundo gol. El Barça, aletargado como camina ante el nuevo sueño madridista de remontada, perdido en su fe y en su estilo, pendiente del equipo blanco más que de sí mismo y poco convincente anoche y el fin de semana pasado en lo puramente futbolístico, se perdió en lo superfluo. Y cuando tu juego de toque se pierde en lo superfluo corre el riesgo de ser estéril y ridículo. Así sucedió. Benzema y el resto del Lyon pudieron sentenciar el partido a costa de los errores ofensivos del Barça pero no lo hicieron y cuando el equipo de Guardiola reaccionó consiguió empatar. No de manera brillante, ni siquiera con una mejoría cuantiosa respecto al primer tiempo, pero sí de una manera solvente y fiable, la suficiente como para llegar a la vuelta con un empate relativamente beneficioso. El gol de Henry, tras despiste monumental de Cris en el segundo palo en un córner, sirvió de bálsamo y no desatará ni las críticas ni la desesperación. Pero por momentos flotó en el aire. En la cabeza de Guardiola. Son humanos y los bajones psíquicos y físicos son inherentes a ellos mismos, pero haría bien Pep en dar por terminado el respiro y volver a la brillante senda del triunfo. Por su bien.
Vía | Wikipedia, As
Imagen | El Mundo
Más que Fútbol ● 2009
Y sin embargo, el partido comenzó a barlovento para el Atlético de Madrid, antaño equipo de Aguirre, antaño un despropósito en defensa sí, pero antaño un equipo ordenado e incluso en ocasiones, solvente. El Atlético, decíamos, encarriló el partido en el minuto dos gracias al gol de Maxi, tras magnífico pase de Agüero, que decidió borrarse del partido hasta su sustitución. Con ventaja en el marcador el equipo del Manzanares dio toda una lección de porqué cualquier gran equipo se basa siempre en la defensa, al igual que cualquier gran mansión depende de los pilares básicos. En este caso la metáfora habla de centrales, y por extensión, de laterales; algo que, desconozco el porqué, el Atlético no ostenta. Carece de centrales y laterales de calidad y eso que fichajes de renombre no faltan. Ahí están Ufjalusi, Heitinga, Pernía, Seitaridis e incluso Pablo. Tipos solventes en sus clubes de origen. El vestuario rojiblanco para los defensas debe ser absolutamente traumático puesto que solo así explicamos la enorme borrachera mental que atesoran todos y cada uno de ellos. En la práctica sin excepción.
Al tiempo que Seitaridis y Antonio López eran la mofa de cualquier espectador, el Oporto mantenía el nivel de sus enemigos. Esto es, fallaba tanto como la defensa rojiblanca. Cada cinco minutos una ocasión clarísima para los delanteros portugueses que, de no ser por Leo Franco, anoche hubieran cuajado una noche gloriosa, histórica, de aquellas que sentencian eliminatorias. Por el contrario decidieron unirse al esperpento madrileño y perdonaron todo aquello que diferencia los equipos ganadores de los perdedores. El Oporto se fue a casa con un empate que pudo ser una victoria por goleada. Para colmo de sus males, cuando logró empatar aprovechando una de las mayores pifias defensivas de la historia de la humanidad futbolística, el Atlético, Forlán mediante, consiguió adelantarse de nuevo, ante la perplejidad de un público que aplaudía sin saber muy bien ni cómo, ni porqué, ni donde, ni cuando, ni especialmente qué. ¿Qué? Eso mismo se preguntaba el equipo mismo. ¿Cómo? No era posible. En absoluto. El Atlético, por méritos propios añado, merecía ir perdiendo entre cuatro y siete cero. Al contrario, vencía.
El sueño duró poco porque el Oporto, en la enésima jugada ofensiva medianamente bien ejecutada y en la enésima empanada mental de Antonio López y Seitaridis, empató por medio de Lisandro López. El empate no se movería y la película de terror para unos y humor para otros continuará en Oporto, donde, si Abel Resino no lo remedia, el Atlético perecerá fruto de su lamentable defensa, indigna de cualquier equipo de Copa de Europa. Me apena escribir esto puesto que los cuatro de arriba del Atlético son jugadores formidables que juntos y en forma conforman una de las mejores delantera de Europa. Pero el mal endémico de su defensa oculta, borra del mapa su buen hacer e incluso ellos mismos se ven afectados ante tal despropósito defensivo. Si bien el partido del Atlético, cambiando radicalmente de tema, era espectacular por lo lamentable, el del Barça no pasó de la categoría de soberano aburrimiento y eso que el tempranero gol de Juninho en una nueva falta y en un nuevo error de Valdés hacían prometer a un espectador neutral un aluvión ofensivo del Barcelona.
En absoluto. Fue el Lyon quien incluso mereció marcar un segundo gol. El Barça, aletargado como camina ante el nuevo sueño madridista de remontada, perdido en su fe y en su estilo, pendiente del equipo blanco más que de sí mismo y poco convincente anoche y el fin de semana pasado en lo puramente futbolístico, se perdió en lo superfluo. Y cuando tu juego de toque se pierde en lo superfluo corre el riesgo de ser estéril y ridículo. Así sucedió. Benzema y el resto del Lyon pudieron sentenciar el partido a costa de los errores ofensivos del Barça pero no lo hicieron y cuando el equipo de Guardiola reaccionó consiguió empatar. No de manera brillante, ni siquiera con una mejoría cuantiosa respecto al primer tiempo, pero sí de una manera solvente y fiable, la suficiente como para llegar a la vuelta con un empate relativamente beneficioso. El gol de Henry, tras despiste monumental de Cris en el segundo palo en un córner, sirvió de bálsamo y no desatará ni las críticas ni la desesperación. Pero por momentos flotó en el aire. En la cabeza de Guardiola. Son humanos y los bajones psíquicos y físicos son inherentes a ellos mismos, pero haría bien Pep en dar por terminado el respiro y volver a la brillante senda del triunfo. Por su bien.
Vía | Wikipedia, As
Imagen | El Mundo
Más que Fútbol ● 2009