Andrés Pérez | Servirá, como cada año, la Champions, para determinar hasta qué punto el Real Madrid es un conjunto temible o simple efervescencia millonaria. Lo hará a la larga, cuando los conjuntos a los que se enfrente muestren enjundia y talento, despierten miedo y tengan músculo, sean en definitiva, equipos semejantes en aspecto y en fondo al Real Madrid. Poderosos. Hasta entonces el Real Madrid hará lo que hizo ayer frente al Marsella. Ganar con poco. El equipo de Pellegrini peca de caos táctico, de desorden, de desajustes continuos en todas sus líneas. Lo comprobó el Marsella, honrado, orgulloso de si mismo, poderoso a nivel físico, en absoluto empequeñecido ante el escenario, lo quiso comprobar durante el primer tiempo y terminó rindiéndose a la evidencia en el segundo. Por más que un club menor se acerque peligrosamente al área de Casillas, nunca ostentará la pegada, la potencia, la descomunal frialdad a la horad e enfrentar la portería rival que el Real Madrid ostenta arriba. Ronaldo finiquitó otro partido sin despeinarse y los tres goles redimieron un partido gris y nada brillante.
El Real Madrid dista mucho de ser un equipo convenientemente colocado en el césped. De hecho es todo lo contrario. Subsiste a través del gol y sólo con su consecución, cuando el rival se abre, cuando teme su artillería, el poderío del Madrid se hace realidad. Por allí aparece Ronaldo, por allí gambetea Kaka', gracil, inteligente, siempre sonriente, silencioso, por allí hace acto de presencia el eléctrico y nunca satisfecho Benzema, y hacia allí orientan sus pases Guti y Xabi Alonso, relamiéndose ante la cantidad de espacios que la defensa rival primero y los propios genios del conjunto blanco después crean cuando el balón atraviesa el medio campo y enfila la portería del equipo menor. Aparecen sí, pero lo hacen finalmente, cuando un gol ha abierto la lata, cuando la compuerta se abre y derrama todo el agua que albergaba. Hasta entonces el Madrid se ofusca, se desespera, se pierde, radica en Gago su creación futbolística y Gago, como futbolista mediocre que es, no rinde como se le espera. Desastroso, impotente, el Madrid agoniza por su fútbol durante la primera parte hasta que uno de los de arriba, iluminado, normalmente el mismo, Ronaldo, se harta.
Harto, sentencia. El Madrid necesita saber abrir un partido sin recurrir al balón largo o a la velocidad de Ronaldo. Lo necesita porque, si bien Diawara, el a la postre expulsado central del Marsella, es un central respetable pero en absoluto intimidador, el equipo blanco terminará enfrentándose a defensas que no están hechas de gelatina. A equipos solventes, duros, ásperos y de calidad. A mitos, a leyendas, a enemigos. Llegado el momento no valdrá el fútbol ramplón solventado con genialidades. Le queda lejos al Madrid tal momento y aún le queda tiempo, mucho, para mejorar. Pero debería comenzar ya.
Por su parte el Barça se sirve y se basta para eliminar obstáculos. El otro día se vio favorecido por el arbitraje, sí, pero tal factor no habría de ocultar la infinidad de ocasiones que el equipo de Guardiola dispuso frente al Dinamo de Kiev, valiente, demasiado, osado, pecador. Muerto. Se fue con el rabo entre las piernas, con un portero endiosado y con la sensación de poder haber recibido un castigo mayor. Camina con pies de plomo el Barça y mantiene la misma voracidad y capacidad de la que hizo gala el año pasado. A este nivel resulta complicado imaginar un equipo que ose desafiar su imperio, su dominio, su fútbol. En otro universo, en otro planeta, casi en otro deporte vive el Atlético. Perdió ante el Oporto, hubo de tirar de De Gea, el prometedor pero joven portero de la quinta de Bojan, y anduvo distraído en ataque. Azotan los vientos de crisis deportiva, esta no es su Champions, no en este estado de forma, y por su bien, convendría replantearse sus objetivos de esta temporada. Desgastar las fuerzas inútilmente termina siendo un lastre en la Liga. Que se lo pregunten al Celta.
Y llegamos al Sevilla. El equipo de moda más allá de los dos superpoderosos clubs que se alejan cada día más y más del mundo terrenal del fútbol español. Goleó a su antojo, siempre que quiso y como quiso a un Rangers mediocre. Lo hizo por atributos propios y no tanto por la incapaciad de los escoceses. Daría un miedo enorme el conjunto de Jiménez si no fuera por la superioridad moral, deportiva, económica, futbolística e incluso estilística de Barça y Madrid. Lo daría, pero no lo da, y a pesar de ello ha de ser encomiable la trayectoria de un equipo que, temporada tras temporada, se refuerza con inteligencia y mantiene un estilo nato, el cual le permite codearse año sí, año también, en las zonas nobles no ya de España, sino de Europa. Cuesta recordar que este mismo equipo estuvo en Segunda no mucho tiempo atrás. Veremos qué depara su camino en la Champions pero un aviso: la euforia desmedida nunca es buena compañera. Ilusión sí. Favoritismo no. Ni de lejos.
Vía | El País
Imagen | Marca
El Real Madrid dista mucho de ser un equipo convenientemente colocado en el césped. De hecho es todo lo contrario. Subsiste a través del gol y sólo con su consecución, cuando el rival se abre, cuando teme su artillería, el poderío del Madrid se hace realidad. Por allí aparece Ronaldo, por allí gambetea Kaka', gracil, inteligente, siempre sonriente, silencioso, por allí hace acto de presencia el eléctrico y nunca satisfecho Benzema, y hacia allí orientan sus pases Guti y Xabi Alonso, relamiéndose ante la cantidad de espacios que la defensa rival primero y los propios genios del conjunto blanco después crean cuando el balón atraviesa el medio campo y enfila la portería del equipo menor. Aparecen sí, pero lo hacen finalmente, cuando un gol ha abierto la lata, cuando la compuerta se abre y derrama todo el agua que albergaba. Hasta entonces el Madrid se ofusca, se desespera, se pierde, radica en Gago su creación futbolística y Gago, como futbolista mediocre que es, no rinde como se le espera. Desastroso, impotente, el Madrid agoniza por su fútbol durante la primera parte hasta que uno de los de arriba, iluminado, normalmente el mismo, Ronaldo, se harta.
Harto, sentencia. El Madrid necesita saber abrir un partido sin recurrir al balón largo o a la velocidad de Ronaldo. Lo necesita porque, si bien Diawara, el a la postre expulsado central del Marsella, es un central respetable pero en absoluto intimidador, el equipo blanco terminará enfrentándose a defensas que no están hechas de gelatina. A equipos solventes, duros, ásperos y de calidad. A mitos, a leyendas, a enemigos. Llegado el momento no valdrá el fútbol ramplón solventado con genialidades. Le queda lejos al Madrid tal momento y aún le queda tiempo, mucho, para mejorar. Pero debería comenzar ya.
Por su parte el Barça se sirve y se basta para eliminar obstáculos. El otro día se vio favorecido por el arbitraje, sí, pero tal factor no habría de ocultar la infinidad de ocasiones que el equipo de Guardiola dispuso frente al Dinamo de Kiev, valiente, demasiado, osado, pecador. Muerto. Se fue con el rabo entre las piernas, con un portero endiosado y con la sensación de poder haber recibido un castigo mayor. Camina con pies de plomo el Barça y mantiene la misma voracidad y capacidad de la que hizo gala el año pasado. A este nivel resulta complicado imaginar un equipo que ose desafiar su imperio, su dominio, su fútbol. En otro universo, en otro planeta, casi en otro deporte vive el Atlético. Perdió ante el Oporto, hubo de tirar de De Gea, el prometedor pero joven portero de la quinta de Bojan, y anduvo distraído en ataque. Azotan los vientos de crisis deportiva, esta no es su Champions, no en este estado de forma, y por su bien, convendría replantearse sus objetivos de esta temporada. Desgastar las fuerzas inútilmente termina siendo un lastre en la Liga. Que se lo pregunten al Celta.
Y llegamos al Sevilla. El equipo de moda más allá de los dos superpoderosos clubs que se alejan cada día más y más del mundo terrenal del fútbol español. Goleó a su antojo, siempre que quiso y como quiso a un Rangers mediocre. Lo hizo por atributos propios y no tanto por la incapaciad de los escoceses. Daría un miedo enorme el conjunto de Jiménez si no fuera por la superioridad moral, deportiva, económica, futbolística e incluso estilística de Barça y Madrid. Lo daría, pero no lo da, y a pesar de ello ha de ser encomiable la trayectoria de un equipo que, temporada tras temporada, se refuerza con inteligencia y mantiene un estilo nato, el cual le permite codearse año sí, año también, en las zonas nobles no ya de España, sino de Europa. Cuesta recordar que este mismo equipo estuvo en Segunda no mucho tiempo atrás. Veremos qué depara su camino en la Champions pero un aviso: la euforia desmedida nunca es buena compañera. Ilusión sí. Favoritismo no. Ni de lejos.
Vía | El País
Imagen | Marca
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