Andrés Pérez | José Mourinho perdió los estribos, de verdad, por primera vez en toda la temporada en su última rueda de prensa. Más allá del enfrentamiento verbal con el excelente periodista que siempre ha sido Ladislao Moñino —al que tildó de hipócrita para luego disculparse en la misma rueda de prensa hasta tres veces—, el técnico luso habló de Manuel Pellegrini, su rival en el banquillo hoy, en los siguientes términos:
A mí no me puede pasar lo mismo que le pasó a Pellegrini. ¿Sabe por qué? Porque si el Real Madrid me echa yo no voy a entrenar al Málaga. Si me echan voy a un gran club de Inglaterra o a un gran club de Italia. No tengo ningún problema en volver a entrenar a un gran club.
En aquel momento Mourinho había atravesado la delgada línea que separa el personaje de la persona y había entrado en el terreno del delirio histriónico. El técnico luso ya no cargaba las tintas contra la prensa o la Federación, sus principales focos de arrebatos iracundos más actuados que sentidos, sino que lo hacía contra un técnico inocente ante el cual no se le conocen rencillas personales. Un técnico que, en honor a la verdad, no podría merecer menos tal agravio.
Manuel Pellegrini abandonó el Real Madrid la temporada pasada tras alcanzar la cifra récord de 96 puntos en Liga y dejar un sabor amargo en las dos competiciones coperas —ridículo histórico ante el Alcorcón incluido—. A su alrededor, el diario Marca y personalmente Eduardo Inda, se creó una campaña de acoso y derribo que traspasó los límites del periodismo y la crítica profesional: Inda y su diario cayeron en la más baja de las fórmulas periodísticas, el linchamiento. Todo parecía ser culpa de Pellegrini y todo rotaba en torno a su supuesta soberbia y altivez. Lejos de la realidad alternativa, vergonzosa y amoral que Marca pregonaba, Pellegrini no dejaba de ser el tipo sencillo y pacífico que sigue siendo.
Salió del Madrid por la puerta de atrás pese a contar con el apoyo de la afición y aún hoy se siente en la desdicha de ser criticado amarga y gratuitamente. Su aspecto melancólico y su mirada entristecida por defecto colaboran en la imagen que se puede llegar a tener de él: apaleado y maltratado por la gran bola mediática que supone el Madrid. Precisamente por eso llegan a sorprender y producir mayor repulsa las palabras de Mourinho.
También sumido en la vorágine mediática que crea el entorno del Madrid, Mourinho se ha convertido en el personaje que la prensa llegó a soñar. La persona queda olvidada y sus pequeñas cuitas con los organismos federativos sobrepasan lo justificable y entran en el campo de la sordidez; sus arrebatos sarcásticos no son tan graciosos como verdaderamente ofensivos; y, lo más importante, su equipo no arrolla. Todo ello en el Real Madrid, un club dado a magnificarlo todo. Mourinho ha sido devorado por su personaje y, de no mediar reflexión, comienza una escalada de histerismo que la «imagen» del Madrid no podrá soportar.
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Imagen | Heraldo
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