miércoles, 14 de julio de 2010

Capítulo final | Comprender la magnitud de un Mundial

Andrés Pérez | Realmente no somos conscientes de la magnitud de lo conseguido. Quizá necesitemos varias semanas, o meses, quién sabe si años. En concreto cuatro, los que distan de Mundial a Mundial, los que separan la imagen de Casillas alzando el trofeo y otro jugador, llámenlo X de nacionalidad Y, repitiendo el mismo gesto, tan rutinario, tan místico, tan previsible pero tan enteramente embriagador. Quizá cuando dentro de cuatro años España no gane el Mundial y observemos a otra selección sustituirla en lo más alto del mundo comprendamos hasta qué punto es grandilocuente la gesta de este equipo. Quizá solo entonces entendamos el peso de la historia y la relevancia de esta selección.

Hasta entonces es momento de deleitarse. De mantener el vuelo en la nube en la que nos encontramos, nube alejada de la realidad pero hermosa y edulcorada, nube que nos impide, como decía, comprender la gesta. Hablo a modo particular pero creo que es denominador común: me sucedió en el pitido final que sentí la victoria como el deber cumplido, éramos favoritos y debíamos ser campeones, no cabía otra posibilidad, la euforia rebajada por la tranquilidad de saberse en lo cierto y no haber errado. También me sucedió que en el momento sentí una suerte de no era tan difícil, o tanto para esto.

Sea como fuere, alejados de lo real y de lo relevante o no, disfrutar de las calles repletas de banderas y gente celebrando un mísero triunfo en otro deporte más redime al fútbol, a la selección española y a todo lo que genera. No lo excusa, pero sí lo redime. Tiempo habrá de hablar del efecto sedante de este Mundial en la sociedad, si es que lo causa, pero ahora es tiempo de dejarse de absurdas diatribas sociológicas y centrarse en lo única y verdaderamente importante: la gente es feliz. Y con esa sonrisa colectiva basta para responder cualquier pregunta inquietante que nos haga sugerir la ostentosa celebración del triunfo.

España es campeona del mundo tras un Mundial si bien no excesivamente brillante sí inteligente y magníficamente planteado. Tanto desde el plano psicológico como táctico y técnico, España ha sido la selección superior a todas, la meta que deberían intentar alcanzar todas las demás. No hablo del estilo: hablo del plan, del idealismo, del morir al palo de un planteamiento, del romanticismo futbolístico. España ha jugado bien, en ocasiones de modo brillante, y se ha proclamado campeón por primera vez en su historia del modo más justo posible.

No hay peros a este Mundial para España, ni tampoco a esta generación. Copada por un puñado de futbolistas en lo más alto de su carrera deportiva, el conjunto destila además un aire desenfadado y amiguista que es un placer para los ojos del aficionado. Quizá sí, quizá no, quizá decenas de selecciones vencieron sin cruzarse una palabra sus jugadores, pero creo, quiero creer, imagino que queremos creer, que los 23 jugadores que vencieron a Holanda en la final son algo más que un equipo. Probablemente hayan comprendido como pocos la importancia de ser una selección y no un mero repertorio de mejores jugadores de cada pueblo. Es un factor a tener en cuenta a la hora de pesar la victoria de España.

El factor humano. Así se titula el libro de John Carlin en el que habla del nacimiento como nación civilizada de Sudáfrica gracias al Mundial de Rugby. El factor humano es el que ha hecho posible que jugadores de relumbrón como Fábregas o Torres, ensombrecido uno y opaco el otro, asuman su rol o no lo hagan y al menos finjan hacerlo. El mérito psicológico de los pesos pesados del vestuario y del entrenador es tan brillante y admirable como el técnico.

Hablando del plano técnico, honor obliga a recitar dos nombres: Xavi e Iniesta. Ejemplifican como pocos la importancia de lo colectivo puesto que su fútbol se entiende a partir de la asociación y brillan con los demás, no en el individualismo. España brilla asociando, un amigo en cada esquina. Es el triungo de lo colectivo, una lección de fútbol, sentar cátedra deportiva, en suma. Xavi e Iniesta son paradigmáticos de esa cátedra y por más reconocimientos que les niegue el presente la Historia les guarda un rincón de oro. Esta selección ha sido campeona del mundo sin que nadie recuerde un 10, una estrella rutilante que marque el camino. Nadie hablará de un jugador y sí de un equipo. A fin de cuentas el fútbol se trata de exactamente eso.

España es campeona del mundo. Lo es con el mejor equipo del planeta. Más allá del campeonato, el reconocimiento de esta selección, de su idea, se expande por el fútbol de los cinco continentes y perdurará en el futuro. Se trata de un equipo que prima el cómo al fin y por tanto de un equipo que entra en la posteridad por puro romanticismo. Desconozco si la erudición europea o sudamericana enrolará a este conjunto en un hipotético top 5 o 10 de grandes selecciones de la historia, pero desde luego y aun a riesgo de merendarme el calificativo de casero, para mí lo está. Más allá del título, insisto, lo loable de esta España es nadar a contracorriente en un fútbol que retrocede a los 60.

Báñense en oro. En mísitca. Casillas y sus lágrimas ya forman parte de las imágenes legendarias de los legendarios Mundiales. ¿Aún no comprenden la magnitud de la palabra legendaria? No se preocupen, afortunadamente es cuestión de tiempo para todos. Llegará porque se ha conquistado algo eterno: una Copa del Mundo.

Imagen | El País | The Big Picture

jueves, 8 de julio de 2010

Capítulo 23 | Llora Alemania


Andrés Pérez | Entre tanto futbolista técnico y desacomplejado, Puyol es un extraño. Sus pies cuadrados y su prevalencia del físico sobre lo técnico desentona en una selección que se desvive por el manejo del balón antes que por el corazón. En cualquier caso, Puyol es una leyenda. Lo es en el Barça, donde no desentona menos, y lo es en la selección, donde acumula un sinfín de internacionalidades con apenas un puñado de goles. El fútbol también sabe recompensar: en el futuro se contará que corría el minuto 75' cuando el tipo que no era como los demás fusiló a Neuer con la cabeza.

Puyol marcó anoche el gol más importante de su vida, el que otorgaba a una España vertical, descomunal, virtuosa y paciente el pase a la primera final de una Copa del Mundo en toda su historia. El domingo se enfrentará a Holanda en la primera final sin un campeón en liza desde 1978, donde también Holanda estuvo presente y donde cimentó su mística: la de un equipo bello incapaz de salir campeón. No es el caso de España: consiguió la Eurocopa, tiene aire de conjunto ganador, ha aprendido a competir al mismo nivel que Alemania, Brasil o Italia. El mérito hay que atribuirlo a la mejor generación de jugadores de la historia del país y a un desplante a los complejos necesario y liberador.

España está en la final. Repítanselo si aún no se lo creen, están en su derecho. Lo está tras borrar a Alemania del campo. Alemania se está acostumbrando a perder, pero mantiene su presencia: juega finales, alcanza semifinales y cae dignamente. El camino para reencontrarse con un título es el correcto y una espléndida generación de jugadores hará el resto. Honor obliga a reconocer las virtudes del derrotado, de la mejor selección de fútbol de la Historia. Llora Alemania otra vez frente a España, causante de pesadillas para Schweinsteiger o Lahm, presentes en Viena, presentes en Durban. Pocos mejor que ellos podrían explicar la magnitud de esta España.

Una magnitud que alcanzará a que en el futuro se recuerde su fútbol, su planteamiento, su filosofía futbolística, en el top cinco de selecciones memorables. La afirmación parece imprudente habida cuenta de la facilidad que tiene el fútbol de destruir mitos prematuros, pero lo hecho y, sobre todo, la forma de hacerlo, invita a creerlo. Frente a Alemania y con cinco centrocampistas, ya que Pedro lo fue, España deshizo las líneas defensivas de Alemania, jugó un fútbol perfecto, impidió hilar a una Alemania virtuosa y remató un partido espléndido de un modo cruel: con un gol de córner, precisamente a Alemania.

Eliminó, y hay que recordarlo, al conjunto que ante Inglaterra y Argentina en octavos y cuartos había acumulado a su favor ocho tantos. Como si el deceso del fantasma de cuartos hubiera espoleado la mente de Xavi, Alonso, Iniesta o Busquets, España encontró su camino en semifinales. Desacomplejada, desestresada, sabedora de que la marca histórica de los cuartos de final ya se había superado, de que su exigencia, esa, ya era un hecho, el conjunto de Del Bosque jugó como si no hubiera mañana. Deleitó, venció, provocó lágrimas en su rival.

España está en la final de la Copa del Mundo. De manera brillante. En el futuro, podrán contar que su selección bañó en fútbol dorado a Alemania.

Resultados de la vigésimotercera jornada:

Alemania 0 - 1 España

Más Mundial | Épica y mucho arte (José Sámano en El País)
Imagen | El País

miércoles, 7 de julio de 2010

Capítulo 22 | Holanda regresa a una final

Andrés Pérez | El fútbol fue cruel con Holanda, o Países Bajos, o como gusten: en 1974 y con uno de los mejores conjuntos de la historia del fútbol, la Alemania de Vogts, Beckenbauer y Müller consiguió lo que parecía imposible, frenar al conjunto total, al inventor del fútbol moderno y al comandado por uno de los jugadores más revolucionarios y geniales de todos los tiempos, Johann Cruijff. Cuatro años más tarde, en el frío y crudo invierno argentino, la misma generación de jugadores holandeses se plantó en otra final, perdiéndola agónicamente y lamentando un disparo al palo que nunca entró. Entre confetis y papeles esparcidos por el césped del Monumental, Holanda se dejaba su Copa del Mundo en ninguna parte.

Hoy, 2010, Sudáfrica, 32 años después de aquella final frente a la Argentina de Kempes, Holanda, una Holanda prosaica y limitada en el centro del campo pero activa e inspirada en la delantera, es de nuevo finalista de una Copa del Mundo. Lo es con una generación de futbolistas de menor tallaje que la de los setenta, pero quizá más apta, por sus dotes de competitividad, para alzarse con el trofeo. Arrastró durante años Holanda el peso de su leyenda negra, de su fatal resolución de finales, "La historia le debe un Mundial", pero hoy esos fantasmas, o esas losas, han desaparecido. De lo que consiga en la final dependerá en gran medida que lo hagan de modo definitivo.

Sin grandes alardes y dejando a un lado la constante y absurda comparación con la Naranja Mecánica de los setenta, Holanda está en la final porque ha ganado todos sus partidos. Esto parece una perogrullada pero no lo es: ni Alemania ni España lo han conseguido, así que con números en la mano no es ninguna barbarie decir que Holanda es el mejor conjunto del campeonato hasta la fecha y por eficiencia el principal candidato a levantar el trofeo el próximo domingo. Su juego es otra historia: con un medio campo escaso en creación y una defensa que parece volverse enclenque cuando se le aprieta, Holanda depende de Sneijder y Robben, dos jugadores que ya han hecho historia y una de las mejores temporadas que servidor recuerda.

Tanto el uno como el otro habrán disputado todo lo disputable este año hasta el final. Y, de ganar el campeonato, Sneijder lo habrá ganado todo. En Madrid alguien debe estar arrepintiéndose profundamente. Depende el resto de su selección de la clarividencia de uno y de la agresividad incontrolabñe de otro. Sneijder es el liderazgo y la inteligencia en el despliegue ofensivo holandés; Robben el factor imprevisto, el huracán de cristal, el recurso definitivo, el todo o nada. Entre los dos consiguen que Van Persie parezca delantero o que Kuyt brille más allá de su trabajo.

Holanda no es la misma que la que alcanzó dos finales durante los setenta. No al menos en su juego. Está por ver si, tras expulsar a una sorprendente y meritoria Uruguay del Mundial, la Historia se decide a darle ese campeonato que le debe.

Resultados de la vigésimoprimera jornada:

Holanda 3 - 2 Uruguay

Más Mundial | Holanda, en la cima tras 32 años (Cayetano Ros en El País)
Imagen | El País

sábado, 3 de julio de 2010

Capítulo 20 | Brasil y el valor de la derrota

Andrés Pérez | En Brasil, no es tan importante perder sino cómo se pierde. Es decir, se puede caer marcando la retina de todos los espectadores, como hiciera la selección brasileña en los dos mundiales de los ochenta. Perder no es relevante si se hace tras un estupendo ejercicio de artificio futbolístico, virtuosidad técnica y alegría en el juego. A Brasil hoy no le queda nada de eso, por lo que su derrota ayer frente a Holanda pesa el doble: perder no es tan importante sino cómo se pierde, y Brasil perdió como un equipo mediocre y tedioso. Herencia de Dunga y de dós décadas de fútbol ordenado.

Ahora, cuando Brasil pierde no tiene justificación alguna, no se puede aferrar a la maravilla de su fútbol. La proporción del fracaso se multiplica y las críticas arrecian. El paladar periodístico y el paladar mundano del pueblo, en Brasil, es demasiado exquisito como para irse a casa en el mismo avión que Ghana y, lo más importante, volver a casa con la seguridad de no haber pasado a la historia. Nadie recordará este Brasil de Dunga porque era un equipo concebido únicamente para ganar y no hacerlo es merecer el olvido.

A pesar de adelantarse en el marcador, Brasil se difuminó con la misma rapidez que Holanda comprendió que de perdida al río. Dirigida por Sneijder, ayer imperial, el conjunto holandés, otro que traiciona a la historia pero que gana y, por ende, no es criticado, expulsó a un Brasil que había vivido hasta la fecha por encima de sus posibilidades, creando unas expectativas que en el momento clave no fue capaz de cumplir. Todo el mérito para Holanda, tapada desde un primer momento, olvidada de la pléyade de favoritas, que apartó el maquillaje para hacernos ver la cruda realidad de Brasil.

Brasil se sumió en la impotencia y decidió hacer suya una guerra total en la que todo valió y en la que un pasado de revoluciones Melo acabó en la calle. Apenas intimidó Brasil, en otro tiempo temible por el peso de su leyenda, a una Holanda bien plantada y cerciorada, cada minuto que pasaba, de su victoria y de la incapacidad brasileña. Brasil se mostró incapaz. No hay que culpar a Dunga de la pérdida del estilo brasileño ya que aquel llegó tiempo atrás, pero sí cabe achacarle algo a dicha mutación de Brasil: perdida la identidad, el ADN de su fútbol, Brasil es una más. Un conjunto que de no ganar no es nadie. Más allá de volver a casa en cuartos, el problema de Brasil es ese.

Resultados de la vigésima jornada:

Brasil 1 - 2 Holanda

Más Mundial | El 'dunguismo' acaba con Brasil (José Sámano en El País)
Imagen | El País

Capítulo 20 | Ghana sucumbe ante el melodrama

Andrés Pérez | Asamoah Gyan era un mar de lágrimas inconsolable. Era la imagen de la desesperación, de la tristeza más profunda. Podríamos, en una macabra y quizá exagerada metáfora, asociar el sino de Ghana ayer frente a Uruguay como el sino de un continente, puesto que la selección ghanesa no representaba a su nación, representaba a África. Podemos caer en un sinfín de tópicos y asumir que el fútbol es así, que puede suceder de todo, que la justicia es algo relativo en este deporte, pero parece un guiño fatal del destino reservar tamaña crueldad para un conjunto africano. África, precisamente, el continente maldito, donde la crueldad es el pan de cada día, abandona su fiesta de un modo melodramático.

La metáfora es exagerada, en efecto: es fútbol, simplemente fútbol. Gyan apoyó mal en el momento del golpeó y el balón se elevó por encima del larguero. Suárez puso las manos para evitar el gol y de las lágrimas pasó a la euforia. Uruguay tiene a Abreu y Ghana a Mensah. No hay tanto drama si nos ponemos prosaicos. Dado que el fútbol juega con los sentimientos, quizá se trate de un análisis excesivamente frívolo para lo sucedido anoche.

Cómo cocinar uno de los mayores dramas de la historia del fútbol: cuartos de final de un Mundial y dos equipos inesperados que pueden plantarse en semifinales; partido igualado, empate y prórroga; un conjunto que merece más que el otro; dos ocasiones que solventa un defensor en línea de gol; una mano que roba la gloria; un penalti que la da; un fallo que evapora toda esperanza. Suárez evitó el gol y Gyan lo falló. Así de sencillo. El fútbol no es un deporte dado a la justicia, y antes de que comenzara la ronda de penas máximas parecía evidente que Ghana se quedaría fuera del Mundial. Porque el destino es ese voluble cabrón que no entiende de méritos ni necesidades.

La historia dejó aún una subtrama genial: a Abreu, algún enajenado desconocedor de los riesgos para millones de corazones que suponía esa decisión, alguien le encargó lanzar el último penalti. Debía desconocer el encargado de hacerlo la clase de persona que era Abreu, a la que no por casualidad, y ayer se demostró, le apodan el loco. Imagino que Abreu, en su genial locura, no le dio demasiada importancia al asunto. Llegado el momento, Abreu, teniendo en la mano la posibilidad de dar el pase a Uruguay cuarenta años después, tiró a lo Panenka. Fue una locura. Pero precisamente por eso fue una genialidad.

En aquel momento, Ghana quedaba fuera. Suárez reía, Gyan lloraba. Odio el fútbol. Amo el fútbol. Crueldad sin límites, felicidad desbordada. Esta vez, en los extremos encontramos la autenticidad de este deporte. Lo de ayer fue histórico.

Resultados de la vigésima jornada:

Ghana 1 - 1 Uruguay (4-2 para Uruguay en los penaltis)

Más Mundial | Abreu condena a África (Ramón Besa en El País)
Imagen | Mundiales