Andrés Pérez | Cuando
Balotelli se desquitó de todo el odio interno que alberga, aún no se sabe exactamente hacia qué, el partido ya había finalizado y
Materazzi le esperaba en la puerta de los vestuarios.
Lo que sucedió dentro lo cuenta Ibrahimovic, una vez más apagado en el campo, sin chispa, indolente, perezoso, despreocupado: "Materazzi ha atacado a Mario en el túnel de vestuarios; no había visto algo así en toda mi carrera. Tendría que haberlo dejado y haber salido a celebrar. Si me llega a hacer algo así a mí, lo tumbo".
Zlatan amenaza pero sus palabras se las lleva el viento. No infunde respeto como delantero del
Barcelona, hasta el punto que
Guardiola, en un ataque de entrenador extraño en él, sustituyó al sueco por
Abidal. Perdiendo, colocó a un lateral izquierdo por un delantero.
Bojan observaba desde el banquillo cómo
Messi jugaba para sí mismo,
Xavi se desesperaba en busca de apoyos y
Pedro intentaba maravillas imposibles desde la posición de delantero centro.

El Barça sucumbió a la locura del
Inter en San Siro. Tras diez minutos de dominio inocuo visitante,
Mourinho mandó adelantar líneas. La agresiva presión en el medio de
Cambiasso y
Motta, dos medios sin creación pero con espíritu, y el incansable trabajo de
Pandev y
Eto'o en los extremos ofuscó la salida de balón de
Puyol y
Piqué, obligados constantemente a jugar en largo. En los balones aéreos perdió siempre el Barça, amilanado por el poderío físico de
Lucio y
Samuel, centrales de peso pero sin talento para jugar el balón.
Así el partido tornó en un correcalles donde el Inter, a pesar de recibir el tanto inicial, venció con justicia. Leyó mejor el partido. De hecho, jugó el partido que propuso. Su idea venció ante la del Barcelona, cuya posesión fue estéril en un ejercicio desesperante de pases cortos y horizontales frente a un muro. Podrán acusar al árbitro:
no es óbice, el Inter siempre mereció más; podrán tachar al Inter de catenaccio, palabra estrella cuando un equipo español juega frente a los neroazurri:
mentirán puesto que el conjunto de Mourinho jugó al ataque.
A su manera. Buscando la presión y el robo rápido, pero con las líneas adelantadas.
Sneijder lanzó los ataques vertiginosos, sin tiempo apenas para pensar, y el trío de delanteros se encargó de desgastar la defensa del Barça, ayer caótica.
Diego Milito se movió con inteligencia y Eto'o diseminó sus esfuerzos entre la defensa y el ataque de prodigioso modo. Así venció el Inter 3-1. Hacía mal el entorno del Barcelona en desmerecer este equipo, y se demostró.
Vía |
El País
Imagen |
RTVE