domingo, 17 de abril de 2011

El maniqueísmo que aflora


Andrés Pérez | Ya de medianoche, en una conocida tertulia deportiva radiofónica, un grupo de periodistas pontificaban sobre el partido que enfrentó a Real Madrid y Barcelona con resultado de empate a uno. La mayoritaria opinión de los contertulios era que el Madrid se había traicionando a sí mismo planteando un partido defensivo y renunciando al balón, para gracia de un Barcelona combinativo y más estilizado. Entre los presentes alguno, de marcada tendencia barcelonista, llegó a afirmar visiblemente escandalizado que el césped alto y seco del Bernabéu contribuyó a empeorar el juego del Barcelona. En general, todos los comentarios se dirigían hacia una conclusión implícita: el Madrid se ha comportado de un modo indigno.

En algunas redes sociales, catalizadoras del sentir general de un perfil determinado de población, las palabras viraban en torno a los mismos argumentos y conclusiones. Algunos periodistas de justificada fama afirmaron que el Madrid traicionó su pasado y sus grandes nombres de leyenda. Muchos usuarios anónimos optaron por calificar al Real Madrid de equipo pequeño, comparando su planteamiento en el campo con el del Inter del año pasado en semifinales de la Copa de Europa. Incluso Xavi se animó en la zona mixta, después del partido, y dejó entrever en sus palabras cierto desprecio por el modo en que Mourinho ordenó a sus jugadores. Otro tertuliano contaba perplejo cómo algunos aficionados del Madrid, a la salida del estadio, recordaban ufanos cómo su equipo había conseguido más saques de esquina y ocasiones que el rival a pesar del empate y la posesión. Para dicho tertuliano que a sus aficionados les gustara su equipo no significaba otra cosa que un embrujo, la caída en la tentación propuesta por el diablo ante la imposibilidad de jugar como los ángeles del Barcelona.

El maniqueísmo afloraba y aflora una vez más. La realidad es mucho más simple que todo lo anteriormente teorizado. En realidad, el Madrid no se traicionó a si mismo, a su leyenda o a su historia, ni sus aficionados quedaron secuestrados mentalmente por Mourinho. En realidad, el Madrid jugó del único modo que puede plantar cara al mejor Barcelona de la historia. Esto es: replegándose atrás, regalando un balón entendiendo la inutilidad de disputárselo Xavi, Iniesta y Busquets, y buscando la velocidad de Di María, Ronaldo y Benzema cuando recuperara el balón. El Madrid planteó un partido de fútbol inteligente. Nada o poco tiene que ver con la falta de grandeza esto último, sino más bien con la astucia en la lectura táctica de Mourinho.


No está de más recordar, cuando se acusa al Inter de Milán de comportarse como un equipo inferior, que se habla del vigente campeón de Europa, algo que el Barcelona no es. Comienza a ser aburrido recordar, una vez más, que el fútbol es un deporte rico en matices y que entiende de diversas filosofías para alcanzar una misma meta: el triunfo. No hay ninguna mejor que otra, si acaso más bellas, siempre y cuando quede exenta la violencia. Un planteamiento ofensivo no es más legítimo que uno defensivo per sé. Hasta que no se entienda esto último el absurdo y estéril debate que surge cada vez que Mourinho se enfrenta al Barça no desaparecerá. A fin de cuentas Moruinho no hace sino aplicar el único planteamiento que ha permitido a un equipo frenar al Barça. Quienes le acusan de racanería o de cobardía le exigen al mismo tiempo que se suicide en un cara a cara mortal ante el mejor equipo del mundo.

Da la sensación que el modo de imponerse al Barça debe ser con las mismas armas que el Barça. Cualquier otra forma de buscar la victoria se entenderá como digna de club diminuto y, en caso de consumarse el éxito ante el conjunto superlativo de Guardiola, indigna e ilegítima. O lo que es lo mismo, el Inter ganó la Champions League, sí, pero-lo-hizo-de-aquel-modo, como si su trofeo tuviera menos peso que el conseguido por el Barcelona el año anterior por el hecho de haberlo obtenido de un modo antagónico. Es absurdo. Pretender llevar al fútbol a este extremo es pervertir su esencia y eliminar su belleza. Lo gracioso de este deporte no es perfeccionar un único modo de alcanzar el éxito sino trazar nuevos senderos que lleven a él y contraponerlos. Algún día se terminará exigiendo a la Juventus que juegue como los juveniles del Ajax para no pervertir el fútbol ante rivales de mayor anarquía táctica y alegría ofensiva, algo que en Italia podría causar severos problemas cardíacos a un amplio sector de la población.

La realidad, decíamos. Está muy alejada de las diatribas anteriormente relatadas. El Madrid jugó un buen partido y contó con ocasiones amplias para ganarlo. De hecho dispuso de ocasiones mucho más claras y numerosas que el Barça, incluso una vez Albiol ya había regalado un penalti absurdo a Villa y se había autoexpulsado. La lectura del partido es positiva en cierto modo para el conjunto de Mourinho: ahogó más que nunca la creación del Barça y frenó su caudal ofensivo lejos de la portería de Casillas, cercenando los disparos y las triangulaciones al borde del área. En cierto modo puesto que el Barça dio la sensación de ejecutar sus acciones sin exigirse el máximo. El empate fue un resultado justo y debió esploear la mentalidad madridista ya que puso de manifiesto algunas debilidades del Barcelona en el plano físico, especialmente en su línea defensiva. Nadie debe darse al engaño. Pese a determinados puntos de luminosidad, el Barça sigue siendo un equipo superior porque es mejor equipo. Y sigue siendo el máximo favorito en las dos competiciones restantes.

Recuerden que el ruido esconde las noticias relevantes, y la de ayer y de la que nadie habla es que la Liga está virtualmente sentenciada.

Lectura recomendada | Estilos opuestos, réditos similares (Enrique Ballester en Diarios de Fútbol)
Imagen | El País

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