jueves, 12 de mayo de 2011

El orgullo ante la taquicardia (o ser feliz a pesar de todo)


Eduardo Lázaro | Escribir estas líneas me produce una profunda desazón. Es complicado decirlo cuando son tantos meses sin dejar volar la «pluma» en este lugar. Es fácil cuando ves que la vida se escapa, resbala entre unos dedos invisibles y la agonía se hace fuerte en el corazón.

De nuevo el Real Zaragoza, nuestro Real Zaragoza, ha vuelto a caer derrotado con síntomas, por encima de todo, de agotamiento y de impotencia. De nulidad y de tóxica ineficiencia ante una mediocre pero aguerrida Real Sociedad. Faltaría a la verdad si dijera que no ha habido partidos en los que el equipo ha dado muestras de brillantes, por no decir excelentes, momentos de fútbol. Ese que se basa en el toque, la combinación y, cómo no, el ataque sin miramientos. Pero por encima de todo, hemos asistido a la enésima descomposición de un equipo venido a menos.

¿De qué nos sirve saber que hoy, un gol, ha sido anulado injustamente y que hemos marrado tres ocasiones claras? ¿De qué sirve, una vez más, a estas alturas, lamentarse de no haber jugado todo el partido como los primeros minutos del segundo tiempo? ¿De qué sirve lamentarse cuando estamos, again, sintiendo el calor del infierno en la frente, sudando la gota gorda, y sin creernos —para variar— que dentro de unos meses podemos estar jugando contra el Alcorcón? Desde la jornada inaugural hemos ido recolectando ávidamente boletos para el premio gordo que se repartirá dentro de dos fines de semana y, ahora, ésto, no puede ni debe hacernos llevar las manos a la cabeza o cogernos desprevenidos. Como dato, recordaré que cuando Javier Aguirre aterrizó en la caseta el equipo atesoraba 7 puntos en el casillero... extraordinariamente paupérrimo bagaje por si alguien lo había olvidado.

No cargaré más las tintas contra el equipo, no entraré a repasar la trayectoria vital de esta escuadra durante la temporada 2010-11. No me interesa y me resulta menos doloroso. ¿Para qué? Comenzamos septiembre con un equipo construido a base de retales, lo único que reúne la dignidad suficiente dentro de la profesionalidad de este deporte para vestir la zamarra blanquilla. No cargaré las tintas porque ya no importa que no tengamos una segunda jugada tras un rechace o un simple margen de maniobra y alternativa ante una eventualidad durante la contienda. Da igual. Cada vez estoy más y más convencido de que a los once hombres que salen al campo no se les puede pedir nada a parte de lo que cada día se ve. No porque no lo desee, si no porque no sería justo exigírselo. Juegan con lo puesto y, aunque lo desearían, no pueden ayudarnos de otro modo. Desde hace meses conocemos lo impepinable y ahora nos ahoga la cercanía del desenlace: es arriesgado jugársela a éste nivel con gente tan mediocre. El perfil bajo del conjunto no es tanta culpa de los integrantes como de los que un día decidieron hacerles jugar juntos sobre un tapete de césped. Lo triste no es errar un año en el mercado de fichajes, lo verdaderamente lamentable es observar en tal tesitura a tan alta institución.

Si el Real Zaragoza permanece un año más en la Primera División —su sitio natural— será gracias a la Providencia, obra de un milagro más que de la racionalidad. No sé si este equipo merece el descenso, no más que otros; no sé si el entramado corporativo soportará un nuevo viaje a las catacumbas -entramado o tinglado... ¿sabrá Dios en que se ha convertido la estructura de mando del equipo?; no sé que será del futuro del equipo insignia de la quinta ciudad de España... pero, volviendo al párrafo anterior, me niego a cargar más las tintas.

Sepan que el fútbol es presente, el pasado no existe —tampoco el respeto— y el futuro es un quizás. No importa. Sepan que por encima del dolor y de la frustración, para nosotros todavía existe, en ese pequeño espacio de la memoria colectiva, el recuerdo de haber llorado de felicidad. De haber abrazado al amigo movidos por el éxtasis de goles imposibles ante equipos de leyenda. De salir a las calles de esta inmortal ciudad ataviados con las camisetas blanquillas. De haber sentido en nuestras propias carnes que hemos sido los mejores. De haberle jurado fidelidad eterna al escudo del león. Sepan que aunque mañana el sol torne en tiniebla, quedará algo imposible de borrar. Sepan que aunque no regresásemos jamás, nuestra estirpe ganadora y orgullosa perdurará. Sepan que por encima del dinero y del poder, por encima de las plantillas rutilantes y de los contratos de patrocinio multimillonarios de los que otros hacen ostentación, quedará la huella de la historia y los trofeos al mejor.

Pase lo que pase, vistan orgullosos sus camisetas, no tenemos complejos ni nada que esconder. Somos lo que somos, lo que hemos sido y lo que en cada cual de nosotros queramos ser. Sin miedo nada puede hacernos daño y nos hará más peligrosos. Nuestro orgullo son nuestra Historia y nuestros recuerdos... esos que otros, con más dinero y menos abolengo, soñarían con poseer y poder decir que su equipo, como el Real Zaragoza, un día fue campeón.

En MQF | Al Zaragoza le sobran tres minutos
Imagen | Heraldo

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