jueves, 12 de mayo de 2011

Al Zaragoza le sobran tres minutos


Andrés Pérez | Rendida al juego aéreo, la Real Sociedad anotó el gol que le daba la victoria en el minuto 87, tras un disparo al borde del área de su capitán que rebotó en un defensa y en el portero antes de entrar en la portería. Enfrente, la víctima, fue el Real Zaragoza, injusto derrotado en un duelo frenético y tosco, paradigma de la lucha por el descenso, exento de toda calidad y radiante en emoción, trágico para un equipo, feliz para otro. El gol de Aranburu, resumen gráfico del devenir general de un partido plagado de imprecisiones y obstáculos, condenaba al Zaragoza, antepenúltimo, en puestos de descenso, segunda derrota consecutiva, a un punto de la salvación, marcada por el Getafe, equipo que, pese a su lamentable aspecto, se mantiene en mejor posición. Al menos depende de sí mismo. Aquel fogonazo de la Real, a falta de tres minutos para que el partido concluyera, fue una inyección casi letal para el conjunto de Aguirre.

La derrota fue injusta. El choque fue eso. Precisamente un choque. Un accidente de la naturaleza entre dos equipos cuya primera necesidad no es el balón sino la intimidación física. Con los escasos jugadores de calidad recluidos en las bandas, el centro del campo se convirtió en lo que se suele convertir cuando dos equipos buscan sobrevivir a toda costa. En una trinchera. Volaban los balones por encima de los mediocentros, duchos todos ellos. A duras penas y en pocas ocasiones algún delantero encontraba algún espacio o algún jugador de tres cuartos de campo oxigenaba el devenir del encuentro con algún pase en profundidad, nada común, anomalías prohibidas, destellos indignos en un partido como aquel. Le sucedió a Tamudo, pero ni siquiera su gol fue tan fruto de su mérito propio como el infortunio de Doblas, que regaló la portería. Más allá de este hecho, puntual, ningún equipo parecía feliz llevando la iniciativa.

El planteamiento lo modificó el Zaragoza, más necesitado, dando entrada a Boutahar. El holandés es una brújula. Bertolo y Lafita son estupendas puntas de lanza incisivas a un tiempo que imprecisas, pero en momentos de necesidad creativa restan más que suman, todo lo contrario que Boutahar, zurdo talentoso capaz de medir los tiempos, de asociarse con Herrera y Gabi, de romper líneas rivales, de ser imaginativo, de otorgar ritmo al ataque renqueante del Zaragoza. De su mano llegaron los minutos más excelsos del Zaragoza. De la mano de Gabi llegó el gol, imperial en el lanzamiento de un libre directo. Igualado el partido los dos equipos se volvieron locos y lejos de firmar el pacto táctico de no agresión de la primera parte se embarcaron en un duelo a garrotazos épico y bello. Los dos fallaron. A la Real le acompañó un pequeño vericueto preparado por el azar. Al Zaragoza el infortunio.


Así las cosas y tras la espectacular, emotiva y merecidísima victoria de Osasuna ante el Sevilla en el Reyno de Navarra —los tres equipos que peleaban por la Europa League perdieron sus respectivos partidos ante conjuntos que buscaban la salvación— comandada una vez más por un brillante Camuñas, el Zaragoza no depende de sí mismo. Cabe la posibilidad de que el Zaragoza gane sus dos partidos y descienda a Segunda. Es improbable, pero es así. Por cierto que el Hércules ya es el segundo equipo que se va a la división de plata tras empatar con el Mallorca, parcialmente salvado, como la Real, como el Osasuna, incluso como el Levante, que empató con el Barcelona para que éste se proclamara campeón, ninguna novedad en este campo, ninguna emoción, ninguna noticia.

A excepción de la derrota del Getafe, todo lo que pudo suceder en contra del Real Zaragoza sucedió. Casi sin tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido llegará el domingo una nueva jornada, la penúltima, en la que habrá que atender a un sinfín de partidos. Las posibilidades en la tabla de clasificación dados los múltiples duelos entre sí son muy variadas, algo que beneficia en las condiciones actuales al Zaragoza. En cualquier caso parece evidente que es cosa de dos: Getafe y Zaragoza. Cualquier otro equipo que finalmente descienda será una sorpresa. De la capacidad de reinventarse de cada uno y de mentalizarse de cara a lo que queda de Liga dependerán sus posibilidades de salvación. De ello y de ese factor imperceptible y mitológico llamado suerte que, de un modo bastante clarividente, termina perjudicando siempre al peor equipo.

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Imagen | El País

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