Andrés Pérez | Los hagiógrafos a un lado y otro de la línea que, en apariencia, separa el bien del mal, aventuraban un partido espectacular. El del siglo, una vez más, pero esta la definitiva, los dos mejores jugadores del mundo frente a frente, los dos mejores entrenadores cara a cara, dos filosofías contrapuestas, dos formas de entender el fútbol, el juego, la competición, la vida, en suma. Eso decían, eso aparentaba el excelente partido de lunes que confrontaba a Barcelona, segundo, a un punto del líder, y Real Madrid, invicto en Liga hasta anoche. Nada de eso sucedió. Nada de eso, que nos contaban, era cierto. De hecho, sobre el campo tan sólo existió un conjunto: el Barça, poético como en las mejores ocasiones, perfecto, sutil, letal en la definición, metálico en la contención. Todo ello apagó un encuentro por el que se justifica toda una Liga, o eso nos dicen.
Recuerden que entre los dos conjuntos de anoche suman 280 millones de beneficios gracias a los derechos televisivos. Recuerden que, esta enorme cantidad de dinero que se embolsan, queda justificado por las millonarias audiencias que genera el encuentro, por el sublime espectáculo futbolístico que nos van a ofrecer. Sin duda, por la maravilla futbolística representada en los dos mejores equipos del mundo, del universo, de la Historia y de todo habido y por haber. Tampoco, esto último, parece ser real: el partido no tuvo emoción alguna, o no más allá de un ejercicio de superación personal por parte del Barça, para deleite de sus aficionados.
Para pasmo del espectador neutral. El Madrid, simplemente, se borró del mapa. Tampoco cabe interpretar en clave de temporada el partido de anoche: este Madrid, el mejor de los dos últimos años que llegaba al Camp Nou, no es el equipo deshilachado, psicológicamente débil e incapaz que sucumbió ante el conjunto de Guardiola. En el duelo de filosofías, que no lo es tal, una se impuso a la otra por el simple hecho de que una se puso en práctica. No es que el juego preciso, combinativo y abrumador del Barça definiera esta batalla atemporal entre un estilo u otro, es que el Madrid apenas presentó resistencia o argumentos con los que defender su forma de entender el fútbol.
Arrasado por completo por Xavi, excelso en la construcción, al Barça le bastó con tener una noche inspirada. A decir verdad, su noche más inspirada desde que comenzara la temporada. El gran mérito de este conjunto es saber rendir en los momentos decisivos, el de dar lo mejor de sí mismo cuando la oportunidad lo requiere. Más allá del talento, ese gen competitivo que atesora toda una generación de canteranos en la Masía es la que define los campeonatos, la historia. Ayer un equipo compitió con todas sus virtudes y defectos. Otro no lo hizo. El resultado es un evidente cinco a cero.
No significa, no obstante, este hecho que el Madrid esté cinco peldaños por debajo del Barça. El partido tiene que ser analizado en su contexto, en su justa medida: situación puntual por las circunstancias en las que se ha desenvuelto el juego. Por descontado, el Madrid de Mourinho es inferior al Barça de Guardiola, o al menos lo fue anoche. Es decir, el Madrid, este Madrid, aún no sabe compartir en situaciones de máximo rendimiento, algo que el Barça porta como seña de identidad. En cualquier caso, la de anoche no es la diferencia real: el potencial del Madrid se ha demostrado más alto y, de hecho, cuesta imaginar que el Barça termine esta temporada, por ejemplo, con dieciocho puntos de ventaja, seis victorias por encima del Madrid.
Sea como fuere queda felicitar a un Barça espectacular. Fascinante en todos sus aspectos, legendario. Los adjetivos se quedan cortos porque ya se han despachado en infinidad de ocasiones.
Cabe preguntarse, eso sí, si merece la pena adulterar toda una competición por un partido como el de anoche. Por un enfrentamiento que, les digan lo que les digan, les cuenten lo que les cuenten, sigue siendo otro partido de fútbol más, que asegura de antemano la misma emoción, el mismo espectáculo, la misma vibración que el resto de partidos de fútbol de la Liga: ninguno.
Imagen | El País
Recuerden que entre los dos conjuntos de anoche suman 280 millones de beneficios gracias a los derechos televisivos. Recuerden que, esta enorme cantidad de dinero que se embolsan, queda justificado por las millonarias audiencias que genera el encuentro, por el sublime espectáculo futbolístico que nos van a ofrecer. Sin duda, por la maravilla futbolística representada en los dos mejores equipos del mundo, del universo, de la Historia y de todo habido y por haber. Tampoco, esto último, parece ser real: el partido no tuvo emoción alguna, o no más allá de un ejercicio de superación personal por parte del Barça, para deleite de sus aficionados.
Para pasmo del espectador neutral. El Madrid, simplemente, se borró del mapa. Tampoco cabe interpretar en clave de temporada el partido de anoche: este Madrid, el mejor de los dos últimos años que llegaba al Camp Nou, no es el equipo deshilachado, psicológicamente débil e incapaz que sucumbió ante el conjunto de Guardiola. En el duelo de filosofías, que no lo es tal, una se impuso a la otra por el simple hecho de que una se puso en práctica. No es que el juego preciso, combinativo y abrumador del Barça definiera esta batalla atemporal entre un estilo u otro, es que el Madrid apenas presentó resistencia o argumentos con los que defender su forma de entender el fútbol.
Arrasado por completo por Xavi, excelso en la construcción, al Barça le bastó con tener una noche inspirada. A decir verdad, su noche más inspirada desde que comenzara la temporada. El gran mérito de este conjunto es saber rendir en los momentos decisivos, el de dar lo mejor de sí mismo cuando la oportunidad lo requiere. Más allá del talento, ese gen competitivo que atesora toda una generación de canteranos en la Masía es la que define los campeonatos, la historia. Ayer un equipo compitió con todas sus virtudes y defectos. Otro no lo hizo. El resultado es un evidente cinco a cero.
No significa, no obstante, este hecho que el Madrid esté cinco peldaños por debajo del Barça. El partido tiene que ser analizado en su contexto, en su justa medida: situación puntual por las circunstancias en las que se ha desenvuelto el juego. Por descontado, el Madrid de Mourinho es inferior al Barça de Guardiola, o al menos lo fue anoche. Es decir, el Madrid, este Madrid, aún no sabe compartir en situaciones de máximo rendimiento, algo que el Barça porta como seña de identidad. En cualquier caso, la de anoche no es la diferencia real: el potencial del Madrid se ha demostrado más alto y, de hecho, cuesta imaginar que el Barça termine esta temporada, por ejemplo, con dieciocho puntos de ventaja, seis victorias por encima del Madrid.
Sea como fuere queda felicitar a un Barça espectacular. Fascinante en todos sus aspectos, legendario. Los adjetivos se quedan cortos porque ya se han despachado en infinidad de ocasiones.
Cabe preguntarse, eso sí, si merece la pena adulterar toda una competición por un partido como el de anoche. Por un enfrentamiento que, les digan lo que les digan, les cuenten lo que les cuenten, sigue siendo otro partido de fútbol más, que asegura de antemano la misma emoción, el mismo espectáculo, la misma vibración que el resto de partidos de fútbol de la Liga: ninguno.
Imagen | El País
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