Para once jugadores sólo quedaban dos minutos. Para los otros once todavía quedaban dos minutos. Con esa frase tan lapidaria se puede resumir lo que la noche del veintiséis de mayo de 1999 ocurrió en el Camp Nou. En el césped, a saber, se enfrentaban Bayern de Múnich y Manchester United. Ambos tenían la oportunidad de volver a ganar la Copa de Europa mucho, pero que mucho tiempo después...
Quizás por la edad (16 años), esta final y la de Estambul han sido las más emotivas para mí. No dudo de que las haya habido mejores, pero dudo que las haya habido más épicas, gloriosas, dudo de que haya habido demostraciones más grandes de luchar hasta el final o de no abatimiento ni con un 3-0 en contra. Que el hecho de que los dos equipos de las finales con las que todos soñamos jugar o vivir sean ingleses no es un dato casual; que el hecho de que sus aficiones cantaran ante la adversidad y ante la falta de tiempo o de juego tampoco es un hecho casual.
Yo, en mis ingenuos sueños de cuando era más pequeño y soñaba con jugar algún día la Copa de Europa, soñaba que en mi final perfecta el encubrimiento de gloria llegaría de maneras insospechadas, de maneras imposibles, con goles espectaculares en el último minuto, o con remontadas gloriosas ante el rival más duro, o metiendo el penalty que me diera la victoria y a mi equipo. Las finales con las que soñaba nunca creía que se harían realidad, pero la Copa de Europa es diferente. En la Copa de Europa es posible todo, y digo todo. En los Mundiales te coronas como el mejor del mundo, en tus ligas te proclamas el más regular, en la Eurocopa te proclamas la mejor selección de Europa, pero en la Copa de Europa no solo te consagras como el mejor club del Mundo, te proclamas un pedacito de historía para tí (hablando en primera persona como un club), te proclamas ganador de una competición que huele diferente desde el himno hasta el balón o las insignias en el lateral de la camiseta de los jugadores. La Copa de Europa es la competición de nuestros sueños y por eso en ella solo podía ocurrir lo que ocurrió en Barcelona aquel día primaveral del marzo de 1999.
Las cosas no empezaban bien para los diablos rojos, en el minuto 6' Basler, tras un disparo de falta lejano, adelantaba a los bávaros por culpa de una cantada de uno de los mejores porteros de todos los tiempos: Schmeichel.
Ciertamente el resto del partido fue un completo despilafarro de final. Hay finales y finales, y el problema de las finales de tus sueños es que sólo te imaginas la parte en la que tras un gol de chilena con centro de rabona de tu compañero, metes gol por la escuadra en el 96' y das la victoria a tu equipo, o sólo te imaginas el penalty decisivo, o la parada decisiva, que los porteros también sueñan. No soñamos con el partido en el que hay especulación de los medios, las defensas se la pasan hasta el aburrimiento de los presentes o en la que los delanteros no rascan bola. Eso es demasiado feo como para meterlo en los sueños, la fantasía exige un mínimo de imposibilidad, un mínimo de belleza inalcanzable y no admite algo que no sea heróico a la luz histórica, aunque lo sea, como por ejemplo Baros pegándose con la mejor defensa del mundo y desgastándola hasta conseguir que falle.
La final tuvo dos minutos realmente, uno al principio y otro al final. El caso es que Matthaüs, el tipo que lo había ganado todo, había jugado tres Mundiales y en todas las posiciones menos portero, estaba a tan solo tres minutos de alcanzar algo que era lo único que le faltaba: La Copa de Europa. Tres minutos que había añadido el árbitro. Debió ser en ese momento cuando a los Giggs, Solsjkaer, Beckham, Butt, Sheringham y compañía les entró la venada orgullosa e inglesa y decidieron remontar el partido. Así, sin piedad con el enemigo. Insistentemente los diablos rojos consiguieron un córner.
La hinchada de Manchester lo celebró como un gol, y diez segundos más tarde entendimos porqué. Beckham botó el balón, salió rechazado, respiraron los muniqueses, le llegó a Giggs (zurdo cerrado) le pegó con la derecha (mal, evidentemente) y Sheringham aprovechó que pasaba por allí para batir a Kahn. Se caía el Camp Nou, el Manchester empataba, los alemanes no se lo creían.
Prórroga pensamos todos. Todos menos los jugadores ingleses. Sacó el Bayern de centro, tan rápido como sacó la perdió, pelotazo arriba, Solsjkaer controla, encara a un nervioso Kuffour y provoca otro córner. Dicen que el hombre es el único que cae dos veces en la misma piedra. Dicen también que el alemán es el único de los hombres que cae una vez con la piedra, la hace pedazos y sigue caminando hasta encontrar otra piedra, pero...
Beckham sacó el córner, mientras la pelota volaba los seguidores del Bayern debieron pensar "la pesadilla se repite", Sheringham remató mal y Solsjkaer disparó a gol sin opción para nadie. Fin de la final.
Matthäus no se lo creía, Kuffour lloraba desconsoladamente, Kahn perdía su arrogancia por momentos, Collina en una imagen inédita consolaba a los inconsolables, a los desgraciados que perdían la final que llevaban ganando ochenta y cuatro minutos para que en dos se la quitaran.
Mientras, Beckham levantaba la Orejuda. Lágrimas, sudor, sólo faltaba la sangre y la particular Segunda Guerra Mundial del fútbol podría haber cabido en esos momentos, y creo recordar que a alguien le abrieron una ceja. Los aficionados al Bayern y los propios jugadores se pegaron dos semanas escuchando canciones meláncolicas y llorando.
El mito de que los alemanes hasta el final del partido están vivos se había vuelto en su contra.
Para once jugadores sólo quedaban dos minutos. Para otros once todavía quedaban dos minutos.
domingo, 21 de mayo de 2006
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3 Comentarios:
Fue un final de partido increíble, con un deselance injusto, porque desde mi punto de vista, el Bayern jugó mejor y fue merecedor de la Copa de Europa.
Bua que recuerdos. Uno de los partidos mas vibrantes de la historia. Que grande era Sheringham
Impresionante final de partido, aun recuerdo a jugadores del Bayern como Koffur k no podían ni levantarse y tuvo que ir Collina en su ayuda.
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