Andrés Pérez | Pedro León conducía de manera altiva a su equipo hacia la portería de Palop, el único hombre junto a Navas y Escudé salvable del Sevilla de anoche, cuando Kanouté hizo acto de presencia en el campo. Se fue Luis Fabiano, desaparecido hasta la fecha, como casi todo el Sevilla, eclipsado por un centro del campo dirigido por Casquero colosal, superado en todo momento por los costados, incapaz de hacer frente al reguero de energía que deja Soldado allá donde fuere. Allí se hallaba Pedro León, decíamos, diamante en bruto del fútbol nacional, cuando el de Mali apareció.
Hasta entonces el Sevilla corría detrás del Getafe. Desarbolado, cansado, perdido, en otro mundo, veía peligrar la diferencia de dos goles que había obtenido en la ida. No mantenía el balón y lo pagaba a nivel físico; Boateng, Casquero y Parejo se hicieron los amos y señores del centro del campo y esclavizaron el balón. Había marcado Soldado, necesitaba algo de pausa el Sevilla, algo que en aquel momento, de ansiedad, de peligro, de miedo, se hacía imposible.
En estas Kanouté apareció. Y jugó al gato y el ratón con Rafa y el Cata, centrales del Getafe. Escondió la pelota. Movió elásticamente su gigante cuerpo para acaparar todas y cada una de las pelotas perdidas que la defensa sevillista enviaba al cielo de Madrid. Ralentizó el ritmo de juego provocando faltas. Hundió la espiral efervescente que comenzaba a crear el Getafe en la recta final de partido. Oxigenó, en suma, un equipo que caminaba hacia la eliminación a pesar de la ventaja. En sus gestos, en su elegancia, en su maravillosa forma de controlar cada balón, encontramos la clave oculta del pase del Sevilla hacia la final.
Un jugador diferente, Kanouté, qué duda cabe. Harían bien en temerle Racing o Atlético, candidatos a pareja de baile del Sevilla en la final. Pareja que, por justicia futbolística, debía bailar con el Getafe. Lástima que la justicia sea un término abstracto en el deporte.
Vía | Marca
Imagen | Diario de Sevilla
Hasta entonces el Sevilla corría detrás del Getafe. Desarbolado, cansado, perdido, en otro mundo, veía peligrar la diferencia de dos goles que había obtenido en la ida. No mantenía el balón y lo pagaba a nivel físico; Boateng, Casquero y Parejo se hicieron los amos y señores del centro del campo y esclavizaron el balón. Había marcado Soldado, necesitaba algo de pausa el Sevilla, algo que en aquel momento, de ansiedad, de peligro, de miedo, se hacía imposible.
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1 Comentarios:
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