miércoles, 1 de junio de 2011

96 puntos


Andrés Pérez | Comienza a ser dificultoso hablar del Barça. Los elogios se agotan pero la brillantez incandescente del conjunto de Guardiola no. La pasada temporada supuso una vuelta a la realidad tras un año, el 2009, en el que el conjunto catalán lo ganó absolutamente todo. Existía la posibilidad de repetir la gesta pero era remota, y el Barça mordió el polvo en Copa ante el Sevilla y en semifinales de Copa de Europa ante el Inter, el único equipo que ha sido capaz de doblegar al Barça en tres años en momentos clave de la temporada. Pese a ello el Barcelona obtuvo la Liga. Este año el Barça ha estado cerca, una vez más, de repetir el triplete obtenido hace dos temporadas, lo cual mejora exponencialmente la anterior: finalista en Copa, una vez más campeón de Liga y campeón de la Champions League.

El Barça comenzó el curso, quizá, levemente intimidado por el nuevo aspecto impoluto y poderoso del Real Madrid, que había contratado a Mourinho, entrenador bastante controvertido en la ciudad condal que el año anterior había obtenido la fórmula adecuada para frenar a uno de los mejores conjuntos de la historia. Así las cosas el Barcelona, durante un buen tramo del año, no se encontraba a sí mismo. Hay que entender ésta última oración en su justa medida: el Barça no se encontraba en el sentido de que no ajusticiaba a los rivales de un modo tan cómodo y espectacular como durante los dos años anteriores, pero seguía siendo muy superior a todos. De este modo perdió en casa ante el inverosímil Hércules que más tarde bajaría a Segunda y pasó algún apuro que otro lejos del Camp Nou en Copa de Europa —Copenaghe, Rubin Kazan—.

A pesar de ello, el Barça era una roca granítica en el Camp Nou y no tuvo mayores problemas durante la primera fase de la Copa de Europa. En Liga todo lo cambió el 5-0 endosado al Madrid. Fue el primer momento en que adquirió el liderato del campeonato y no lo soltaría hasta el final del mismo, a pesar de algún tropiezo puntual —Anoeta, Gijón, Bernabéu—. Aquel partido supuso el despertar definitivo de un equipo que no había cuajado el fútbol que se esperaba de él hasta la fecha. El Barça comenzó a mezclar como siempre había sabido, perfeccionó las dinámicas de juego, los automatismos sin balón, la creatividad de sus mejores jugadores —Messi, Xavi, Iniesta— y acopló con menor dificultad que el año anterior a Ibrahimovic a Villa —y a Mascherano—. Comenzó a golear sin piedad por diferencias de locura —varios partidos ganados con rentas de cinco goles o más, incluida la goleada por 8-0 al Almería en su casa— y sublimó, un día más, la práctica del fútbol. Era, sencillamente, una gozada.

Y lo siguió siendo hasta el mes de abril, en el que se encontró al Madrid en la final de Copa, en las semifinales de Copa de Europa y en un partido bastante intrascendente en Liga. El Barça pareció levemente desestabilizado, al menos en el plano psíquico, por toda la marea mediática creada alrededor de los dos partidos y en la que Guardiola y los jugadores del Barça, tradicionalmente loados por su mesura y saber estar, cayeron quién sabe si voluntaria o involuntariamente. El caso es que el partido inicial de Liga en el Bernabéu supuso un adelanto de lo que llegaría más tarde: un Madrid muy echado hacia atrás. El Barça no arriesgó aquel día porque no lo necesitó, pero se mostró claramente superior como se mostraría en el cómputo total de los cuatro partidos que enfrentarían a ambos.

Y entre Liga y Copa de Europa llegó la Copa del Rey, el único broche amargo a una temporada que ha sido plenamente satisfactoria. Algunos aficionados del Barça otorgaban a este título una importancia menor, en efecto, y de hecho, las sombras alargadas de dos títulos de tanto tallaje como los otros dos previamente citados dejan en un difuminado recuerdo, perezoso y negativo, lo que sucedió aquella noche en Mestalla. Lo que sucedió fue que el Madrid fue mejor en la primera parte mostrándose muy decidido y que en la segunda aguantó todo lo posible para certificar su primer título copero en dos décadas mediante un cabezazo de Ronaldo. El Barça pareció mortal. Y todo el mundo pudo verlo. Y todo el ambiente se deterioró tras un partido de alto voltaje, en el que ningún jugador regaló absolutamente nada, en el que hubo trifulcas, daños colaterales, miradas rencorosas, furibundas provocaciones y una inquina generalizada entre unos y otros.

En ese estado de nerviosismo permanente llegaron ambos a las semifinales de Champions. Y ahí el Barça se mostró infinitamente superior. Supo abstraerse en el campo de las ruedas de prensa y de los titulares, cosa que el Madrid y su entrenador no, y dominó y venció en el Bernabéu con un Messi estelar, espectacular, resolutivo y pieza clave del Barcelona. El Barça había superado su particular prueba de fuego, posiblemente la auténtica final de la temporada. De ahí al término todo fue un camino placentero —celebración del título de Liga mediante— hasta Wembley, donde volvió a imponerse bellamente al Manchester United.

Temporada perfecta, por ende, a excepción del leve punto de oscuridad que supuso la Copa del Rey. El Barça ha rozado el pleno y ha vuelto a alcanzar la excelencia durante media temporada. Messi se ha vuelto a confirmar, por si tenía alguien dudas, como el jugador más determinante y resolutivo del planeta con todo lo que ello conlleva para el Barça —positivo en tanto que se beneficia de ello, negativo en tanto que, el día que no lo esté no sabrá reponerse: capitaliza todo el fútbol del Barcelona, absorbe a sus compañeros—. El resto del equipo ha rayado a un nivel sensacional —a pesar de algunos bajones como el de Piqué o la falta de continuidad de Puyol— y se ha dado una alegría con la recuperación de Abidal —que tras su cáncer ha jugado la final de la Champions—. ¿Objetivo de cara al año que viene? Mantenerse en la línea. Y prácticamente por tendencia debería hacerlo. Aunque la decadencia siempre llega en el momento más inesperado, el Barça sólo necesita leves retoques —quizá algún central, darle más minutos a jugadores como Afellay para que puedan suplir con mayores garantías a los titulares—. Feliz eternidad la suya.

Lectura recomendada | Comparativa en Liga entre Madrid y Barcelona (Marca)
Imagen | El País

martes, 31 de mayo de 2011

92 puntos


Andrés Pérez | Las temporadas en el Real Madrid nunca son comunes ni rutinarias. En ello ponen especial énfasis todos los medios de comunicación que rodean al club de la capital. Era previsible que este año, tras la contratación de Mourinho, lo que ya de por sí era un circo se elevara a la máxima potencia. Ha sucedido y no ha sido agradable, ni en Madrid ni en Barcelona. En general, se puede calificar la temporada del Madrid como levemente exitosa respecto a la del año anterior —mejora exponencial en las dos competiciones coperas y semejantes resultados en Liga— pero constantemente torpedeada y ensuciada por la marea mediática desatada a su alrededor. Así pues, no es de extrañar que se observe en retrospectiva el año con cierto sabor amargo.

Tras la cierta desazón que produjo la temporada pasada, con Pellegrini al mando, con las recientes incorporaciones de Cristiano Ronaldo, Kaka' y Benzema y la llegada de uno de los mejores entrenadores de la última década, sobrado de carisma y con la aureola de ganador nato que le había llevado a conquistar dos Champions League, varias ligas y varias copas en Portugal, Inglaterra e Italia, el ambiente en Madrid era realmente ilusionante. La llegada de estrellas pujantes como Ozil o Di María y la incorporación de jugadores bastante fiables a priori como Carvalho o el metalúrgico Khedira consiguieron que, en términos genéricos, el Madrid aspirara a competir de igual a igual con el Barcelona. Este último punto serviría de losa para el equipo durante el resto del año.

Nadie recaería por aquel entonces en lo ilusorio de pretender que un equipo recién formado igualara en compenetración y proyección de juego a uno que llevaba casi cinco años gestándose en una misma base de futbolistas —Messi, Puyol, Iniesta, Xavi, Valdés, Abidal—. Comenzó el Madrid precipitado en Mallorca, donde se llevó el primer varapalo de la temporada empatando ante un rival, a priori, asequible. En aquel partido fue titular el también recién adquirido Canales, joven promesa del fútbol español que pareció contar, a principios del curso, con el beneplácito de Mourinho. A Canales le sucedería como a Pedro León: ambos se apagarían el restod el año. La derrota más tarde del Barcelona en casa ante el Hércules y los progresos evidentes del Madrid harían olvidar las dudas iniciales.

El Madrid cogió cuajo. Higuaín seguía en un espléndido estado de forma, Ronaldo también, Ozil se acoplaba a la perfección en la parcela ofensiva, Di María crecía en confianza, Carvalho desprendía carisma y seguridad en el centro de la defensa y Xabi Alonso se erguía definitivamente como el líder nato del conjunto. En Champions apenas tuvo inconvenientes e incluso se permitió el lujo de empatar en San Siro en los compases finales, uno de esos partidos que en los últimos años habría perdido casi con toda probabilidad —sería Pedro León el héroe de la noche, en el único momento feliz de su estancia en el Bernabéu—, y en Liga mantenía con firmeza la primera plaza ejerciendo de equipo autoritario en casa y práctico y resolutivo lejos de ella. Tal era la situación de optimismo creciente en Madrid que, en vísperas del importante partido en el Camp Nou, no eran pocos quienes observaban en el conjunto de Mourinho cierto favoritismo.

Y a partir de ahí, tras el cinco cero demoledor que el Barcelona infligió al equipo blanco, todo lo que durante prácticamente una vuelta había sido un camino esperanzador se tiñó de acidez. Mourinho respondió con el carácter que le caracteriza a las primeras críticas que le vertía cierto sector de la prensa. El partido del Camp Nou dejó entrever ciertas carencias ofensivas del equipo. El Madrid no mezclaba bien, sufría en los partidos y no jugaba particularmente bonito. A pesar de ello terminó la primera vuelta como una centella imponiéndose a Villarreal, Sevilla y Valencia, manteniendo vivas las esperanzas de conquistar aún la Liga. Sucedió, en el último partido de la primera vuelta, que empató en casa de un deshauciado Almería y que, dos jornadas después, perdió en casa de Osasuna, también equipo que luchaba por no descender.

A partir de ahí la Liga pareció un objetivo más lejano —pese a que el Barça empataría más tarde en casa del Sporting—. La clasificación tanto de Madrid como de Barcelona para semifinales de la Champions y la ya por aquel entonces segura final de Copa entre ambos dejó en un segundo plano la competición doméstica para el Madrid. Frente a sí tenía dos títulos bastante lejanos en el tiempo y los debía conseguir frente al Barça. En abril el punto de amargura, ambiente viciado y provocaciones constantes entre uno y otro lado llegaba a su punto álgido y, en tal situación, demostrada en la primera vuelta la inferioridad deportiva del Madrid respecto al Barcelona, ganar tanto la Copa como la Champions eran requisitos indispensables.

Y sucedió que el Madrid ganó la Copa del Rey brillantemente, que previamente había empatado en el Bernabéu y que en Champions no tuvo ninguna opción. En fin, todo aquello había saltado por los aires con la rueda de prensa de Guardiola el día antes del partido de ida en el Bernabéu. Tras el partido de vuelta en el Camp Nou la temporada del Madrid había terminado, no sin un poso ciertamente agrio, resultante de lo acontecido en el ámbito extradeportivo. Algunos aficionados neutrales tenían la sensación de que toda aquella parafernalia creada en el entorno del Madrid y que felizmente secundó el del Barça sólo podía quedar justificada en caso de victoria en la mayor parte de las competiciones. Al no ser así, aquel capítulo resultó bastante ridículo.

La temporada del Madrid no se puede entender sin lo sucedido a su alrededor, especialmente en el mes de abril. Entre otros motivos porque ha servido de punta de lanza de algunos sectores tanto de la afición como del Barcelona —como del periodismo más próximo al Madrid— para exigir la dimisión o la destitución de Mourinho pese a los logros deportivos. Y más allá del ruido creado sobre el club, hay que valorar los resultados deportivos para emitir un juicio de valor medianamente útil a la hora de analizar el futuro del Madrid — lejos de las etéreas e intangibles cualidades de imagen, filosofía y espíritu de club.

En general, el año ha sido bastante positivo en Madrid. A excepción de la Liga, donde ha conseguido cuatro puntos menos que el año pasado, el equipo ha mejorado en todas las competiciones —consiguiendo una que se resistía desde hacía casi veinte años y superando los octavos en otra, algo que no lograba hacía siete años—. Por otro lado, y algo que puede ser incluso más importante, es posible que se haya apostado definitivamente por un proyecto realmente a largo plazo. Mourinho ha llegado para quedarse y a una plantilla espectacular, excelsa y sobrada de talento se le adivinan enormes posibilidades con el poso de un año de toma de contacto y sistemas de juego ya adquiridos. Porque este que llega y no el que abandonamos, será la auténtica prueba de fuego para Mourinho.

Lectura recomendada | Comparativa en Liga entre Madrid y Barcelona (Marca)
En MQF | 96 puntos (temporada 09/10)
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domingo, 29 de mayo de 2011

Al Barça no se le adivina ocaso


Andrés Pérez | Escudado en una perfección ineludible, el Barça cerró en Wembley un círculo que abarca dos décadas y que compone el más brillante cuadro futbolístico que se recuerda en Barcelona. Lo hizo de nuevo ante el Manchester United mostrándose enormemente superior, apenas acuciado en tareas defensivas durante la mayor parte del partido, bailarín, grácil, eternamente móvil, enrevesado en sí mismo, gustoso del fútbol que explota, victorioso al fin y al cabo, firmando en pleno siglo XXI un dominio cíclico semejante al que Ajax, Bayern o Liverpool impusieron en la década de los 70, mostrando su firme candidatura a uno de los mejores equipos de siempre. Fue otra vez en Londres y fueron otra vez Messi, Iniesta y Xavi, símbolos junto a Valdés y Puyol de las tres últimas Copas de Europa del conjunto culé, historia viva del fútbol.

Cuadró el Barcelona de Guardiola el círculo en Wembley. Sin mayores sobresaltos, tan sólo aquellos reglamentados en cada final de este equipo durante los diez primeros minutos, atando el balón en corto, haciendo correr al rival, acelerando en los metros finales, buscando amigos en cada esquina, asociación y espacios a la espaldas de todas las líneas del rival. Es el del Barça un fútbol ofensivo y vertical pese a que en ocasiones transite por la horizontalidad. No en vano se encarga Messi, en un estado de forma encomiable año tras año, postulándose como el jugador más determinante de la década que abandona y de la que llega, de dotar de carácter agresivo y vertical al juego del Barcelona. Messi y el Barça son una asociación inevitablemente ganadora, entendiendo al Barça como una espléndida generación de jugadores extremadamente competitivos, concienciados, conocedores de sus virtudes y en posición de hacerlas prevalecer frente a las de su rival. No hay mayor virtud en el deporte que la capacidad infinita y recurrente de ser mejor. Y el Barça es uno de los pocos equipos en la historia capacitado para ello.

Entra el conjunto culé en el club de las cuatro coronas continentales y con su tercer título en seis años confirma su hegemonía en Europa durante los últimos años. Enfrente se encontró de nuevo un United excesivamente desnortado, sin recursos más allá del combate agresivo y rudimentario que por momentos volvió a inquietar a Valdés durante los primeros minutos. Ya en la rueda de prensa, destinado a la derrota ante un equipo invariablemente ganador, Ferguson, escocés airado al que difícilmente se le encuentra en un renuncio, afirmó sin paliativos que aquel era el mejor equipo que había visto jamás durante su cuarto de siglo como entrenador. Viniendo de un tipo que ha ganado más de una decena de ligas en Inglaterra y dos Copas de Europa son palabras a tener en cuenta. Aunque en realidad se trata de otra ristra de elogios que se suman al ya extenso palmarés del Barça, de este Barça capitaneado por Puyol y dirigido por Xavi, en este campo.


No hay novedad. El Barça ha conseguido de la excelencia la rutina y sólo por eso merece un aplauso y la rendición incondicional a su estilo en todo el universo fútbol. Guardiola y sus jugadores tienen una ideología y la aplican con fervorosa devoción. Independientemente de que se concorde con ella o no —es una ideología y como tal no vale nada más allá de la afinidad que cada uno quiera darle— es de inevitable admiración el tesón con el que la ejercen. El Barça tiene una idea y vive o muere con ella. Por el momento le ha tocado vivir. Quizá aún sea pronto para apreciar con profundidad lo logrado por esta generación de jugadores, que cabalgan cada temporada a lomos del éxito con absoluta normalidad, desmitificando la gloria, con toda la felicidad y todo el riesgo que ello conlleva. Quizá, decía, sea temprano para valorar en retrospectiva las gestas de este equipo. Hace seis años al Barça se le reprochaba escasez de bagaje europeo, una tez perdedora en los momentos de la verdad más allá de aquel oasis de Wembley firmado por Koeman. De la noche a la mañana, en menos de una década, el Barça está ya en la segunda fila por detrás de Liverpool, Milan y Real Madrid.

Tal fugacidad le ha llegado al Barça relativamente prolongada en el tiempo y en dos ciclos diferenciados: el de Rijkaard y el de Guardiola. Lo cual es aún más admirable. El Barça se ha sabido reconstruir para seguir en el mismo sitio. Es una hazaña a la altura tan sólo de los grandes equipos de la historia. Con todo ello, en este alegato que puede parecer póstumo, al Barça le sobran años por delante porque gran parte de la base de su equipo sigue siendo muy joven y se mantiene en una forma excelente. A excepción de Xavi o Puyol, el resto del equipo tiene aún mucho futuro por delante, y observando a tipos como Giggs o Scholes cuesta no decir lo mismo de los dos canteranos catalanes. Es decir: el año que viene habrá más si ningún equipo es capaz de crear un sistema de juego que frene la marea combinativa del Barça. Y al siguiente más. Y es posible que al siguiente más. No se le adivina ocaso al Barça y el culpable de ello es Messi, jugador celestial empeñado en ser irrepetible cabalgando a lomos de un conjunto ya, no hay duda, bañado en leyenda.

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sábado, 28 de mayo de 2011

El asalto a la cuarta orejuda


Pablo Orleans | Último asalto de la temporada. El Barça tiene ante sí la posibilidad de conquistar el póker de Champions con una jugada magistral, en un tapete simbólicamente atractivo para el barcelonismo y ante un rival de los fuertes, un Manchester United todavía herido, eterno rencoroso, tras el golpe que los azulgrana de un novato Guardiola les asestaron en Roma, en la eterna capital italiana de inmensos coliseos y pasado glorioso. En esta ocasión, los red devils esperan cerquita de casa, en su patria, devolver el golpe recibido hace dos años y un día con la consecución de la tercera Copa de Europa de Sir Alex Ferguson, ese estratega escocés con aires de inglés ebrio. El Dictador del banquillo rojo le guarda una al Barça pero, sobre todo, se la guarda a Guardiola.

Mientras tanto, el técnico del FC Barcelona llegó a la ciudad inglesa con todos sus efectivos disponibles. El once que todos nos conocemos de carrerilla plantará cara en la alfombra de ese glorioso estadio donde, una vez, el Barça conquistó Europa. Aquel zarpazo de Koeman en el minuto 111. Aquella falta embarullada contra la Sampdoria sobre Eusebio al borde del semicírculo del área. Aquellas excelentes vibraciones cuando Ronald, el 4 del Barça atulipanado, cogía el balón con las dos manos y lo plantaba con mimo sobre el verde de Wembley. Aquel silencio previo. Aquellos corazones taquicárdicos. El miedo italiano contra la esperanza española. Esa carrera en la que todo el barcelonismo cogió aire. Aquellos dos pasos y medio frente a tres blucerchiatis y ese golpeo mágico. Seco pero dirigido, el misil que salió de la bota derecha del central holandés rozó el palo impidiendo al gran Pagliuca llegar a tiempo, convirtiéndolo en un espectador de lujo, en un protagonista derrotado.

La suerte está echada. Las aficiones, con las caras pintadas, las bufandas en el cuello, con bombos y banderas y un millón de razones para creerse ganadores, poblarán las gradas del nuevo Wembley para ayudar a sus equipos a conseguir la orejuda más valiosa, el trofeo más deseado. Sobre el terreno de juego, las miles de ilusiones de quienes no quieren perder, se unirán a las sudadas casacas de los futbolistas y juntos revivirán, como en aquel 20 de mayo de 1992, una jugada in extremis, un despiste fatal o una genialidad esperada, para llevarse la gloria o el vacío reconocimiento de ser un segundón. Que gane el fútbol, que gane el espectáculo. Pero, sobre todo, que gane el Barça.

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jueves, 26 de mayo de 2011

El triunfo de la afición


Miguel Salazar | Jorge Valdano, buen futbolista mejor orador, afirmó en su día que «el fútbol es un estado de ánimo». Definición que bien podría ser extrapolada y aplicada a las aficiones de este deporte y que le viene como anillo al dedo a una en particular, la del Real Zaragoza. La hinchada blanquilla comenzó la temporada pitando al equipo y en la última jornada ha terminado protagonizando el mayor desplazamiento en la historia de la Liga. Un dato que resume el recorrido del conjunto y que confirma la biporalidad de la afición.

La frágil situación del equipo, el cambio de juego y de actitud por parte de los jugadores —fruto de la llegada de Javier Aguirre— generó un sentimiento entre la afición en un grado que pocas veces se ha visto en la capital de Aragón. Los precios populares que se ofertaron desde la entidad para los últimos partidos de la temporada provocaron el lleno de La Romareda ante Osasuna, además de unos números poco frecuentes por su magnitud en el resto encuentros. Un movimiento zaragocista masivo con la esperanza y optimismo por bandera se fraguaba conforme pasaban las jornadas, terminando de gestarse coincidiendo con la final ahte el Levante.

Tras haber agotado todo el papel el primer día, la nueva remesa al día siguiente e incluso las reservas a distancia, post-recogida en el Ciudad de Valencia, se confirmaban las mejores expectativas: alrededor de 10.000 zaragocistas acompañarían al equipo en, sin duda alguna, el partido más trascendente de la temporada. En el encuentro de aquella noche solo había dos resultados posibles, ni la victoria, ni el empate, ni la derrota, solo cabía vivir o morir… y la afición bien lo sabía.

La llegada de los más de 100 autobuses desató la locura. Nada más poner los pies en Valencia, a siete horas de encuentro, los cánticos afloraron en clave de saludo y no se detendrían hasta bien entrada la noche. Siempre había un grupo, más o menos numeroso, haciendo de banda sonora del resto de la afición, recordando los cánticos más populares entonados en La Romareda. Las miles de camisetas portadas por los hinchas tiñeron los aledaños del estadio de blanco, azul, negro y amarillo donde se notaba cierto nerviosismo. Y no por miedo a la derrota sino por prisa a que empezara el encuentro lo antes posible. Restaban poco menos de dos horas para el comienzo del choque cuando llegó el autobús. Un pasillo humano interminable y atronador daba la bienvenida al autobús del león que portaba a los héroes de la noche, el momento tan esperado se acercaba.

Como si de su estadio se tratase la afición conquistó el Ciudad de Valencia en una imagen casi inédita en un partido de la Liga española. Los 10.000 seguidores abarrotaron las gradas antes de que la final comenzara y los auriculares empezaron a hacer acto de presencia en los oídos de alguno de ellos en una misión casi imposible debido a los decibelios que manaban de las gargantas de la afición. Sin embargo sonaban con ganas de cantar un gol, se notaba esa incertidumbre, alimentada además por los dos goles anulados al Real Zaragoza. Fue entonces cuando Gabi dio inicio a la fiesta. Su gol de falta significó muchas cosas, entre otras, que el pesimismo de los más cenizos desapareciera y que se comenzara a disfrutar de la fiesta zaragocista.

La segunda parte certificó que los cánticos aquella noche no conocieron la tregua. La grada saboreaba el 0-1 y el ambiente olía a Primera División. Hubo tiempo para todo en el partido, incluso para que la bipolaridad de la hinchada se manifestara en forma de silbidos hacia Jorge López cuando éste sustituyó a Boutahar, aunque solo quedó en un espejismo. El segundo gol del capitán desató la locura, aunque el tanto de Stuani palió el efecto, que no los cánticos, a los siete minutos y con el partido ya expirando. Sin embargo, no hubo nada más de que preocuparse que no fuera de concluir la noche con el acto final.

Fue entonces cuando el himno saltó a escena en su máximo esplendor al ser interpretado por diez millares de gargantas ya desgarradas y llenas de júbilo que recordaba a otras noches ilustres de la hinchada maña. La celebración se prolongó en las gradas tras el pitido final, era el tiempo de disfrutar del triunfo y de respirar tranquilos por primera vez en la temporada, era el tiempo de la afición y de su victoria. Los jugadores saludaron a su público, sabedores de que ha sido una de las claves de su final de temporada. Las múltiples celebraciones, desmesuradas para algunos, solo certifican que queda gente, mucha gente, que vive el Real Zaragoza y que una asignatura pendiente desde hace un tiempo ha sido aprobada. Solo falta que el compromiso adquirido esta temporada perdure en el tiempo para guiar a este equipo donde debe de estar.

En MQF | El drama aparca en Riazor | Profesionalidad y compromiso por bandera
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miércoles, 25 de mayo de 2011

Profesionalidad y compromiso por bandera


Víctor Úcar | Hay equipos que cuentan con jugadores capaces de resolver un partido. Otros logran victorias gracias a un fantástico trabajo de estrategia. Y unos pocos consiguen formar un bloque compacto que gana los encuentros jugando de memoria. Sin embargo, aunque los objetivos de una plantilla sean ambiciosos —ganar títulos— o limitados —la permanencia en la élite—, hay dos cuestiones que un vestuario tiene la obligación de reunir si quiere cumplir sus metas: la profesionalidad y el compromiso. Un equipo puede tener más o menos calidad, puede contar con jugadores más o menos talentosos, puede congregar un presupuesto más o menos modesto, pero que el bloque se esfuerce al máximo y demuestre una entrega al cien por cien sobre el terreno de juego es algo que no debe cuestionarse.

En este sentido, aunque podemos recriminar y señalar muchas cuestiones negativas del Real Zaragoza 2010-2011, sería muy injusto no reconocer el esfuerzo que han hecho los profesionales que han conformado el equipo este año para lograr la salvación. Y es cierto, seguramente esta temporada hemos contemplado una de las plantillas zaragocistas con menor calidad de los últimos años, un equipo sin un referente ofensivo capaz de solventar los partidos con sus goles, una zaga lenta, insegura e incapaz de cerrar el grifo durante gran parte de la campaña, o un fondo de armario que ha sobrepasado los límites de la escasez futbolística. Sin embargo, si hay algo que los jugadores de este Real Zaragoza han sabido demostrar sobre el césped ha sido una profesionalidad intachable y un compromiso admirable. Es por eso que el mérito de la permanencia les pertenece exclusivamente a ellos. Bueno, a ellos y a su magnífico director de orquesta: Javier Aguirre.

El técnico mexicano arribó a la capital aragonesa a mediados del mes de noviembre para sustituir al tándem Gay-Nayim y bajo la vitola de ser un entrenador-psicólogo, capaz de levantar el ánimo de una plantilla que en algo más de dos meses se encontraba más cerca de segunda división que de la propia Liga BBVA —solo una victoria y siete puntos en 11 jornadas—. El reto no era nada sencillo, y la confección final de la plantilla tampoco invitaba al optimismo. Tan solo un cambio de dinámica y varios refuerzos invernales aparecían en el horizonte como lejanas soluciones, aunque muy poco convincentes. Además, con Aguirre ejerciendo ya en el cargo, los resultados no mejoraron antes de las navidades: tres puntos en cinco encuentros. El conjunto zaragocista continuaba como colista. La Segunda División parecía todo un hecho.

Sin embargo, con la llegada del nuevo año, el Real Zaragoza sufrió una agradable transformación. Aparentemente, nada que ver tuvieron en ella los dos fichajes invernales —N’Daw apenas ha jugado con la elástica blanquilla y Da Silva, aunque ha sido muy importante en el tramo final, no apareció en escena hasta que Contini cayó lesionado en el mes de abril—, aunque como dijo el técnico mexicano, «todo lo que viene suma para el equipo». Pero sí que cambio la suerte, y con ello la dinámica del grupo: cuatro victorias en cinco choques resucitaron al Zaragoza en un mes de enero milagroso. La salvación seguía siendo difícil, pero ya no resultaba una quimera. La victoria ante la Real Sociedad en la jornada 17 había marcado el punto de inflexión blanquillo, por lo que a partir de ahí la permanencia que había que gestar en la segunda vuelta pasaba por seguir creando de La Romareda un fortín y rascar algún punto fuera de casa.

La fortaleza casera se construyó a base de regularidad —ocho victorias y un empate en los 12 encuentros que se han disputado desde enero de 2011—, pero la hazaña visitante solo tuvo un espejismo de mejora en la jornada 20 con la victoria en La Rosaleda por 1-2 ante un rival directo como el Málaga. Desde entonces hasta el final de temporada un empate en Gijón fue el único botín de los de Aguirre, que acumularon hasta cuatro derrotas consecutivas a domicilio. Sin embargo, en el mejor escenario posible, durante último fin de semana de abril, el Real Zaragoza conseguía una victoria épica ante el Real Madrid (2-3) que le daba prácticamente la permanencia. Tras ese histórico resultado en la capital española, ganando sus dos últimos compromisos locales el club se agarraba a Primera. Pero después de una temporada sufriendo desde la jornada número uno, el equipo maño no iba a permitir que su afición respirase tranquila las últimas jornadas. Una derrota inesperada en La Romareda —que colgó el cartel de no hay billetes— frente a Osasuna y otra desafortunada y a última hora en San Sebastián volvían a meter al equipo en descenso y sin margen de error para atar la permanencia.

Pero si algo ha caracterizado a esta plantilla a lo largo de todo el año es que cuanta más presión y más cerca se encuentra la soga del cuello mejor rinde el colectivo. Y así se demostró en las dos últimas jornadas, concebidas como auténticas finales de copa. La penúltima final se jugó en La Romareda ante el Espanyol, y el equipo, arropado en todo momento por su afición, dio la cara y consiguió los tres puntos que necesitaba para llegar con vida a la última jornada. ¿Quién iba a imaginar que el equipo dependería de sí mismo para salvarse en la jornada 38? Lo cierto es que en navidades era absolutamente inimaginable, pero desde enero se empezó a observar que el compromiso y la profesionalidad de la plantilla podían ser suficientes para lograrlo. Y en esas circunstancias llegó la última y decisiva jornada de la liga. No había más. La derrota condenaba al equipo al infierno de la segunda división; el empate hacía depender del resto de equipos implicados; y la victoria aseguraba la permanencia matemática. Solo había por tanto un único camino a seguir: ganar al Levante —ya salvado— en el Ciudad de Valencia.

Y la afición no estaba dispuesta a perdérselo. En el momento más difícil del Real Zaragoza como institución, más de 10.000 zaragocistas decidieron arropar a su equipo lejos de La Romareda para demostrar su plena confianza en los jugadores. Sin duda, ellos no podían fallar. Se lo debían a la afición. Por eso, de nuevo en una situación de máxima tensión, los jugadores del Real Zaragoza volvieron a responder con otra victoria vital, la última de todas, la definitiva. La permanencia era ya un hecho, pero representaba también un éxito. Y todo ello a pesar de la crítica situación económica del club, de su grave crisis institucional y de su pésima gestión deportiva veraniega. Todo ello a pesar de vivir en un eterno escenario de tensión y presión salpicado por los impagos de Agapito Iglesias, golpeado por las denuncias recibidas de otros clubes nacionales y europeos y ocasionado por estar jugando finales desde las primeras jornadas de liga. Pero todo ello gracias a un excelente ejercicio de compromiso y profesionalidad que podríamos simbolizar en los jugadores más determinantes de la temporada —Gabi y Ponzio—, pero trasladable al resto de la plantilla y a su cuerpo técnico. Sin lugar a dudas, un gran ejemplo a seguir en el futuro.

En MQF | El drama aparca en Riazor
Imagen | Periódico de Aragón

lunes, 23 de mayo de 2011

El drama aparca en Riazor


Andrés Pérez | Una década después de que el Deportivo se proclamara campeón de Liga por primera vez en su historia, tras la consecución de un título de Copa, de una Supercopa de España, de deslumbrar a Europa, todo ello, sí, pero también cinco años después de la agria digestión del éxito, de un lustro de decadencia continuada y sin freno, de varios años de descapitalización económica y de grises expectativas, el Deportivo, decíamos, es equipo de Segunda División. Lo es tras una temporada bordeando el filo del abismo en compañía de otros tantos equipos que durante las últimas jornadas firmaron un cuadro majestuoso, trágico, sangriento y envuelto en lágrimas del fútbol, de esta competición ruinosa e injusta en la que se ha convertido la Liga Española.

Como el Zaragoza había decidido salvarse de cualquier modo en el Ciudad de Valencia, en compañía de 12.000 personas enfervorizadas ante la expectativa de la salvación, alguien virtualmente salvado en la penúltima jornada tenía que ocupar el puesto vacante del conjunto aragonés. Tanto Deportivo de la Coruña, como Mallorca, como Osasuna se jugarían la vida o la muerte ante equipos cuyas intenciones deportivas quedaban muy alejadas de la supervivencia en Primera División por lo que, a priori, partían con cierta ventaja respecto a Real Sociedad y Getafe, equipos enfrentados con posibilidades de descender. De este último enfrentamiento nacían gran parte de las aspiraciones del resto puesto que les hacía depender de sí mismo.

De poco le sirvió al Deportivo. Enfrentado a un Valencia visiblemente apático —posiblemente un hecho derivado no tanto de los maletines como de la compasión—, el conjunto de Lotina, carente de talento, cegado por la mala suerte, deudor durante toda la temporada de capacidad competitiva, se estrelló repetidamente ante César, excelso bajo los palos como sólo los porteros son capaces de hacer en situaciones de apatía generalizada y brillantez aislada y rutilante. César, al igual que De Gea, al igual que Munúa, crecieron ante el reto de lo imposible: superar la dejadez generalizada de sus compañeros de equipo. Entre los tres estuvieron cerca de arruinar la noche a todos sus rivales, siendo el más desgraciado el Deportivo, imborrable la estampa de Lopo exigiendo explicaciones a César, equipo de Segunda División una vez el drama hubo aparcado en Riazor.


Tiempo habrá de analizar, con mayor frialdad, la década inverosímil, el trayecto descendente, del Deportivo en la Liga y sus posibilidades de futuro. Como bien sabe la Real Sociedad, varios años en segunda son una losa difícilmente superable. Un ejemplo de todo ello es el Celta. Otro ejemplo puede llegar a ser el Deportivo. Cerca de sufrir en sus carnes la absoluta ruina deportiva y económica, en un epílogo trágico y descorazonador, el Mallorca, club cuya paupérrima situación le obligó la pasada temporada a renunciar a Europa y a un equipo maravilloso construido desde la inteligencia, se dejó arrastrar por su propia tendencia negativa, incapaz durante el último mes de entender sus posibilidades de descenso. Perdió agónicamente ante el Atlético de Madrid y dejó su cuerpo a merced de un tiro de gracia de sus rivales. Fue el otro gran protagonista de la noche.

Osasuna y Zaragoza ganaron, felices ellos, conjuntos criados en el norte pero lejos de la cornisa cantábrica, tan dispares, tan semejantes, creados para la supervivencia, batalladores infatigables, guerreros en la trinchera, embarrados desde su concepción, inevitablemente salvados, conocedores de su condición. Lo hicieron frente a equipos del Levante, en compañía, felices para siempre o, como mínimo, por un año más. Se escuchaba en el Ciudad de Valencia, ya con el partido muerto, que el Zaragoza, de mantener la dinámica arriesgada de los dos últimos años, volvería a catar las agrias mieles de Segunda División. Bueno, ahí está el Osasuna para reivindicar su capacidad agónica de sufrimiento año sí, año también, indeleble en el imaginario colectivo como el eterno aspirante al descenso. Aspirantes ambos, un año más, un año menos.

En toda esta historia de tintes épicos resta hablar del Getafe y de la Real. Sorprendentemente, fue el Getafe el equipo convencido de sus posibilidades, el que pudo explotar su calidad dentro del campo mejor que su rival, en apariencia mejor preparado para partidos parcos en lindezas como los de esta clase. Ambos equipos llegaban aquí casi sin querer, tras una penosa segunda vuelta. Se le apreció a la Real. No tanto al Getafe. Finalmente empataron y todos fueron felices. Todos, los cinco, Osasuna, Zaragoza, Mallorca, Real Sociedad y Getafe a costa de un desangelado Deportivo, el club de más reciente éxito de los seis contendientes. Quizá ahí se encuentre el motivo de que algunos, salvado el Zaragoza en Valencia, aún nos costara asimilar que un club así, que un nombre semejante durante la última década, pisara la Segunda División. A posterior, es el club más extraño en su posición de todos los que la podrían haberla ocupado. Y ahora, tristemente alicaído, sólo le queda llorar. Llorar y volver.

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Imagen | Diarios de Fútbol | El Periódico de Aragón

jueves, 19 de mayo de 2011

La historia se repite en Oporto


Andrés Pérez | A Villas Boas, ya cuando finalizaba el partido, se le adivinaba un brillo en los ojos repleto de orgullo y satisfacción, de altanería, de soberbia juvenil, treinta y tres años, aspecto poderoso, apuesto, guapo, media melena lacia, elegante a la par que informal. El brillo de quien se sabe mejor que su rival y que aflora de forma sospechosa, también, en el espejo en el que todo el mundo refleja a Villas Boas: Mourinho. Por aquel entonces, cuando el destello de la felicidad se adueñaba de las pupilas sobrias y henchidas de gozo de Villas Boas, el Oporto observaba como el impotente Sporing de Braga se estrellaba repetidamente víctima de su propia incapacidad. El Oporto volvía a conquistar la Europa League, el título europeo menor, ocho años después de que lo hiciera, casualmente, veleidades del caprichoso destino, de la mano de José Mourinho.

Un año más tarde aquel conjunto que tenía a Deco por referencia y a un puñado de solventes jugadores portugueses por detrás de él se proclamaría campeón de Eurpoa partiendo desde la defensa. La historia de su entrenador es por todos conocida. Empezó una tarde cualquiera, como la de ayer, con un conjunto azul y blanco sobre el terreno de juego, imponente, bello, esplendoroso, prometedor y, paradójicamente, en este mundo del fútbol globalizado y acaparado por los grandes conjuntos mediáticos, anónimo. De la mano de Moutinho se despliega, se desplegó el Oporto, un compendio de virtudes, de variantes, quizá excesivamente lento en su línea defensiva, posiblemente demasiado extravagante en su portería, letal de la mano de Falcao, un delantero superior, insultantemente superior ante el Sporting de Braga del mismo modo que Hulk ante cualquier otro ser humano.

Corría el minuto 44 de la primera parte y Guarín levantó la cabeza y acto seguido el balón, que se prolongó en una parábola perfecta hasta la cabeza de Falcao, solo, celestial en el salto, hermoso en el remate. Aquel cabezazo de Falcao, cuyas virtudes futbolísticas quedaron suficientemente glosadas con aquellos cuatro tantos al Villarreal en semifinales, suponía otro título para el Oporto. De ahí al final el Sporting de Braga sólo supo tropezarse. El Oporto ha sabido reinventarse desde que en 2004 se emborrachara a base de éxito. Varios años más tarde, repite los pasos que en su día dibujó para tomar Europa. Varios años más tarde, la historia se repite de la mano de un apuesto y carismático entrenador. Oporto. Apunten el nombre. Quizá el año que viene sorprende a más de uno.

Imagen | El País

miércoles, 18 de mayo de 2011

Manchester es una fiesta


Andrés Pérez | Hubo un tiempo, durante la década de los ochenta, en el que a los aficionados del United y el City, ambos equipos de Manchester, no tenían gran cosa que celebrar. Los equipos más allá del Mersey, Liverpool y Everton, se repartían, con más fortuna para los reds que para los toffies, la práctica totalidad de los títulos ligueros. Así, en Manchester, lejos de las mieles del éxito deportivo, se consolaban en discotecas maravillosas donde grupos de todo tipo y condición hacían historia sin saberlo, probablemente más ocupados en experimentar con todas las drogas de diseño que les fuera posible. Joy Division había muerto con Ian Curtis y su trágica concepción de la existencia humana se había transformado en New Order, un hedonista grupo de post-punk que creció y creció junto a Tony Wilson y a un garito ya legendario llamado The Haçienda, centro neurálgico de todo lo que sucedería en Manchester durante los años posteriores.

Manchester era una fiesta. La producción musical de aquellos años, a falta de cosas mejores de las que presumir en los terrenos de juego, fue sencillamente abrumadora: New Order, Happy Mondays, The Smiths, The Stone Roses o Inspiral Carpets entre otros muchos dan fe de ello. Pero, como todo en la vida, aquel desmadre continuado que debía ser la ciudad mancuniana en los ochenta terminó por irse al garete, surgió el grunge, todo el mundo comenzó a girar la cabeza en dirección hacia la deprimente Seattle de principios de los noventa y hasta que un par de paletos apellidados Gallagher decidieron perpetrar esa obra magna de la última década del siglo XX llamada Definitely Maybe nadie volvió a preguntarse por aquella ciudad del norte, rica e industrial que no destacaba por absolutamente nada.

Por nada excepto por un equipo que, tras la resaca permanente en la que se instaló el Liverpool, comenzaba, de la mano de un tal Alex Ferguson, a llevarse títulos a espuertas. Y así hasta la decimonovena liga del pasado fin de semana, campeonato que deja en solitario al Manchester United como equipo que más veces ha ganado la Liga en Inglaterra. Armando menos ruido y con una trayectoria neonata en lo tocante a la consecución de títulos, el City, casi al mismo tiempo con un gol del intratable Touré Yayá, levantaba la FA Cup, un trofeo indispensable para que el multimillonario proyecto encabezado por un fondo de inversión árabe continúe en pie y en el futuro, a base de libras, aspire a algo más. Manchester, el pasado fin de semana, volvió a ser una fiesta. Sus dos equipos se repartían los títulos.

No cabe sino admirar al United, un equipo pensado y fabricado para la gloria que con pasmosa facilidad la obtiene año sí año también. A su decimonovena Liga, tras gol de Rooney, el mejor jugador del equipo, hay que sumar una nueva final de la Champions League, esta vez ante el Barcelona. Y poco más queda por decir del magnífico equipo que Ferguson ha ideado. En esta su última temporada se retira en lo más alto. Es el más grande. Sin discusión. Como sin discusión es Mancini un entrenador pobre en recursos y cobarde en sus ejecuciones. Nadie osaría negarle tan orgulloso título a un italiano. De ahí que sorprendiera el domingo ante el Stoke, controlando el partido su City, buscando variantes ofensivas, rotando en Silva para que éste, a base de asociarse con sus compañeros, fabricara ocasiones con más criterio que la pura intuición bruta. No cuesta imaginar al City o al United bailar a sus respecivos rivales al ritmo de 24 Hours Party People o a Ferguson observando en retrospectiva su carrera deportiva con Age Of Consent de fondo, henchido de gloria y placer.

No cuesta, al mismo tiempo, imaginar a toda una ciudad moviendo sus cuerpos indefinidos a ciertas alturas de la noche bajo el techo de la ya finada pero siempre presente Haçienda. Porque, en el fondo, Manchester nunca dejó ni dejará de ser una gran fiesta.

Imagen | El País

martes, 17 de mayo de 2011

Capitán sin brazalete


Miguel Salazar | Como si de un diálogo de «El bueno, el feo y el malo» se tratase afirmaré que existen dos clases de capitanes: los que llevan el brazalete y los que no. Los primeros no admiten discusión de tal título. Reconocidos por toda la afición han sabido mejor que nadie representar al club del que forman parte y echarse el equipo a su espalda. Ese es el caso de Gabi que esta temporada se ha destapado como alma del Real Zaragoza en todo momento ejerciendo de faro dentro del terreno de juego. El intachable rendimiento ofrecido por el centrocampista madrileño, junto con su actitud guerrera y los ocho goles que suma en su haber, le han erigido como el emblema del equipo. Méritos no le han faltado pero sería injusto olvidarse de la otra mitad del alma blanquilla, Leo Ponzio.

Y es que si hablábamos los dos tipos de capitanes Ponzio representa mejor que nadie a los de segundo tipo. Pocas veces se le ha visto luciendo los colores de la bandera de Aragón en su brazo izquierdo, sin embargo, su comportamiento dentro del campo le delata, es un capitán nato. Lejos queda ya su etapa en la que se le relegaba al lateral derecho donde su influencia se reducía notablemente tanto en el juego como en el carácter que deposita y transmite al resto del equipo. Ahora desde la medular se siente como pez en el agua. El argentino ejerce un derroche físico en cada partido al alcance de pocos futbolistas: corta, inicia, pero sobre todo organiza la zaga, vital para el equipo. La anarquía que caracterizaba la defensa del Real Zaragoza en las primeras jornadas de Primera División se terminó el día que Ponzio empezó a cubrir la demarcación de pivote.

Esta ha sido la temporada en la cual Leo ha rugido más fuerte que nunca. Su casta guerrera siempre ha destacado pero este año ha conseguido que la plantilla y la afición se contagien de ella. Siente los colores como pocos y el domingo se convirtió en el héroe con su tanto, convirtiéndose en el artífice de que la ilusión y la esperanza se prolonguen hasta la jornada 38 de la Liga. Sin embargo, Ponzio no necesita reconocimientos especiales puesto que saltará al Ciudad de Valencia como lo hace en cualquier partido, al 100%. Del mismo modo que tampoco necesita distintivo alguno que lo certifique como capitán.

Imagen | Peña Zaragocista Ángel Lafita

lunes, 16 de mayo de 2011

Sálvese quien pueda


Andrés Pérez | Al Zaragoza no le valían medias tintas y saltó a La Romareda convencido de que sus planes presentes y futuros pasaban únicamente por imponerse al Espanyol. Todo lo demás era inútil y superfluo. Conocedor de ello, Leo Ponzio, un aguerrido mediocentro argentino que va camino de forjar con letras de oro su leyenda en el libro del zaragocismo, robó un balón en las cercanías del área de Kameni, levantó la cabeza, se tomó su tiempo, armó la pierna derecha, soltó un latigazo e introdujo el balón en el fondo de la red para dar una victoria total y agónica a su equipo, del todo redentora. El gol de Ponzio embarraba a cinco equipos más en la lucha por el descenso, que se jugarán la vida a cara o cruz en la última jornada, a saber: Mallorca, Getafe, Real Sociedad, Deportivo de la Coruña y Osasuna.

Todos ellos cuentan ya con 42 puntos o más. De hecho el único que no los tiene, y que por ende está en posición de descenso, es el Zaragoza, cuya excelente segunda vuelta —victoria en el Bernabéu, goleada al Valencia en La Romareda— se ha visto empañada por dos enfrentamientos trágicos ante Osasuna y Real Sociedad, rivales directos en la lucha por el descenso. Paradójico es el caso de la Real Sociedad: ya celebraba la salvación cuando el gol de Aranburu enviaba al abismo al Zaragoza, pero su derrota en Sevilla puso de manifiesto que por más milagros que se obren esta temporada nada, nunca, es suficiente para firmar la supervivencia en la primera categoría. Se despidió Kanouté asesinando, sin piedad, a una Real Sociedad que acaparará todas las miradas junto al Zaragoza en la última jornada al recibir al Getafe, el enfrentamiento clave que ha deparado el calendario y que permite, de nuevo y como en el final de Liga 07/08, que el equipo que gane su partido se salve. Automáticamente.

Por orden. El Mallorca perdió en Almería inexplicablemente y con 44 puntos se encuentra en una situación que jamás imaginó durante el resto de la temporada. Le es ajena esta lucha al Mallorca lo cual aumenta exponencialmente su riesgo. A su favor cuenta con el menor porcentaje de fracaso de los seis implicados: no en vano necesita una concatenación de resultados que pasa porque ninguno de sus rivales pierda. Como era de esperar, el Real Sociedad - Getafe de Anoeta vuelve a ser decisorio. Si Osasuna, Deportivo y Zaragoza ganan y en Anoeta firman un empate, todo ello teniendo en cuenta que el Mallorca pierde, el equipo balear habrá descendido a Segunda División. Improbable. Al Mallorca le basta un punto.


Osasuna perdió en Getafe en otro de los duelos claves de la jornada y otro equipo que aparentemente rozaba la salvación ve peligrar su estatus. Su caso es ejemplar. Tras tres victorias consecutivas ha sido incapaz de alejarse de la zona de peligro, lo cual da fe de lo cara que va a estar la salvación este año: ni más ni menos que por encima de los 42 puntos si el Zaragoza, quien ahora ocupa la última plaza de descenso, suma un punto o más. Se puede llegar a dar el caso de que un equipo descienda con 44 puntos. Una locura. Osasuna, decíamos. Se enfrenta en casa a un Villarreal que no se juega absolutamente nada. Parece improbable que precisamente ahora y ante un equipo sin necesidad competitiva Osasuna pierda un partido en casa. Algo semejante le sucede al Deportivo, que se enfrenta a un Valencia apático en casa.

No obstante poco importará lo que hagan los tres equipos previamente citados si el Zaragoza, que viaja al campo de un Levante previsiblemente primado, no gana. Dado el enfrentamiento entre la Real y el Getafe, al Zaragoza, que está a un punto del conjunto madrileño y cuenta con la diferencia de goles a su favor, le valdría incluso un empate. Huelga decir que es mucho más tranquilizador ganar y que Real Sociedad y Getafe discutan de tú a tú qué equipo debe irse al garete. Así las cosas se presenta una última jornada taquicárdica en la lucha por el descenso más cara de todos los tiempos y se podría decir que la más mediocre. Que equipos como el Zaragoza o el Osasuna, de limitaciones más que evidentes, estén en francas condiciones de mantener la categoría dice más de la Liga que todos los goles anotados por Cristiano Ronaldo o Messi en una temporada. La emoción, eso sí, seguirá estando en el territorio reservado a los parias y al fútbol drama en un sálvese quien pueda legendario de tintes melodramáticos.

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Imagen | El País

viernes, 13 de mayo de 2011

El Barça consigue «la esperada»


Pablo Orleans | Puede parecer prepotente. Puede, incluso, parecer excesivamente exigente. Aún así, no es despreciar el título liguero, ni mucho menos. Pero ganar la Liga, sin una victoria y tras tantas oportunidades por delante, no llena al barcelonismo. El Ciudad de Valencia no era el estadio perfecto y la celebración no era plena. Las oportunidades se perdieron hace una semana y media, cuando la derrota blanca en el Bernabéu ante el Zaragoza dejaba en bandeja el alirón culé en su próximo encuentro en casa si ganaba en Anoeta. Las dudas sembraron el infierno y la Real se llevó una victoria discutible y fácil ante un Barça —B— cómodo y centrado en Europa.

Así, tras la victoria en el derbi catalán, las opciones pasaban por Valencia. Los granotas del Levante esperaban a un Barça plagado de figuras y concienciado en sentenciar, de una vez, una Liga con propietario fijo desde hace algunas semanas. La tercera consecutiva asomaba desde hacía tiempo pero no daba el paso firme hacia adelante para llenar canaletas por segunda vez en una semana. Los jugadores, protagonistas de una celebración necesitada, respondían con agrado a los numerosos culés de Valencia para terminar la noche con los miles que esperaban en Barcelona.

A un paso del doblete, la temporada del FC Barcelona puede ser ovalada. Me explico. Con la Liga en el bolsillo, los de Guardiola esperan a Wembley para el asalto a la cuarta orejuda de su historia. La nota discordante de la Copa achata los polos de esta temporada redonda para no hacerla tan perfecta. A pesar de que todavía queda un partido para la gloria, nada se puede reprochar a un grupo de ases que han coincidido en una época y en un grupo difícilmente igualable. Mientras el Madrid hace cantera a base de talonario, los culés disfrutan en familia de la tercera —consecutiva— victoria liguera de sus pupilos.

El fútbol premia a los valientes. El fútbol premia a los atrevidos, a los superdotados, a los humildes y trabajadores. Y el Barça, este Barça para la historia, lo tiene todo para ser el más galardonado. El atrevimiento de jugar a un estilo imposible, perfecto, preciso y eficaz. De mimar el esférico con sublimidad y controlar el juego en todo momento. De apostar por los de casa, por una filosofía trabajada y por un estilo estudiado concienzudamente. La perfección se trabaja, y eso es algo en lo que los integrantes de la plantilla azulgrana tienen un máster. Trabajan con humildad para seguir haciendo lo que más les gusta. Trabajan con seriedad sin preocuparse por los arbitrajes, por los errores ajenos ni el beneficio propio a base del perjuicio del prójimo. La pócima, bien guardada bajo llave en la hucha de La Masía, reposa con la receta esencial para crear genios y unir mentalidades. El fruto se convierte en ligas; en finales de Copa y de Champions consecutivas. En celebraciones que, prontas o tardías, vuelven a poner —año tras año— al barcelonismo en la cumbre del balompié. Enhorabuena Barça.

Imagen | El País

jueves, 12 de mayo de 2011

El orgullo ante la taquicardia (o ser feliz a pesar de todo)


Eduardo Lázaro | Escribir estas líneas me produce una profunda desazón. Es complicado decirlo cuando son tantos meses sin dejar volar la «pluma» en este lugar. Es fácil cuando ves que la vida se escapa, resbala entre unos dedos invisibles y la agonía se hace fuerte en el corazón.

De nuevo el Real Zaragoza, nuestro Real Zaragoza, ha vuelto a caer derrotado con síntomas, por encima de todo, de agotamiento y de impotencia. De nulidad y de tóxica ineficiencia ante una mediocre pero aguerrida Real Sociedad. Faltaría a la verdad si dijera que no ha habido partidos en los que el equipo ha dado muestras de brillantes, por no decir excelentes, momentos de fútbol. Ese que se basa en el toque, la combinación y, cómo no, el ataque sin miramientos. Pero por encima de todo, hemos asistido a la enésima descomposición de un equipo venido a menos.

¿De qué nos sirve saber que hoy, un gol, ha sido anulado injustamente y que hemos marrado tres ocasiones claras? ¿De qué sirve, una vez más, a estas alturas, lamentarse de no haber jugado todo el partido como los primeros minutos del segundo tiempo? ¿De qué sirve lamentarse cuando estamos, again, sintiendo el calor del infierno en la frente, sudando la gota gorda, y sin creernos —para variar— que dentro de unos meses podemos estar jugando contra el Alcorcón? Desde la jornada inaugural hemos ido recolectando ávidamente boletos para el premio gordo que se repartirá dentro de dos fines de semana y, ahora, ésto, no puede ni debe hacernos llevar las manos a la cabeza o cogernos desprevenidos. Como dato, recordaré que cuando Javier Aguirre aterrizó en la caseta el equipo atesoraba 7 puntos en el casillero... extraordinariamente paupérrimo bagaje por si alguien lo había olvidado.

No cargaré más las tintas contra el equipo, no entraré a repasar la trayectoria vital de esta escuadra durante la temporada 2010-11. No me interesa y me resulta menos doloroso. ¿Para qué? Comenzamos septiembre con un equipo construido a base de retales, lo único que reúne la dignidad suficiente dentro de la profesionalidad de este deporte para vestir la zamarra blanquilla. No cargaré las tintas porque ya no importa que no tengamos una segunda jugada tras un rechace o un simple margen de maniobra y alternativa ante una eventualidad durante la contienda. Da igual. Cada vez estoy más y más convencido de que a los once hombres que salen al campo no se les puede pedir nada a parte de lo que cada día se ve. No porque no lo desee, si no porque no sería justo exigírselo. Juegan con lo puesto y, aunque lo desearían, no pueden ayudarnos de otro modo. Desde hace meses conocemos lo impepinable y ahora nos ahoga la cercanía del desenlace: es arriesgado jugársela a éste nivel con gente tan mediocre. El perfil bajo del conjunto no es tanta culpa de los integrantes como de los que un día decidieron hacerles jugar juntos sobre un tapete de césped. Lo triste no es errar un año en el mercado de fichajes, lo verdaderamente lamentable es observar en tal tesitura a tan alta institución.

Si el Real Zaragoza permanece un año más en la Primera División —su sitio natural— será gracias a la Providencia, obra de un milagro más que de la racionalidad. No sé si este equipo merece el descenso, no más que otros; no sé si el entramado corporativo soportará un nuevo viaje a las catacumbas -entramado o tinglado... ¿sabrá Dios en que se ha convertido la estructura de mando del equipo?; no sé que será del futuro del equipo insignia de la quinta ciudad de España... pero, volviendo al párrafo anterior, me niego a cargar más las tintas.

Sepan que el fútbol es presente, el pasado no existe —tampoco el respeto— y el futuro es un quizás. No importa. Sepan que por encima del dolor y de la frustración, para nosotros todavía existe, en ese pequeño espacio de la memoria colectiva, el recuerdo de haber llorado de felicidad. De haber abrazado al amigo movidos por el éxtasis de goles imposibles ante equipos de leyenda. De salir a las calles de esta inmortal ciudad ataviados con las camisetas blanquillas. De haber sentido en nuestras propias carnes que hemos sido los mejores. De haberle jurado fidelidad eterna al escudo del león. Sepan que aunque mañana el sol torne en tiniebla, quedará algo imposible de borrar. Sepan que aunque no regresásemos jamás, nuestra estirpe ganadora y orgullosa perdurará. Sepan que por encima del dinero y del poder, por encima de las plantillas rutilantes y de los contratos de patrocinio multimillonarios de los que otros hacen ostentación, quedará la huella de la historia y los trofeos al mejor.

Pase lo que pase, vistan orgullosos sus camisetas, no tenemos complejos ni nada que esconder. Somos lo que somos, lo que hemos sido y lo que en cada cual de nosotros queramos ser. Sin miedo nada puede hacernos daño y nos hará más peligrosos. Nuestro orgullo son nuestra Historia y nuestros recuerdos... esos que otros, con más dinero y menos abolengo, soñarían con poseer y poder decir que su equipo, como el Real Zaragoza, un día fue campeón.

En MQF | Al Zaragoza le sobran tres minutos
Imagen | Heraldo

Al Zaragoza le sobran tres minutos


Andrés Pérez | Rendida al juego aéreo, la Real Sociedad anotó el gol que le daba la victoria en el minuto 87, tras un disparo al borde del área de su capitán que rebotó en un defensa y en el portero antes de entrar en la portería. Enfrente, la víctima, fue el Real Zaragoza, injusto derrotado en un duelo frenético y tosco, paradigma de la lucha por el descenso, exento de toda calidad y radiante en emoción, trágico para un equipo, feliz para otro. El gol de Aranburu, resumen gráfico del devenir general de un partido plagado de imprecisiones y obstáculos, condenaba al Zaragoza, antepenúltimo, en puestos de descenso, segunda derrota consecutiva, a un punto de la salvación, marcada por el Getafe, equipo que, pese a su lamentable aspecto, se mantiene en mejor posición. Al menos depende de sí mismo. Aquel fogonazo de la Real, a falta de tres minutos para que el partido concluyera, fue una inyección casi letal para el conjunto de Aguirre.

La derrota fue injusta. El choque fue eso. Precisamente un choque. Un accidente de la naturaleza entre dos equipos cuya primera necesidad no es el balón sino la intimidación física. Con los escasos jugadores de calidad recluidos en las bandas, el centro del campo se convirtió en lo que se suele convertir cuando dos equipos buscan sobrevivir a toda costa. En una trinchera. Volaban los balones por encima de los mediocentros, duchos todos ellos. A duras penas y en pocas ocasiones algún delantero encontraba algún espacio o algún jugador de tres cuartos de campo oxigenaba el devenir del encuentro con algún pase en profundidad, nada común, anomalías prohibidas, destellos indignos en un partido como aquel. Le sucedió a Tamudo, pero ni siquiera su gol fue tan fruto de su mérito propio como el infortunio de Doblas, que regaló la portería. Más allá de este hecho, puntual, ningún equipo parecía feliz llevando la iniciativa.

El planteamiento lo modificó el Zaragoza, más necesitado, dando entrada a Boutahar. El holandés es una brújula. Bertolo y Lafita son estupendas puntas de lanza incisivas a un tiempo que imprecisas, pero en momentos de necesidad creativa restan más que suman, todo lo contrario que Boutahar, zurdo talentoso capaz de medir los tiempos, de asociarse con Herrera y Gabi, de romper líneas rivales, de ser imaginativo, de otorgar ritmo al ataque renqueante del Zaragoza. De su mano llegaron los minutos más excelsos del Zaragoza. De la mano de Gabi llegó el gol, imperial en el lanzamiento de un libre directo. Igualado el partido los dos equipos se volvieron locos y lejos de firmar el pacto táctico de no agresión de la primera parte se embarcaron en un duelo a garrotazos épico y bello. Los dos fallaron. A la Real le acompañó un pequeño vericueto preparado por el azar. Al Zaragoza el infortunio.


Así las cosas y tras la espectacular, emotiva y merecidísima victoria de Osasuna ante el Sevilla en el Reyno de Navarra —los tres equipos que peleaban por la Europa League perdieron sus respectivos partidos ante conjuntos que buscaban la salvación— comandada una vez más por un brillante Camuñas, el Zaragoza no depende de sí mismo. Cabe la posibilidad de que el Zaragoza gane sus dos partidos y descienda a Segunda. Es improbable, pero es así. Por cierto que el Hércules ya es el segundo equipo que se va a la división de plata tras empatar con el Mallorca, parcialmente salvado, como la Real, como el Osasuna, incluso como el Levante, que empató con el Barcelona para que éste se proclamara campeón, ninguna novedad en este campo, ninguna emoción, ninguna noticia.

A excepción de la derrota del Getafe, todo lo que pudo suceder en contra del Real Zaragoza sucedió. Casi sin tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido llegará el domingo una nueva jornada, la penúltima, en la que habrá que atender a un sinfín de partidos. Las posibilidades en la tabla de clasificación dados los múltiples duelos entre sí son muy variadas, algo que beneficia en las condiciones actuales al Zaragoza. En cualquier caso parece evidente que es cosa de dos: Getafe y Zaragoza. Cualquier otro equipo que finalmente descienda será una sorpresa. De la capacidad de reinventarse de cada uno y de mentalizarse de cara a lo que queda de Liga dependerán sus posibilidades de salvación. De ello y de ese factor imperceptible y mitológico llamado suerte que, de un modo bastante clarividente, termina perjudicando siempre al peor equipo.

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Imagen | El País

miércoles, 11 de mayo de 2011

El Deportivo se aferra a Valerón


Andrés Pérez | Portador de una melancolía inconfundible sobre el terreno de juego, Valerón, 35 años, delgadísimo, envejecido por el paso del tiempo y de las lesiones, taciturno, con la misma cara de niño inocente con la que comenzó su andadura en el fútbol profesional, recordó en varios destellos, en fugaces espejos que se miraban en el pasado, aquel Deportivo de glorias anticuadas, de gestas para la Historia, de pompa y elegancia. Valerón, legado último del mejor Deportivo de siempre junto a Manuel Pablo, evocó sus mejores quiebros, fintas, conducciones y desplazamientos al espacio para servir de brújula indeleble al resto de sus compañeros, amordazados por las garras del posible descenso. Fue un foco luminoso último, brillante como nadie en los metros finales, repleto de dignidad y recubierto por un halo de admiración allá donde pisaran sus imborrables botas negras. Fue Valerón y fue el muelle en el que atracó el Deportivo su arquitectura pesada y plomiza para doblegar al Athletic y suspirar, un día más, un día menos, esperando el veredicto final.

Decíamos ayer que era factible que tanto Athletic como Atlético, que se yerguen en equipos europeos, perdieran sus respectivos partidos ante rivales mucho más necesitados. El Athletic se adelantó en Riazor con un gol de Toquero, limpio y sedoso como nunca se le había imaginado, probablemente contagiado por la presencia de Valerón, bisagra esencial de un Deportivo tosco y ronco al que ni siquiera le resta la capacidad competitiva de Osasuna o Real Zaragoza. El Deportivo, el equipo que más tiene que perder de todos los que asoman al barranco de la división de plata, no se sabe manejar en este tipo de situaciones. Inconscientemente se lanzó ayer, en un partido crucial para su futuro, en los brazos de Valerón, cuya filosofía lenta y articulada del fútbol era lo último a lo que aspiraría cualquier equipo en su situación. Lo que obtuvo fue criterio. Y, normalmente, un equipo necesitado y con criterio ante un equipo apático y sin aparente objetivo sale vencedor. Le sucedió al Deportivo —Adrián López cuajó un partido sensacional— y respira a falta de dos jornadas.


Quien definitivamente puede considerarse en la orilla, a salvo de vientos y mareas, es el Racing de Santander, que como el Deportivo decidió remontar su particular batalla en casa ante otro rival que pugna por Europa, el Atlético de Madrid, tan suyo esta temporada, con sus particulares cuitas internas, Forlán, Reyes, Quique Sánchez Flores, a mitad de camino entre rachas excelsas y penurias de ayer y de hoy. Ahora mismo el Racing está a seis puntos del Getafe. Salvado. Quien está cerca de conseguirlo es el Málaga, que como mandaba la lógica se impuso al Sporting, de nuevo en problemas con 43 puntos a expensas de lo que pueda suceder mañana en Anoeta entre Zaragoza y Real Sociedad. Baptista perforó y el Málaga, bajo su batuta, se clavó en los 45 puntos, a un suspiro del objetivo final y de demostrar, el brasileño, que su estancia en el equipo malagueño es una bendición para sus aficionados y un error imperdonable del fútbol.

Getafe. Perdió en el Bernabéu por cuatro goles y mostró un aspecto horrible. Sin actitud, derrengado de sí mismo, abatido, vencido desde el primer minuto, descreído de sus posibilidades, en estado de muerte cerebral, el Getafe abandonó la plaza del Real MadridRonaldo anotó tres goles, cerca ya a Zarra y Hugo Sánchez en su particular cuita interna— con 40 puntos y con un calendario de órdago: Osasuna en casa y Real Sociedad en Anoeta. Los dos se juegan la vida. Y los dos parecen más convencidos de sus posibilidades que el Getafe. Le sucede al Getafe que sufre mal de bajura. No estaba preparado para una situación como ésta, se dejó llevar y apareció donde los equipos preparados para la Europa League suelen perecer: en una lucha a vida o muerte, brutalmente honesta y que casi nunca premia a equipos estilizados y bellos como el que un día pretendió Míchel. Algunos especulan con la posibilidad de una salvación en los 44 ó 45 puntos. Puede que sea algo aventurado. Cuesta creer que el Getafe sea capaz de, visto lo visto hoy, sumar puntos en los dos encuentros que le restan. Por su bien, más le valdría convertir estas últimas palabras en un ridículo histórico para quien las firma.

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Imagen | El País

martes, 10 de mayo de 2011

Necesidades que apremian


Andrés Pérez | Y casi sin tiempo a digerir lo sucedido en la pasada jornada aparece la siguiente entre semana, desfasada, como el Zaragoza o el Deportivo, que reaccionaron tardíamente a sus acuciantes necesidades; inquieta, como Sporting, Levante, Mallorca, Racing o Málaga, matemáticamente aún en riesgo de terminar con sus huesos en segunda; fulgurante, como la victoria de Osasuna; perecedera, como las rentas de la Real Sociedad. Trágica, en suma, como todo lo que rodea a la lucha por no descender en Primera División. Antes de entrar en materia, un repaso breve a las alturas: pese a la exhibición del Madrid el Barcelona sólo necesita un punto para ser campeón, nada que alegar; el Valencia, equipo irregular por antonomasia, tiene casi hecha su tercera plaza para escarnio del Villarreal, caminante a la deriva por la lejanía que le separa del Athletic o del Atlético, equipos que cierran Europa; y, finalmente, sólo Sevilla o Espanyol podrían optar a otra cosa que no fuera descender. En general, todo demasiado previsible. A lo nuestro.

Exceptuando al Almería, oficialmente equipo de Segunda División, tres equipos fueron los desafortunados en la pasada jornada: Zaragoza, Real Sociedad y Hércules. A éstos últimos su derrota ante el Racing, de nuevo por la mínima ante un rival directo, les acerca severamente a las puertas de segunda. Tiene 33 puntos, a seis de la salvación cuando restan nueve por jugarse. Cuesta creer que consigan todos sus puntos y que alguien a su alrededor se dispare tan absurdamente en un pie. Cerrado este capítulo queda por dirimir el tercer y último pasajero del tren al gélido desierto de la división de plata. Esa posición la ocupa el Deportivo, que no perdió pero sí empató y arruinó la fiesta de la salvación al Sporting en su porpia casa, cosechando un punto que quizá resulte determinante de aquí al final de la Liga. O quizá no.

Entre tanto el Zaragoza se hundió ante Osasuna, que de haber perdido estaría en gravísimos problemas. Algo parecido le sucedió al Getafe, que se aprovechó de las penurias del Almería para sumar tres puntos que de haberse evaporado en el horizonte hubieran supuesto una defunción casi segura. Juega hoy ante el Real Madrid en el Bernabéu, donde sólo Sporting y Zaragoza han extraído beneficio. El problema del Getafe es que hoy sí juega un obstinado Cristiano Ronaldo, que a falta de argumentos mejores pretende demostrar su superioridad ante Messi batiendo el récord goleador de todos los tiempos en la Liga: 38. Está a cinco. Duelos de hoy: Racing y Deportivo reciben a los dos equipos que actualmente ocupan plazas de Europa League, Atlético y Athletic, y que tienen que ganar sí o sí si quieren que el Sevilla no les supere.

Sevilla, por cierto, que también acude a campo ajeno, en concreto a Pamplona, donde Osasuna pretenderá agregar más valor a los tres puntos obtenidos en La Romareda. No se sorprendan sin repentinamente los tres equipos que se enfrentan a equipos en pugna por puestos europeos vencen sus respectivos partidos. La Liga Española es así. Ahora bien: cualquiera de los tres que ose perder puede encontrarse en problemas relativamente acuciantes. Duelos algo más intrascendentes: Levante - Barcelona y Hércules - Mallorca. Sería extraño que cualquiera de los cuatro cambiara su estatus de aquí a final de Liga. Y dos duelos directos.

Málaga - Sporting, bastante electrificado, y Real Sociedad - Real Zaragoza, duelo de absoluta necesidad para ambos. Digámoslo de este modo: salvo para el Zaragoza, ganar supone virtualmente la salvación. El empate supone prolongar la agonía. La derrota acrecentarla. En el caso del Zaragoza, mucho más necesitado, le podría valer el empate apostando su suerte a que con 43 puntos —suponiendo que obtiene los tres siguientes en casa ante el Espanyol, que es mucho suponer— es imposible bajar. Ésta última es una lectura pretendidamente optimista. En realidad cualquier otra cosa que no sea una victoria seguirá siendo realmente peligroso para sus intereses, como casi la mayor parte de equipos que en estas tres últimas jornadas se juegan a cara o cruz el devenir de toda una temporada. Destino, qué obsesiones las tuyas.

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Imagen | Corazón Boquerón

lunes, 9 de mayo de 2011

Elogio de La Romareda


Andrés Pérez | Extraña de sí misma, como si no se hubiera encontrado ante semejante situación nunca, La Romareda guardaba un silencio sepulcral, nunca mejor dicho, cuando el Zaragoza se empotraba repetidamente ante el muro que Sergio Fernández y el resto de la defensa osasunista habían construido en torno a Ricardo. No asomaba ningún silbido reprobatorio ante la impotencia de Boutahar, obstinado en su misión de quemar lo más dignamente posible los minutos de los que dispuso. Tampoco se escuchaban desaforados chillidos fruto de la frustración y dirigidos ora al árbitro ora al entrenador, casi siempre foco de todas las culpas por haber realizado algún cambio potencialmente conflictivo para la exigente grada aragonesa. El silencio inundaba cada curva del estadio, se apoderaba de cada alma. En general, la gente no sabía a quién protestar. Algún grupo ultra recordó que Agapito pasaba por allí y le dedicó un par de versos, pero el aficionado de a pie sencillamente no tenía en quién verter su ira. Quién iba a reprocharle nada a estas alturas a Aguirre. O a los jugadores.

La Romareda se pierde sin enemigos y anoche la euforia inicial se apagó progresivamente en cada estocada de Osasuna, dirigido magistralmente por Camuñas, futbolista que vale por sí mismo una salvación, capaz de extraer diamante puro en cada acción ofensiva, templado en la ejecución de todos sus movimientos, inteligente como ningún otro sobre el terreno de juego. Decíamos que no existían los reproches. Desestimado el recurso del colegiado, la solución pasaba por el entrenador. Ensalzado Aguirre a los altares con una segunda vuelta repleta de merecimiento, quienes ostentaban toda culpa debía ser de los jugadores, antaño, en el tiempo en que el Zaragoza descendía a Segunda con un plantel de estrellas en Europa; no ahora, con tipos como Gabi, Ponzio o Bertolo, abnegados trabajadores que en representación del resto han dado fe durante no pocos momentos de su compromiso con la causa, de su inmersión total en el sentimiento de supervivencia, de su mímica absoluta con la fragilidad emocional de un aficionado cualquiera.

Qué decirle a Herrera, frustrado entre lágrimas como andaba hace dos semanas por salir del campo expulsado y dejar a sus compañeros sin brújula. O a Jarosik, entrañablemente conmovido por un club demasiado lejano a su vida, a su país, a su carrera y sin embargo tan cercano en apenas año y medio. O a Diogo, tan visceral y anárquico, capaz de partirse la cara por el equipo en tanto que se le requiriera para ello. No había a quién pitar pues Osasuna había sido mejor. No había a quién tildar de impresentable o mercenario pues no eran reinas sino peones quienes trataban de lavar la imagen de un club en franca decadencia institucional, sumido en un mar de deudas y centrifugado por su entorno mediático con una constancia digna de los mejores propagandistas de siempre. Ah, los medios de comunicación, tan alejados hoy de la grada, explayando lo vergonzante del partido, alertando sobre la cercanía de la división de plata, regodeándose en sus ya lo advertí yo y en su profética capacidad de decir que todo irá mal, presentándose a sí mismos como visionarios repletos de sapiencia, cargándose de una jerarquía moral que nunca les pertenecerá porque nunca reconocerán sus errores cuando algo va bien, henchidos de falso zaragocismo, felices en el desastre porque ellos lo vaticinaron y porque prefieren cargarse de una etérea razón a ver ganar a su equipo.


Hizo ademán La Romareda de contagiarse de dicha actitud cuando Jorge López, futbolista convertido a chivo expiatorio, saltó al terreno de juego entre velados aplausos y tímidos silbidos, reprochándole en cara no se sabe muy bien qué a estas alturas, casi ejerciendo su habitual acto de histrionismo de forma rutinaria, como quien despacha una tarea poco agradecida pero perversamente adictiva. Llegó el imperio del silencio más tarde para aplacar cualquier conato de electrificado cabreo colectivo. Un silencio a mitad de lo nostálgico, regodeada como podría andar la grada en tiempos mejores, desdichada de sí misma por lo que le ha tocado sufrir, siempre al filo del descenso, siempre pegada al transistor, al quite de cualquier canto de gol prolongado e intrigante en algún campo del que puedan extraerse buenas o malas noticias. Un silencio también a mitad de lo hondamente triste, reconfortándose a sí mismo el público en un leve recuerdo de aquellos comentarios que emitía en noviembre y que no hacían sino preparar, tantos meses antes, el posible y seguro descenso, más de diez jornadas sin ganar, un equipo apático, sin talento, sin fuerza, ahogado el entrenador en una situación que le sobrepasaba, observado todo ello en un telón húmedo y distorsionado, formado por las lágrimas de hace tres años que volvían al imaginario colectivo enterrando el optimismo en la impotencia de Braulio, solo ante el mundo.

Los estadios de fútbol son ecosistemas emocionales complejos y difícilmente comprensibles por alguien ajeno a su vorágine diaria y a lo irracional que siempre supone un deporte tan místico y religioso en un mundo tan cáustico y profano. El Zaragoza se había estrellado. Los tropiezos suelen ser mortales cuando te dedicas al equilibrismo, y el Zaragoza, tras aquella primera vuelta destinada al mayor vertedero imaginable, firmó un pacto con el diablo y un juego casi eterno, tanto como durara la temporada, de equilibrismo. El fracaso siempre termina cobrando sus deudas con las pequeñas parcelas de éxito. No es proporcional y no es justo. Nunca lo fue. De ahí que la impotencia y el silencio gobernaran impasibles sobre el cielo estrellado de Zaragoza anoche. La Romareda había comprendido, tiempo después, que una vez los jugadores mostraron lo que siempre se calificó como rasmia cualquier derrota conllevaba una relación de igual a igual con la ausencia de talento. Y ni siquiera un público tan dado a las ejecuciones públicas como éste es capaz de cobrarse una deuda tan miserable.

Imagen | Periódico de Aragón