Andrés Pérez | Parecía lejano el día en que Raúl González Blanco, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol español, ocupara permanentemente una plaza en el banquillo del Real Madrid. Lo cierto es que hoy, oscurecido por las jóvenes y refulgentes figuras salidas del talonario de Florentino Pérez, Raúl es suplente con todo el merecimiento del mundo. Su luz se apagó, el cicló se terminó, su juventud se evaporó tiempo atrás y de aquel jugador genial que levantó tres Copas de Europa queda tan sólo la nostalgia de un recuerdo. Raúl es melancolía de lo que un día fue y de lo que no volverá a ser jamás. Cuando un futbolista llega a este punto, conviene plantearse la retirada.
El debate planteado en la prensa madridista durante los últimos años acerca de la titularidad de Raúl y su utilidad en el equipo ha dinamitado su imagen. Ha contribuido a polarizar un debate estéril: la valía de Raúl. Lejos de favorecerle, su condición de morbo + audiencia le ha lacerado de manera irremediable y hoy, aparcado ese debate por irracional, absurdo y pernicioso, Raúl camina cabizbajo y escondido intentando asumir su suplencia, su muerte como alma máter del Real Madrid.
Como digo, es la hora de cruzar la laguna Estigia para Raúl. Desde 2003 no es el mismo, paradójicamente, desde que decidiera dejarse larga melena, paradójicamente desde que tomó el relevo de Hierro en la primera capitanía del equipo. Las lesiones y el paso de una carrera cimentada desde una tierna juventud le pasaron factura con prontitud, haciendo que demasiados renegaran de su calidad y de sus logros hasta la fecha, sin tener en cuenta las circunstancias, ni las evidentes pruebas arguibles en favor de quien estaba de manera perpetua en el ojo del huracán.
Raúl durante los últimos cuatro años nunca ha sido el mismo. Normalmente ha sido un lastre, un jugador lento y plomizo, una habitual losa; también ha marcado goles, sí, también ha sido espíritu, en efecto, pero tampoco es casual que desde su bajón de nivel el equipo no haya pasado de octavos en Copa de Europa. Ni tan santo, ni tan demonio. Raúl lleva más de catorce años al máximo nivel: su ciclo evolutivo aventuraba esto. Una retirada a los treinta y pocos años. Cabe planteárselo sin tildarlo de tabú. Por su bien.
Vía | Wikipedia
Imagen | De archivo
El debate planteado en la prensa madridista durante los últimos años acerca de la titularidad de Raúl y su utilidad en el equipo ha dinamitado su imagen. Ha contribuido a polarizar un debate estéril: la valía de Raúl. Lejos de favorecerle, su condición de morbo + audiencia le ha lacerado de manera irremediable y hoy, aparcado ese debate por irracional, absurdo y pernicioso, Raúl camina cabizbajo y escondido intentando asumir su suplencia, su muerte como alma máter del Real Madrid.
Como digo, es la hora de cruzar la laguna Estigia para Raúl. Desde 2003 no es el mismo, paradójicamente, desde que decidiera dejarse larga melena, paradójicamente desde que tomó el relevo de Hierro en la primera capitanía del equipo. Las lesiones y el paso de una carrera cimentada desde una tierna juventud le pasaron factura con prontitud, haciendo que demasiados renegaran de su calidad y de sus logros hasta la fecha, sin tener en cuenta las circunstancias, ni las evidentes pruebas arguibles en favor de quien estaba de manera perpetua en el ojo del huracán.
Raúl durante los últimos cuatro años nunca ha sido el mismo. Normalmente ha sido un lastre, un jugador lento y plomizo, una habitual losa; también ha marcado goles, sí, también ha sido espíritu, en efecto, pero tampoco es casual que desde su bajón de nivel el equipo no haya pasado de octavos en Copa de Europa. Ni tan santo, ni tan demonio. Raúl lleva más de catorce años al máximo nivel: su ciclo evolutivo aventuraba esto. Una retirada a los treinta y pocos años. Cabe planteárselo sin tildarlo de tabú. Por su bien.
Vía | Wikipedia
Imagen | De archivo
0 Comentarios:
Publicar un comentario