miércoles, 4 de mayo de 2011

Será el Barça y será en Wembley


Andrés Pérez | Es probable que no exista mejor modo de ejemplificar el poderío del Barcelona frente a cualquier disposición táctica del rival que el gol de Pedro anoche. Cuando el Real Madrid optó en la segunda parte por adelantar agresivamente la línea de presión y buscar ahogar la salida de balón de sus centrales, éstos no tuvieron más remedio que optar por retrasar el balón para Valdés. En cualquier otro equipo esta situación se solventaría con un balonazo indiscriminado que eliminaría la presión rival a cambio de perder la posesión y atenerse a su construcción ofensiva. En el Barça no. Valdés optó por abrir a banda, con un pase largo y medido, rompiendo la línea de presión por alto y lanzando el contraataque de sus compañeros. Alves recibió el regalo, avanzó metros, buscó a Iniesta, éste a Pedro entre líneas y el canario superó a Casillas en el mano a mano. El Madrid había cambiado el planteamiento y no había servido absolutamente de nada porque seguía perdiendo.

Cuando el Madrid, en el Bernabéu, optó por retrasar sus posiciones, agazaparse en torno a la portería de Casillas, juntar líneas, sembrar minas en el centro del campo, permitir correr verticalmente a Piqué, también murió. Así pues no cabe gran reproche a un Madrid digno anoche en la derrota que apuró sus posibilidades ejecutando planteamientos diversos y mostrando una gran versatilidad —ejemplar en muchos aspectos, esencialmente en el comportamiento hercúleo de sus futbolistas—. Todo lo que intentó Mourinho, desde la defensa cerrada hasta la presión adelantada tratando de destruir el oleaje combinativo del Barcelona, sirvió de más bien poco a excepción de ese caso particular, bello, y épico que supone la Copa del Rey, definitivamente la competición más atractiva de todas en las que este año discutieron Real Madrid y Barcelona.

Sorprendió el Madrid, de nuevo, buscando cercenar los puntos de creación del Barcelona en su propio campo. Adelantó varios metros los lugares en los que sus delanteros presionarían —algo semejante a lo que consiguió en la primera parte de Mestalla— y durante diez minutos el Barça tuvo problemas para controlar el balón y superar el campo de obstáculos sincronizados y pegajosos en el que mutaban los jugadores a las órdenes de Mourinho. Pasados diez minutos de encomiable ejercicio físico del Madrid —robando, intentando distribuir, manteniendo durante cierto tiempo la posesión del balón—, el Barcelona comenzó a superar dicha presión y empujó hacia atrás las líneas defensivas del Real Madrid ejecutando su consabido y posesivo plan de dominación del balón. Es una gran virtud la del Barça: imponer su fútbol conociendo su rival de antemano el plan.


De ahí al final de la primera parte el Barcelona fue mejor, llegó más y sólo el desacierto de Pedro y Villa y las providenciales paradas de Casillas impidieron que al descanso la eliminatoria no sólo estuviera finiquitada sino que pudiera sonrojar a la defensa del Madrid, personificada en Albiol, lento, y en Carvalho, hiperactivo, muy hablador y levemente pasado de revoluciones en cada choque. Tras la reanudación la tónica fue muy semejante a la de la primera parte y el Madrid salió gallardo, altivo, apabullante en el plano físico y forzando al Barcelona a sentirse intimidado. Le disputó el balón, lo ganó por momentos y volvió a su primigenia idea de evitar que los centrales del Barcelona obtuvieran líneas de pase mediante las que abastecer a Iniesta y Xavi, piezas de engranaje entre el inicio y el fin, Messi, de todo el fútbol del Barcelona de Guardiola, preciso e infalible como pocas máquinas habidas en la historia del fútbol.

Pese a la actitud ejemplar del Real Madrid durante la segunda parte, ya sin Higuaín, particularmente pasado de peso, de nuevo imperceptible en los momentos claves de la temporada, y sin Kaka', desaparecido para la causa y sustituido por Ozil, mucho más expresivo y vivaz que el brasileño, el Barcelona volvió al primer párrafo de este artículo y con cuatro jugadores y varias yardas desangeladas que recorrer por delante anotó el primer gol del partido. Volvería el Madrid, impulsivo, a recuperar la fe con el gol de Marcelo pero no quedaba demasiado tiempo. De ahí el final el encuentro volvió a los fueros habituales de esta saga de cuatro enfrentamientos: ásperos y duros, pasados por agua para más escarnio del espectáculo. Fue un final muy decidor de todo lo que en un mes han sabido ofrecer ambos equipos. Más bien nada. Entre tanta mediocridad para lo que se esperaba relució Messi. A fin de cuentas el tipo que, en el Bernabéu, hizo posible que hoy un empate le sirviera al Barcelona. Será el Barcelona y será en Wembley, casi veinte años después de que Koeman lograra, con un tanto indeleble, que el Barcelona levantara por primera vez la Copa de Europa. Ya va camino de la cuarta.

Imagen | El País

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