En un último intento por zanjar el encontronazo con Pellegrini en Alcorcón, Guti apareció en la sala de prensa de Valdebebas para repetir ante todos los medios lo que ya había asegurado a los medios del club: que no hubo falta de respeto al técnico y que su relación con el chileno es "increíble". Un guante que no ha recogido el técnico chileno, que también desmiente el altercado, pero que le ha dejado fuera de la lista para Getafe, a pesar de que el centrocampista está "perfecto para jugar".
Pobre Guti. Un incomprendido, él. ¿Golpe de autoridad de Pellegrini para demostrar que él realmente manda? Si lo necesita tiene un problema.
Eduardo Lázaro | Hay veces en las que a uno no le queda otro remedio que pensar en la vida como un cúmulo de contradicciones. Cuestiones triviales toman un cariz revelador; y empiezo a pensar que el extraño en este mundo soy yo. Cuando quiero ir rápido, oigo voces que me recomiendan ir con calma. Hay días en los que espero ansiosamente la noche. En otras ocasiones, tomo un refresco que no hace sino aumentar mi sed. Salgo a la calle y me encuentro con grandes dosis de ignorancia orgullosa de sí misma —lo cuál me parece una incongruencia—. Y como éstos, podría poner innumerables ejemplos que formarían una lista, cuando menos, curiosa.
Perdónenme por esta monserga existencialista, pero es que por mucho que le doy vueltas desde el suceso, aún no consigo responderme a la siguiente cuestión: ¿qué coño pinta el Frente Atlético en un entrenamiento a puerta cerrada del Atlético de Madrid?, ¿acaso el fútbol no caminaba por los derroteros de aislar y silenciar a estas bandas de cafres? De verdad, todavía no he podido resolver el crucigrama mental que me ha supuesto esta contradicción porque no sé que ha pretendido el club madrileño.
No pretendo hacer demagogia barata demonizando su ideología que, por otro lado, es comúnmente conocida. Tampoco pretendo recordar que en su triste historial se pueden encontrar innumerables detenciones, agresiones, destrozos e incluso asesinatos de aficionados rivales. Ni siquiera me he propuesto sacar a relucir supuestas actitudes xenófobas o racistas. No sería justo, por otra parte, dar estopa a un grupo que no es más que uno más de los que ocupan las gradas en todos y cada uno de los estadios de España. Cada uno con su ideología, sí; pero sea cual sea el punto cardinal de la misma siempre confluyen en unas coordenadas: la violencia.
Por tanto, volviendo al hilo argumental del post, me resulta difícil de comprender que el Atlético de Madrid, a través de decisiones como ésta, dé publicidad a este grupo cuando, en teoría, se está tratando de quitar voz y voto a los aficionados que se pasen de la raya. O lo que podría ser lo mismo, quitar fuerza e influencia a aquellos aficionados incapaces de comprender los valores del respeto y sana rivalidad que deberían imperar en el deporte.
No menos sangrante es leer las declaraciones del nuevo míster colchonero, Quique Sánchez Flores —al que personalmente respeto mucho como preparador—. No es de recibo que a las primeras de cambio salte a la palestra hablando en los siguientes términos acerca del suceso: “son aficionados normales, hay que darles cariño y hablar con ellos. El diálogo es la base del entendimiento”.
Qué razón tienes, el diálogo es la base del entendimiento con quien puede entenderte. Pero no con quien se presenta al estadio con aires chulescos y exigiendo la comparecencia de los jugadores. ¿Acaso no hay un presidente de peñas o representante de la afición?, ¿qué han hecho para merecer ese trato de favor por parte del club? Yo no comulgo con ruedas de molino. No quieran venderme como aficionado normal al prototipo de cantamañanas que va al estadio a insultar, a enseñar emblemas violentos y a provocar el caos; que se desplaza fuera de casa a apoyar a su equipo con el único propósito de incordiar y, si se puede, hostiar —sí, acción y efecto de dar de hostias— a todo aquel que no comparta sus silvestres pensamientos. Que se presenta en un entrenamiento con caretas y un bate para amedrentar a los jugadores y cuerpo técnico.
Mal hace pues el equipo del Manzanares en dar publicidad a quien no debería tener cabida en el club, y peor todavía es rebajarse a su altura. Lamentable que un club con historia tenga miedo de una jauría de baja ralea que más que beneficiar, está demostrado que les ha perjudicado. Sobre todo a nivel de imagen —¿seguirá queriendo venderse como la mejor afición de España esa que monta una manifestación en la jornada dos?—.Y repugnante se antoja que presidentes y demás soplagaitas que copan el fútbol se tengan que defender soltando y azuzando a estos cachorros. Si el éxito de los equipos y su capacidad de salir de situaciones adversas se cimentara en los berridos y los pitotes que éstos organizan en las gradas aún podría verle sentido al asunto; lo que no significa entenderlo.
Con actitudes serviles como éstas, seguirán pagando aficionados justos por los pecadores. Y así, gilipollas asalariados y otros como yo, que lo hacemos por amor al arte, tendremos que seguir escribiendo y dándole bombo a quien menos lo merece.
Pero, ustedes mismos, ¿acaso es mejor callarse y mirar para otro lado?
Andrés Pérez | Cuatro, four, vier, quatre, quattro, fyra. Repítanlo un millón de veces hasta que consigan creérselo. El Real Madrid perdió anoche por cuatro goles a cero frente al Alcorcón, equipo de Segunda B. Lo hizo de la manera más ruín y patética que se recuerda a un equipo de su nivel, lo cual es aún más sangrante si tenemos en cuenta que ningún equipo, jamás en la historia, había llevado a cabo un desembolso econónimo tan brutal como el Madrid este año. Sé que es redundar en el mismo tema pero no se puede dejar de lado que una plantilla de 250 millones de euros ha sido humillada, laminada y ridiculizada por un humilde conjunto de Segunda B. El Alcorcón, vaya por delante, hizo el partido de su vida frente al Madrid y merece todo el reconocimiento. Más aún, haría bien el Madrid en aprender de su rival copero ya que le dio una lección de cómo se ha de jugar al fútbol de manera sencilla y eficaz. Basta con cierta presión a la línea defensiva del rival, transiciones rápidas y aperturas constantes a la banda con desdoblamientos del lateral. Así se juega al fútbol en el barrio y así se gana a un grande. Pim, pam, pum. Cuatro goles. Que pase el siguiente.
Eso debieron pensar los miles, por escasos, aficionados que anoche abarrotaron el campo Santo Domingo de Alcorcón. Que pase el siguiente. Y no es para menos. El fútbol es de los humildes, ya lo dije una vez, y lo será por siempre. Equipos como el Alcorcón, gestas como la de anoche dan motivos para reconciliarse con un deporte que parecía sin rumbo en este país, dominado por el talón y por la hipocresía, por el poderío de los grandes y el olvido de los más pequeños y débiles. Hechas las correspondientes presentaciones, no cabe ya sino preguntarse qué le sucede al Madrid. Es posible aceptar que pierda de manera decrépita frente a un conjunto que estuvo a su merced. O que se retratara frente a un envalentonado Sevilla. Pero no ya que se humille, que reciba cuatro goles y lo que quedaron en el tintero, por parte de un equipo mediocre de Segunda B. Porque a fin de cuentas es un equipo mediocre, como todos los que batallan por los campos enfanganados de la tercera división española en orden descendente, orgullosos sí, pero mediocres en su calidad respecto a clubes más poderosos.
La goleada de ayer es una herida que quedará abierta por mucho tiempo en el corazón del Madrid. Desconzoco si tras el ridículo copero vendrán tiempos mejores, y se debe suponer ya que más bajo es complicado caer. Sea como fuere el problema del Madrid obedece a varios frentes. Por un lado el de una plantilla descompensada una vez más, con un banquillo no acorde a los cuatro jugadores excelsos que pueblan la plantilla blanca. Por otro, un entrenador que ha sido incapaz, desconozco los motivos, de otorgar de orden y concierto a la táctica del equipo, de dibujar un plan, de aderezar una defensa en teoría sólida y de otorgar cerebro a un ataque exhuberante. En su empeño Pellegrini ha fracasado y como tal debería marcharse, puesto que se admiten derrotas frente a equipos de alta gama pero no ante un club de Segunda B. Cuesta creerlo pero el equipo de los 250 millones de euros es un juguete roto en manos de unos futbolistas apáticos, un entrenador gélido y una directiva altiva e irresponsable.
Los mismos errores del pasado. Un segundo de a bordo, Valdano, de quien dicen que tiene más importancia que el mismo entrenador. Un nuevo equipo bonito diseñado para las mejores ocasiones carcomido por las fraguas internas de los egos en el cuerpo técnico y en la directiva. Sea como fuere, quienes gozan de mayor culpabilidad son los jugadores, porque a fin de cuentas son ellos quienes anoche permitieron a un equipo inferior un baño de proporciones bíblicas. Quedará en el recuerdo, para mal, la gesta que anoche el Alcorcón perpetró con toda la impunidad del mundo, sin resistencia aparente por parte del Madrid. Será un episodio que atormentará durante varios años a un club nacido para la gloria y a unos jugadores que a día de hoy no valen lo que merecen. Sin motivación ni esperanza, el Madrid es un cadáver deportivo. Y es una notivia positiva, en cierto modo, ya que haría bien el aficionado blanco en darse motivos para la alegría, pensar que de ningún modo es posible descender aún más a los infiernos. La Copa ha retratado a un juguete roto. Quizá sea el punto de inflexión para comenzar, ahora sí, una dinámica ascendente acorde a unos futbolistas que no merecen nada, puesto que nada hacen para merecerlo.
Andrés Pérez | Tal cual. Porque, a título personal, comienzo a estar más que harto de la Federación Española de Fútbol y del panorama futbolístico de este país, en términos genéricos. No hablo en este sentido de lo que sucede dentro del campo, si no de lo que se cuece ajeno al mismo. Más allá de las paredes del estadio, en los despachos decorados por mesas de madera de pino gallego, retratos de los retoños, puros, corbatas, americanas y demás utensilios que componen la vida de los administrativos. Están consiguiendo sin rubor alguno que comencemos a ser el absoluto hazmereír de Europa y del mundo civilizado en términos genéricos, como suele suceder en España, por otro lado. Me explico tras semejante declaración de intenciones: este año la Copa del Rey de asco. Y lo da porque la incompetencia supina y el favoritismo absoluto de la Federación hacia los clubes grandes es cochambroso y vergonzoso. Explíquenme si no porqué el todopoderoso Barcelona, el multimillonario Madrid, el boyante Sevilla y el patético Atlético se enfrentan a rivales de menor enjundia que el resto de equipos de primera división. Y porqué, por ejemplo, el Zaragoza se la pega contra el Málaga y viceversa.
¿Es eso justicia? ¿Es eso fomentar una competición que puede servir de vía de escape para muchos conjuntos de menor talla que los europeos? La lógica apunta hacia todo lo contrario. Y es la Federación la única culpable de que se haya creado tan lamentable situación, por la cual la Copa del Rey cae aún en un mayor desprestigio que durante los años previos, si es que es posible. Que la Federación es un grupo de pensadores mediocres es un hecho plausible y a la luz de toda la sociedad interesada en el fútbol español. Pónganse en el lugar de los equipos pequeños de primera. ¿Merece la pena machacarse por un título apenas imaginable y perder fuerzas de cara a la lucha por la salvación? ¿De verdad es posible ganar la Copa del Rey mientras los mejores equipos luchan contra conjuntos dos categorías por debajo de ellos? Pues no. Y así, la Copa del Rey, un año más, quedará reducida a un simposio de partidos intrascendentes y secundarios a excepción de la final, donde todo serán vanaglorias del fútbol español y comentarios forofos y propagandistas del tipo, qué bonito, cuánta gente, qué grande es la Copa.
Con todo el respeto, el mismo que no merecen, les envío su Copa del Rey, su farsa, para que la coloquen donde la deseen. O bien en una vitrina o bien en el ángulo obtuso de su bisectriz. Propongo desde ya un sistema exactamente igual, punto por punto, al inglés, tierra que verdaderamente sabe ser justa y ecuánime con todos los equipos y que respeta las tradiciones, por no hablar de su innegable talento a la hora de aplicar aspectos modernos a un deporte centenario. Hasta entonces no disfrutaremos de eliminatorias a partidos único, de sorteos puros sin favoritismos ni de sorpresas de equipos pequeños, por no hablar de una cobertura televisiva y mediática adecuada o de una final en una sede fija. Hasta entonces caballeros, esta no es nuestra Copa. Es la vulgar mentira que han creado los mediocres directivos de la Federación.
Andrés Pérez | Podría hablar de la plaga de lesiones que afecta al Barça y que da cierto aire de ilusión al inocente Zaragoza, o de la extraña afección del Milan durante casi dos años, o de los males que aquejan al Madrid de Pellegrini, desorientado, triste y patético, o del Villarreal y su franca decadencia durante esta temporada, o de Villa y su temperamento, sí, podría hablar de muchas cosas pero permitirá usted, lector, que hoy dedique el post a un tipo que lo merece como pocos. Torino, Pisa Calcio, Ravenna, Venezia, Atalanta, Juventus, Atlético de Madrid, Lazio, Inter de Milán, Milan, Monaco y Fiorentina. Christian Vieri, nacido en Bolonia el 12 de julio de 1973, era un culo de mal asiento.
Entre toda la retahíla de conjuntos para los que marcó goles, y muchos, tan sólo uno se puede considerar su casa. O dos, a lo sumo. El Inter, en el que pasó seis temporadas, y el Atalanta, por el que ha jugado en tres temporadas diferentes, ninguna consecutiva. Vieri es un tipo especial y se retiró ayer habiendo marcado una infinidad de goles en Italia y en España, donde aún muchos atléticos suspiran por su olfato. Vieri era un tipo especial dentro y fuera del campo. Controvertido pero simpático, en apariencia lento y bonachón pero despiadado cuando enfilaba la portería. Siempre estuvo al pie del cañón, siempre hizo goles, y su retirada fue digna y paulatina. Marcó 23 goles en 49 partidos con la azzurra, atesora una Liga y una Copa de Italia, una Copa Intercontinental, una Supercopa de Europa, una Recopa de Europa, un pichici en España y un Capocannonieri en Italia. Sencillamente espectacular. Se va uno de los mejores delanteros de los últimos 15 años. Adiós Bobo. Adiós Vieri.
Andrés Pérez | Pocos atributos le quedan a un Milan fosilizado, y pocos demostró durante sesenta minutos. Sin embargo, en su apatía, en su lentitud, en su extrema vejez, consiguió arrastrar al Madrid. Consiguió lo que nadie supo ver, desconozco si fruto de su propia y triste penuria o de un planteamiento táctico inteligente por parte de Leonardo. Adormecido, alicaído, lento, sin espíritu ni energía, cementerio de viejas glorias, penó durante tres cuartas partes del partido tras un Madrid absolutamente inocuo. Se dejó llevar. Se arrastró a la misma desidia adormecida en la que el Milan lleva atascado dos años, equiparó su energía a la de los seniles futbolistas de conjunto rossonero, no hizo absolutamente nada por rematar a un equipo de nivel mediocre que vive por lo que fue, melancólico, taciturno, apenas brillante. Sin embargo, llegado su momento, el Milan supo aprovechar su larga y excesiva experiencia. Supo comprender que el Madrid, tras dormirse, no sería capaz de despertar. Que los años, aunque pesados, son sabiduría. Y desató su huracán. Un último grito de orgullo y rebeldía. Por un momento, quien hasta hace apenas diez minutos parecían decrépitos y ruinosos alrededor de jóvenes y vigorosos muchachos vestidos de blanco, decidió rememorar quién fue. Y lo hizo.
Lo hizo a costa de un Madrid imperfecto y de nuevo desdibujado. Comenzó de manera vibrante el partido, con un clarísimo penalti no pitado a Benzema y con un gol de Raúl tras descorazonador fallo de Dida, a quien la edad domina como a pocos. Consiguió el Madrid afianzarse arriba en el marcador y, la verdad, nadie esperaba que el Milan reaccionara. Pirlo no corría y Seedorf se limitaba a lanzar pases a un joven y descontrolado Pato. Inzaghi no apareció y Ronaldinho confirmó su total arrastre. Tan sólo Nesta imponía seguridad y energía en una zaga lenta e insegura. El Milan era un cromo. Un caramelo para un Madrid que pudo haberlo machacado de haberlo deseado. Pero no lo hizo y en tal error descubrimos el porqué de la victoria visitante. El Milan no ganó por méritos propios, lo hizo por deméritos del conjunto de Pellegrini, quien, apesumbrado, desquiciado por la falta de ritmo de los once viejos jugadores de Leonardo, decidió sentarse y esperar. Como esperaron todos, desde Casillas hasta Benzema pasando por un triste Kaka’. En tal actitud, en tal garrafal error, adivinamos las carencias de un Madrid que anoche paseó sin alma ni espíritu, sin fútbol ni inteligencia. Se dejó llevar al mismo lodo infernal del Milan. Se dejó llevar al mismo partido entre veteranos del conjunto rossonero. Se dejó llevar, en suma, al patetismo, a la ruina, a la tragicomedia, al esperpento.
Por momentos, el encuentro de ayer rozó lo que Valle-Inclán, acertadamente, definía como esperpento. Una situación cochambrosa y patética, aderezada únicamente por el humor. Desde el humor ha de afrontarse lo sucedido anoche y tan sólo desde la sonrisa podría el aficionado perdonar tal gesto de indolencia y pasividad a sus jugadores. Cuesta imaginar porqué con un equipo prácticamente de veteranos, el Madrid decidió perdonarle la vida. La historia se resume en: el Madrid posee el partido, el Madrid tira el partido. Y el Milan, perro viejo, lento pero jamás exento de calidad, supo aprovecharlo. Bastó un fogonazo de Pirlo, otro de Pato, dos garrafales errores de Casillas, un gol de Drenthe que recuperó la ilusión y una genialidad de Seedorf para hacer del partido de anoche algo histórico. Por lo irrepetible, por lo inesperado. Jamás un partido con tan poco ritmo, con tan poca vitalidad, deparó tantas emociones. Entre tanto, haría bien el Madrid en replantearse su sino, en sentar la cabeza tras lo sucedido frente al Milan. Se enfrentaba al primer equipo grande de la temporada y perdió, pero no por la superioridad del rival, como cabría esperar, sino por la propia inferioridad de un Madrid que, empapado, se dejó llevar por la corriente milanesa. Y terminó hundido en lo más profundo pozo del océano.
Andrés Pérez | ¿Se acuerdan? Ayer hablábamos, a raíz de las sensaciones que nos deparó la última jornada de liga, de la posible humanidad mostrada por el Barça y por el Madrid. En el caso del segundo, el asunto no pasa de la mera reiteración, pero si hablamos del Barça la cosa cambia. Durante más de un año, el magistral equipo de Guardiola, que ya caminaba hacia el endiosamiento absoluto, arrasó allí donde pisó Copa, Ligay Champions. Y todos, yo el primero, aplaudimos con las orejas semejante demostración de talento, de virtudes, de inteligencia aplicada en el terreno de juego. Nadie osó reprochar absolutamente nada al Barça. Fue el mejor, fue perfecto, fue histórico. Con todo el merecimiento arrancaba esta temporada con ínfulas de llevarse de nuevo la triple corona. Pero una vez en el cielo, la nube se ha inflado demasiado. Sí, es cierto, el Barça es el mejor equipo del mundo, pero algunos ya aventuraban en él al mejor equipo de la historia. Y tanto, no. Justa valoración sí. Fanatismo el justo.
Llegó el Rubin Kazan, vigente campeón de la incipiente Premier League Rusa, de la remota República de Tartaristán, un lugar gélido y alejado de los focos de la civilización occiental, y devolvió el Barça a un rango terrenal. Lo hizo sin aspavientos, con orden y control, con el convencimiento de que, haciendo su juego, tenía posibilidades. Fue valiente a su manera y no contento con adelantarse en el marcador logró imponerse una vez más tras el empate de Ibrahimovic. Mi más sincero aplauso. Gestos como el suyo, de rebeldía absoluta, de humanización de lo divino, hacen de este deporte algo grande. Una vez hemos procedido a las pertinentes felicitaciones, pasemos al Barça.
El conjunto de Guardiola cuajó un partido mediocre ante el Almería, no jugó todo lo bien que pudo ante el Dinamo de Kiev y empató en Valenciaante un rival que le apretó más de lo habitual. ¿Alarma? En absoluto. No se alarmó la hinchada culé ni lo hizo el equipo, bien hecho, porque tampoco conviene caer en el dramatismo absoluto. Pero de la autocrítica hubo cero. Como lo lleva habiendo desde inicios de la temporada. Corría el Barça, como corren todos los equipos que triunfan a lo grande, de caer en la autocomplacencia, en relamerse excesivamente en sus cualidades, en superponer lo sobrenatural a lo normal, en suma, corría el riesgo de vivir en una nube alejada de la realidad. Sin aspavientos, progresivamente, se ha encaminado hacia ella. Y en la autocomplacencia descubrimos los defectos de los equipos grandes, de los épicos, de los destinados a marcar época.
Le sucedió al Madrid de los Galácticos y al propio Barça de Riijkard. ¿Le sucederá lo mismo a este Barça de Guardiola? Espero que no, huelga decirlo. Su fútbol es de otro planeta y supone un placer, un deleite, para los sentidos observar como los once sabios jugadores que componen su alineación titular tejen un juego descomunal, preciosista, de sociedad, de un amigo en cada esquina y de una filosofía bella. El Rubin Kazan no es el fin. Al contrario. Supone el inicio. El inicio de una reflexión necesaria que ha convertido a un equipo en teoría, el año pasado, terrenal, en un compendio de figuras endiosadas incapaces de creer que, algún dia, cierto equipo de la lejana Rusia evidenciaría sus carencias, de ego y de crítica, en su propio feudo. Perder ayer no es un drama, ni una alarma. Es un toque de atención. Comprenderlo o no es la clave para que un bache no se convierta en una sima abisal.
Andrés Pérez | Hablar de humanidad en equipos cimentados en el poder del euro se antoja inverosímil. Pero aún así el fútbol admite sorpresas con las que deleitar al espectador cada jornada que pasa. Es un rayo de luz, una esperanza, pero no por ello, por etérea y circustancial, debemos dejar de aferrarnos a ella. Durante la pasada jornada el Barça empató y se mostró vulnerable ante el Valencia. No jugó bien y empató de manera mediocre, tal y como no nos tiene acostumbrados. Y el Madrid venció, 4-2 al Valladolid, pero mostró síntomas de debilidad cada vez que un jugador vestido de violeta se acercaba al área de Casillas. ¿Suficiente motivo para creer que hay vida más allá de los dos grandes? En absoluto. Pero como les digo, de esperanzas vive el hombre y en las demostraciones de humanidad de seres en teoría por encima del bien y del mal está la grandeza de un deporte que, progersivamente, camina, en España, hacia una polarización triste y degradante.
Como decía, empató el Barça en Valencia en un partido sin historia ni salsa con la que endulzarlo. Aburrieron. Y en el Barça es noticia. En el Valencia, frente al todopoderoso campeón de todo, no es una sorpresa, sino un ejemplo de cómo plantar cara a un conjunto superdotado y superlativo en todos sus sentidos, en cada jugada que trenza, en cada aproximación al área rival, en cada corte expeditivo de sus centrales. La excelencia se apaga con la ilusión, nos dicen, y debemos creer en ello, debemos asumir que por medio de los sueños se consiguen las épicas gestas. No es este un discurso destinado a lapidar al Barcelona. Nada más lejos de la realidad. Es un mero y simple relato de un aficionado harto de ver cómo su Liga se resume en dos equipos por encima del resto por el vil metal.
El Valencia pudo demostrar al mundo entero que sí, que el Barça tiene freno. Y el Valladolid hizo lo propio aunque sorprendiera menos. Es cierto, y no conviene olvidarlo, que el Madrid se llevó los tres puntos, pero no es menos certero que el conjunto de Mendilibar se acercó diez veces con peligro latente a la portería de Casillas, que lanzó diez córners y que logró evidenciar las carencias de un equipo millonario en su propio estadio. El Madrid es un equipo destinado, durante los últimos años, a la tragicomedia. Vence y sufre de una manera trágica y cómica al mismo tiempo, y parece sentirse más a gusto cuando le aprietan que cuando domina con claridad. Lo demuestran día a día, partido a partido, aunque cuesta imaginar que con tal actitud logren imponerse a equipos de mayor talla en todas sus líneas que un más que honroso Valladolid. Si alguien tiene que abandonar el partido del sábado con la cabeza baja no es el conjunto violeta. Es el once tutelado por Pellegrini. Es el club del euro presidido por Florentino. El Madrid atravesó momentos de buen juego, pero el Valladolid supo leer la descordinación absoluta de la defensa blanca. Y en tal hecho, baldío huelga decir, atisbamos otro rayo de esperanza.
Mientras tanto, con el Villarreal hecho polvo, con el Atlético hundido frente al Osasuna y con el Valencia inmerso en un mar de dudas, la Liga seguirá siendo cosa de dos. Porque el resto de equipos no da con la tecla de la excelencia adecuada para fraguar una lucha frente a semejantes titanes. Por debajo, en la mundana realidad, el Zaragoza decidió inmolarse frente a un Racing sometido, el Xerez tiró de orgullo para hundir al Villarreal, el Málaga prefirió arrancar mal, como lo lleva haciendo toda la temporada, el Athletic sucumbió ante un Sporting imperial con De las Cuevas en un estado de forma absolutamente espectacular y el Tenerife se dejó la piel frente a un Espanyol que en absoluto está tan mal como pretende parecer. ¿Humanidad? La cuarta acepción de la RAE dice lo siguiente: "Fragilidad o flaqueza propia del ser humano". Imaginen, por un momento, que la RAE está en lo cierto. Que el título del post es acertado. Imaginen y disfruten en sus sueños. Se evaporarán en la siguiente jornada, cuando los dos grandes de siempre aburran con victorias de abultado calibre.
Andrés Pérez | De fondo, como casi siempre que pongo la televisión, he escuchado esta mañana en los informativos de la Sexta que vuelven los litigios entre clubes y selecciones por sus jugadores. La noticia tendenciosamente contada, como es menester para una cadena cuyo jefe de deportes trabajó en su día para Florentino Pérez, hablaba de la indignación del Madrid por la lesión de Ronaldo. Que si el luso no estaba para jugar y toda la retahíla de argumentos que con tesón y astucia interponen los clubes y sus medios de comunicación afines para lograr lo que desean: que sus empleados, que no futbolistas, no vayan con sus selecciones. Es normal. A fin de cuentas, si yo pago, yo decido. Desde un punto de vista meramente empresarial, y de esto el Madrid de Florentino Pérez entiende un rato, manda el club.
Claro que no hace falta ser un erudito para comprobar que el fútbol, aunque se empeñen, no es un negocio. Es un deporte. Una competición noble y todo eso. Así que me aburre toda la polémica, que no es nueva y que jamás perecerá. Abrir el As hoy debe ser una auténtica gozada, supongo, ya que no lo he comprado. Por el euro que cuesta se pueden adquirir objetos más preciados. Pero para eso está su edición digital, maravillas de la era moderna, para iluminarnos a todos con esta noticia de alcance mundial y de importancia universal. Glorioso.
La composición de la portada de la web no dista mucho del tratamiento que la muchacha de la Sexta ha dado a la noticia. Todo por una noble causa: convencer al espectador o al lector de que las selecciones son muy malas y que Ronaldo estará lesionado un mes por culpa de Portugal, invadamos Portugal. En Marca también recogen estas declaraciones de Valdano, en las que asevera que Ronaldo, pobrecito, no estaba para jugar. Bueno, quizá sea cierto, pero haría bien el Madrid en plantearse qué clase de imbécil tiene entre sus filas que está lesionado y juega a sabiendas de que podría empeorar. No creo que Ronaldo sea un imbécil. O sí, no lo sé. Pero dudo de que él considerara que no estaba para saltar al campo frente a la poderosa Hungría, jugándose la clasificación de su patria para el Mundial de Sudáfrica.
Y llegamos al fondo de la cuestión, en el que nadie incurre ni quiere incurrir en esta absurda polémica creada, he de pensar, para rellenar la sección del Madrid, a falta de noticias de mayor alcance. Qué piensa el futbolista. El Madrid puede quejarse todo lo que desee y más, que para eso pone el dinero y es un club relevante y con peso internacional, pero a fin de cuentas jamás podrá conseguir que Ronaldo no quiera ir con su selección. A mí el fulano me importa nada. Pero no cuesta imaginarle en su casa riéndose de Valdano y preguntándose porqué narices no le preguntan a él si quiere o no quiere jugar con su selección.
El defensa del Juventus Fabio Cannavaro, que hasta la pasada temporada militó en el Real Madrid, ha dado positivo en un control antidopaje, informaron hoy los medios italianos. No obstante, las mismas fuentes precisaron que el jugador había solicitado de forma regular una dispensa del control por haber hecho uso de un fármaco contra la alergia en una situación de emergencia, tras haber sufrido la picadura de una abeja.
Andrés Pérez | Hay equipos gafados desde su nacimiento. Equipos etiquetados para bien y para mal. Clubes que, tan sólo al pronunciar su nombre, el aficionado ya identifica una virtud, o una carencia. Una forma de vida, una trayectoria vital. Clubes que van más allá, que suponen algo más, que toman forma en el imaginario colectivo de un modo u otro. Sucede en España con el Atlético, y hasta hace bien poco con la selección. Perdedores, gafados, nunca exitosos, siempre penados, siempre lamentándose. Pupas, que decimos. Lacónicamente los aficionados a tal equipo asumen su rol y lo aplican, desdichados pero orgullosos, sabedores de la notoriedad de su escudo, de sus colores, sabedores de que suponen algo más que un simple conjunto de hombres que juegan al fútbol defendiendo una misma camiseta. Sucede en España y sucede en Italia. Allí es el Inter. El equipo eternamente castigado. El más sufrido. Gane o pierda, nunca contenta a sus aficionados. Hoy es líder, vigente campeón de la Liga Italiana y, sin embargo, todos le lloran. ¿Qué será, será, será, lo que le sucede al Inter?
El Inter de Mourinho es líder con 16 puntos en la Liga Italiana, los mismos que la Sampdoria, y el pasado fin de semana venció al Udinese. Lo hizo con gol de Sneijder, en el último minuto e implorando por un milagro que finalmente llegó, pero ganó. Ha ganado los tres últimos campeonatos ligueros de Italia —cuatro, si contamos aquel que ganó en los despachos a raíz del Moggi-gate—, dos veces la Copa de Italia desde 2006 y dos veces la Supercopa de Italia. Suficientes argumentos para hablar de un periódo espléndido, pero no en Milan. No si hablamos del Inter. El pesimismo allí siempre se apodera. El vaso medio vacío, no medio lleno.
El caso del Inter es pardigmático. Por sus filas han pasado jugadores de la más alta gama y pocos, o muy pocos, han calado hondo en la historia del club, pocos han hecho de su tránsito por las filas neroazurras un periodo espléndido. Sucede que el Inter, como tantos otros clubs, aún sigue anhelando la Copa de Europa. La misma que se llevó por última vez en el 65, la misma que se planta como objetivo primario cada temporada. Y de poco sirve Diego Milito, Eto'o, Sneijder o un técnico carísimo. De poco sirven porque al Inter el estigma de mal fútbol y pesadumbre se le apodera siempre. Se trata de una cuestión psicológica de hondo calado y de difícil solución. Por jugadores, estructura económica y cuerpo técnico el conjunto milanés debería, sin problema alguno, convencer cada temporada sí o sí. Pero no lo consigue. No va más allá de lágrimas y grisáceos balances al final de la temporada.
Esta camina por los mismos senderos. La llegada de dos de los cinco mejores delanteros del mundo, Eto'o y Milito, aupó las esperanzas de los tifossi milaneses, los mismos que adoran a Materazzi y lanzan motos desde lo alto de la grada. La realidad hoy es muy diferente. El Inter, para no variar, no carbura y no apisiona. Su juego no convence y sus dos delanteros más la dosis habitual de suerte en un equipo grande hacen el resto. Desesperación, lo llaman. Sus carencias, a pesar de la inversión, a pesar de los jugadores, se demostraron frente al Barça, que lo ahogó y lo trató como un equipo de enjundia menor. Por atributos futbolísticos, no en vano, así era. Cabe preguntarse, pues, qué extraño mal fario afecta al Inter. Qué le sucede para que haga lo que haga, fiche como fiche, venda como venda, plantee el fútbol que plantee, siempre le sale mal. Figúrense hasta qué punto el Inter es un club hundido en la pesadumbre que a pesar de los cuatro títulos ligueros obtenidos, la sombra del beneficio del Moggi-gate y la decadencia derivada de Juventus y Milan siempre planea sobre San Siro, cuando pertenece al Inter. Siempre da la sensación que, de recuperarse los otros dos grandes, el Inter quedaría relegado. Qué será, será, será lo que le sucede al Inter, que no levanta cabeza.
Andrés Pérez | Hace casi diez años, un tal Shevchenko, rubio, con cara de niño, delantero del Dinamo de Kiev, se dedicó a amargar la vida a Real Madrid y Barcelona. Era su empeño y lo conisguió, además de meter al Dinamo en semifinales de la Copa de Europa. Por aquel entonces el joven ucraniano, impresionó al mundo. E impresionó al Milan, que lo fichó, sabedor de su valía. Jamás se arrepentiría. Shevchenko se convirtió, probablemente, en el mejor delantero del mundo y hoy, una vez ha vuelto a su hogar, al Dinamo de Kiev de sus amores, ahora que camina defenestrado, olvidado, pero feliz por jugar en casa, ahora que nadie recuerda sus virtudes y tan sólo evoca su fracaso en Inglaterra, ahora es el momento de juzgar a Shevchenko. Con perspectiva. Y la perspectiva me dice que, Ronaldo aparte, Shevchenko ha sido probablemente el mejor delantero de la última década. Su velocidad endiablada, su potencia, la técnica que atesoraba, su inteligencia a intuición, su olfato permanente de gol, todo, en suma, hacen de Sheva un mito. Y si no, al tiempo.
Andrés Pérez | Y cuando todos quisimos creer que la Liga se resumía en dos equipos muy por encima de todos los demás, llegó el Sevilla. Y lo hizo por la puerta grande. Venía avisando, venía pegando fuerte, venía de atormentar cruelmente al Glasgow Rangers en Ibrox Park. Y se postró el Real Madrid ante él. Sin Ronaldo pero con Kaka', guapo él, elegante, sofisticado, millonario, de potencia desmesurada. El Madrid, claro. El Madrid, señores. Nada más y nada menos. Simplemente eso, un equipo, objetó el Sevilla. Y despreocupado, desatado, volcado hacia el área de Casillas se hizo con el poder del partido, puso a prueba la maquinaria perfecta ideada por Florentino Pérez, demostró con argumentos plausibles las carencias que el Madrid venía arrastrando desde el inicio de temporada, se aferró a Navas y a Perotti, abrió el campo, jugó al fútbol de manera vertical y descarada, deshilachó las líneas del Madrid, que, paso a paso, perdía el conocimiento noqueado. Y ganó. Y alzó la voz entre todos los demás, valiente, osado, para decir que no, caballeros, no. Esta Liga no está muerta. El Sevilla no se resigna ante la obviedad.
Porque la obviedad no lo es tal. Algunos lo intuíamos, otros lo omitían. El Madrid nunca ha jugado bien desde que dio comienzo la temporada y un equipo de nivel lo ha demostrado. Bien es cierto que tras el inicio de la segunda mitad y el gol de Pepe, el conjunto de Pellegrini dominó a su antojo y siempre dio la sensación de poder marcar antes el segundo que su inoportuno e inesperado rival, pero no es menos verídico que los errores defensivos y la ausencia total de juego colectivo dilapidaron el anhelo madridista de mantenerse, una jornada más, un equipo potente menos, delante del Barcelona, que sufrió ante el Almería. A rachas, a ráfagas. A base de cerciorarse en una actitud loable, la de la obstinación por un objetivo, el gol, el Madrid consiguió ahogar al Sevilla por puro talento, no por orden ni concierto. No fue suficiente. Recuperado de tan exhuberante demostración de atributos, el conjunto de Jiménez se valió de un nuevo disparate defensivo del Madrid para sentenciar. Para gritar al cielo.
2-1 para el Sevilla y la Liga que resucita. A costa del Madrid, a favor de todos los aficionados. Para colmo de casualidades, el Barça jugó sin energía ni fe ante el Almería. Hugo Sánchez, antaño goleador implacable, se mostró como un defensor táctico sencillamente perfecto. Un equipo limitadísimo en relación al Barcelona consiguió desquiciar a sus jugadores, apagó a Xavi a costa de una estrategia milenaria y en absoluto ilegítima, la del marcaje al hombre, y tan sólo se rindió ante Pedro, Pedrito, o como plazca llamarle, que sorprendió con un gol antológico al mexicano que, desde su banquillo, maldecía el día en que no preveyó la genialidad de un canterano que camina por senderos de gloria. Por lo demás el Barça no se encontró nunca porque no encontró a Xavi, abrumado y desconcertado ante el marcaje al hombre, invento antiguo recuperado para la causa. Para una causa loable: parar a un equipo imparable.
Críticas aparte, el Barça ganó y, no, no jugó bien, pero es líder con tres puntos de ventaja respecto al Madrid. Primer bache. Se preveen pocos y probablemente tan sólo el Sevilla, el Atlético o el Valencia supongan alguno en el camino de los dos tiranos del euro. Puede parecer mentira pero hay más liga. Por ejemplo la del Zaragoza, o la del Atlético, extraños equipos irregulares y desconcertantes. El Atlético se impuso no sin dificultad ante un Zaragoza excesivamente blando. No destaca el equipo de Marcelino, siempre bien colocado, tácticamente impecable, elegante en el diseño del juego ofensivo, por su capacidad para remachar. Partidos y jugadas, aciertos y soluciones. Quizá sea un problema de mentalidad o de rodaje, pero es el único hándicap que se le ve a un Zaragoza que dominó, lo quieran creer o no los periodistas de Madrid, a un Atlético sustendado en Jurado y Cléber, antaño defenestrados del equipo colchonero. Venció el Atlético porque Babic lanzó un penalty y Carrizo no cubrió un palo evidente. Nada más. No hay ninguna resurreción en la victoria del sábado. Ni tampoco ningún drama en la derrota del Zaragoza. Por ese camino la salvación es segura.
Por lo demás, ninguna sorpresa destacable. Se sirvió de Zigic el Valencia para doblegar a un Racingpeligrosamente enfilado hacia el abismo, empataron Valladolid y Athletic en su particular Liga: ambos juegan la misma. El Getafe recuperó parte del orgullo laminado en Zaragoza a costa de un Osasuna, un año más, claro candidato a luchar por la supervivencia, por el pan suyo de cada día. El Xerez marcó gol, lo cual es noticia, y empató, lo cual también lo es. Sin embargo sus aspiracines, hoy por hoy, se reducen a eso. A marcar algún gol, disfrutar de una honrosa estancia en Primera y enfocar la vuelta a la categoría de plata. Quizá no suceda así, pero hoy, la perspectiva a tomar es esa. El Sporting sacó tres puntos de oro y goleó, para gozo de los allí presentes, a un Mallorca que no ha de sentirse preocupado por tan fragrante derrota puesto que en casa es un conjunto implacable y siempre complejo de dominar, y, finalmente, perdió el Tenerife en casa. La vuelta a la realidad tras un año siendo un equipo invencible en su feudo. El Deportivo de Guardado necesitó de un córner mal defendido. Simple y llanamente.
Andrés Pérez | Servirá, como cada año, la Champions, para determinar hasta qué punto el Real Madrid es un conjunto temible o simple efervescencia millonaria. Lo hará a la larga, cuando los conjuntos a los que se enfrente muestren enjundia y talento, despierten miedo y tengan músculo, sean en definitiva, equipos semejantes en aspecto y en fondo al Real Madrid. Poderosos. Hasta entonces el Real Madrid hará lo que hizo ayer frente al Marsella. Ganar con poco. El equipo de Pellegrini peca de caos táctico, de desorden, de desajustes continuos en todas sus líneas. Lo comprobó el Marsella, honrado, orgulloso de si mismo, poderoso a nivel físico, en absoluto empequeñecido ante el escenario, lo quiso comprobar durante el primer tiempo y terminó rindiéndose a la evidencia en el segundo. Por más que un club menor se acerque peligrosamente al área de Casillas, nunca ostentará la pegada, la potencia, la descomunal frialdad a la horad e enfrentar la portería rival que el Real Madrid ostenta arriba. Ronaldo finiquitó otro partido sin despeinarse y los tres goles redimieron un partido gris y nada brillante.
El Real Madrid dista mucho de ser un equipo convenientemente colocado en el césped. De hecho es todo lo contrario. Subsiste a través del gol y sólo con su consecución, cuando el rival se abre, cuando teme su artillería, el poderío del Madrid se hace realidad. Por allí aparece Ronaldo, por allí gambetea Kaka', gracil, inteligente, siempre sonriente, silencioso, por allí hace acto de presencia el eléctrico y nunca satisfecho Benzema, y hacia allí orientan sus pases Guti y Xabi Alonso, relamiéndose ante la cantidad de espacios que la defensa rival primero y los propios genios del conjunto blanco después crean cuando el balón atraviesa el medio campo y enfila la portería del equipo menor. Aparecen sí, pero lo hacen finalmente, cuando un gol ha abierto la lata, cuando la compuerta se abre y derrama todo el agua que albergaba. Hasta entonces el Madrid se ofusca, se desespera, se pierde, radica en Gago su creación futbolística y Gago, como futbolista mediocre que es, no rinde como se le espera. Desastroso, impotente, el Madrid agoniza por su fútbol durante la primera parte hasta que uno de los de arriba, iluminado, normalmente el mismo, Ronaldo, se harta.
Harto, sentencia. El Madrid necesita saber abrir un partido sin recurrir al balón largo o a la velocidad de Ronaldo. Lo necesita porque, si bien Diawara, el a la postre expulsado central del Marsella, es un central respetable pero en absoluto intimidador, el equipo blanco terminará enfrentándose a defensas que no están hechas de gelatina. A equipos solventes, duros, ásperos y de calidad. A mitos, a leyendas, a enemigos. Llegado el momento no valdrá el fútbol ramplón solventado con genialidades. Le queda lejos al Madrid tal momento y aún le queda tiempo, mucho, para mejorar. Pero debería comenzar ya.
Por su parte el Barça se sirve y se basta para eliminar obstáculos. El otro día se vio favorecido por el arbitraje, sí, pero tal factor no habría de ocultar la infinidad de ocasiones que el equipo de Guardiola dispuso frente al Dinamo de Kiev, valiente, demasiado, osado, pecador. Muerto. Se fue con el rabo entre las piernas, con un portero endiosado y con la sensación de poder haber recibido un castigo mayor. Camina con pies de plomo el Barça y mantiene la misma voracidad y capacidad de la que hizo gala el año pasado. A este nivel resulta complicado imaginar un equipo que ose desafiar su imperio, su dominio, su fútbol. En otro universo, en otro planeta, casi en otro deporte vive el Atlético. Perdió ante el Oporto, hubo de tirar de De Gea, el prometedor pero joven portero de la quinta de Bojan, y anduvo distraído en ataque. Azotan los vientos de crisis deportiva, esta no es su Champions, no en este estado de forma, y por su bien, convendría replantearse sus objetivos de esta temporada. Desgastar las fuerzas inútilmente termina siendo un lastre en la Liga. Que se lo pregunten al Celta.
Y llegamos al Sevilla. El equipo de moda más allá de los dos superpoderosos clubs que se alejan cada día más y más del mundo terrenal del fútbol español. Goleó a su antojo, siempre que quiso y como quiso a un Rangers mediocre. Lo hizo por atributos propios y no tanto por la incapaciad de los escoceses. Daría un miedo enorme el conjunto de Jiménez si no fuera por la superioridad moral, deportiva, económica, futbolística e incluso estilística de Barça y Madrid. Lo daría, pero no lo da, y a pesar de ello ha de ser encomiable la trayectoria de un equipo que, temporada tras temporada, se refuerza con inteligencia y mantiene un estilo nato, el cual le permite codearse año sí, año también, en las zonas nobles no ya de España, sino de Europa. Cuesta recordar que este mismo equipo estuvo en Segunda no mucho tiempo atrás. Veremos qué depara su camino en la Champions pero un aviso: la euforia desmedida nunca es buena compañera. Ilusión sí. Favoritismo no. Ni de lejos.