miércoles, 1 de junio de 2011

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Andrés Pérez | Comienza a ser dificultoso hablar del Barça. Los elogios se agotan pero la brillantez incandescente del conjunto de Guardiola no. La pasada temporada supuso una vuelta a la realidad tras un año, el 2009, en el que el conjunto catalán lo ganó absolutamente todo. Existía la posibilidad de repetir la gesta pero era remota, y el Barça mordió el polvo en Copa ante el Sevilla y en semifinales de Copa de Europa ante el Inter, el único equipo que ha sido capaz de doblegar al Barça en tres años en momentos clave de la temporada. Pese a ello el Barcelona obtuvo la Liga. Este año el Barça ha estado cerca, una vez más, de repetir el triplete obtenido hace dos temporadas, lo cual mejora exponencialmente la anterior: finalista en Copa, una vez más campeón de Liga y campeón de la Champions League.

El Barça comenzó el curso, quizá, levemente intimidado por el nuevo aspecto impoluto y poderoso del Real Madrid, que había contratado a Mourinho, entrenador bastante controvertido en la ciudad condal que el año anterior había obtenido la fórmula adecuada para frenar a uno de los mejores conjuntos de la historia. Así las cosas el Barcelona, durante un buen tramo del año, no se encontraba a sí mismo. Hay que entender ésta última oración en su justa medida: el Barça no se encontraba en el sentido de que no ajusticiaba a los rivales de un modo tan cómodo y espectacular como durante los dos años anteriores, pero seguía siendo muy superior a todos. De este modo perdió en casa ante el inverosímil Hércules que más tarde bajaría a Segunda y pasó algún apuro que otro lejos del Camp Nou en Copa de Europa —Copenaghe, Rubin Kazan—.

A pesar de ello, el Barça era una roca granítica en el Camp Nou y no tuvo mayores problemas durante la primera fase de la Copa de Europa. En Liga todo lo cambió el 5-0 endosado al Madrid. Fue el primer momento en que adquirió el liderato del campeonato y no lo soltaría hasta el final del mismo, a pesar de algún tropiezo puntual —Anoeta, Gijón, Bernabéu—. Aquel partido supuso el despertar definitivo de un equipo que no había cuajado el fútbol que se esperaba de él hasta la fecha. El Barça comenzó a mezclar como siempre había sabido, perfeccionó las dinámicas de juego, los automatismos sin balón, la creatividad de sus mejores jugadores —Messi, Xavi, Iniesta— y acopló con menor dificultad que el año anterior a Ibrahimovic a Villa —y a Mascherano—. Comenzó a golear sin piedad por diferencias de locura —varios partidos ganados con rentas de cinco goles o más, incluida la goleada por 8-0 al Almería en su casa— y sublimó, un día más, la práctica del fútbol. Era, sencillamente, una gozada.

Y lo siguió siendo hasta el mes de abril, en el que se encontró al Madrid en la final de Copa, en las semifinales de Copa de Europa y en un partido bastante intrascendente en Liga. El Barça pareció levemente desestabilizado, al menos en el plano psíquico, por toda la marea mediática creada alrededor de los dos partidos y en la que Guardiola y los jugadores del Barça, tradicionalmente loados por su mesura y saber estar, cayeron quién sabe si voluntaria o involuntariamente. El caso es que el partido inicial de Liga en el Bernabéu supuso un adelanto de lo que llegaría más tarde: un Madrid muy echado hacia atrás. El Barça no arriesgó aquel día porque no lo necesitó, pero se mostró claramente superior como se mostraría en el cómputo total de los cuatro partidos que enfrentarían a ambos.

Y entre Liga y Copa de Europa llegó la Copa del Rey, el único broche amargo a una temporada que ha sido plenamente satisfactoria. Algunos aficionados del Barça otorgaban a este título una importancia menor, en efecto, y de hecho, las sombras alargadas de dos títulos de tanto tallaje como los otros dos previamente citados dejan en un difuminado recuerdo, perezoso y negativo, lo que sucedió aquella noche en Mestalla. Lo que sucedió fue que el Madrid fue mejor en la primera parte mostrándose muy decidido y que en la segunda aguantó todo lo posible para certificar su primer título copero en dos décadas mediante un cabezazo de Ronaldo. El Barça pareció mortal. Y todo el mundo pudo verlo. Y todo el ambiente se deterioró tras un partido de alto voltaje, en el que ningún jugador regaló absolutamente nada, en el que hubo trifulcas, daños colaterales, miradas rencorosas, furibundas provocaciones y una inquina generalizada entre unos y otros.

En ese estado de nerviosismo permanente llegaron ambos a las semifinales de Champions. Y ahí el Barça se mostró infinitamente superior. Supo abstraerse en el campo de las ruedas de prensa y de los titulares, cosa que el Madrid y su entrenador no, y dominó y venció en el Bernabéu con un Messi estelar, espectacular, resolutivo y pieza clave del Barcelona. El Barça había superado su particular prueba de fuego, posiblemente la auténtica final de la temporada. De ahí al término todo fue un camino placentero —celebración del título de Liga mediante— hasta Wembley, donde volvió a imponerse bellamente al Manchester United.

Temporada perfecta, por ende, a excepción del leve punto de oscuridad que supuso la Copa del Rey. El Barça ha rozado el pleno y ha vuelto a alcanzar la excelencia durante media temporada. Messi se ha vuelto a confirmar, por si tenía alguien dudas, como el jugador más determinante y resolutivo del planeta con todo lo que ello conlleva para el Barça —positivo en tanto que se beneficia de ello, negativo en tanto que, el día que no lo esté no sabrá reponerse: capitaliza todo el fútbol del Barcelona, absorbe a sus compañeros—. El resto del equipo ha rayado a un nivel sensacional —a pesar de algunos bajones como el de Piqué o la falta de continuidad de Puyol— y se ha dado una alegría con la recuperación de Abidal —que tras su cáncer ha jugado la final de la Champions—. ¿Objetivo de cara al año que viene? Mantenerse en la línea. Y prácticamente por tendencia debería hacerlo. Aunque la decadencia siempre llega en el momento más inesperado, el Barça sólo necesita leves retoques —quizá algún central, darle más minutos a jugadores como Afellay para que puedan suplir con mayores garantías a los titulares—. Feliz eternidad la suya.

Lectura recomendada | Comparativa en Liga entre Madrid y Barcelona (Marca)
Imagen | El País