Andrés Pérez | Como es de costumbre en este país al mínimo síntoma de debilidad que la selección española, la misma que ha batido todos los récordos de victorias consecutivas, partidos invicta y para colmo de bienes se ha proclamado campeona de Europa, ha mostrado el fatalismo ha resurgido. España cayó frente a Estados Unidos y se despidió tercera de la Copa Confederaciones gracias a que Güiza salvó los muebles frente a Sudáfrica en el partido del tercer y cuarto puesto, una patraña de la FIFA. La selección se despide del país africano con un balance desolador. Del buen juego ni rastro, de los goles tan sólo ante Nueva Zelanda y de partidos frente a selecciones presumiblemente rivales en el Mundial nada. Cero. Niet. En efecto no es una buena noticia. España ha llegado cansada y desmotivada a un torneo desprestigiado cuyo único aliciente es medirse a rivales de la talla de Brasil. Siquiera ese objetivo ha sido conseguido por lo que sin paliativos se puede decir que el paso del conjunto de Del Bosque por la competición ha sido un estrepitoso fra-ca-so.
Ahora bien. No seré yo quien dilapide ahora a la selección que hace un año obtuvo el cetro europeo. No sería justo ni real aunque haya carencias notables a pulir. Conviene empezar por los fallos, ya saben, para invitar al optimismo una vez analizados los problemas. Del Bosque no es Aragonés, no es ninguna novedad pero es lo más concluyente que se puede extraer de la estancia en Sudáfrica. Quien antaño ganara la Copa de Europa con el Madrid ni ha mantenido la línea de su predecesor ni la ha mejorado. En la Eurocopa, España jugaba con tres mediapuntas cuando no eran cuatro con la inclusión de Fábregas. Todos ellos por delante de Senna, un único recuperador. A priori una tarea imposible y un suicidio futbolístico. Sin embargo en la abrumadora posesión de balón y en la exhuberante calidad de los mediapuntas residió la clave del éxito. La mejor defensa era un buen ataque y España no sufrió en la retaguardia ni en semifinales ni en la final. Todo un logro, toda una lección de fútbol.
Sin embargo la llegada del Del Bosque ha enterrado en cierto modo la utopía de un centro del campo poblado de jugadores aparantemente incompatibles. Incompetibles puesto que, en teoría, reúnen características semejantes y se mueven en la misma franja del campo. En teoría, no en la práctica. La utopía la confirmó Luis en Viena: se puede jugar con cuatro genios a la vez, sin atender a las bandas ni al tacticismo. Del Bosque en esta Copa y como venía haciendo no ha hecho más que enterrar el sueño de quienes creen en un fútbol plenamente preciosista. Es cierto que faltaba Iniesta y que Silva no estaba en su mejor nivel, pero no es menos cierto que la posición de Villa no ha sido tan retrasada como lo fue en los primeros compases de la Eurocopa o que Xavi ha jugado retrasadísimo, prácticamente a la altura de Xabi Alonso. El espíritu de posesión se mantenía, pero sin el fútbol asociativo de antaño, sin toda una amalgama de jugones alrededor del área. El toque se ha retrasado hacia el medio campo y por tanto, ha aumentado el peligro de no hacer daño a defensas parapetadas frente a su portería.
Tal esquema provoca que Xavi tenga que recorrer mucho campo para asistir a los delanteros, Villa y Torres, ahogados y sin espacios. A excepción de Nueva Zelanda, todos los equipos se han sabido defender de España. No hablamos de selecciones de estima, en absoluto. Sudáfrica, Irak y Estados Unidos. Ante ese panorama, ante un bloqueo insalvable, las bandas se han presentado como la única vía de escape. Así se ganó a Irak, con un centro de Capdevilla y así llegó una y otra vez España al área de Estados Unidos, por medio de Sergio Ramos. Bien, está Torres, dirán los más optimistas. Pero no basta. Torres es un gran cabeceador pero está solo, abandonado a su suerte entre dos o tres centrales tan fuertes y altos como él. Los demás no dan la talla en el área, no nacieron para ello, edifican su fútbol en el balón al suelo, en bajar la pelota al piso, no en la guerra aérea.
Los mediapuntas no han existido esta vez. Hemos pasado de cuatro a cero. Xavi no lo era puesto que jugaba prácticamente a la par de Xabi Alonso. Riera es extremo y Cazorla ha estado por completo desaparecido, por no hablar de Fábregas, quien fue el mejor frente a los americanos pero fue sustituido. Sobre él recaía la misión de enlazar con Villa y Torres pero el esquema de Del Bosque le desplazaba hacia la derecha, perdiendo la asociación adecuada con Xavi. Del fútbol de toque y un socio en cada esquina hemos pasado a la soledad de cada uno de sus componentes. He ahí la clave del fracaso. Porque no conviene engañarse. España ha fracasado.
Sea como fuere la inesperada eliminación no ha de ser necesariamente un drama. Se ha hecho mal pero hay razones de peso para creer que tal desastre no se repetirá en el Mundial. Por lo pronto, la temporada ha hecho mucho daño a determinados jugadores, como los del Barça, agotados, fulminados tras una temproada extenuante. Es posible que el próximo año tal situación se repita, pero entendamos que la temporada terminará mucho antes. Para todos. El grupo tiene calidad, está unido, y a pesar de todo, a pesar del fatalismo imperante, de los medios de comunicación morbosos y lamentables intentando vendernos que la leyenda negra resucita y que la Eurocopa fue flor de un día, seguimos estando ante la mejor generación de futbolistas que este país haya contemplado jamás. Faltaba Iniesta, faltaba Senna, faltaba Silva mentalmente a pesar de su presencia constante en el banquillo. Faltaban los pilares básicos, la filosofía, el espíritu y sobre todo la motivación necesaria para afrontar un torneo de estas características. Conviene pulir los errores sin perder la perspectiva. El equipo sigue siendo el mismo. Su fútbol no ha variado. Del Bosque tendrá que aprender de esta experiencia. Obviando la contumaz estupidez de la leyenda negra.
Vía | El País, Marca, Más que Fútbol
Imagen | Marca
Ahora bien. No seré yo quien dilapide ahora a la selección que hace un año obtuvo el cetro europeo. No sería justo ni real aunque haya carencias notables a pulir. Conviene empezar por los fallos, ya saben, para invitar al optimismo una vez analizados los problemas. Del Bosque no es Aragonés, no es ninguna novedad pero es lo más concluyente que se puede extraer de la estancia en Sudáfrica. Quien antaño ganara la Copa de Europa con el Madrid ni ha mantenido la línea de su predecesor ni la ha mejorado. En la Eurocopa, España jugaba con tres mediapuntas cuando no eran cuatro con la inclusión de Fábregas. Todos ellos por delante de Senna, un único recuperador. A priori una tarea imposible y un suicidio futbolístico. Sin embargo en la abrumadora posesión de balón y en la exhuberante calidad de los mediapuntas residió la clave del éxito. La mejor defensa era un buen ataque y España no sufrió en la retaguardia ni en semifinales ni en la final. Todo un logro, toda una lección de fútbol.
Sin embargo la llegada del Del Bosque ha enterrado en cierto modo la utopía de un centro del campo poblado de jugadores aparantemente incompatibles. Incompetibles puesto que, en teoría, reúnen características semejantes y se mueven en la misma franja del campo. En teoría, no en la práctica. La utopía la confirmó Luis en Viena: se puede jugar con cuatro genios a la vez, sin atender a las bandas ni al tacticismo. Del Bosque en esta Copa y como venía haciendo no ha hecho más que enterrar el sueño de quienes creen en un fútbol plenamente preciosista. Es cierto que faltaba Iniesta y que Silva no estaba en su mejor nivel, pero no es menos cierto que la posición de Villa no ha sido tan retrasada como lo fue en los primeros compases de la Eurocopa o que Xavi ha jugado retrasadísimo, prácticamente a la altura de Xabi Alonso. El espíritu de posesión se mantenía, pero sin el fútbol asociativo de antaño, sin toda una amalgama de jugones alrededor del área. El toque se ha retrasado hacia el medio campo y por tanto, ha aumentado el peligro de no hacer daño a defensas parapetadas frente a su portería.
Tal esquema provoca que Xavi tenga que recorrer mucho campo para asistir a los delanteros, Villa y Torres, ahogados y sin espacios. A excepción de Nueva Zelanda, todos los equipos se han sabido defender de España. No hablamos de selecciones de estima, en absoluto. Sudáfrica, Irak y Estados Unidos. Ante ese panorama, ante un bloqueo insalvable, las bandas se han presentado como la única vía de escape. Así se ganó a Irak, con un centro de Capdevilla y así llegó una y otra vez España al área de Estados Unidos, por medio de Sergio Ramos. Bien, está Torres, dirán los más optimistas. Pero no basta. Torres es un gran cabeceador pero está solo, abandonado a su suerte entre dos o tres centrales tan fuertes y altos como él. Los demás no dan la talla en el área, no nacieron para ello, edifican su fútbol en el balón al suelo, en bajar la pelota al piso, no en la guerra aérea.
Los mediapuntas no han existido esta vez. Hemos pasado de cuatro a cero. Xavi no lo era puesto que jugaba prácticamente a la par de Xabi Alonso. Riera es extremo y Cazorla ha estado por completo desaparecido, por no hablar de Fábregas, quien fue el mejor frente a los americanos pero fue sustituido. Sobre él recaía la misión de enlazar con Villa y Torres pero el esquema de Del Bosque le desplazaba hacia la derecha, perdiendo la asociación adecuada con Xavi. Del fútbol de toque y un socio en cada esquina hemos pasado a la soledad de cada uno de sus componentes. He ahí la clave del fracaso. Porque no conviene engañarse. España ha fracasado.
Sea como fuere la inesperada eliminación no ha de ser necesariamente un drama. Se ha hecho mal pero hay razones de peso para creer que tal desastre no se repetirá en el Mundial. Por lo pronto, la temporada ha hecho mucho daño a determinados jugadores, como los del Barça, agotados, fulminados tras una temproada extenuante. Es posible que el próximo año tal situación se repita, pero entendamos que la temporada terminará mucho antes. Para todos. El grupo tiene calidad, está unido, y a pesar de todo, a pesar del fatalismo imperante, de los medios de comunicación morbosos y lamentables intentando vendernos que la leyenda negra resucita y que la Eurocopa fue flor de un día, seguimos estando ante la mejor generación de futbolistas que este país haya contemplado jamás. Faltaba Iniesta, faltaba Senna, faltaba Silva mentalmente a pesar de su presencia constante en el banquillo. Faltaban los pilares básicos, la filosofía, el espíritu y sobre todo la motivación necesaria para afrontar un torneo de estas características. Conviene pulir los errores sin perder la perspectiva. El equipo sigue siendo el mismo. Su fútbol no ha variado. Del Bosque tendrá que aprender de esta experiencia. Obviando la contumaz estupidez de la leyenda negra.
Vía | El País, Marca, Más que Fútbol
Imagen | Marca