Andrés Pérez | No le será ajeno a cualquier delantero que se desempeñe en España el concepto del central marrullero. Se trata de una especie de defensor abundante en los terrenos de juego nacionales a cualquier nivel, ya sea en cadetes, juveniles o senior. Bordeando el estrecho borde legal que separa lo permisible de lo inaccesible, se muestran altivos y marcan su territorio a base de amedrentar al delantero rival. Sutilmente: una breve tarjeta de bienvenida en forma de zancadilla de espaldas al árbitro, un empujón leve e inocente en un córner, cierto codo sobrevolando la testa del rival, formas variadas de provocación verbal, etcétera. Se pueden hacer una idea.
Es, de largo, el defensa más odioso y odiado. A falta de virtudes que exasperen al delantero dadas sus innatas dotes al corte o en la anticipación, el central marrullero se fortifica bajo un manto de violencia intuida. Intimidación, en suma. Insoportable, desde luego, puesto que basa su talento en una fuerza nada relacionada con el deporte o el talento. A David Navarro, defensa central del Valencia que en los dos últimos años ha encontrado el sitio en la zaga levantina que jamás pudo encontrar en tiempos anteriores y que pasó a la fama por uno de los actos más cobardes que se recuerdan en un campo de fútbol, se le acusa ahora de ejercitar las nobles artes del defensa marrullero.
En Italia, por descontado, a David Navarro se le aplaudiría la gracia como se le ha aplaudido en innumerables ocasiones a Gattuso o Materazzi, auténticos genios del arte de la intimidación. Navarro, ayer domingo en casa del Athletic de Bilbao, mostró su mejor repertorio en un salto con Fernando Llorente: ante la imposibilidad de ganarle en el juego aéreo decidió sacar a pasear un codo, impactando en la testa del delantero riojano para, posteriormente, fingir un choque casual, lances del juego, cosas veredes amigo Sancho. Tanto Llorente como Navarro terminaron el partido con una amarilla, para indignación del delantero y de Javi Martínez, centrocampista que previamente había terminado sangrando tras cruzarse en el camino de Navarro.
La acción de Navarro ha causado la reacción de Llorente, harto, dice, de este tipo de ejemplares defensivos. Navarro es el último en llegar, huelga decir, a una larga y reciente lista de tipos admirablemente odiosos, aquellos que hicieron de la tarea defensiva un arte alejado del fútbol. Ahí van unos cuantos nombres que bien les sonarán a todos: David Albelda, Rubén Baraja, Carlos Marchena, Javi Navarro, Gabriel Heinze, Pablo Alfaro, Matteo Contini, el ya citado Marco Materazzi, Lúcio, y unos cuanto centrocampistas dignos de este ránking. Son aquellos maravillosos marrulleros, leyenda indeleble del fútbol pasado y futuro.
Ante la actitud de David Navarro & cía el árbitro poco puede hacer, en realidad. Es arte puesto que la maestría de bordear el filo de la ley y en pocas ocasiones ser castigado no merece otro calificativo. El árbitro se extralimitaría en sus funciones penalizando un comentario o un laxo empujón. La solución es la misma que a tantos otros males inextirpables, en apariencia, del fútbol: una educación de base que apueste a partes iguales por el deporte, el respeto y la competitividad. Algo inalcanzable a día de hoy a juzgar por el ambiente de cualquier partido entre equipos juveniles de su ciudad más cercana.
Imagen | RTVE.es
Es, de largo, el defensa más odioso y odiado. A falta de virtudes que exasperen al delantero dadas sus innatas dotes al corte o en la anticipación, el central marrullero se fortifica bajo un manto de violencia intuida. Intimidación, en suma. Insoportable, desde luego, puesto que basa su talento en una fuerza nada relacionada con el deporte o el talento. A David Navarro, defensa central del Valencia que en los dos últimos años ha encontrado el sitio en la zaga levantina que jamás pudo encontrar en tiempos anteriores y que pasó a la fama por uno de los actos más cobardes que se recuerdan en un campo de fútbol, se le acusa ahora de ejercitar las nobles artes del defensa marrullero.
En Italia, por descontado, a David Navarro se le aplaudiría la gracia como se le ha aplaudido en innumerables ocasiones a Gattuso o Materazzi, auténticos genios del arte de la intimidación. Navarro, ayer domingo en casa del Athletic de Bilbao, mostró su mejor repertorio en un salto con Fernando Llorente: ante la imposibilidad de ganarle en el juego aéreo decidió sacar a pasear un codo, impactando en la testa del delantero riojano para, posteriormente, fingir un choque casual, lances del juego, cosas veredes amigo Sancho. Tanto Llorente como Navarro terminaron el partido con una amarilla, para indignación del delantero y de Javi Martínez, centrocampista que previamente había terminado sangrando tras cruzarse en el camino de Navarro.
La acción de Navarro ha causado la reacción de Llorente, harto, dice, de este tipo de ejemplares defensivos. Navarro es el último en llegar, huelga decir, a una larga y reciente lista de tipos admirablemente odiosos, aquellos que hicieron de la tarea defensiva un arte alejado del fútbol. Ahí van unos cuantos nombres que bien les sonarán a todos: David Albelda, Rubén Baraja, Carlos Marchena, Javi Navarro, Gabriel Heinze, Pablo Alfaro, Matteo Contini, el ya citado Marco Materazzi, Lúcio, y unos cuanto centrocampistas dignos de este ránking. Son aquellos maravillosos marrulleros, leyenda indeleble del fútbol pasado y futuro.
Ante la actitud de David Navarro & cía el árbitro poco puede hacer, en realidad. Es arte puesto que la maestría de bordear el filo de la ley y en pocas ocasiones ser castigado no merece otro calificativo. El árbitro se extralimitaría en sus funciones penalizando un comentario o un laxo empujón. La solución es la misma que a tantos otros males inextirpables, en apariencia, del fútbol: una educación de base que apueste a partes iguales por el deporte, el respeto y la competitividad. Algo inalcanzable a día de hoy a juzgar por el ambiente de cualquier partido entre equipos juveniles de su ciudad más cercana.
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