
Andrés Pérez | Barack Obama, el primer candidato afroamericano para llegar a la Casa Blanca (siempre fui muy escéptico en su victoria, no la llaman la Casa Blanca por el color),
utilizó durante todas las primarias demócratas el eslogan Yes, we can.
Sí, se puede. O sí,
podemos. Como plazca. ¿Puede un afroamericano ser presidente del gobierno? ¿Se puede controlar la sangría diaria de Irak? ¿Se puede frenar el cambio climático? Obama es a día de hoy el elegido por los delegados y súper delegados el candidato demócrata para ser el nuevo presidente del Gobierno de los
EEUU. Con el
Yes, we can, por delante. Sí, se puede hacer todo lo propuesto. El eslogan venía a ser, o viene a ser, la desmitificación de los objetivos y de los sueños. La conversión de realidad onírica a realidad física. El paso de ficción a realidad. En definitiva, creer. Creer en un mundo mejor, hemos de suponer, y en que esa fe es capaz de mover montañas. Siempre con hechos por delante.
Podemos, este mismo año, casualidades del destino o no, es el eslogan de
Cuatro para animarnos a todos durante la
Eurocopa. Animarnos a creer, a superar la ancha línea que siempre ha dividido nuestros sueños y nuestra realidad. Y quizá, empujados todos al unísono por el
Yes, we can de Obama y por un dudoso
Podemos,
España trituró a
Rusia mediada la segunda parte, con un
3-0 ya en favor de los nuestros.
La historia de España a partir de 1964 no invita ni al optimismo ni a la fe. El Yes, we can queda bastante vacío cuando hablamos de España ya que año tras año la creencia de la afición en un buen papel de España se esfuma entre la niebla. Niebla, siempre presente. Llegó en 1964 y todavía no se ha ido. Probablemente cada torneo que lo hacemos medianamente bien estamos a punto de evaporarla, pero siempre vuelve y cada año pesa más que el anterior. No sé si por la dichosa niebla, o por la losa psicológica, o por los cuartos de final, o porque en realidad no somos ni seremos tan grandes como nosotros mismos nos creemos, siempre terminamos en cualquier cuneta o en cualquier bar pidiendo clemencia a cualquier rival campeón del mundo. Que se apiade de nosotros y de los nuestros, a fin de cuentas, siempre un mismo ente cuando la hora de la verdad acecha. Por eso siempre acabamos con la moral destrozada y los pies bajo tierra, no ya en el suelo. Porque a pesar de ser los más críticos, a pesar de querer no creer, terminamos haciéndolo. Y nos culpamos por ello. Y juramos no volver a repetir. Y repetimos una y otra vez.
Y quizá, algún día, miremos el eslogan de Obama, el Yes, we can, y digamos: Sí, definitivamente hemos podido. Y quizá, quién dice que no, sea este mismo año. Sé que es incurrir en el mismo error -casi delictivo- de siempre, y sé que no es el momento de lanzar ninguna campana al vuelo. Y no tengo intención alguna de hacerlo. Prefiero mantener la cabeza fría, prefiero mirar hacia otro lado. Prefiero creer, que de momento, Italia sigue dando mucho miedo. Pero una parte de mí, y en esto creo que coincidiré con el resto de españoles, desea profundamente y atraviesa la esta vez delgada línea que separa el deseo de la creencia, que España haga definitivamente algo grande. Aunque sea una pequeña parte de todos nosotros. Quizá, haya llegado la hora. O quizá sea el enésimo fracaso. Es difícil de calibrar y por tanto es preferible mantener la cabeza fría. Sin embargo, y quizá sea por cosas como éstas cuando empezamos a hacernos grandes, todos, tanto prensa, como afición como jugadores, coincidimos en que no debemos repetir la euforia desmedida de antaño. Es un 4-1, nada más. No significa nada. Son tres puntos. Puede llegar una Francia de la vida y devolvernos con la misma sonrisa bobalicona con la que llegamos a la Eurocopa.
Saltamos, todos, al campo con más dudas que realidades. El debate Fábregas, el debate Torres, el debate defensa, el debate estilo, el debate Raúl -parecía olvidado-, el debate Guti, el debate sobre el Estado de la nación e inclusive el debate sobre si el pantalón era azul oscuro o negro. Dejémoslo en azul oscuro casi negro. Los quince primeros minutos no invitaron a nada, ni siquiera al optimismo, pero llegó el momento en el que pudimos romper con la mala racha y con los fantasmas del pasado. Cuenta la leyenda que en una de las expediciones de España en los años 20 a Escocia, cierta bruja escocesa lanzó una maldición contra España. Jamás ganaríamos nada. Seríamos los eternos favoritos. Algún día tendrá que romperse y porqué no creer que ese día ha llegado. El partido de España fue perfecto durante determinados momentos y más allá del resultado y de los goles, prefiero quedarme con la hechura de equipo bien hecho, serio, conocedor de sus posibilidades y con aires de grandeza que ha dibujado Luis Aragonés.
Rusia no era el rival ideal y resultó no ser el esperado. Pero a pesar de la goleada jugó un digno partido. Todo lo digno que se puede ser perdiendo con cuatro goles en contra, obviamente. Rusia intentó jugar su estilo, le quitó la pelota a España durante toda la segunda parte y creó mucho peligro a balón parado. Sin embargo, no trenzaba jugadas. Su partido se resumió en un simple querer y no poder. Enfrente, España crecía a la contra, sabedora de su superioridad técnica y psíquica con un 3-0 a favor, y se recreó por momentos ante una Rusia partida en dos. Xavi fue la brújula y Villa el arpón. El resto, aportó lo mejor de cada uno para iniciar la Eurocopa con mejor pie que ninguna otra selección. A lo que iba de la hechura de equipo grande de España, le da otro aire. No es el resultado, ni los nombres, es quizá la actitud. La actitud de seguridad ante los ataques rusos y la sensación de control permanente. Por fin, España pareció una piña. Algo que antes nunca fuimos. Por fin España se pareció a Italia, Alemania u Holanda. Parecimos una máquina casi perfecta que engrasada como era debido dió un fútbol que rozó la excelencia. No se trató de un buen equipo endeble y que no impuso. Se trató, quizá, ya que insisto no hay que aventurarse en tierra desconocida, de una selección que impuso su ley y que infundió respeto. Rusia se fue a casa convencida de que no mereció tanto castigo, y eso, diferencia a los grandes de los pequeños. La sensación que dejes a tu rival sobre sí mismo y sobre tí mismo.
Todas esas lecturas, si se quiere, deja el partido. En realidad tampoco da para un análisis táctico exhaustivo y en realidad tampoco creo que fuera la mejor opción. España comenzó tratando de tocar bajo los incesantes gritos de Aragonés pero Rusia mordía y no dejaba jugar lo suficiente como para llegar con peligro. A pesar de eso, entre Villa y Torres se encargaban de hacer sufrir a Rusia, que llegaba con profundidad y cierto peligro al área de Casillas. Torres arriba, abría muchísimos espacios que suponían un regalo para un jugador como Villa, listo y letal como pocos. En uno de esos espacios, curiosamente a la contra, Torres se aprovechó de un error fatal de su defensor para plantarse sólo ante el portero ruso, Aknifeev, para regalar a Villa el primero. Rusia reaccionó, pero una novedosa España jugando casi a la contra sentenció la primera parte tras una fenomenal jugada de Iniesta, culminada, de nuevo, por Villa al límite del fuera de juego.
Cuando el segundo tiempo comenzó seguía lloviendo. Luis Aragonés acertó en todos los cambios dando muestra una vez más del enorme mérito que tiene actualmente al crear este equipo, y sacó a un duditativo durante toda la concentración Fábregas por otro no menos discutido. Cuando Luis se acercó a saludar a Torres éste ni le miró. Supongo que Torres entendía que con Rusia volcada y con España a la contra los espacios en la defensa le vendrían de perlas para marcar. He de entender que Torres no comprendió el acierto de Luis sacando a Fábregas hasta que no vió el resultado. Por un lado Fábregas cogió confianza, por otro se conseguía un mediocampo relativamente más sólido ante la avalancha rusa y finalmente la llegada en segunda línea de los mediapuntas favorecía aún más la nueva misión de Villa heredada de Torres, pegarse con la defensa rusa. Así llegó el tercer y el cuarto gol. Con Rusia buscando incesantemente a Casillas y haciendo cosquillas a Marchena -de largo el peor de anoche- Cazorla -por Iniesta, sublime- jugó rápidamente con Xavi en el medio campo, éste le devolvió la pelota, se movió Fábregas que recibió en banda derecha y que tiró un pase diagonal a la espalda de Shirokov para Villa dejándole absolutamente encarado hacia Aknifeev. Cuando Shirokov se quiso dar cuenta era demasiado tarde y Villa ya le había roto la cintura. Pavlyuchenko recortó en el mil y un error de la zaga española -grave déficit a corregir- pero Fábregas, tras contra de nuevo letal comandada por Xavi y Villa, remató la faena con su primer gol.
Yes, we can. Si, puede que podamos. Y los poder o no poder comienzan a marear mi cabeza y la de media España. Quizá, de nuevo y para siempre, no sea el momento de edificar teorías kantianas acerca del posibilismo español en un gran torneo. Es posible que dejando los días pasar, vivir y respirar, poco a poco, entendamos cual es nuestro sitio en la Eurocopa 2008. Tengo claro que podremos caer, pero cayendo jugando como anoche no habrá reproches, ni siquiera decepción. España pinta algo grande porque en sí misma se pinta grande, como los grandes equipos de Europa. Muestra seguridad, potencia y control de la situación. O lo mostró anoche. Queda mucho y desde luego hay que ir poco a poco. Que nadie lance nada al vuelo. Eso, el no creernos nada y el caminar un paso tras otro, nos puede llevar hacia un camino que el resto de selecciones ya han transitado. No el de pasar de cuartos. Sino el de ser grande. Y sino, fíjense en Portugal. Atravesó esa línea hace tiempo. Ahora nos toca a nosotros. Siguiente parada, Suecia, de nuevo. Precaución sí, pero optimismo, también.
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Vía | El País, Más que Fútbol, Pasión Sevillista
Imagen | As, El País, Marca
Más que Fútbol ● 2008