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domingo, 1 de mayo de 2011
Al Arsenal le resta el honor
Andrés Pérez | Parecía que el Arsenal ya se dejaba llevar, eliminado de la Champions League, de la FA Cup, perdida la final de la Curling Cup en el último minuto y descolgado de la Premier tras desaprovechar una y otra vez oportunidades para recortar distancias respecto al Manchester United —siete puntos en los últimos seis partidos, tan sólo una victoria—. Parecía que el Arsenal caía otra vez presa del vértigo, incapaz de madurar, aburrido de sí mismo cuando el devenir de los acontecimientos es negativo. Lo parecía y de hecho lo era, pero tiene de tanto en cuanto el conjunto de Wenger arrebatos coléricos de honor y genialidad que le permiten sembrar adulación y admiración allá por donde fuere visto, como ante el United, hoy, dominador, altivo, insultante en las formas, capaz en labores defensivas, victorioso, en suma.
Pese a su exhibición ante el Schalke en Europa, el United llega relativamente cansado al final de la Premier y tras su estela se ha situado el Chelsea, que ha remontado el vuelo en la recta final del campeonato tras vagar lejos incluso de la Champions varios tramos de la temporada. El conjunto londinense está a tres puntos y aún tiene que enfrentarse al United en Old Trafford, en teoría inexpugnable feudo donde no ha ganado nadie, nobody, en toda la temporada. Le es indiferente al Arsenal ésto último. Él ya lanzó su temporada por la borda hace días. Su victoria y la forma en la que la ha obtenido hoy debería hacer reflexionar a Wenger porque el Arsenal, de no pinchar en infinidad ocasiones de forma infantil e impotente, podría haber ganado esta Premier. Ahora está a seis puntos de la cabeza y no es factible que el United caiga dos veces en lo que queda de campeonato y que, al mismo tiempo, el Chelsea haga lo propio. Son dos equipos expertos y graníticos cuando la situación lo requiere.
Le queda al Arsenal el honor demostrado ante el United, Wilshere y Ramsey a la cabeza, Song por detrás, Van Persie ejerciendo de líder y capitán en punta de ataque, cayendo a banda y labrando como un extremo a veces, recibiendo de espaldas a la portería en otras ocasiones, llegando desde segunda línea y asistiendo en multitud de ellas. En una de las apariciones del holandés llegó el gol de Ramsey, que crece a cada jornada. Juntos, Wilshere y Ramsey, han logrado que la alargada sombra de Cesc Fábregas haya desaparecido en cierto modo. Hoy nadie le ha echado de menos. Apoyados en Nasri o en Arshavin, el Arsenal completa un conjunto vivaz y fulgurante que cae en los ruborosos pecados y en las deliciosas virtudes de la eterna juventud. La apuesta idealista de Wenger se corresponde de forma inevitable con dos caras de la misma moneda. Educar a niños prodigios siempre es así. De ahí que el Arsenal, un año más y pese a todo, vaya a terminar la temporada sin haber obtenido ningún título.
En MQF | Un día más en casa de Su Majestad
En MQF | El Arsenal desaprovecha otra oportunidad
En MQF | El modelo de Wenger se agota: buen fútbol pero poco productivo
Imagen | Palco Deportivo
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miércoles, 9 de marzo de 2011
Marcar cuatro goles, recibir un único disparo y sufrir hasta el último minuto
Pablo Orleans | A la tercera va la vencida. Eso debían pensar Wenger y sus secuaces tras el favorable resultado de la ida y el balance contrario de los últimos años. Ni en 2006, en la finalísima de París; ni en 2010, en una eliminatoria con vuelta catastrófica para los gunner. Un año después, el destino volvía a cruzar a Cesc con su equipo. Un año más tarde, el políglota francés tenía en bandeja una revancha encarrilada. Nada. El Arsenal, equipo joven, con calidad y velocidad, saltaba al Camp Nou asombrado ante tanto bullicio. Sus caras lo decían. El Arsenal, un proyecto que —como bien comentó Andrés Pérez y adelantó Víctor Úcar— es una idea romántica de Wenger, se agazapó atrás y aguantó con un fútbol atípico al que no está demasiado acostumbrado. La defensa como base de su juego. El contragolpe como una buena oportunidad.
El Barça, fiel a su patentada filosofía del toque y el juego raso imperativo, tomaba las riendas de un encuentro tenso para todos en el que el Arsenal guardaba posiciones con una estrategia tan poco sorprendente como defensiva. La situación de Robin «el insólito» Van Persie en punta presagiaba un choque lleno de idas y venidas, de balones largos y peligro constante. Su fugaz recuperación, la ajustada convocatoria y la titularidad esperada, hacían del tulipán el arma sorpresa de Wenger mientras los de Guardiola seguían a lo suyo. La posesión se volcaba del lado culé y las ocasiones, poco a poco aparecían como un ejemplo de necesidad. El pesado paso de los minutos giraba en torno a un domino claro sin marcador definido. Los azulgrana apretaban, pero el muro defensivo gunner se mostraba rígido en las acometidas del denominado MVP, Messi, que no cesaba en sus intentos fallidos.
El objetivo inglés se acercaba. Muy fiel a la mentalidad anglosajona, los metódicos londinenses veían en su resistencia del ecuador la clave para tener media eliminatoria ganada. Pero al filo del descanso, cuando el líder francés se frotaba las manos y pensaba en el discurso a los suyos en el vestuario, una iluminación del genio culé con el 8 a la espalda, dejaba en bandeja el esférico a Messi. Éste, en una complicación digna de un astro —o loco— del balompié, regalaba a los espectadores del Camp Nou un hermoso gol que les mandaba directamente a los cuartos. Con 45 minutos por delante, la eliminatoria estaba encarrilada, los ánimos elevados y la cena servida para disfrutar del segundo acto.
Falta de visibilidad. Así se puede resumir el accidentado empate del Arsenal. Balón al área botado desde la esquina, trío culé al salto y, Busquets, completamente tapado, hace de ése el único disparo legal del Arsenal. Pero —tristemente para el fútbol y para la victoria del Barça— entró en escena el protagonista de la noche. Massimo Busacca, el controvertido colegiado suizo, dejó destellos de su irregularidad. En primer lugar, por no señalar un posible —e ignorado por TVE— penalty sobre Messi. En segundo lugar, por expulsar de manera excesivamente rigurosa a Robin «el alterado» y dejar con uno menos a los de Wenger con lo que ello conlleva. El trencilla, exageradamente severo y legal. El holandés, atontado donde los haya y realizando el primer y último disparo inglés de la noche que le llevó prematuramente al vestuario.
A partir de ahí, el Barça dominó —más si cabe— el encuentro y sitió el área londinense con rapidez, internadas, movimientos y verticalidad hasta que, de nuevo el genio Andrés, combinó con Xavi y éste con Villa, que dejó solo al capitán para batir a un Almunia suplente-salvador. Pero la prórroga, si bien servía a los ingleses, no a los culés que siguieron volcados sobre la puerta gunner hasta que una zancadilla en terreno hostil mandaba el balón a los once metros para que Messi pusiese el 3-1 final. Bendtner tuvo en sus botas el 3-2 a falta de cuatro minutos, en un error defensivo incomprensible, que no supo aprovechar y que no habría hecho justicia, objetividad en mis palabras, para un equipo que llegó, especuló con el resultado y se va con la sensación de robo a la isla. Wenger dijo: «Busacca ha matado el partido. La expulsión de Van Persie ha sido frustrante», a lo que Guardiola respondió: «no han dado tres pases seguidos. Si ellos creen que la razón ha sido la expulsión de Van Persie no llegarán lejos y siempre se quedarán a las puertas de todo». Sólo los grandes llegan lejos. Los especuladores se quedarán siempre en el camino.
Imagen | El País
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lunes, 7 de marzo de 2011
El Arsenal desaprovecha otra oportunidad
Andrés Pérez | Sobre el Arsenal recae constantemente la sombra de la duda. Tras la desmembración del último gran equipo construido por Wenger, con Vieira, Henry o Pires como principales baluartes, el Arsenal, hace ya seis años, se reestructuró. Wenger optó por una idea romántica: crecer en torno a jóvenes talentos, futbolistas adelantados a su edad, en estado de madurez prematura, siguiendo el espejo de Fábregas, principal exponente y líder del nuevo proyecto del francés. Como experimento ha resultado ser a un tiempo bello e impotente: el don de la eterna frescura es un deleite para el aficionado neutral pero no tanto para el gunner, dado que desde entonces el Arsenal no obtiene ningún título.
La última oportunidad perdida fue en la Carling, un trofeo en apariencia menor, ante el Birmingham. Este Arsenal adolece de una falta de competitividad alarmante que se prolonga en el tiempo y cierne sospechas sobre la idea romántica, y por el momento estéril, de vencer con críos superdotados. El último ejemplo de ello se pudo observar el pasado fin de semana ante el Sunderland: llegaban los de Wenger con la posibilidad de recortar distancias respecto al Manchester, que había perdido en el campo del Chelsea durante la semana. Lejos de mostrarse firme en su propósito y seguro de sí mismo, el Arsenal se estrelló repetidamente contra la defensa del Sunderland sin que, por más de que gozara de algunas ocasiones puntuales, pareciera doblegar al conjunto norteño. El Sunderland, incluso, pudo llevarse los tres puntos del Emirates.
La pifia fue doble cuando el Manchester se dejó a Nani y su imagen de intocable campeón en Liverpool, donde un estelar Luis Suárez y un oportunista Kuyt —tres goles— revivieron glorias pasadas. De haber vencido al octavo clasificado de la Liga, el Arsenal estaría ahora a un punto de los mancunianos con un partido menos y teniendo que enfrentarse aún al United, con toda la carga psicológica que ello tendría. No fue capaz. El juguete de porcelana construido por Wenger no es más que una bonita obra de arte ineficaz en los momentos clave. O al menos eso parece empeñado en demostrar. Mañana tiene la oportunidad de echar por tierra los argumentos de este artículo haciendo valer la ventaja que obtuvo en el Emirates ante el Barça en el partido de ida de los octavos de la Champions League. Sucumbir de nuevo en una cita clave de la temporada podría suponer el toque de gracia de la idea edulcorada y dulzona de Wenger, estilista pero perdedora.
Imagen | Medio Tiempo.com
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miércoles, 2 de marzo de 2011
El modelo de Wenger se agota: buen fútbol, pero nada productivo
Víctor Úcar | Nadie puede discutirle a Arséne Wenger su magnífica labor como manager del Arsenal en estos últimos 15 años. A lo largo de este tiempo, el equipo londinense ha aumentado su palmarés nacional —incluyendo dos dobletes históricos—, ha disputado una final de la Champions League y ha transformado jóvenes promesas en grandes futbolistas a nivel internacional. Juventud, fútbol de toque y estrategias calculadas son las señas de identidad de los equipos que ha dirigido el técnico francés desde que llegó a este club. Sin embargo, en el mundo del fútbol lo que importa es el presente, y los equipos no pueden vivir eternamente de su historia más gloriosa. Por eso, aunque destaquen por ejercer un fútbol distinto y atractivo, nunca serán recordados si no consiguen refrendar ese estilo añadiendo títulos a sus vitrinas. Y la exigencia es todavía mayor al referirnos a uno de los clubes más importantes del fútbol británico.
Para recordar el último trofeo que levantaron los gunners tenemos que remontarnos a 2005, año en el que el Arsenal de Wenger conquistó la Copa de Inglaterra. El pasado domingo, seis años después de su última conquista, el conjunto londinense aterrizó en Wembley con el objetivo de aumentar su palmarés, en esta ocasión en una final de la Copa de la Liga Inglesa, conocida popularmente – y por motivos de patrocinio – como la Carling Cup. Un modesto Birmingham, cuyo único objetivo esta temporada es la permanencia, se antojaba un cómodo rival para refrendar la óptima temporada del club de Londres. Pero una final siempre es una final, y ningún equipo debe verse nunca como favorito, por mucho que el mundo del fútbol diga que lo sea, y por mucho que se practique un estilo de juego exquisito, de salón, pues son comentarios que jamás han asegurado nada a nadie. Únicamente al actual Barça, diría yo.
Precisamente el conjunto de Guardiola fue víctima del Arsenal hace unas semanas, aunque considero que los de Pep demostrarán en el Camp Nou que lo ocurrido en el Emirates Stadium se trató de un simple y enmendable accidente. Pero el técnico del Birmingham, Alex McLeish, tenía muy claro cuáles eran las claves para tener alguna opción de alargar la sequía de La Orquesta Sinfónica de Londres: esperar en su campo, ejercer una fuerte presión y salir al contragolpe. Además, por si eso no daba sus frutos, tenía pensado un plan B llamado Nikola Zigic. El ex jugador de Racing y Valencia se convirtió en una auténtica pesadilla para los gunners en el juego aéreo —con gol incluido—, especialmente para la joven pareja de centrales formada por Djourou y Koscielny, muy desacertados a lo largo del encuentro.
Para más inri, Rosicky no estuvo a la altura a la hora de interpretar el papel del capitán Cesc Fábregas —lesionado desde el partido contra el Barcelona—, y Wilshere, a pesar de demostrar que es la nueva perla de este Arsenal, tuvo que asumir más galones de los que hasta el momento Wenger le había adjudicado. Aún así, The Arsenal consiguió atrincherar al Birmingham en su propio campo con las embestidas de Nasri y Arshavin por las bandas. Tampoco podemos olvidarnos de la destreza y el acierto de un Van Persie que se marcharía a la ducha antes de tiempo por lesión, aunque con el mérito de ser el único gunner capaz de batir a Ben Foster, sin duda, el mejor jugador durante la final —así lo consideró también la organización de la Carling—.
El partido moría sin llegar a una resolución, y los pupilos de Wenger ganaban terreno al conjunto blue, asfixiado en su propia presión y físicamente agotado. La prórroga no era ninguna solución para el Birmingham, que observaba con sigilo las embestidas de los gunners. Seis años después, la fórmula del técnico galo se encontraba muy cerca de volver a fructificar, pero el destino quiso ser caprichoso una vez más. La fortuna se alió con los blues, y la desgracia fue a parar al bando londinense de la forma más cruel posible. Un pelotazo de Foster desde su campo que buscaba la testa de Zigic acabó en las botas del recien incorporado Martins, no sin antes contemplar la falta de experiencia y entendimiento entre Koscielny y el joven cancerbero Szczesny. Era el minuto 89, y el nigeriano no perdonó el 2-1 a puerta vacía.
Creo que es una gran noticia que en el fútbol actual sigan existiendo equipos como el Arsenal: idealistas, comprometidos con el buen juego y que apuesten por sus jóvenes valores. Sin embargo, todos esos atributos no son suficientes si al final no se logra armar un equipo capaz de competir con los más fuertes. Por eso, considero que todos aquellos que en ocasiones han comparado este Arsenal con el Barça de Guardiola por su despliegue futbolístico y la potenciación de sus jóvenes promesas, deberían reconsiderarlo, puesto que su alarmante ausencia de productividad lo condena a ser una eterna copia muy poco efectiva. Por el fútbol, ojalá que me equivoque.
Lectura recomendada | Birmingham City, cameón de la Curling Cup (Diarios de Fútbol)
Imagen | Eurosport | Sky Sports
Para recordar el último trofeo que levantaron los gunners tenemos que remontarnos a 2005, año en el que el Arsenal de Wenger conquistó la Copa de Inglaterra. El pasado domingo, seis años después de su última conquista, el conjunto londinense aterrizó en Wembley con el objetivo de aumentar su palmarés, en esta ocasión en una final de la Copa de la Liga Inglesa, conocida popularmente – y por motivos de patrocinio – como la Carling Cup. Un modesto Birmingham, cuyo único objetivo esta temporada es la permanencia, se antojaba un cómodo rival para refrendar la óptima temporada del club de Londres. Pero una final siempre es una final, y ningún equipo debe verse nunca como favorito, por mucho que el mundo del fútbol diga que lo sea, y por mucho que se practique un estilo de juego exquisito, de salón, pues son comentarios que jamás han asegurado nada a nadie. Únicamente al actual Barça, diría yo.
Precisamente el conjunto de Guardiola fue víctima del Arsenal hace unas semanas, aunque considero que los de Pep demostrarán en el Camp Nou que lo ocurrido en el Emirates Stadium se trató de un simple y enmendable accidente. Pero el técnico del Birmingham, Alex McLeish, tenía muy claro cuáles eran las claves para tener alguna opción de alargar la sequía de La Orquesta Sinfónica de Londres: esperar en su campo, ejercer una fuerte presión y salir al contragolpe. Además, por si eso no daba sus frutos, tenía pensado un plan B llamado Nikola Zigic. El ex jugador de Racing y Valencia se convirtió en una auténtica pesadilla para los gunners en el juego aéreo —con gol incluido—, especialmente para la joven pareja de centrales formada por Djourou y Koscielny, muy desacertados a lo largo del encuentro.
Para más inri, Rosicky no estuvo a la altura a la hora de interpretar el papel del capitán Cesc Fábregas —lesionado desde el partido contra el Barcelona—, y Wilshere, a pesar de demostrar que es la nueva perla de este Arsenal, tuvo que asumir más galones de los que hasta el momento Wenger le había adjudicado. Aún así, The Arsenal consiguió atrincherar al Birmingham en su propio campo con las embestidas de Nasri y Arshavin por las bandas. Tampoco podemos olvidarnos de la destreza y el acierto de un Van Persie que se marcharía a la ducha antes de tiempo por lesión, aunque con el mérito de ser el único gunner capaz de batir a Ben Foster, sin duda, el mejor jugador durante la final —así lo consideró también la organización de la Carling—.
El partido moría sin llegar a una resolución, y los pupilos de Wenger ganaban terreno al conjunto blue, asfixiado en su propia presión y físicamente agotado. La prórroga no era ninguna solución para el Birmingham, que observaba con sigilo las embestidas de los gunners. Seis años después, la fórmula del técnico galo se encontraba muy cerca de volver a fructificar, pero el destino quiso ser caprichoso una vez más. La fortuna se alió con los blues, y la desgracia fue a parar al bando londinense de la forma más cruel posible. Un pelotazo de Foster desde su campo que buscaba la testa de Zigic acabó en las botas del recien incorporado Martins, no sin antes contemplar la falta de experiencia y entendimiento entre Koscielny y el joven cancerbero Szczesny. Era el minuto 89, y el nigeriano no perdonó el 2-1 a puerta vacía.
Creo que es una gran noticia que en el fútbol actual sigan existiendo equipos como el Arsenal: idealistas, comprometidos con el buen juego y que apuesten por sus jóvenes valores. Sin embargo, todos esos atributos no son suficientes si al final no se logra armar un equipo capaz de competir con los más fuertes. Por eso, considero que todos aquellos que en ocasiones han comparado este Arsenal con el Barça de Guardiola por su despliegue futbolístico y la potenciación de sus jóvenes promesas, deberían reconsiderarlo, puesto que su alarmante ausencia de productividad lo condena a ser una eterna copia muy poco efectiva. Por el fútbol, ojalá que me equivoque.
Lectura recomendada | Birmingham City, cameón de la Curling Cup (Diarios de Fútbol)
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jueves, 17 de febrero de 2011
Todo o nada en el Camp Nou
Pablo Orleans | No es hora de lamentarse. El FC Barcelona hizo 79 minutos dignos, dignos de su clase, de su estilo de juego y de su forma de entender el fútbol. Jugó fiel a su filosofía, a la de un grupo y un club que respeta el balón, que respeta el fútbol y que hace fluir el esférico como fluye el agua por un río bravo, sin presa que corte su curso. Pero la presa que amansó el caudal de un cauce azulgrana se llamó Arsenal. 79 minutos de espera, de acercamientos ingenuos, sin demasiado peligro. 79 minutos que se tradujeron en peligro en un par de veces contadas. Pero un magnífico Cesc Fábregas, junto con una pareja de delanteros como Walcott y Van Persie en la retaguardia apantanaron el fluir libre de un juego culé que no desmereció en el Emirates y que volvió a dominar un césped hermoso acompañado de una gran afición.
Pero no todo es dominio. El dominio se corta de raíz con rebeliones como la de los pupilos de Wenger. El francés ganó la partida de los suplentes a Guardiola y superó a un Barça acomodado en una segunda mitad en la que no todo estaba dicho. Y vaya que no. Mientras el catalán hacía cambios pensando en una placentera vuelta en el Camp Nou con su afición, Arsène arriesgó y sacó un elenco ofensivo que enturbió las claras aguas del Barça. Mientras Pep daba descanso a Villa intentando sujetar el marcador con la entrada de Keita, el coach del Arsenal ponía en el campo a Bendtner y Arshavin dando mucha frescura al equipo y quitando a un trabajador y eléctrico Walcott y a un duro —y probablemente mal ajusticiado— Song.
El partido dio un vuelco inesperado. El gol inicial de Villa no hacía presagiar una debacle final de tales características. El Barça controlaba y manejaba el tempo del choque a través de Xavi mientras los dirigidos en el campo por Cesc corrían tras el cuero como pollo sin cabeza. El contragolpe parecía el único recurso que podían utilizar los gunners y la eliminatoria parecía muy bien encarrilada. Nada más lejos de la realidad. El frío iba haciendo mella en un equipo culé que se empezaba a acomodar en la suave alfombra londinense mientras los locales se rearmaban para comenzar la última ofensiva. Matar o morir en el intento. Jugaron y ganaron.
El cañonazo de VanGoal, el nuevo hombre de hielo, calentó unas gradas hambrientas de venganza por tantos duelos perdidos ante los azulgrana en los últimos tiempos. El palo corto, tarea de Valdés, quedó desprotegido y el holandés la ajustó haciendo estallar el Emirates en un grito uniforme que congeló a los de Guardiola. A partir de ese momento, sufrimiento. El Barça, desdibujado sobre el terreno de juego, demostraba la tremenda debilidad y mortalidad de los que parecen inmortales. Sin centro del campo, y con una defensa languidecida —hay que destacar la tremenda labor de un Abidal magnífico en el centro de la zaga— llegó el segundo —obra de Arshavin tras una perfecta combinación— y lo placentero se tornaba desapacible. En la vuelta habría que trabajar más de lo esperado.
Una derrota que no puede minar la moral del FC Barcelona. El éxito se basa en saber levantarse tras una dura lucha de tú a tú y en convertir esa decepción en un triunfo logrado a base de trabajo. Eso es lo que deben hacer los de Guardiola. Levantar la cabeza y pensar que en el Camp Nou, ante los 99.354 espectadores que llenarán el estadio y rugirán con fuerza ante los ingleses, se va a remontar el resultado adverso de la ida. El juego del Barça deberá fluir en donde mejor sabe hacerlo. La filosofía heredada de Cruyff y Rexach hay que mostrarla en la vuelta. Que se note que es el equipo que mejor fútbol hace de Europa. Que se note el gusto por el buen fútbol. Qué mejor que ante un rival de la entidad y mentalidad del Arsenal. Que mejor que en casa, ante tu público. Nada vale más que eso.
Imagen | El País
Pero no todo es dominio. El dominio se corta de raíz con rebeliones como la de los pupilos de Wenger. El francés ganó la partida de los suplentes a Guardiola y superó a un Barça acomodado en una segunda mitad en la que no todo estaba dicho. Y vaya que no. Mientras el catalán hacía cambios pensando en una placentera vuelta en el Camp Nou con su afición, Arsène arriesgó y sacó un elenco ofensivo que enturbió las claras aguas del Barça. Mientras Pep daba descanso a Villa intentando sujetar el marcador con la entrada de Keita, el coach del Arsenal ponía en el campo a Bendtner y Arshavin dando mucha frescura al equipo y quitando a un trabajador y eléctrico Walcott y a un duro —y probablemente mal ajusticiado— Song.
El partido dio un vuelco inesperado. El gol inicial de Villa no hacía presagiar una debacle final de tales características. El Barça controlaba y manejaba el tempo del choque a través de Xavi mientras los dirigidos en el campo por Cesc corrían tras el cuero como pollo sin cabeza. El contragolpe parecía el único recurso que podían utilizar los gunners y la eliminatoria parecía muy bien encarrilada. Nada más lejos de la realidad. El frío iba haciendo mella en un equipo culé que se empezaba a acomodar en la suave alfombra londinense mientras los locales se rearmaban para comenzar la última ofensiva. Matar o morir en el intento. Jugaron y ganaron.
El cañonazo de VanGoal, el nuevo hombre de hielo, calentó unas gradas hambrientas de venganza por tantos duelos perdidos ante los azulgrana en los últimos tiempos. El palo corto, tarea de Valdés, quedó desprotegido y el holandés la ajustó haciendo estallar el Emirates en un grito uniforme que congeló a los de Guardiola. A partir de ese momento, sufrimiento. El Barça, desdibujado sobre el terreno de juego, demostraba la tremenda debilidad y mortalidad de los que parecen inmortales. Sin centro del campo, y con una defensa languidecida —hay que destacar la tremenda labor de un Abidal magnífico en el centro de la zaga— llegó el segundo —obra de Arshavin tras una perfecta combinación— y lo placentero se tornaba desapacible. En la vuelta habría que trabajar más de lo esperado.
Una derrota que no puede minar la moral del FC Barcelona. El éxito se basa en saber levantarse tras una dura lucha de tú a tú y en convertir esa decepción en un triunfo logrado a base de trabajo. Eso es lo que deben hacer los de Guardiola. Levantar la cabeza y pensar que en el Camp Nou, ante los 99.354 espectadores que llenarán el estadio y rugirán con fuerza ante los ingleses, se va a remontar el resultado adverso de la ida. El juego del Barça deberá fluir en donde mejor sabe hacerlo. La filosofía heredada de Cruyff y Rexach hay que mostrarla en la vuelta. Que se note que es el equipo que mejor fútbol hace de Europa. Que se note el gusto por el buen fútbol. Qué mejor que ante un rival de la entidad y mentalidad del Arsenal. Que mejor que en casa, ante tu público. Nada vale más que eso.
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miércoles, 14 de julio de 2010
Capítulo final | Comprender la magnitud de un Mundial

Andrés Pérez | Realmente no somos conscientes de la magnitud de lo conseguido. Quizá necesitemos varias semanas, o meses, quién sabe si años. En concreto cuatro, los que distan de Mundial a Mundial, los que separan la imagen de Casillas alzando el trofeo y otro jugador, llámenlo X de nacionalidad Y, repitiendo el mismo gesto, tan rutinario, tan místico, tan previsible pero tan enteramente embriagador. Quizá cuando dentro de cuatro años España no gane el Mundial y observemos a otra selección sustituirla en lo más alto del mundo comprendamos hasta qué punto es grandilocuente la gesta de este equipo. Quizá solo entonces entendamos el peso de la historia y la relevancia de esta selección.
Hasta entonces es momento de deleitarse. De mantener el vuelo en la nube en la que nos encontramos, nube alejada de la realidad pero hermosa y edulcorada, nube que nos impide, como decía, comprender la gesta. Hablo a modo particular pero creo que es denominador común: me sucedió en el pitido final que sentí la victoria como el deber cumplido, éramos favoritos y debíamos ser campeones, no cabía otra posibilidad, la euforia rebajada por la tranquilidad de saberse en lo cierto y no haber errado. También me sucedió que en el momento sentí una suerte de no era tan difícil, o tanto para esto.
Sea como fuere, alejados de lo real y de lo relevante o no, disfrutar de las calles repletas de banderas y gente celebrando un mísero triunfo en otro deporte más redime al fútbol, a la selección española y a todo lo que genera. No lo excusa, pero sí lo redime. Tiempo habrá de hablar del efecto sedante de este Mundial en la sociedad, si es que lo causa, pero ahora es tiempo de dejarse de absurdas diatribas sociológicas y centrarse en lo única y verdaderamente importante: la gente es feliz. Y con esa sonrisa colectiva basta para responder cualquier pregunta inquietante que nos haga sugerir la ostentosa celebración del triunfo.
España es campeona del mundo tras un Mundial si bien no excesivamente brillante sí inteligente y magníficamente planteado. Tanto desde el plano psicológico como táctico y técnico, España ha sido la selección superior a todas, la meta que deberían intentar alcanzar todas las demás. No hablo del estilo: hablo del plan, del idealismo, del morir al palo de un planteamiento, del romanticismo futbolístico. España ha jugado bien, en ocasiones de modo brillante, y se ha proclamado campeón por primera vez en su historia del modo más justo posible.
No hay peros a este Mundial para España, ni tampoco a esta generación. Copada por un puñado de futbolistas en lo más alto de su carrera deportiva, el conjunto destila además un aire desenfadado y amiguista que es un placer para los ojos del aficionado. Quizá sí, quizá no, quizá decenas de selecciones vencieron sin cruzarse una palabra sus jugadores, pero creo, quiero creer, imagino que queremos creer, que los 23 jugadores que vencieron a Holanda en la final son algo más que un equipo. Probablemente hayan comprendido como pocos la importancia de ser una selección y no un mero repertorio de mejores jugadores de cada pueblo. Es un factor a tener en cuenta a la hora de pesar la victoria de España.
El factor humano. Así se titula el libro de John Carlin en el que habla del nacimiento como nación civilizada de Sudáfrica gracias al Mundial de Rugby. El factor humano es el que ha hecho posible que jugadores de relumbrón como Fábregas o Torres, ensombrecido uno y opaco el otro, asuman su rol o no lo hagan y al menos finjan hacerlo. El mérito psicológico de los pesos pesados del vestuario y del entrenador es tan brillante y admirable como el técnico.
Hablando del plano técnico, honor obliga a recitar dos nombres: Xavi e Iniesta. Ejemplifican como pocos la importancia de lo colectivo puesto que su fútbol se entiende a partir de la asociación y brillan con los demás, no en el individualismo. España brilla asociando, un amigo en cada esquina. Es el triungo de lo colectivo, una lección de fútbol, sentar cátedra deportiva, en suma. Xavi e Iniesta son paradigmáticos de esa cátedra y por más reconocimientos que les niegue el presente la Historia les guarda un rincón de oro. Esta selección ha sido campeona del mundo sin que nadie recuerde un 10, una estrella rutilante que marque el camino. Nadie hablará de un jugador y sí de un equipo. A fin de cuentas el fútbol se trata de exactamente eso.
España es campeona del mundo. Lo es con el mejor equipo del planeta. Más allá del campeonato, el reconocimiento de esta selección, de su idea, se expande por el fútbol de los cinco continentes y perdurará en el futuro. Se trata de un equipo que prima el cómo al fin y por tanto de un equipo que entra en la posteridad por puro romanticismo. Desconozco si la erudición europea o sudamericana enrolará a este conjunto en un hipotético top 5 o 10 de grandes selecciones de la historia, pero desde luego y aun a riesgo de merendarme el calificativo de casero, para mí lo está. Más allá del título, insisto, lo loable de esta España es nadar a contracorriente en un fútbol que retrocede a los 60.
Báñense en oro. En mísitca. Casillas y sus lágrimas ya forman parte de las imágenes legendarias de los legendarios Mundiales. ¿Aún no comprenden la magnitud de la palabra legendaria? No se preocupen, afortunadamente es cuestión de tiempo para todos. Llegará porque se ha conquistado algo eterno: una Copa del Mundo.
Imagen | El País | The Big Picture
Hasta entonces es momento de deleitarse. De mantener el vuelo en la nube en la que nos encontramos, nube alejada de la realidad pero hermosa y edulcorada, nube que nos impide, como decía, comprender la gesta. Hablo a modo particular pero creo que es denominador común: me sucedió en el pitido final que sentí la victoria como el deber cumplido, éramos favoritos y debíamos ser campeones, no cabía otra posibilidad, la euforia rebajada por la tranquilidad de saberse en lo cierto y no haber errado. También me sucedió que en el momento sentí una suerte de no era tan difícil, o tanto para esto.

España es campeona del mundo tras un Mundial si bien no excesivamente brillante sí inteligente y magníficamente planteado. Tanto desde el plano psicológico como táctico y técnico, España ha sido la selección superior a todas, la meta que deberían intentar alcanzar todas las demás. No hablo del estilo: hablo del plan, del idealismo, del morir al palo de un planteamiento, del romanticismo futbolístico. España ha jugado bien, en ocasiones de modo brillante, y se ha proclamado campeón por primera vez en su historia del modo más justo posible.

El factor humano. Así se titula el libro de John Carlin en el que habla del nacimiento como nación civilizada de Sudáfrica gracias al Mundial de Rugby. El factor humano es el que ha hecho posible que jugadores de relumbrón como Fábregas o Torres, ensombrecido uno y opaco el otro, asuman su rol o no lo hagan y al menos finjan hacerlo. El mérito psicológico de los pesos pesados del vestuario y del entrenador es tan brillante y admirable como el técnico.

España es campeona del mundo. Lo es con el mejor equipo del planeta. Más allá del campeonato, el reconocimiento de esta selección, de su idea, se expande por el fútbol de los cinco continentes y perdurará en el futuro. Se trata de un equipo que prima el cómo al fin y por tanto de un equipo que entra en la posteridad por puro romanticismo. Desconozco si la erudición europea o sudamericana enrolará a este conjunto en un hipotético top 5 o 10 de grandes selecciones de la historia, pero desde luego y aun a riesgo de merendarme el calificativo de casero, para mí lo está. Más allá del título, insisto, lo loable de esta España es nadar a contracorriente en un fútbol que retrocede a los 60.
Báñense en oro. En mísitca. Casillas y sus lágrimas ya forman parte de las imágenes legendarias de los legendarios Mundiales. ¿Aún no comprenden la magnitud de la palabra legendaria? No se preocupen, afortunadamente es cuestión de tiempo para todos. Llegará porque se ha conquistado algo eterno: una Copa del Mundo.
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jueves, 4 de marzo de 2010
Una sensación de superioridad insultante

Andrés Pérez | Lo nunca visto: España se basta ya únicamente con su capacidad de intimidación. Aquello de lo que, precisamente, siempre adolecía. A la sencilla compenetración de todos los futbolistas, la sensación de ser un equipo antes que una selección, la calidad de todos los futbolistas titulares y suplentes y el fútbol virtuoso que ponen en práctica se le une ahora la capacidad de dominar al rival a su gusto. Anoche España se impuso a Francia dónde y cuando quiso. Marcó el ritmo del partido y decidió quién atacaba y cómo. Fue la auténtica dueña del partido.
No es de extrañar, pues, que ante tal tesitura, L'Equipe, en su versión digital, titulara "España se pasea en el Stade de France". En efecto, a pesar de no mantener un juego constante a nivel ofensivo durante todo el encuentro, España se bastó de dos momentos iluminados para finiquitar el amistoso ante una Francia desesperada y desesperante, sin ideas y asentada en futbolistas de más corte táctico que técnico. Dos destellos, de cinco minutos, en los que, en la primera parte, el conjunto de Del Bosque decidió acabar con el partido.
El resto fue un soporífero espectáculo de auto-flagelación para el aficionado francés y un aburrido por emocionante, dadas las circunstancias, encuentro para el seguidor español, que pudo ver cómo su selección se regodeaba andando, repito, andando, frente a su eterna bestia negra. La salida de Xavi en la segunda parte no hizo más que redundar en lo mismo: posesión del balón cuando y cómo quería el combinado nacional. En los momentos en los que se perdía la posesión, España tampoco sufría: ni el ataque de Francia es lo suficientemente poderoso ni la defensa de España hubo de esforzarse lo más mínimo, apenas sufrió, demostrando otra gran virtud del equipo de Del Bosque. La capacidad defensiva.
En la primera parte fue insultante el modo en el cual los Iniesta, Fábregas, Villa, Silva Busquets y Xabi Alonso presionaban, un poco, tampoco demasiado, a la defensa francesa que, ante la falta de ideas, siempre recurría al pelotazo. En tal tesitura, y con un Xabi Alonso espléndido en la recuperación, cualquier fallo de los galos supondría el gol. Así fue. Primero Villa y luego Sergio Ramos. España se largo de París con la sensación de haber domado a Francia de un modo escandalosamente ofensivo para el orgullo de los jugadores franceses. Terminó el partido sin apenas forzar la máquina. Dio la sensación de ser un equipo no ya grande, sino consciente de que es muy grande.
Vía | L'Equipe
Imagen | Qué.es, Marca
No es de extrañar, pues, que ante tal tesitura, L'Equipe, en su versión digital, titulara "España se pasea en el Stade de France". En efecto, a pesar de no mantener un juego constante a nivel ofensivo durante todo el encuentro, España se bastó de dos momentos iluminados para finiquitar el amistoso ante una Francia desesperada y desesperante, sin ideas y asentada en futbolistas de más corte táctico que técnico. Dos destellos, de cinco minutos, en los que, en la primera parte, el conjunto de Del Bosque decidió acabar con el partido.

En la primera parte fue insultante el modo en el cual los Iniesta, Fábregas, Villa, Silva Busquets y Xabi Alonso presionaban, un poco, tampoco demasiado, a la defensa francesa que, ante la falta de ideas, siempre recurría al pelotazo. En tal tesitura, y con un Xabi Alonso espléndido en la recuperación, cualquier fallo de los galos supondría el gol. Así fue. Primero Villa y luego Sergio Ramos. España se largo de París con la sensación de haber domado a Francia de un modo escandalosamente ofensivo para el orgullo de los jugadores franceses. Terminó el partido sin apenas forzar la máquina. Dio la sensación de ser un equipo no ya grande, sino consciente de que es muy grande.
Vía | L'Equipe
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miércoles, 18 de noviembre de 2009
Cinco segundos de paz

Andrés Pérez | Cuando el paso de los años tinte de sepia el recuerdo de aquella Eurocopa, la de 2008, cada aficionado a la selección guardará en su memoria un detalle insignificante que ejemplificó en su momento todo lo que aquello supuso. El mío reside en los cuartos de final, frente a Italia, en la tanda de penaltis. Si España anotaba aquel penal, pasaba de cuartos. La barrera maldita estaba a once metros y el encargado de derrumbarla era un tal Cesc Fábregas, líder absoluto del Arsenal con tan sólo 21 años. A él se encomendaba un sueño, una maldición que romper. Yo me encontraba sentado en una silla de un apartamento de Salou.
El curso universitario había terminado escasas semanas antes y como es menester en residentes jóvenes de Zaragoza, la localidad tarraconense fue lugar de colonización masiva. También por nuestra parte ya que, entendamos, la originalidad no era nuestro mayor fuerte a la hora de elegir destino vacacional. El caso es que allí nos hallábamos frente a un televisor destartalado en silencio sepulcral. Suena a tópico pero no deja de ser cierto: la tensión se mascaba en el aire y el nerviosismo se traducía en cojines a modo de uñas y muñones por dedos. La noche se había echado encima y la hora nos era indiferente. Un penalti daba la gloria o enterraba el sueño. Nos jugábamos demasiado como para estar atentos a cualquier otro aspecto de la vida que sucediera en los alrededores.
Podría haber surcado el cielo un unicornio rosa fosforito cantando el himno de Italia. No nos hubiéramos percatado. En tal tesitura, dos de los allí presentes íbamos cinco segundos por delante del resto. Un minúsculo aparatito hacía las veces de radio y escuchábamos cariacontecidos Carrusel Deportivo, producto de nuestra larga tradición de tardes de domingo acompasadas por un transistor. La diferencia entre emisión televisiva y radiofónica permitió durante todo el partido que supiéramos de antemano el desenlace del drama que se cuajaba en el Ernst Happel de Viena.
Conllevaba sus ventajas y sus innegables inconvenientes. Por un lado el corazón no palpitaba al ritmo desenfrenado del resto de nuestros compañeros y por otro, la emoción instantánea de cualquier lance del juego nos era privada. Sin embargo allí seguíamos cuando Fábregas se disponía a lanzar el penalti. Cinco segundos por delante de la humanidad, entendida como las seis personas que frente al televisor nos agolpábamos ansiosos de conocer el éxito. No existía nada más en el mundo que aquella habitación y aquel aparato que emitía aquel partido. Nada importaba ya. Tan sólo el gol de Fábregas.
Cuando Fábregas aún no había salido del círculo central, junto al resto de sus compañeros, nosotros ya conocíamos su particular ritual antes de golpear la bola. Había besado el cuero en nuestra imaginación antes siquiera de haber alcanzado el área en la televisión. Mientras tomaba carrerilla ya conocíamos el desenlace, fatal o genial, redentor o desdichado. El shock fue tal que nos quedamos paralizados. A mitad de camino entre el respeto y la incredulidad, nuestra expresión facial no varió un milímetro cuando Manolo Lama estalló en la absoluta desidia. Nuestro pulso no varió cuando la pelota dirigida por Fábregas engañó a Buffon y se coló en la portería de Italia.
El silencio reinaba y sin embargo conocíamos el final. Fueron cinco segundos mágicos. La euforia se desbordaba en nuestro interior y, sin embargo, de cara a la galería mostrabamos una frialdad inexcrutable. Una expresión petríficada de la que nada podía inituirse. Cuarenta y cuatro años de desdicha brotaron en nuestro interior erizando el vello de nuestros brazos, humedeciendo nuestras pupilas, obnubilando nuestra mente. Trasportándonos a otro tiempo y a otro lugar, fuera el que fuera. El alivio transpiró por nuestras pieles mientras el resto de desgraciados aún suspiraban por conocer el resultado final.
Cuando la televisión mostró el gol que ya conocíamos, cuando el pase de España a semifinales se hizo efectivo a ojos del resto de inquilinos que aquella noche compartían con nosotros sus fobias y sus miedos, un desesperado sonido reverberó por nuestras gargantas. Aquellos cinco minutos de silencio, de inexpresividad, estallaron de manera especial en quienes durante más de noventa minutos supimos todo cinco segundos antes que el resto. Desconocimos qué proferían nuestras cuerdas vocales pero nos daba igual. Los otros cuatro compañeros se levantaron encolerizados y automáticamente hicimos lo propio, aquello que anhelabamos hacer durante cinco segundos de reflexión que se hicieron eternos. Cinco segundos en los que asumimos que ya, que podíamos, en los que pensamos: "Ya está".
Junto a ellos celebramos aquel pase como si del mismo título se tratara. Los fantasmas habían volado de una maldita vez. Lo que vino después es inenarrable porque una niebla de euforia destiñe mis recuerdos. Pero aquellos cinco segundos supusieron, sin duda alguna, lo que esa Eurocopa significó para España en su conjunto. Una sensación de alivio sin igual en la historia del deporte.
Tanda de penaltis con Carrusel |
Vía | Más que Fútbol
Imagen | De archivo
El curso universitario había terminado escasas semanas antes y como es menester en residentes jóvenes de Zaragoza, la localidad tarraconense fue lugar de colonización masiva. También por nuestra parte ya que, entendamos, la originalidad no era nuestro mayor fuerte a la hora de elegir destino vacacional. El caso es que allí nos hallábamos frente a un televisor destartalado en silencio sepulcral. Suena a tópico pero no deja de ser cierto: la tensión se mascaba en el aire y el nerviosismo se traducía en cojines a modo de uñas y muñones por dedos. La noche se había echado encima y la hora nos era indiferente. Un penalti daba la gloria o enterraba el sueño. Nos jugábamos demasiado como para estar atentos a cualquier otro aspecto de la vida que sucediera en los alrededores.

Conllevaba sus ventajas y sus innegables inconvenientes. Por un lado el corazón no palpitaba al ritmo desenfrenado del resto de nuestros compañeros y por otro, la emoción instantánea de cualquier lance del juego nos era privada. Sin embargo allí seguíamos cuando Fábregas se disponía a lanzar el penalti. Cinco segundos por delante de la humanidad, entendida como las seis personas que frente al televisor nos agolpábamos ansiosos de conocer el éxito. No existía nada más en el mundo que aquella habitación y aquel aparato que emitía aquel partido. Nada importaba ya. Tan sólo el gol de Fábregas.

El silencio reinaba y sin embargo conocíamos el final. Fueron cinco segundos mágicos. La euforia se desbordaba en nuestro interior y, sin embargo, de cara a la galería mostrabamos una frialdad inexcrutable. Una expresión petríficada de la que nada podía inituirse. Cuarenta y cuatro años de desdicha brotaron en nuestro interior erizando el vello de nuestros brazos, humedeciendo nuestras pupilas, obnubilando nuestra mente. Trasportándonos a otro tiempo y a otro lugar, fuera el que fuera. El alivio transpiró por nuestras pieles mientras el resto de desgraciados aún suspiraban por conocer el resultado final.

Junto a ellos celebramos aquel pase como si del mismo título se tratara. Los fantasmas habían volado de una maldita vez. Lo que vino después es inenarrable porque una niebla de euforia destiñe mis recuerdos. Pero aquellos cinco segundos supusieron, sin duda alguna, lo que esa Eurocopa significó para España en su conjunto. Una sensación de alivio sin igual en la historia del deporte.
Tanda de penaltis con Carrusel |
Vía | Más que Fútbol
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lunes, 29 de junio de 2009
No hablen de Leyenda Negra

Andrés Pérez | Como es de costumbre en este país al mínimo síntoma de debilidad que la selección española, la misma que ha batido todos los récordos de victorias consecutivas, partidos invicta y para colmo de bienes se ha proclamado campeona de Europa, ha mostrado el fatalismo ha resurgido. España cayó frente a Estados Unidos y se despidió tercera de la Copa Confederaciones gracias a que Güiza salvó los muebles frente a Sudáfrica en el partido del tercer y cuarto puesto, una patraña de la FIFA. La selección se despide del país africano con un balance desolador. Del buen juego ni rastro, de los goles tan sólo ante Nueva Zelanda y de partidos frente a selecciones presumiblemente rivales en el Mundial nada. Cero. Niet. En efecto no es una buena noticia. España ha llegado cansada y desmotivada a un torneo desprestigiado cuyo único aliciente es medirse a rivales de la talla de Brasil. Siquiera ese objetivo ha sido conseguido por lo que sin paliativos se puede decir que el paso del conjunto de Del Bosque por la competición ha sido un estrepitoso fra-ca-so.
Ahora bien. No seré yo quien dilapide ahora a la selección que hace un año obtuvo el cetro europeo. No sería justo ni real aunque haya carencias notables a pulir. Conviene empezar por los fallos, ya saben, para invitar al optimismo una vez analizados los problemas. Del Bosque no es Aragonés, no es ninguna novedad pero es lo más concluyente que se puede extraer de la estancia en Sudáfrica. Quien antaño ganara la Copa de Europa con el Madrid ni ha mantenido la línea de su predecesor ni la ha mejorado. En la Eurocopa, España jugaba con tres mediapuntas cuando no eran cuatro con la inclusión de Fábregas. Todos ellos por delante de Senna, un único recuperador. A priori una tarea imposible y un suicidio futbolístico. Sin embargo en la abrumadora posesión de balón y en la exhuberante calidad de los mediapuntas residió la clave del éxito. La mejor defensa era un buen ataque y España no sufrió en la retaguardia ni en semifinales ni en la final. Todo un logro, toda una lección de fútbol.
Sin embargo la llegada del Del Bosque ha enterrado en cierto modo la utopía de un centro del campo poblado de jugadores aparantemente incompatibles. Incompetibles puesto que, en teoría, reúnen características semejantes y se mueven en la misma franja del campo. En teoría, no en la práctica. La utopía la confirmó Luis en Viena: se puede jugar con cuatro genios a la vez, sin atender a las bandas ni al tacticismo. Del Bosque en esta Copa y como venía haciendo no ha hecho más que enterrar el sueño de quienes creen en un fútbol plenamente preciosista. Es cierto que faltaba Iniesta y que Silva no estaba en su mejor nivel, pero no es menos cierto que la posición de Villa no ha sido tan retrasada como lo fue en los primeros compases de la Eurocopa o que Xavi ha jugado retrasadísimo, prácticamente a la altura de Xabi Alonso. El espíritu de posesión se mantenía, pero sin el fútbol asociativo de antaño, sin toda una amalgama de jugones alrededor del área. El toque se ha retrasado hacia el medio campo y por tanto, ha aumentado el peligro de no hacer daño a defensas parapetadas frente a su portería.
Tal esquema provoca que Xavi tenga que recorrer mucho campo para asistir a los delanteros, Villa y Torres, ahogados y sin espacios. A excepción de Nueva Zelanda, todos los equipos se han sabido defender de España. No hablamos de selecciones de estima, en absoluto. Sudáfrica, Irak y Estados Unidos. Ante ese panorama, ante un bloqueo insalvable, las bandas se han presentado como la única vía de escape. Así se ganó a Irak, con un centro de Capdevilla y así llegó una y otra vez España al área de Estados Unidos, por medio de Sergio Ramos. Bien, está Torres, dirán los más optimistas. Pero no basta. Torres es un gran cabeceador pero está solo, abandonado a su suerte entre dos o tres centrales tan fuertes y altos como él. Los demás no dan la talla en el área, no nacieron para ello, edifican su fútbol en el balón al suelo, en bajar la pelota al piso, no en la guerra aérea.
Los mediapuntas no han existido esta vez. Hemos pasado de cuatro a cero. Xavi no lo era puesto que jugaba prácticamente a la par de Xabi Alonso. Riera es extremo y Cazorla ha estado por completo desaparecido, por no hablar de Fábregas, quien fue el mejor frente a los americanos pero fue sustituido. Sobre él recaía la misión de enlazar con Villa y Torres pero el esquema de Del Bosque le desplazaba hacia la derecha, perdiendo la asociación adecuada con Xavi. Del fútbol de toque y un socio en cada esquina hemos pasado a la soledad de cada uno de sus componentes. He ahí la clave del fracaso. Porque no conviene engañarse. España ha fracasado.
Sea como fuere la inesperada eliminación no ha de ser necesariamente un drama. Se ha hecho mal pero hay razones de peso para creer que tal desastre no se repetirá en el Mundial. Por lo pronto, la temporada ha hecho mucho daño a determinados jugadores, como los del Barça, agotados, fulminados tras una temproada extenuante. Es posible que el próximo año tal situación se repita, pero entendamos que la temporada terminará mucho antes. Para todos. El grupo tiene calidad, está unido, y a pesar de todo, a pesar del fatalismo imperante, de los medios de comunicación morbosos y lamentables intentando vendernos que la leyenda negra resucita y que la Eurocopa fue flor de un día, seguimos estando ante la mejor generación de futbolistas que este país haya contemplado jamás. Faltaba Iniesta, faltaba Senna, faltaba Silva mentalmente a pesar de su presencia constante en el banquillo. Faltaban los pilares básicos, la filosofía, el espíritu y sobre todo la motivación necesaria para afrontar un torneo de estas características. Conviene pulir los errores sin perder la perspectiva. El equipo sigue siendo el mismo. Su fútbol no ha variado. Del Bosque tendrá que aprender de esta experiencia. Obviando la contumaz estupidez de la leyenda negra.
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miércoles, 6 de mayo de 2009
Adultos contra niños (Arsenal 1 - 3 Manchester)

Andrés Pérez | Sin tiempo a permitir que el Arsenal se envalentonara, el United finiquitó la eliminatoria en diez minutos. Fue entonces cuando distinguimos entre un equipo grande, campeón, cuajado, físicamente imponente, frente a una camada de cachorros superados por las circunstancias y por el rival. Cuando el balón que Ronaldo cuidadosamente colocó en la red de Almunia y firmó el segundo tanto del Manchester, el Arsenal se sometió a la humillación. Necesitaba ya cuatro goles para alcanzar la tan soñada final y tal logro, frente a un Manchester United a pleno rendimiento, no sólo parecía una labor imposible sino que también lo era. No había posibilidad alguna, la eliminatoria, en diez minutos, se había termiando para el Arsenal. Lo que vino después fue la humillación propia y ajena a la que el equipo de Wenger se sometió. Propia puesto que nadie se dignó a jugar como sabe y ajena porque en el momento en que el United agarraba el balón, el partido se reducía a un enfrentamiento entre los de cuarto contra los de primero. Mayores contra pequeños. Y no hay mayor humillación que empequeñecer de manera tan sagrante.
El Arsenal no tuvo opción alguna. Sí pareció tenerla cuando tras siete minutos de acoso y derribo a la portería de Van der Sar, el Manchester parecía adormilado, encerrado en sí mismo, quizá nervioso ante la avalancha de tan jóvenes adalides del buen fútbol. Nada más lejos de la realidad. Lo que el Manchester anoche transmitía no era más que tranquilidad, sabedor de sus posibilidades, sabedor de su estrategia y de su calidad. No tardó en demostrarlo. Tanto como Ronaldo se hubo acercado al área de Almunia. Un error de Gibbs, cara de niño, volvió una vez más a dejar al descubierto las carencias defensivas del Arsenal y Park, el eterno segundo espada de Ferguson, solo tuvo que empujarla delicadamente a la malla gunner. Punto y final. Se terminó. No hubo más. Lo que posteriormente acaeció en el Emirates Stadium fue un recital de soberbia del United, quien, en cada jugada, evidenciaba las carencias de espíritu y de táctica defensiva del Arsenal. Su defensa, el gran mal del conjunto de Wenger. Fábregas decidió no aparecer, aunque tampoco se lo permitieron, y Nasri, el único medianamente activo y redundante del Arsenal, pecó de individualismo. Para cuando los gunners quisieron maquillar el resultado el United, guiado por un soberbio al tiempo que ególatra y engreído Ronaldo, ya había finiquitado definitivamente una eliminatoria que quedó sentenciada en cuanto ambos equipos pisaron Old Trafford. La cuestión única a resolver hoy es, ¿será capaz el United de reeditar tantos años después de que lo hiciera el último equipo, un título consecutivo de Copa de Europa? Dictarán sentencia Chelsea o Barça. Si ambos juegan tan amilanados como lo hizo el Arsenal anoche, la respuesta es obvia.
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Más que Fútbol ● 2009

Vía | Wikipedia, Más que Fútbol
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Más que Fútbol ● 2009
jueves, 30 de abril de 2009
El idealismo no ha muerto (Manchester United 1 - 0 Arsenal)

Andrés Pérez | ¿Se puede ser campeón de Europa con un equipo insultantemente joven? La respuesta, por el momento, es no. El año pasado el Arsenal cayó en Anfield frente a un envalentonado Liverpool y en 2006, aún con Henry en sus filas, perdió la final tras un partido en el que el equipo de Wenger fue de todo menos uno mismo. Fue infiel a sí mismo. Se fue Henry, Fábregas se alzó como líder, se renovó el equipo y la juventud tomó el poder. Ahí están, una vez más. Imperecederos a pesar de su edad. Frente al eterno Manchester, en las semifinales de la Copa de Europa, a un paso de la final. De la gloria, a dos. El Arsenal saltó ayer en Old Trafford con un equipo donde tan sólo Almunia, Touré y Silvestre pasaban de los 25 años. Llegar a semifinales ya supone una proeza. Hacerlo con un equipo tan inexperto como el del Arsenal aumenta el valor cualitativo del logro. Sin embargo, una vez allí, cabe preguntarse si, tras pasar por encima del equipo de Wenger el Manchester, es aún posible, en el fútbol de hoy, vencer la Copa de Europa con un grupo de niños geniales.
De momento la respuesta es un conduntende no que obliga a quienes sueñan con la proeza gunner —no lo negaré, me encuentro entre ellos— a darse de bruces con la cruda realidad. El Manchester ayer demostró porqué es el vigente campeón de la Copa de Europa y probablemente, junto al Barcelona, el mejor equipo del mundo. Vertical, eterno, permanente, imparable. Un ciclón que conjuga poderío físico, una técnica envidiable y una compenetración inalcanzable para el resto de los equipos. La velocidad con la que el Manchester juega de tres cuartos de cancha hacia arriba no la logra ningún otro equipo en el planeta y, acelerar de manera precisa en las inmediaciones del área rival aumenta siempre las posibilidades de ganar un partido. El Manchester era favorito y demostró porqué. Sin embargo, a pesar de ello, a pesar de que el Arsenal nunca pareció poder empatar, de su defensa endeble y despistada, de la desconcentración que todos y cada uno de los jugadores gunners a excepción de Almunia sufrieron durante la primera parte, a pesar de todo, el resultado tran sólo fue de 1-0 —gol de O'Shea, sí—.
Un resultado a todas luces corto. Visto lo visto anoche, el Arsenal puede volver con tranquilidad a Londres. La goleada pudo ser mayor de no ser por un Almunia que, de nacionalizarse, jugará el Mundial con Inglaterra casi con toda probabilidad, temo. No hay ningún portero nativo a su altura, a pesar de lo que siempre fue Inglaterra para los porteros. Ferguson no debe estar contento. El Manchester pudo liquidar la eliminatoria y sin embargo decidió perdonar la vida al Arsenal. No sentenciar ayer con dos o tres goles más, una idea nada descabellada a tenor de las ocasiones mancunianas, y, a pesar de ello, acudirá a Londres con una efímera ventaja. Para qué negarlo, deseo que el Arsenal alcance la final porque me enamora Wenger, lo hace Fábregas, también Nasri o Adebayor. El fútbol necesita proyectos como el de Wenger. Un equipo imberbe, indolente, que aprende a no arrugarse a pesar de su juventud. Un proyecto, una filosofía. El fútbol necesita de filosofías triunfales en estos tiempos de talonario e indiferencia hacia lo que una idea supone. Un sentimiento. No conviene negarlo, el Arsenal tiene todas las de perder. Sin embargo, el idealismo aún no ha muerto. El Arsenal sigue vivo.
Vía | Más que Fútbol, El País
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Más que Fútbol ● 2009


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lunes, 30 de marzo de 2009
Quince de quince

Andrés Pérez | Las matemáticas no engañan, o eso dicen. Los números dicen que España es la única selección del continente que ha ganado todos los partidos disputados y, a día de hoy una vez más, la más fiable. Quién lo diría, hace más de un año cuando todos los jugadores estaban en la picota, Luis Aragonés incluido. El partido ante Turquía no tuvo gran misterio. Una España superada por la presión turca no practicó un fútbol brillante debido en parte al doble pivote en el que Del Bosque incurre últimamente. Pienso que es un error. España fue campeona de europa con un mediocentro de contención, dos delanteros y tres centrocampistas ofensivos de cuya imaginación dependía el resto del equipo. Cuando esos tres mediapuntas pasan a ser dos y, para más inri, cuando esos dos se desplazan a las bandas la imaginación no desaparece puesto que es imposible con jugadores de la talla de Xavi o Cazorla, pero sí mengua. Si hay que elegir entre Senna y Xabi Alonso para que Silva vuelva a la titularidad o para que llegado el momento juegen Fábregas, Xavi e Iniesta, se elige. Y debería ser Xabi Alonso, por motivos obvios.
Si bien hay que entender que la labor de Senna es esencial. Redundo en lo mismo, bendito problema el de la selección, pero problema a fin de cuentas. El rompecabezas ha de ser solucionado puesto que ante Estonia, Armenia y demás equipos de rango menor el entramado táctico no es tan esencial como la inspiración de cara a portería; pero ante equipos cuajados y expertos en desquiciar a grandes conjuntos la labor táctica, la estrategia, el atrevimiento, deciden partidos. Y en esos partidos a España sólo le sirve imaginar, no contener. Sea como fuere, la selección lo ha ganado todo, va camino de no perder en dos años y para colmo de bienes, resuelve partidos en jugadas fortuitas. Ver para creer.
Vía | Uefa, As
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Más que Fútbol ● 2009
Si bien hay que entender que la labor de Senna es esencial. Redundo en lo mismo, bendito problema el de la selección, pero problema a fin de cuentas. El rompecabezas ha de ser solucionado puesto que ante Estonia, Armenia y demás equipos de rango menor el entramado táctico no es tan esencial como la inspiración de cara a portería; pero ante equipos cuajados y expertos en desquiciar a grandes conjuntos la labor táctica, la estrategia, el atrevimiento, deciden partidos. Y en esos partidos a España sólo le sirve imaginar, no contener. Sea como fuere, la selección lo ha ganado todo, va camino de no perder en dos años y para colmo de bienes, resuelve partidos en jugadas fortuitas. Ver para creer.
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viernes, 7 de noviembre de 2008
Ramón, Pedja, Bernd y otros jugadores del montón (I)

Andrés Pérez | Supongamos que vamos conduciendo por una carretera de alta montaña. Rodamos plácidamente entre los maravillosos parajes de los Alpes y llegado el momento nos topamos con una montaña absolutamente colosal, gigantesca, grandiosa. Se llama Alpe D'Huez. La ascendemos emulando en nuestra mente a las gestas ciclistas más gloriosas de la historia. Nuestra progresión ascendente es evidente. Sin embargo, llegado el momento, Alpe D'Huez se torna en una estación de esquí y toca descender. La bajada, cuando has subido mucho, obviamente, es más acentuada de lo normal. Rebobinamos. Ahora rodamos en los Pirineos, igual de bellos pero menos majestuosos, y nos encontramos con el Portalet, el último puerto que separa España y Francia tras dejar a un lado Formigal. No hace falta ser un genio para contemplar una subida. Como tampoco hace falta serlo para, si se ha estado en Alpe D'Huez o como mínimo se ha observado, saber que en absoluto alcanza el groso tamaño de aquella cima. Una vez coronado el Portalet la bajada da inicio. Tanto si bajas de Alpe D'Huez como si bajas del Portalet, llegas abajo. Pero la caída, y sobre todo, a dónde has llegado, es muy diferente.
Entiendo la incredulidad del lector tras haber leído el primer párrafo. No se trata de ningún drama existencialista, aunque pueda parecerlo en caso de muchos periodistas empeñados en teñir de amarillo cualquier noticia que pase por sus manos. En realidad el primer párrafo pretendía y pretende ser una metáfora más o menos original -juzguen ustedes- sobre la situación actual en la que veo al Real Madrid. Tras su derrota previsible ante la Juventus la prensa de Madrid y la opinión pública en general hablan de crisis en el seno madridista. Bien. Yo, escéptico desde la llegada de Calderón al poder de la cúpula blanca, no creo que haya crisis. Y sencillamente no lo creo porque no creo que el lógico encadenamiento de los sucesos se haya de catalogar como crisis. Crisis es lo que sufrió el Barcelona cuando tras ser Campeón de Europa perdió todo lo que aspiraba a ganar, cuando tras maravillar al mundo con su fútbol decidió inmolarse y no jugar a nada. Crisis es algo inesperado, excesivamente preocupante y sin aparente solución preventiva. Crisis es lo que atraviesa el mundo. Crisis no es lo que le sucede al Madrid. Porque crisis es un cambio sustancial de los acontecimientos, siempre a peor.
Repasemos acontecimientos. Florentino Pérez, hastiado tras constatar la decadencia de sus estrellas mimadas desistió en su empeño de mantener al Real Madrid como el mejor equipo del mundo, algo que era dos años antes del comienzo de su decadencia. Treas terminar la temporada con un presidente temporal, Fernando Martín, se convocaron elecciones para designar a un nuevo presidente que devolviera al equipo a donde debía estar. Venció Ramón Calderón en las ya célebres elecciones de los votos por correo. Tan sospechosas como lícitas, finalmente, Calderón se asentó como presidente de la entidad blanca gracias a sus promesas electorales, tan idílicas como finalmente irrealizables. Entre los tres nombres que propugnaba en 2006, Ramón Calderón y su director deportivo Pedja Mijatovic aseguraban a Kaka', Fábregas y Robben. ¿Fichajes factibles o un sueño más? Aún recuerdo con gran sonrisa en la cara las afirmaciones clarividentes de Calderón sobre Kaka'. "Jugará en el Madrid". Ya veo. A día de hoy la política de fichajes de la directiva blanca se ha tornado en catastrófica. Y eso que se han gastado 200 millones de euros en la mayor operación de despilfarro jamás contemplada. Si en algo se basa la actual situación del Madrid es en la mala política de fichajes.
[Continuará]
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Más que Fútbol ● 2008


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miércoles, 15 de octubre de 2008
España hace de campeona de Europa (Bélgica 1 - 2 España)

Andrés Pérez | Resulta complicado pretender describir el partido de anoche. En caso de ser una final europea de cierto renombre hablaríamos del partido del siglo, de veintidós héroes -con sus más y sus menos, no olvidemos que siempre ensalzamos a los protagonistas en caso de que la épica aparezca en citas de tal importancia- y de un partido para recordar durante el resto de la historia del fútbol. Por parte de España, claro, que por momentos alcanza cotas de perfección inimaginadas dos años atrás, o el mismo año pasado por estas fechas, cuando Luís Aragonés era discutido y perdíamos contra Irlanda del Norte tocando fondo. Pero, como la economía y en general cualquier aspecto de la vida, el fútbol funciona a base de ciclos. España atraviesa la cresta de la ola de su particular ritmo biológico y hace el fútbol perfecto cada vez que se viste de dorado. Parecemos Malta, pero jugamos como Brasil en 1970. No hay que olvidar el espectáculo perfecto ante Rusia en las semifinales de la Eurocopa, también de dorado. Por eso resulta complicado describir lo que anoche sucedió bajo la lluvia, como fue complicado describir la segunda parte ante Rusia. Pocas veces el fútbol roza la perfección. Es entonces, cuando te quedas sin palabras.
Bélgica, en otro orden, jugó un digno partido. Tras Turquía, la inestable mezcla de valones y flamencos es el conjunto más complicado del grupo y España, bajo la lluvia y remontando, supo salvar el partido. Comenzaron los belgas adelantándose con gol del incombustible Sonk a pase del mejor jugador hoy por hoy del país de las árdenas. Kompany, el del City. Buen mediocentro y mejor central, es rápido, va bien por alto, es fuerte y no escatima recusos en técnica como demostró anoche ante Sergio Ramos, al que sacó los colores por el simple hecho de ser central y pesado. Tras un córner le llegó el balón en la esquina del área, recortó de la manera más simple posible -el regate de Stanley Matthews, de un pie a otro y salgo hacia el lado contrario de la finta- y la puso perfecta ante la desidia de la defensa y la desesperación de Casillas. Bélgica se adelantaba y ya no se colocaba con el equipo entero tras el balón. Ahora el equipo entero se colgaba del larguero. Para colmo de males Torres se había lesionado y tuvo que salir Fábregas, lo cual no siempre es una mala noticia. Que se lesione Torres sí, pero que en un partido como el de ayer saliera Fábregas por el delantero del Liverpool sí. Villa solo se sintió -siente, sentirá- más a gusto y comenzó su exhibición de desmarques sabedor del talento que detrás acumulaba el mediocampo español.
Sin embargo los pases de Xavi y Fábregas no encontraban buen destino en parte por culpa del incomensurable Kompany, tan apto para un roto como para un descosido. Hasta que Fellaini, que apunta maneras, perdió un balón aparentemente tonto ante Fábregas, quien al borde del área le puso el gol en bandeja teóricamente a Iniesta. Teóricamente para un delantero. Iniesta, que no es de pegarle a la primera, controló en carrera, con un sólo movimiento tumbó al portero rozando la línea del fuera del campo y sin ángulo clavó el balón entre las redes de Stijnen -más nombre de ciclista que de portero, como casi todos los belgas-. Iniesta firmó un gol que perfectamente podría haber creado Maradona, un gol para la historia. El gol del año, me atrevería a decir, por la dificultad técnica que conlleva. El del Barça se ha convertido en el regateador absoluto de su equipo y de la selección. Conduce el balón como pocos y en carrera es simplemente imparable. Un proyecto de Balón de Oro el día que vuelva a ganar la Copa de Europa, porque, no olvidemos que Iniesta a excepción del Mundial y de la Copa del Rey lo ha ganado todo.
Marcó Iniesta, Bélgica se echó atrás y lo que quedó de partido fue un monólogo de España. Que rozó la perfección sin encontrar en ningún momento el gol. Pero a esta España campeona de Europa le vale cualquier cosa para ganar un partido, e incluso cuando todo parece que va a terminar en empate y que definitivamente, no es el día a pesar de jugar de maravilla, España saca la suerte, la definición, pegada, duende o como lo quieran llamar para llevarse el partido. Y ayer lo volvió a hacer con Villa, el hombre más desesperante para cualquier defensa del planeta, marcando un golazo de cabeza al segundo palo tras un centro del inédito Güiza en estos lares. Corría el minuto 87' y España se reafirmaba como seria candidata a ganar todos los partidos de esta fase de clasificación en caso de que en Turquía no pierda, el partido más complicado de largo. Incluso el empate ayer hubiera sabido bien. España toca tan bonito, lo hace tan fácil y disfruta tanto jugando al fútbol que jamás se podrá decir que esta selección, si sigue este camino, ha perdido un partido. Se lo habrán ganado, o le habrán empatado -como casi hace ayer Bélgica-, pero nunca habrá perdido. Porque juega para ganar y tal y como juega es complicado que no gane. No hay reproches. Pierda o gane, España enamora.
Vía | As, Más que Fútbol
Fotos | Marca
PD: La noticia triste, como ya habeis leído, es la lesión de Torres. Para España en general -esperemos que no sea grave-, para el Liverpool en particular -se pierde casi seguro el partido ante el Atlético de Madrid-, y para el propio Torres en lo personal. Sin contar la cacicada de la UEFA con el Calderón de lo que hablaré mañana, no volverá al estadio de sus amores.
Más que Fútbol ● 2008



Vía | As, Más que Fútbol
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PD: La noticia triste, como ya habeis leído, es la lesión de Torres. Para España en general -esperemos que no sea grave-, para el Liverpool en particular -se pierde casi seguro el partido ante el Atlético de Madrid-, y para el propio Torres en lo personal. Sin contar la cacicada de la UEFA con el Calderón de lo que hablaré mañana, no volverá al estadio de sus amores.
Más que Fútbol ● 2008
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jueves, 19 de junio de 2008
Austria y Suiza 2008 | Sobre el partido del Domingo

Andrés Pérez | Decía, en un amistoso ya lejano entre España e Italia, que siempre que la selección jugaba la sensación de inferioridad era absoluta. Como ante Alemania. Posiblemente las dos únicas selecciones ante las que mi subconsciente se empequeñece sin poder remediarlo. Italia, cuatro veces campeona del mundo, siempre termina ganando. Tarde o temprano. No falla. Y, bueno, para que nos vamos a engañar, el martes no fue el mejor día de mi vida cuando me enteré de que Italia sería el rival de España en cuartos. Prefería a Rumanía obviamente. Pero no pudo ser y supongo, que cosas del destino, algún día tendré que quitarme de encima el complejo de inferioridad ante Italia. España jugó y ganó ayer a una Grecia decadente que jamás fue lo que aparentó en 2004. Con los reservas, y éste, más allá del partido del domingo, creo que es un tema a destacar. De la Red, Fábregas, Xabi Alonso, Sergio García, Cazorla, Arbeloa, Albiol, Reina o Güiza son reservas. Muchos equipos pagarían cantidades ingentes de dinero por tener en sus filas a mediocampistas del calibre de los tres que alineó anoche España.
Por eso hay motivos para ser optimista. Porque los reservas, saliendo en la segunda parte, no sólo revitalizan y refrescan al equipo sino que en muchos casos incluso superan la calidad del sustituido titular. Por ejemplo, el cambio Fábregas - Xavi no afecta en nada al equipo, como el Cazorla - Iniesta o como el De la Red/Xabi Alonso - Senna. Y eso es una buena señal cuanto menos. Si las cosas van mal el banquillo puede darle la vuelta al partido. Si van bien, mantienen el nivel de los titulares. Ayer Xabi Alonso y compañía demostraron que España tiene profundidad y que tiene otro tipo de jugadores en el medio campo, más robustos, con más pegada y de desplazamientos en largo. Y eso, cuanto menos, es maravilloso para un equipo que aspira a ser campeón de Europa. Un equipo con variantes, con diferentes posibilidades, con riqueza en el banco y con la seguridad de no afectar en absoluto a su nivel ningún cambio. Con esto, se puede ganar una Eurocopa.
Porque otra cosa es que la ganemos con Italia de por medio. He de insistir en este pequeño o gran complejo de inferioridad ante los italianos. No es bueno dejarse llevar por la euforia aunque sea cierto que España haya demostrado que tiene equipo, jugadores y mentalidad. Aunque haya demostrado ya, que no es una milonga más como se preveía en el Mundial o en la Eurocopa 2004. En ciero modo me recuerda esta selección a la injustamente boicoteada en Corea y Japón 2002. Había juventud, variantes, ilusión, mentalidad ganadora y esa chispa de suerte necesaria para cualquier equipo que quiera ser campeón de algo. Y sin embargo, nos expulsaron, nos robaron el Mundial que se preumía nuestro. Por eso ahora no quiero imaginar que pasamos de cuartos, ni siquiera quiero imaginar el pitido inicial del partido. Porque no somos expertos en tener buena suerte ni ante los grandes ni ante nadie. Y si no, recordemos el codazo de Tassotti a Luis Enrique en otro robo escandaloso.
Bien, expulsado ahora todo ese miedo incontrolable que me acecha cada vez que Italia se enfrenta a España, he de decir que el partido en teoría es favorable a España. Con las bajas de Pirlo y de Gattuso y sin el clásico mediapunta imaginatvo y rápido que Italia siempre ha tenido a lo largo de su historia complementando los defensas y los medios de contención, España controlará el balón desde el minuto 1' hasta el minuto 90'. Temo que Italia salga al campo con 253 centrocampistas para controlar las llegadas desde segunda línea y el excesivo control de Xavi del partido. Eso sí, por mucho centrocampistas que colapsen la zona media siempre quedará el recurso de buscar un juego más directo a la espalda de dos centrales en absoluto rápidos, como lo son Panucci y Chiellini. Un detalle, Italia tiene la peor defensa en años y probablemente sea su línea menos segura. Un Chiellini que no da la talla y un Panucci más viejo que joven no deberían ser aval suficiente para frenar a Villa y Torres, los dos delanteros más en forma de Europa. Buffon sí y ahí hay motivos para temer. Un partido bueno suyo lo arregla todo, siempre bien compensado con otro bueno de Casillas.
Si en ataque la posesión de España puede rozar el 80% -salvo sorpresa de planteamiento tanto en uno como en otro equipo- en defensa es donde las dudas se disparan. Es ciero que ayer la pareja de centrales que regaló a Charisteas el gol de Grecia no va a ser la titular, pero es que la titular no me inspira ninguna confianza ante Toni. Puyol y Marchena tienen más oficio y pueden terminar por sacar de quicio al grandullón italiano, pero nos han metido tres goles y los tres han venido de centrocampistas grandes, difíciles de marcar por su movilidad y rematadores. Esto es, Toni. No está Pirlo y eso tranquiliza ya que ni Ambrosini ni Perrota son pasadores y De Rossi es probable que esté más ocupado en defender que en atacar. Donadoni es así. Por tanto, la amenaza de balones colgados es un hecho pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que el mejor jugador de Italia con el balón no jugará. Resto para los italianos, sumo para los españoles.
España tiene mejor ataque y más recursos técnicos pero Italia isnpira miedo incluso con el peor equipo que haya pisado la capa de la tierra. Eso sí, deberíamos comenzar a mentalizarnos. Si no se llamara Italia, si se llamara Bulgaria, por ejemplo, afirmaríamos sin miedo a equivocarnos el probable pase a cuartos de final. Por jugadores, por juego mostrado y por equipo en general, España tiene posibilidades de pasar. Además, pienso que para los seleccionados se´ra más fácil motivarse ante Italia que ante Rumanía. No hay que tener miedo, obviando mi temor inusitado siempre que suena el Fratelli d'Italia. Hay que creer, como dije ya ayer. Creer en que por primera vez España es un equipo con las ideas claras, con buen fútbol y con mentalidad ganadora. Sólo queda esperar. Lo demás, sobra. Disfrutemos de los cuartos de final, esta noche mismo, plato fuerte: Portugal - Alemania.
Vía | Más que Fútbol, As
Imagen | Marca, As, El País
Más que Fútbol ● 2008





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