Andrés Pérez | En su delirio particular, cuando Parreira le fue a dar la mano en cortés gesto habitual entre dos entrenadores tras finalizar el encuentro, Raymond Domenech, el hombre más odiado de Francia, le negó el saludo. Con semblante enfuercido, Domenech le debió soltar una retahíla de palabras que le excusaban al tiempo que señalaba hacia el césped. Fue un gesto de impotencia y un gesto de orgullo: tú, Parreira, simbolizando a todo el mundo, no mereces mi saludo. Domenech reflejaba la impotencia de Francia o su propia impotencia al no haber podido dominar a sus seleccionados y al mismo tiempo intentaba, o creo que intentaba, mostrar al mundo una última gota de orgullo.
Desconozco en qué pensaría Domenech al término del encuentro tras negarle el saludo a Parreira, pero es posible imaginar qué debía pensar Evra desde el banquillo, relegado al exilio por su revolución contra el seleccionador, secundado por Abidal y un cúmulo de pesos pesados. El lateral observaba el romo fútbol de sus compañeros ante la apañada Sudáfrica con semblante serio, rodeado de Abidal, Henry y Malouda, lo observaba un rato y se disponía a discutir, o así nos lo hacían creer las cámaras. Poco importaba lo que su selección hiciera: Francia perdía ante la anfitriona dando una imagen peripatética indigna de una selección campeona del mundo y de la mayor tradición futbolística.
La indolencia de los futbolistas franceses, su egolatría, su rebeldía ante un seleccionador desacreditado e incompetente es un síntoma de decadencia absoluta. Francia se halla en estado de descomposición, en el fin de un ciclo repleto de altibajos desde el Mundial que organizara en 1998. Malouda, en el minuto 70, maquilló la presencia de Francia en el Mundial: anotó su único gol y difuminó las posibilidades de Sudáfrica de pasar a octavos. Francia vuelve a casa repudiada por sus ciudadanos y dilapidada por la prensa. No es solamente culpa de Domenech, sino también de unos jugadores que se han comportado de un modo miserable y que miserablemente, repletos de una penuria que merecen, regresan cabizbajos, absurdamente orgullosos de su rebeldía, a la cotidianidad de su día a día. Lejos del Mundial.
Como lejos del Mundial se va Nigeria, africana, ilusionante, decepcionante, todo ello a partes iguales, tras empatar con Corea del Sur, rival de Uruguay en los octavos de final. Lo intentó Nigeria pero se encontró con los propios fantasmas del caos africano, con una suerte de maldición que niega al talento y al físico la táctica adecuada o el gen competitivo adecuado para superar los escollos innumerables que propone cada campeonato mundial. En la desolación de los jugadores nigerianos tras consumarse la eliminación reluce como pocos la de Yakubu, señalado de la noche por un error histórico que le podría pasar a cualquiera pero que le pasó a él. África pierde dos selecciones y de no remediarlo Ghana, perderá a todas en la primera fase. Éste era su Mundial. El fútbol no entiende de sentimentalismo.
En ese mismo grupo, el B, Argentina terminó con Grecia. Amparados bajo la larga sombra de la gesta de la Euro 2004, los jugadores griegos no han aprendido que los milagros sólo se dan una vez cada demasiado tiempo como para intentar, campeonato tras campeonato, obrar la gesta del mismo modo: construyendo un muro frente a su portería. Fue una Argentina apañada, ofensiva, no excesivamente exigida, la encargada de recordárselo. Palermo certificó una victoria previsible con un gol que si no justifica su presencia en la lista de Maradona, sí refuta que todo cuanto rodea al seleccionador argentino desprende hedor a esperpento.
Resultados de la duodécima jornada:
Desconozco en qué pensaría Domenech al término del encuentro tras negarle el saludo a Parreira, pero es posible imaginar qué debía pensar Evra desde el banquillo, relegado al exilio por su revolución contra el seleccionador, secundado por Abidal y un cúmulo de pesos pesados. El lateral observaba el romo fútbol de sus compañeros ante la apañada Sudáfrica con semblante serio, rodeado de Abidal, Henry y Malouda, lo observaba un rato y se disponía a discutir, o así nos lo hacían creer las cámaras. Poco importaba lo que su selección hiciera: Francia perdía ante la anfitriona dando una imagen peripatética indigna de una selección campeona del mundo y de la mayor tradición futbolística.
La indolencia de los futbolistas franceses, su egolatría, su rebeldía ante un seleccionador desacreditado e incompetente es un síntoma de decadencia absoluta. Francia se halla en estado de descomposición, en el fin de un ciclo repleto de altibajos desde el Mundial que organizara en 1998. Malouda, en el minuto 70, maquilló la presencia de Francia en el Mundial: anotó su único gol y difuminó las posibilidades de Sudáfrica de pasar a octavos. Francia vuelve a casa repudiada por sus ciudadanos y dilapidada por la prensa. No es solamente culpa de Domenech, sino también de unos jugadores que se han comportado de un modo miserable y que miserablemente, repletos de una penuria que merecen, regresan cabizbajos, absurdamente orgullosos de su rebeldía, a la cotidianidad de su día a día. Lejos del Mundial.
Como lejos del Mundial se va Nigeria, africana, ilusionante, decepcionante, todo ello a partes iguales, tras empatar con Corea del Sur, rival de Uruguay en los octavos de final. Lo intentó Nigeria pero se encontró con los propios fantasmas del caos africano, con una suerte de maldición que niega al talento y al físico la táctica adecuada o el gen competitivo adecuado para superar los escollos innumerables que propone cada campeonato mundial. En la desolación de los jugadores nigerianos tras consumarse la eliminación reluce como pocos la de Yakubu, señalado de la noche por un error histórico que le podría pasar a cualquiera pero que le pasó a él. África pierde dos selecciones y de no remediarlo Ghana, perderá a todas en la primera fase. Éste era su Mundial. El fútbol no entiende de sentimentalismo.
En ese mismo grupo, el B, Argentina terminó con Grecia. Amparados bajo la larga sombra de la gesta de la Euro 2004, los jugadores griegos no han aprendido que los milagros sólo se dan una vez cada demasiado tiempo como para intentar, campeonato tras campeonato, obrar la gesta del mismo modo: construyendo un muro frente a su portería. Fue una Argentina apañada, ofensiva, no excesivamente exigida, la encargada de recordárselo. Palermo certificó una victoria previsible con un gol que si no justifica su presencia en la lista de Maradona, sí refuta que todo cuanto rodea al seleccionador argentino desprende hedor a esperpento.
Resultados de la duodécima jornada:
México 0 - 1 Uruguay
Sudáfrica 2 - 1 Francia
Nigeria 2 - 2 Corea del Sur
Grecia 0 - 2 Argentina
Más Mundial | Del barrilete cósmico al sueño de Palermo (Andy Stalman en Sportyou) | Argentina y Corea ya son de octavos (El Enganche) | La autodestrucción de Henry (El Diván del Fútbol) | El imbécil culto y realizado (Enric González sobre Domenech)
Imagen | El País
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