viernes, 18 de marzo de 2011

Que venga el que sea


Pablo Orleans | Tenía el Villarreal la eliminatoria encarrilada tras el gran triunfo en el Bay Arena de Leverkusen en el que demostró que es un firme candidato a estar en la finalísima de Dublín, en el Aviva Stadium. Los de Garrido, fieles a su estilo, fieles a su filosofía de juego y conscientes de la enorme calidad de su plantilla saltaron al césped de El Madrigal sin complejos, a no especular con la ventaja de la ida y a matar el partido a las primeras de cambio, regalándole a su afición otra noche mágica europea. Ante uno de los conjuntos más en forma de la Bundesliga, los castellonenses mandaban con superioridad en la posesión del balón, convirtiendo en un monólogo un partido de entrenamiento y en un títere a los de Heynkes.

Tuvieron ocasiones. El magnífico italiano con el 22 a la espalda es un elegido. Sus movimientos, sus desmarques, su constante trabajo y sus pases domaban a un conjunto bávaro que deambulaba tras el balón y encontraba en la suerte a un aliado perfecto. Pero en el fútbol actual, aunque sigue siendo de once contra once, aunque sigue teniendo sorpresas contundentes —no olvidemos los tropiezos de Liverpool y Manchester City—, no siempre ganan los alemanes. Que no, no hay mal que cien años dure ni suerte infinita. Así, tras dos claras oportunidades locales —una disipada por el colegiado holandés Bjorn Kuipers; la otra extrañamente errada por Joe Red, Guissepe Rossi, el bambino—, la dupla estelar de la noche rubricó una combinación fugaz y, en dos magníficos movimientos, Cazorla acertó y puso distancia en el marcador ante Adler.

El control estaba en la acera amarilla; el pase a cuartos, más cerca; y las esperanzas, intactas. Los de Garrido, una vez más, estaban noqueando a un «segundón» europeo y dominaban con claridad absoluta el juego, sobradamente desequilibrado como para poner en peligro el trabajo realizado. Y así, con la constancia ofensiva, con la casta ambición de vencer y con el perfecto guión escrito llegaba el remate. De nuevo el yanqui italiano, aprovechándose de un genial movimiento en la delantera castellonense, recibió el favor de Cazorla y anotó el segundo de la noche. Nada podía frenar la alegría y el alivio recibido en Vila-real como un soplo confirmador y reconstituyente. Ni el gol de Derdiyok en los minutos finales quitaba ese orgullo incomparable. De nuevo, un equipo modesto, en una ciudad de poco más de 50.000 habitantes, ese grupo unido y conectado, volvía a tumbar a un gigante europeo. El segundo italiano cayó. El segundo germano cayó. Que venga quien sea, el Villarreal lo volverá a tumbar. Hoy no me queda ni las más mínima duda.

Imagen | El País

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