lunes, 31 de enero de 2011

La losa del Camp Nou


Andrés Pérez | Al tiempo que Camuñas empujaba el balón a la red, al Real Madrid se le agotaban las expectativas de ganar la Liga. En Pamplona el conjunto de Mourinho se mostró psicológicamente endeble, corto de efectivos y nulo de ideas en ataque, colapsado no se sabe muy bien si por la ausencia de Xabi Alonso, el infierno que supone acudir al Reyno de Navarra o la presión que le debe suponer jugar, últimamente, conocedor de la victoria del Barça de antemano. Quizá sean los factores definitorios o quizá sean coyunturales. Quizá el equipo no está preparado aún para hacer frente a un Barça estratosférico que camina a golpe de goleada hacia su tercera Liga consecutiva.

Desde que Casillas encajara cinco goles en el Camp Nou con la consiguiente y comprensible humillación nacional de los pupilos de Mourinho, el Real Madrid no ha levantado cabeza. Curiosamente una de las principales características históricas de las plantillas del portugués ha sido la fortaleza psicológica, algo que a estas alturas de temporada no parece disfrutar el Madrid. Y digo parece puesto que es enero y las posibilidades de una resurrección en forma de remontada inverosímil a modo de la temporada 2006/2007 existen. Son remotas habida cuenta del estado de forma del Barcelona, pero existen, puesto que esto sigue siendo un deporte y la lógica un inconveniente muy molesto para la épica. Psicología, decíamos: el rendimiento post-Camp Nou sólo se puede calificar como decepcionante.

Previo al paso por el campo del Barça, el Madrid era un equipo ciertamente efectivo. Y hasta cierto puto espectacular. No está de más recordar alguna que otra goleada en el Bernabéu o las excelentes sensaciones que transmitió en algunas fases de la recta final de 2010, con un Di María en estado de gracia, Ronaldo haciendo goles día tras día y un centro del campo perfectamente engranado, Xabi Alonso al mando, Khedira en la destrucción y Ozil creciendo a cada jornada. Aquel era un Madrid impetuoso, voraz, enérgico que sumía a sus rivales en una espiral de frenesí apta únicamente para conjuntos físicamente portentosos a un tiempo que técnicamente irreprochables. No era lo que, con toda seguridad, aspiraba a conseguir Mourinho, no aún, pero se le acercaba.

De aquel conjunto queda poco. Físicamente el Madrid está hundido, qué mejor prueba de ello que el episodio de Pamplona, con todos los titulares hundidos en enero y sin algún revulsivo de nivel en el banquillo. La plantilla parece ser corta a estas alturas de la temporada puesto que, oh, sorpresa, jugadores como Lass o Granero no dan el perfil, Kaka' sigue sin aparecer, Benzema es intermitente y Canales o Pedro León son inexistentes. La cuesta de enero, dicen. Moral y físicamente el Madrid está, a día de hoy, a más de 7 puntos de un Barça que va con la directa y al que le resta contar días en el calendario para, de seguir así todo, proclamarse campeón.

Lo cual es profundamente aburrido.

Lectura recomendada | El Madrid precisa más que un 'nueve' (José Sámano en El País)

domingo, 30 de enero de 2011

Fidelidad


Andrés Pérez | Se trata del eterno dilema de cualquier jugador idolatrado por una grada: la fidelidad o la búsqueda del éxito individual aun a costa de sacrificar los sentimientos. Éstos, siempre traicioneros en un deporte tan dado a los excesos emocionales como el fútbol, se tornan en la disyuntiva dramática de cualquier futbolista que, como Torres, aspira a ser mejor gracias a sus compañeros y no a pesar de ellos.

Saltaba la noticia durante la semana pasada: Fernando Torres solicitaba un transfer request al Liverpool, esto es, una petición de rescisión de contrato vía amistosa, por acuerdo de ambas partes. El Liverpool, claro, la desestimó, inmerso como se halla en una crisis institucional como no al sufría en años, séptimo en la tabla, lejos de cualquier título, sin rumbo en el terreno de juego. Los nuevos directivos no pueden permitirse tamaña afrenta: si se va Torres, que no sea porque no han hecho todo lo posible. A dos niveles: tanto el fútbolistico, tal y como es Torres un delantero excelso y letal en las áreas inglesas, donde la velocidad y el pensamiento instintivo premian físicos privilegiados como el del madrileños, como el sentimental, dado que Torres es Liverpool's number nine, un idolatrado jugador que desde su llegada se ha hinchado a meter goles para Anfield.

El caso de Torres es uno más, paradigmático como sólo el Liverpool puede serlo de la brutal fuerza motriz que capitaliza el fútbol: las emociones. No se trata el club del norte de Inglaterra uno cualquiera en este sentido ya que hablamos del, posiblemente, uno de los conjuntos con más carga simbólica de todo el planeta, roja su indumentaria en una ciudad obrera que sufrió como pocas el desaforado crecimiento industrial de principios de siglo en el país anglosajón, la posterior crisis tras la Segunda Guerra Mundial y el proceso regresivo de finales de los 70 y principios de los 80. En Liverpool ser fiel a la gente, puesto que la gente es el club, no es una opción sino, directamente, una responsabilidad, máxime cuando encabezas los cánticos de The Kop. Torres se ve reflejado aquí, de un modo extremo, en cualquier futbolista amado por un grupo de aficionados.

El éxito individual o el placer introspectivo de la fidelidad. He aquí la cuestión. Totti en Italia es un buen ejemplo de cómo un talento fuera de serie desprecia todo lo ajeno al club de toda su vida, la Roma. El Del Piero del Juventus en sus horas más bajas también. Otros tipos como Giggs o Scholes, como Lampard o Terry, como el propio Gerrard en Liverpool, como Casillas o Raúl en el Madrid, como Xavi o Iniesta en el Barça. Jugadores simbólicos que en algún momento de sus carreras han tenido que decidir: mi casa o el éxito. Toda su carga metafórica les ha dejado siempre en el mismo lugar. ¿Se puede ser eternamente fiel?

En Liverpool quizá, en otro tiempo, en otra época, en otro fútbol, menos globalizado, menos exigente, menos mediatizado, en otro jugador, a fin de cuentas. Torres ya tiene ocupado su corazón y mal que le pese a la visceral afición scourser, no creo que dude una vez más en dejar de lado a su club. Solo que no es su club. Era el Liverpool su meta al éxito, y desaparecida toda perspectiva de ésta a corto plazo no tiene mayor motivo para seguir vistiendo los colores rojos que un leve, etéreo y culpable sentimiento de fidelidad. Algo insuficiente cuando ya en su día abandonó el Atlético de Madrid por la lógica ambición que exige el éxito.

Lectura recomendada | Anfield, puertas del oeste (Pol Gustems en Diarios de Fútbol)