Víctor Úcar | Nadie puede discutirle a Arséne Wenger su magnífica labor como manager del Arsenal en estos últimos 15 años. A lo largo de este tiempo, el equipo londinense ha aumentado su palmarés nacional —incluyendo dos dobletes históricos—, ha disputado una final de la Champions League y ha transformado jóvenes promesas en grandes futbolistas a nivel internacional. Juventud, fútbol de toque y estrategias calculadas son las señas de identidad de los equipos que ha dirigido el técnico francés desde que llegó a este club. Sin embargo, en el mundo del fútbol lo que importa es el presente, y los equipos no pueden vivir eternamente de su historia más gloriosa. Por eso, aunque destaquen por ejercer un fútbol distinto y atractivo, nunca serán recordados si no consiguen refrendar ese estilo añadiendo títulos a sus vitrinas. Y la exigencia es todavía mayor al referirnos a uno de los clubes más importantes del fútbol británico.
Para recordar el último trofeo que levantaron los gunners tenemos que remontarnos a 2005, año en el que el Arsenal de Wenger conquistó la Copa de Inglaterra. El pasado domingo, seis años después de su última conquista, el conjunto londinense aterrizó en Wembley con el objetivo de aumentar su palmarés, en esta ocasión en una final de la Copa de la Liga Inglesa, conocida popularmente – y por motivos de patrocinio – como la Carling Cup. Un modesto Birmingham, cuyo único objetivo esta temporada es la permanencia, se antojaba un cómodo rival para refrendar la óptima temporada del club de Londres. Pero una final siempre es una final, y ningún equipo debe verse nunca como favorito, por mucho que el mundo del fútbol diga que lo sea, y por mucho que se practique un estilo de juego exquisito, de salón, pues son comentarios que jamás han asegurado nada a nadie. Únicamente al actual Barça, diría yo.
Precisamente el conjunto de Guardiola fue víctima del Arsenal hace unas semanas, aunque considero que los de Pep demostrarán en el Camp Nou que lo ocurrido en el Emirates Stadium se trató de un simple y enmendable accidente. Pero el técnico del Birmingham, Alex McLeish, tenía muy claro cuáles eran las claves para tener alguna opción de alargar la sequía de La Orquesta Sinfónica de Londres: esperar en su campo, ejercer una fuerte presión y salir al contragolpe. Además, por si eso no daba sus frutos, tenía pensado un plan B llamado Nikola Zigic. El ex jugador de Racing y Valencia se convirtió en una auténtica pesadilla para los gunners en el juego aéreo —con gol incluido—, especialmente para la joven pareja de centrales formada por Djourou y Koscielny, muy desacertados a lo largo del encuentro.
Para más inri, Rosicky no estuvo a la altura a la hora de interpretar el papel del capitán Cesc Fábregas —lesionado desde el partido contra el Barcelona—, y Wilshere, a pesar de demostrar que es la nueva perla de este Arsenal, tuvo que asumir más galones de los que hasta el momento Wenger le había adjudicado. Aún así, The Arsenal consiguió atrincherar al Birmingham en su propio campo con las embestidas de Nasri y Arshavin por las bandas. Tampoco podemos olvidarnos de la destreza y el acierto de un Van Persie que se marcharía a la ducha antes de tiempo por lesión, aunque con el mérito de ser el único gunner capaz de batir a Ben Foster, sin duda, el mejor jugador durante la final —así lo consideró también la organización de la Carling—.
El partido moría sin llegar a una resolución, y los pupilos de Wenger ganaban terreno al conjunto blue, asfixiado en su propia presión y físicamente agotado. La prórroga no era ninguna solución para el Birmingham, que observaba con sigilo las embestidas de los gunners. Seis años después, la fórmula del técnico galo se encontraba muy cerca de volver a fructificar, pero el destino quiso ser caprichoso una vez más. La fortuna se alió con los blues, y la desgracia fue a parar al bando londinense de la forma más cruel posible. Un pelotazo de Foster desde su campo que buscaba la testa de Zigic acabó en las botas del recien incorporado Martins, no sin antes contemplar la falta de experiencia y entendimiento entre Koscielny y el joven cancerbero Szczesny. Era el minuto 89, y el nigeriano no perdonó el 2-1 a puerta vacía.
Creo que es una gran noticia que en el fútbol actual sigan existiendo equipos como el Arsenal: idealistas, comprometidos con el buen juego y que apuesten por sus jóvenes valores. Sin embargo, todos esos atributos no son suficientes si al final no se logra armar un equipo capaz de competir con los más fuertes. Por eso, considero que todos aquellos que en ocasiones han comparado este Arsenal con el Barça de Guardiola por su despliegue futbolístico y la potenciación de sus jóvenes promesas, deberían reconsiderarlo, puesto que su alarmante ausencia de productividad lo condena a ser una eterna copia muy poco efectiva. Por el fútbol, ojalá que me equivoque.
Lectura recomendada | Birmingham City, cameón de la Curling Cup (Diarios de Fútbol)
Imagen | Eurosport | Sky Sports
Para recordar el último trofeo que levantaron los gunners tenemos que remontarnos a 2005, año en el que el Arsenal de Wenger conquistó la Copa de Inglaterra. El pasado domingo, seis años después de su última conquista, el conjunto londinense aterrizó en Wembley con el objetivo de aumentar su palmarés, en esta ocasión en una final de la Copa de la Liga Inglesa, conocida popularmente – y por motivos de patrocinio – como la Carling Cup. Un modesto Birmingham, cuyo único objetivo esta temporada es la permanencia, se antojaba un cómodo rival para refrendar la óptima temporada del club de Londres. Pero una final siempre es una final, y ningún equipo debe verse nunca como favorito, por mucho que el mundo del fútbol diga que lo sea, y por mucho que se practique un estilo de juego exquisito, de salón, pues son comentarios que jamás han asegurado nada a nadie. Únicamente al actual Barça, diría yo.
Precisamente el conjunto de Guardiola fue víctima del Arsenal hace unas semanas, aunque considero que los de Pep demostrarán en el Camp Nou que lo ocurrido en el Emirates Stadium se trató de un simple y enmendable accidente. Pero el técnico del Birmingham, Alex McLeish, tenía muy claro cuáles eran las claves para tener alguna opción de alargar la sequía de La Orquesta Sinfónica de Londres: esperar en su campo, ejercer una fuerte presión y salir al contragolpe. Además, por si eso no daba sus frutos, tenía pensado un plan B llamado Nikola Zigic. El ex jugador de Racing y Valencia se convirtió en una auténtica pesadilla para los gunners en el juego aéreo —con gol incluido—, especialmente para la joven pareja de centrales formada por Djourou y Koscielny, muy desacertados a lo largo del encuentro.
Para más inri, Rosicky no estuvo a la altura a la hora de interpretar el papel del capitán Cesc Fábregas —lesionado desde el partido contra el Barcelona—, y Wilshere, a pesar de demostrar que es la nueva perla de este Arsenal, tuvo que asumir más galones de los que hasta el momento Wenger le había adjudicado. Aún así, The Arsenal consiguió atrincherar al Birmingham en su propio campo con las embestidas de Nasri y Arshavin por las bandas. Tampoco podemos olvidarnos de la destreza y el acierto de un Van Persie que se marcharía a la ducha antes de tiempo por lesión, aunque con el mérito de ser el único gunner capaz de batir a Ben Foster, sin duda, el mejor jugador durante la final —así lo consideró también la organización de la Carling—.
El partido moría sin llegar a una resolución, y los pupilos de Wenger ganaban terreno al conjunto blue, asfixiado en su propia presión y físicamente agotado. La prórroga no era ninguna solución para el Birmingham, que observaba con sigilo las embestidas de los gunners. Seis años después, la fórmula del técnico galo se encontraba muy cerca de volver a fructificar, pero el destino quiso ser caprichoso una vez más. La fortuna se alió con los blues, y la desgracia fue a parar al bando londinense de la forma más cruel posible. Un pelotazo de Foster desde su campo que buscaba la testa de Zigic acabó en las botas del recien incorporado Martins, no sin antes contemplar la falta de experiencia y entendimiento entre Koscielny y el joven cancerbero Szczesny. Era el minuto 89, y el nigeriano no perdonó el 2-1 a puerta vacía.
Creo que es una gran noticia que en el fútbol actual sigan existiendo equipos como el Arsenal: idealistas, comprometidos con el buen juego y que apuesten por sus jóvenes valores. Sin embargo, todos esos atributos no son suficientes si al final no se logra armar un equipo capaz de competir con los más fuertes. Por eso, considero que todos aquellos que en ocasiones han comparado este Arsenal con el Barça de Guardiola por su despliegue futbolístico y la potenciación de sus jóvenes promesas, deberían reconsiderarlo, puesto que su alarmante ausencia de productividad lo condena a ser una eterna copia muy poco efectiva. Por el fútbol, ojalá que me equivoque.
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