Andrés Pérez | Creo, porque la noción del tiempo se esfumaba mientras contemplaba el partido, que alrededor del minuto 75' Xavi levantó la cabeza en la curva roja, dispuesto a sacar el enésimo corner del campeonato. España ya ganaba 1-0. Iniesta se desmarcó y Xavi, ganando en una final de la Copa de Europa de Naciones por un gol de diferencia y frente a la eterna Alemania, lanzó un pase en profundidad al área desde el córner para que Iniesta estrellara el balón en el palo. Comprendí que España iba a ganar pasara lo que pasara. Comprendí que unos 46 millones de españoles habían sacado ese córner en profundidad para Iniesta. Comprendí, que cuarenta y cuatro años después de batallas perdidas y secuestros injustos, la historia, el Dios del fútbol o cómo narices lo quieran llamar alguien nos iba a devolver todo lo que nos debía. Llámenlo fútbol. Llámenlo magia. Es inexplicable. Es fútbol, sólo fútbol y debido a él, a un gol de más y a un portero levantando una Copa me cuesta deslizar las palabras delante de un teclado. La magia reside realmente en eso. En no saber ni porqué ni cuando ni cómo ni donde ni siquiera qué. Sabíamos donde. Era en Viena. Pero lo sentimos en España. Ni un alma en pena vagaba por su casa. Todos, físicamente o no, salimos a la calle.
A llorar de alegría y no de tristeza, a disfrutar y no a sufrir, a ganar y no a perder. A bañarnos en la fuente en la que años atrás otros se bañaban y a dar la vuelta de honor donde años atrás otros festejaban. Esta vez, como tantas otras en tantos otros deportes, fuimos nosotros quienes descorchamos el champán y bebimos en la Copa. Hablo en plural, porque si el fútbol es un deporte de once contra once las finales se ganan desde la grada y desde el campo. La victoria es de todos, de todos los que hemos sufrido y llorado tantos años, de todos los que nos hemos dejado el orgullo defendiendo el valor de un sentimiento y de la esperanza, de todos los que hemos sido humillados por aquellos que decían que jamás ganaríamos nada, de todos los que hemos confiado en una selección joven y llena de calidad, de todos, los que definitivamente creímos en un fútbol que finalmente terminó por impartir justicia. España jugó a ser Dios y en ese juego consiguió alzarse con el trofeo destinado a los dioses. Ahora no somos conscientes, pero el equipo, nuestro equipo, ha creado escuela, nos ha hecho campeones y será recordado como aquel que una vez impusó el toque frente al rodillo. Aquel que sacaba los córner al pie y en profundidad.
Y los pequeños fueron grandes. Y Torres le ganó a Lahm. Y Lehmann salió mal. Y la pelota entró. Y gritamos. Y vencimos. Y Marcelino por fin pudo contemplar como su gol tenía heredero. Seducimos Europa con un fútbol vertiginoso, bonito, efectivo y productivo. España no ha encajado un sólo gol desde que terminó la liguilla y no es casualidad. Demostró que se puede vencer y sobre todo dominar mientras se baila un tango con una rosa en la boca. Ni Italia ni Rusia ni Alemania han sido capaces de responder ante el juego de esos locos bajitos. Del viejo y los niños. De los defensas discutidos y del portero heróico. La pregunta es: ¿Es para tanto? Creo que sí. Y creo pero no afirmo porque no soy capaz de entender nada. Ni porqué mi cerebro no es capaz de escribir hoy más de tres párrafos ni siquiera porqué ayer creía que todo era un sueño. Fue un partido. Fue fútbol. Pero por eso, por todo ello, por suponer más de lo que realmente supone, nos encandila y nos hace sufrir. No quiero secarme las lágrimas. He esperado mucho para derramarlas por la alegría. Por ellos. Por nosotros. Por todos. Por el fútbol espectáculo. Por el fútbol. Por sacar un córner al pie y en profundidad. Por ganar haciéndolo. Por ser campeones cuarenta y cuatro años después.
Imagen | As
Más que Fútbol ● 2008
A llorar de alegría y no de tristeza, a disfrutar y no a sufrir, a ganar y no a perder. A bañarnos en la fuente en la que años atrás otros se bañaban y a dar la vuelta de honor donde años atrás otros festejaban. Esta vez, como tantas otras en tantos otros deportes, fuimos nosotros quienes descorchamos el champán y bebimos en la Copa. Hablo en plural, porque si el fútbol es un deporte de once contra once las finales se ganan desde la grada y desde el campo. La victoria es de todos, de todos los que hemos sufrido y llorado tantos años, de todos los que nos hemos dejado el orgullo defendiendo el valor de un sentimiento y de la esperanza, de todos los que hemos sido humillados por aquellos que decían que jamás ganaríamos nada, de todos los que hemos confiado en una selección joven y llena de calidad, de todos, los que definitivamente creímos en un fútbol que finalmente terminó por impartir justicia. España jugó a ser Dios y en ese juego consiguió alzarse con el trofeo destinado a los dioses. Ahora no somos conscientes, pero el equipo, nuestro equipo, ha creado escuela, nos ha hecho campeones y será recordado como aquel que una vez impusó el toque frente al rodillo. Aquel que sacaba los córner al pie y en profundidad.
Y los pequeños fueron grandes. Y Torres le ganó a Lahm. Y Lehmann salió mal. Y la pelota entró. Y gritamos. Y vencimos. Y Marcelino por fin pudo contemplar como su gol tenía heredero. Seducimos Europa con un fútbol vertiginoso, bonito, efectivo y productivo. España no ha encajado un sólo gol desde que terminó la liguilla y no es casualidad. Demostró que se puede vencer y sobre todo dominar mientras se baila un tango con una rosa en la boca. Ni Italia ni Rusia ni Alemania han sido capaces de responder ante el juego de esos locos bajitos. Del viejo y los niños. De los defensas discutidos y del portero heróico. La pregunta es: ¿Es para tanto? Creo que sí. Y creo pero no afirmo porque no soy capaz de entender nada. Ni porqué mi cerebro no es capaz de escribir hoy más de tres párrafos ni siquiera porqué ayer creía que todo era un sueño. Fue un partido. Fue fútbol. Pero por eso, por todo ello, por suponer más de lo que realmente supone, nos encandila y nos hace sufrir. No quiero secarme las lágrimas. He esperado mucho para derramarlas por la alegría. Por ellos. Por nosotros. Por todos. Por el fútbol espectáculo. Por el fútbol. Por sacar un córner al pie y en profundidad. Por ganar haciéndolo. Por ser campeones cuarenta y cuatro años después.
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Más que Fútbol ● 2008